Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad de Cristo Rey Ciclo C 2016, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 20 de Noviembre.
Cerramos el año litúrgico celebrando la fiesta de Cristo Rey. Si revisamos todo el itinerario vivido a través de la liturgia notaremos que hemos partido del anuncio del Mesías y de su nacimiento en Belén y hemos llegado al reconocimiento y coronación de este Mesías como Rey del universo. Es Dios quien lo ha constituido Rey del amor y de la misericordia, pero la pregunta que surge es si YO (ese YO es cada creyente) lo he reconocido como tal. Se trata de tomar conciencia de la realeza de Jesús, es decir, reconocer su grandeza, la magnitud del misterio de Dios que se ha mostrado a la humanidad a través de su vida, obra, muerte y resurrección.
Un detalle: la realeza de Jesús no debe ser ni comparada ni interpretada desde las ‘realezas’ socio-políticas y aristocráticas de este mundo, las cuales deben entenderse más desde las construcciones de poder que los humanos hemos creado. La realeza de Jesús está basada en el ejercicio del amor misericordioso, del servicio responsable y de la capacidad de cuidar y dar la vida.
Es
claro que las categorías REY y REALEZA fueron tomadas del ámbito socio-político
y fueron aplicadas (con un nuevo sentido) en el ámbito espiritual bíblico,
dentro de la experiencia religiosa del antiguo pueblo de Israel. Por eso hay
que tener cuidado – al leer los textos – en la transposición de estos
conceptos.
Ungieron a David como rey de Israel
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: "Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."" Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Algunas reflexiones
La primera lectura nos traslada al momento en que David fue ungido como rey del pueblo de Israel. En la antigüedad se mezclaban los diversos niveles (lo político y lo religioso) y no se establecía con claridad la frontera entre una cosa y otra.
Sabemos que con el rey David se inició un periodo de paz y de prosperidad para el antiguo pueblo de Israel. Los textos que tenemos en la Biblia son ya una lectura teológico-catequética de estos acontecimientos (no son un análisis político de la evolución de la monarquía en este pueblo). Ahora bien, por haberse dado con David un tiempo de relativa paz, de prosperidad, de liberación de los enemigos (el pueblo de los filisteos), se llegó a idealizar a David como el rey perfecto (por eso, cuando – siglos más tarde- se desarrolló la expectativa mesiánica en la espiritualidad de Israel, se pensará a este Mesías que vendría como descendiente de David). Entendemos por qué los profetas prometieron la llegada de un descendiente de David. Por eso mismo, los primeros cristianos, cuando escribieron los textos del Nuevo Testamento, se valieron de los textos del Antiguo Testamento (que ya existían) y, usándolos, presentaron a Jesús como ese Mesías ‘descendiente del rey David’ que debía llegar. Por tanto, lo que están diciendo es que, en Jesús, se cumplen las promesas mesiánicas hechas por los profetas.
Algunos interpretaban desde un horizonte espiritual esta venida del Mesías-Rey. Otros concebían este Mesías Rey desde una lógica marcadamente política (incluso hubo movimientos que llegaron a plantear que este Mesías organizaría al pueblo de Israel contra el imperio romano, que los dominaba, y acabaría con él. Esto explica por qué algunos discípulos le preguntaron a Jesús ¿Es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel? Jesús trató muchas veces de ubicarlos en otro horizonte, diciéndoles: ‘No les corresponde a ustedes saber cuándo el Padre intervendrá’ o ‘Mi reino no es de este mundo’.
Veamos un poco de historia: Hacia el año 1007 a.C., el reino de Saúl (que agrupaba las tribus del Norte) sufrió un fuerte golpe bélico por parte de los pueblos filisteos (establecidos sobre la costa que da con el Mediterráneo. Los filisteos buscaron dominar Israel varias veces). Ahora bien, como resultado de algunas intrigas políticas, David (que gobernaba sobre las tribus del Sur) terminó siendo proclamado rey de todas las tribus del país (Sur y Norte). Además, con David se logró dominar la amenaza de los filisteos (esto explica la creación del interesante relato teológico catequético de la lucha entre el gigante Goliat [que simboliza al pueblo filisteo] y el valiente pastor David [que simboliza al pueblo de Israel]).
Es este contexto el que nos permite situar adecuadamente la primera lectura de este domingo en la cual David (que está en la ciudad de Hebrón, que era capital de las tribus del Sur), recibe a los mensajeros de las tribus del Norte, que lo visitan para proponerle ser el rey de todo el territorio. La consecuencia de esto es la unificación del país y el fortalecimiento de Israel como monarquía, capaz de posicionarse ‘de igual a igual’ con las monarquías ya existentes, que durante muchos años quisieron apoderarse de este territorio. Claro, lo que ya encontramos en el texto de la Biblia es una lectura teológica de todos estos acontecimientos, por eso, el autor de la escuela deuteronomista pone en los labios de los ancianos las siguientes palabras: ‘El Señor Dios dice: Tú apacentarás a mi pueblo, tú serás el rey de Israel’. Así las cosas, la subida de David a la monarquía es presentada con una fundamentación divina: Dios lo eligió para ser rey de Israel, Dios lo quiere allí para cumplir una misión. Pero esta fundamentación teológica tiene una contrapartida: David deberá reinar según Dios, pues es un ‘instrumento’ suyo y deberá mantenerse fiel a la alianza con Dios y hacer que el pueblo también permanezca fiel a ella.
De hecho, David fue el rey más importante que tuvo el antiguo pueblo de Israel. Su reinado no estuvo exento de errores y conflictos internos y hasta de abusos (recordemos el abuso cometido contra Betsabé y el asesinato de Urías. David no fue una ‘pera en dulce’), pero durante su tiempo el reinado se consolidó, Israel logró cohesión y se amplió el territorio. Por todo esto, David quedó en la memoria del pueblo como el ideal de rey, que trajo paz, prosperidad y abundancia. Por tal razón, cuando el pueblo, más adelante, pasaba por etapas de crisis social, política y religiosa, se volvía a hacer memoria de David y su reinado, para inspirar a todos a no decaer y seguir fieles – como un solo pueblo – agarrados de la mano de Dios, de Yahvé.
¿Qué nos queda de este texto?
Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido
Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Algunas reflexiones
La segunda lectura es, en realidad, un himno que reconoce y celebra la realeza de Jesucristo como Señor (en el amor) de toda la creación e insiste en Jesús como Camino y fuente de Vida (atención a la mayúscula de la Palabra VIDA).
Recordemos que la comunidad cristiana de Colosas (situada en Asia Menor) no fue fundada por san Pablo, sino por Epafras, que fue discípulo suyo. Epafras visitó a Pablo y le contó que la comunidad estaba pasando por una fuerte crisis, pues habían aparecido algunos maestros de corte gnóstico diciendo que la fe en Jesucristo debía ser completada por otras prácticas religiosas de carácter ascético (ritos legalistas, prescripciones sobre comidas, observancia de algunas fiestas, etc.). Por tanto, para tales maestros, Cristo sólo no era suficiente para la salvación.
Pablo, reconocido como cristiano ejemplar, escribe a los Colosenses, afirmando la absoluta suficiencia de la fe en Cristo para alcanzar la salvación. No hay que añadirle nada a Cristo. Lo que hay que hacer es centrarse en Él, en lo que Dios reveló a través de Él, en su enseñanza, en su ejemplo, en sus sentimientos y opciones. Esta postura de san Pablo sigue siendo actual y debe hacernos meditar mucho. Por eso el texto propuesto es un himno centrado en Cristo en el que – a través de un lenguaje denso - se sintetiza todo lo que es Cristo y lo que Dios hizo y reveló en Él. Es lo que creemos sobre Cristo y sobre lo que se deriva de nuestra relación con Él:
La fiesta de Cristo rey nos invita, entonces, a reconocer todo esto, a celebrarlo y, sobre todo, a vivirlo. Pero esto pide ir más allá de formulaciones meramente doctrinales, de ideas, de conceptos. Hay que ir al fondo, a la experiencia existencial profunda:
Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido." Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: "Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos." Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros." Pero el otro lo increpaba: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibirnos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada." Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." Jesús le respondió: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso."
Algunas reflexiones
El texto del evangelio nos presenta la realización de la promesa del Mesías-Rey, que llega para concretar la esperanza del pueblo de Israel: mostrar a los hombres el Reino de Dios (sólo que Jesús va más allá de las expectativas hechas por los distintos grupos religiosos de la época y nos muestra que el Reino de Dios no es ni se construye con las lógicas de los reinos de este mundo caracterizados por los juegos de poder, la violencia, las estructuras militares, la imposición. Jesús se sale de esta lógica y nos introduce en la lógica del amor).
El texto del evangelio nos sitúa delante de Jesús, en el momento de su crucifixión. Es el último momento de la vida de Jesús: una vida consagrada al amor y gastada en el servicio a los demás. Jesús es, en este momento, llamado rey, pero en son de burla, porque – en realidad – la noción de rey está asociada al poder, al mando tiránico, a la fuerza militar, al poder económico, etc., y lo que los soldados y la gente tienen frente a sus ojos, en la cruz, es un hombre desnudo, despojado, humillado, frágil y agonizante. Lo que no han descubierto es que este hombre clavado en la cruz y aparentemente frágil es absolutamente poderoso en el amor y que sólo el amor es la explicación de que esté, en ese momento, allí, clavado en la cruz.
Recordemos que encima de la cruz de Jesús habían puesto un letrero que decía: ‘Este es el rey de los judíos’. La situación de Jesús agonizando en la cruz y el letrero refleja toda la contradicción y la ironía: no está sentado en un trono sino clavado en una cruz; no está rodeado de súbditos fieles, sino de una multitud que lo rechaza y grita: ¡crucifíquenlo!; no está rodeado de honores, sino que es víctima de una muerte degradante… No hay nada que identifique a Jesús con las características de una realeza terrena (su reino no es de este mundo). Pero la escena presentada está completada por otros dos personajes (los dos malhechores crucificados con Él) y una especie de mini-diálogo, que revela el verdadero sentido de la realeza de Jesús: Un malhechor lo insulta (simbolizando el grupo de quienes rechazan la propuesta del Reino de Dios) y el otro pide misericordia (simbolizando el grupo de quienes han comprendido a qué vino Jesús al mundo). Lo cierto es que las palabras de Jesús (‘Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’) muestra que esta misericordia divina que salva ya está operando y se hace realidad plena en la cruz. La cruz y el crucificado se transforman así en el lugar en el que – por excelencia – se manifiestan el amor y el perdón rescatador de Dios, para el bien de toda la humanidad.
¿Qué nos queda de este pasaje del evangelio en relación con la solemnidad de Cristo Rey?
Sólo así podremos cantar: ‘Jesús, tú eres la persona más importante en este lugar. Rey de reyes, Señor de señores. Aquel que mi vida cambio…”
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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