Te comparto la
reflexión correspondiente a la Solemnidad de Cristo Rey Ciclo C 2019, sobre las
lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2019, corresponde al Domingo 24 de Noviembre.
Con la Solemnidad de Cristo Rey cerramos el año litúrgico.
Antes de iniciar otro año litúrgico es necesario tomar el tiempo necesario para revisar el camino recorrido y evaluar.
Toda la vida histórica de Jesús es una muestra clara de una existencia habitada, animada y conducida por Dios. Desde esta perspectiva, podemos afirmar que Dios reinaba en Jesús y que Jesús permitía que Dios reinase en Él.
Los creyentes cristianos recogemos esta experiencia y nos situamos en esta misma perspectiva vital: Queremos que Jesús viva y reine en nosotros y, para ello, ponemos a su servicio nuestras capacidades, pensamientos, sentimientos y deseos. Queremos, como Él, ser servidores (operarios) de su proyecto. Es esto lo que queremos afirmar con esta Solemnidad de Cristo Rey… Es esto lo que queremos decir al confesar que Cristo es rey, es nuestro rey.
En realidad, el lenguaje trata de expresar con palabras algo que está más allá de toda palabra.
Un detalle, aunque el
lenguaje nos puede hacer pensar en los reyes y en las monarquías de este mundo,
es necesario decir que la realeza de Jesús no se encuadra en este tipo de
construcciones y estructuras de poder. Es claro que las categorías REY y
REALEZA fueron tomadas del ámbito socio-político y fueron aplicadas (con un
nuevo sentido) en el ámbito espiritual bíblico, dentro de la experiencia
religiosa del antiguo pueblo de Israel. Por eso hay que tener cuidado al leer los
textos de la Biblia, a fin de evitar una errónea interpretación. Él mismo
Jesús dijo con claridad ‘Mi reino no es de este mundo’. La realeza de
Jesús está basada en el ejercicio del amor misericordioso, del servicio
responsable y de la capacidad de cuidar y dar la vida. Es en este registro que
todos los creyentes cristianos debemos situarnos.
Ungieron a David como rey de Israel
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: "Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."" Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Algunas reflexiones
La primera lectura nos traslada al momento en que David fue ungido como rey del pueblo de Israel. En la antigüedad se mezclaban los diversos niveles (lo político y lo religioso) y no se establecía con claridad la frontera entre una cosa y otra.
Sabemos que con el rey David se inició un período de paz y de prosperidad para el antiguo pueblo de Israel. Los textos que tenemos en la Biblia son ya una lectura teológico-catequética de estos acontecimientos (no son un análisis político de la evolución de la monarquía en este pueblo).
Ahora bien, por haberse alcanzado para el pueblo, con David, un tiempo de relativa paz, de prosperidad, de liberación de los enemigos, se llegó a idealizar a David como el modelo del ‘rey perfecto’. Por eso – siglos más tarde- se desarrolló, al interior de la espiritualidad del pueblo judío, la expectativa mesiánica, según la cual Dios enviaría a su ‘Ungido’ (su Mesías) y que este Mesías sería descendiente del rey David.
Es por eso que los profetas prometieron la llegada del Mesías, descendiente de David. Eco de esto se deja sentir en los textos que narran la entrada de Jesús a Jerusalén (la gente lo identifica como el Mesías, descendiente de David, que -en nombre de Dios- viene a restaurarlo todo). Por tanto, lo que están diciendo los evangelistas es que, en Jesús, se cumplen las promesas mesiánicas hechas por los profetas.
El texto, desde el punto de vista litúrgico-teológico nos permite hacer una especie de paralelo:
Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido
Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Algunas reflexiones
Esta segunda lectura es un himno, a través del cual las primeras comunidades cristianas reconocen y celebran la realeza de Jesucristo como Señor (en el amor) de toda la creación. Es así como estas primeras comunidades cristianas expresan su fe en Jesús como Camino y fuente de Vida eterna.
La comunidad cristiana de Colosas (situada en Asia Menor) fue fundada Epafras, que fue discípulo de san Pablo. Epafras visitó a Pablo y le contó que la comunidad estaba pasando por una fuerte crisis, pues habían aparecido algunos maestros de corte gnóstico diciendo que la fe en Jesucristo debía ser completada por otras prácticas religiosas de carácter ascético (ritos legalistas, prescripciones sobre comidas, observancia de algunas fiestas, etc.). Por tanto, para tales maestros, la persona de Cristo y su enseñanza no era suficiente para la salvación.
En este contexto, san Pablo escribe a
los cristianos de Colosas, afirmando que la fe en Cristo, vivida bajo la forma
de una unión existencial profunda con Él, en el amor, es suficiente para
alcanzar la salvación. Según la enseñanza de san Pablo, no hay que añadirle
nada a Cristo. Lo que hay que hacer es centrarse en Él, seguirle a Él, vivir
sus enseñanzas y pasar por este mundo haciendo el bien.
Esta postura de san Pablo sigue siendo actual. ¿Es así como entendemos le cristianismo? ¿Es esto lo que, realmente, hacemos los creyentes cristianos?
La fiesta de Cristo Rey nos invita a reflexionar sobre todo esto y a ir más allá de formulaciones meramente doctrinales. Hay que ir al fondo, a la experiencia existencial profunda:
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido." Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: "Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos." Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros." Pero el otro lo increpaba: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibirnos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada." Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." Jesús le respondió: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso."
Algunas reflexiones
El texto del evangelio nos presenta la realización de la promesa del Mesías-Rey que llega para concretar la esperanza del pueblo de Israel: mostrar a los hombres el Reino de Dios. Pero lo novedoso es que Jesús va más allá de las expectativas hechas por los distintos grupos religiosos de la época y nos muestra que el Reino de Dios no es ni se construye con las lógicas de los reinos de este mundo, caracterizados por los juegos de poder, la violencia, las estructuras militares, las intrigas. Jesús se sale de esta lógica y nos introduce en la lógica del amor.
El texto del evangelio nos sitúa delante de Jesús, en el momento de su crucifixión. Es el último momento de la vida de Jesús: una vida consagrada al servicio, desde la lógica del amor. Notemos que, en el momento de la crucifixión, Jesús es llamado rey, pero en son de burla. Se le llama rey, pero -humanamente hablando- lo que los soldados y la gente tienen frente a sus ojos, en la cruz, es un hombre desnudo, despojado, humillado, frágil y agonizante. Lo que no han descubierto es que este hombre clavado en la cruz y aparentemente frágil es absolutamente poderoso en el amor y que solo el amor es la explicación de que esté, en ese momento, allí, clavado en la cruz.
Recordemos, además, que encima de la cruz de Jesús habían puesto un letrero que decía: ‘Este es el rey de los judíos’. La situación de Jesús agonizando en la cruz y el letrero refleja toda la contradicción y la ironía: no está sentado en un trono sino clavado en una cruz; no está rodeado de súbditos, sino de una multitud que lo rechaza y grita: ¡crucifíquenlo!; no está rodeado de honores y lujos, sino que es víctima de una muerte degradante… No hay nada que identifique a Jesús con las características de una realeza terrena (su reino no es de este mundo).
La escena es completada por otros dos personajes (los dos malhechores crucificados con Él) y por una especie de mini diálogo, que revela el verdadero sentido de la realeza de Jesús: Un malhechor lo insulta (dicho malhechor simboliza el grupo de quienes rechazan la propuesta del Reino de Dios) y el otro pide misericordia (este hombre simbolizando el grupo de quienes, a pesar de su pecado, han comprendido a qué vino Jesús al mundo).
Lo cierto es que las palabras de Jesús (‘Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’) muestra que esta misericordia divina que salva ya está operando y se hace realidad plena en la cruz. La cruz y el crucificado se transforman así en el lugar en el que – por excelencia – se manifiestan el amor y el perdón rescatador de Dios, que se ofrece para el bien de toda la humanidad.
¿Qué nos queda de este pasaje del evangelio en relación con la solemnidad de Cristo Rey?
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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