Te comparto la reflexión correspondiente al Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2014, corresponde al Domingo 27 de
Abril.
Todos
se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar
en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se
apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y
signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían
sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades
de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el
pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos
alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor
acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.
Bendito
sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia,
nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a
una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen
reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva
para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso,
ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir
momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más
valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en
motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.
Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía,
se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el
término de esa fe, que es la salvación.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Te comparto unas reflexiones generales acerca de estas lecturas:
Cuidado con quedarnos con una resurrección sin efectos, es decir, con una mera idea: Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, entonces ella no habría pasado de ser un asunto particular entre él y Dios Padre. De la resurrección de Jesús nacen los primeros testigos (hombres y mujeres transformados interiormente y dispuestos a vivir una vida nueva); de la resurrección de Jesús y del encuentro con él nace la iglesia. La resurrección de Jesús tiene unos efectos reales y concretos que la constituyen en el fundamento de la existencia de la iglesia.
La resurrección pone a los creyentes en el horizonte de construcción de una comunidad fraterna y justa. Esto es lo que se quiere significar con la pequeña radiografía de la comunidad cristiana que es presentada por Lucas en el libro de Hechos de los Apóstoles (la Primera lectura): en este texto aparecen los rasgos de la “comunidad cristiana ideal”, la que es posible construir si se deja al Resucitado y al Espíritu Santo habitar en ella. Esos rasgos, esas experiencias deben orientar y alimentar la vida de todos los cristianos: 1) la escucha y vivencia seria de la Palabra, 2) la participación viva y comprometida en la Eucaristía (llamada originalmente la «fracción del pan»), 3) la experiencia de la oración, 4) la convivencia fraterna, expresada en la solidaridad y en el compartir los bienes. En esta radiografía se nos orienta hacia la utopía. Claro, la Iglesia camina hacia la utopía sin conseguirla (de hecho el mismo libro de los Hechos y las Cartas del Nuevo Testamento nos muestran episodios, situaciones y experiencias en los que el egoísmo, la división, la falta de solidaridad, la búsqueda de poder, la mentira y otros males, dominaron el corazón humano). La iglesia está siempre en camino…
La iglesia debe estar espiritualmente despierta: Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad fraterna y justa no hay que interpretarlos como la demostración inconmovible de que la utopía no se puede lograr, sino más bien como el signo de que no es fácil y de que existen fuerzas contrarias a este proyecto. Todas las dificultades y errores nos muestran sencillamente que somos seres históricos, que la iglesia está atravesada también por esta dimensión de historicidad y fragilidad y que debe estar atenta espiritualmente: la atención a Dios es su primera y principal responsabilidad.
El evangelio nos permite entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente. A veces nos hacemos la ilusión de que la Iglesia fue un proceso EXPRESS: el viernes la esperanza se había prácticamente acabado; el sábado todos esperan un milagro; el domingo el milagro se produjo y el lunes (casi por arte de magia) ya tenemos iglesia. No falta, igualmente, quien llegue a pensar que la Iglesia de ese momento tenía las mismas características de la actual. Se nos olvidan con frecuencia los XXI siglos de historia. Las cosas fueron lentas, los procesos fueron complejos y diversos. Los discípulos debieron vivir un proceso (que no fue meramente racional) de asimilación, de relectura, de interiorización, de transformación, de re-posicionamiento y de progresivo compromiso que despuntó en la misión, que fue – en definitiva- de la que surgió la iglesia, en su unidad pero también en su diversidad (hay que mantener las dos dimensiones). Los discípulos de la primera etapa tuvieron que pasar por un proceso existencial hondo, una experiencia vital que les posibilitó, poco a poco, llegar a la comprensión de lo que había ocurrido y de la identidad profunda de Jesús de Nazaret (fue esta comprensión la que permitió la elaboración de los textos que llamamos evangelios). Una cosa es vivir un acontecimiento y otra captar comprensivamente su contenido, su significado, sus alcances. Así nos pasa a todos con la fe. Ella pide un proceso de maduración y es, desde dentro de la experiencia, que tal maduración se da. De este proceso nos habla el evangelio.
No debemos echar pestes contra Tomás, pues- e realidad – en cada creyente hay un Tomás que debe madurar, que necesita más explicaciones, que le cuesta creer, que quiere comprender mejor, que necesita situarse en el verdadero horizonte: entrar en la pasión de su Maestro (“Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado”) y vivir la experiencia de la comunidad (“Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús”). Tomás quiere acoger la Buena Noticia, pero desde su vacío interior necesita comprender, precisa ser llenado por la presencia del Señor resucitado.
Tal vez nos haga falta madurar en la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales sobre Jesús y su evangelio, aprendidos con buena voluntad pero tal vez de manera poco reflexiva y con poco asidero existencial, no nos permiten ver con claridad cuál es el verdadero alcance de la fe cristiana, que confesamos. Esta superficialidad hace que la experiencia de fe no impacte nuestra vida y la vida de los que nos rodean. Nos caería bien hacer el ejercicio de des-aprender para re-aprender; un ejercicio de distanciamiento crítico de lo aprendido para revisarlo y re-aprender con una nueva conciencia. Tal vez necesitemos todos hacer lo del apóstol Tomás, entendiéndolo no como el incrédulo sino como el que quiere creer y quiere poner en práctica su fe. No pensemos que para los discípulos históricos de Jesús fue más fácil creer por haber sido sus contemporáneos. Quizá fue más difícil dadas las muchas expectativas sobre el Mesías y la revelación concreta que del Mesías aconteció en Jesús de Nazaret.
Ser portadores y constructores de paz desde la experiencia del Espíritu Santo. Este podría ser, por ahora, el punto de llegada de nuestra reflexión: La paz esté con Ustedes. Sí, pero no cualquier paz… La paz de Dios que se alcanza por la comunión en y con su Espíritu. Por eso Jesús nos da su Espíritu ("Reciban el Espíritu Santo”). Espíritu para amar, para perdonar, para construir, para crear, para humanizar, para cuidar la vida. Esto es la resurrección.
Te propongo las siguientes preguntas para nuestra reflexión:
1) ¿Qué semejanzas y diferencias hay entre la fe en el horizonte antropológico (creer a alguien como uno) y la fe religiosa (creer en Dios)?
2) ¿Qué sutil diferencia puede haber entre creer «a» Dios y creer «en» Dios?
3) ¿Hemos vivido experiencias de duda dentro de la fe?
4) ¿Hemos logrado conectar con la pasión de Jesús para poder tener acceso comprender bien su resurrección?
5) ¿Qué puedo decir de mi experiencia de Iglesia?
6) ¿Cómo estamos viviendo los aspectos que el libro de los Hechos nos propone: 1) la escucha y vivencia seria de la Palabra, 2) la participación viva y comprometida en la Eucaristía (llamada originalmente la «fracción del pan»), 3) la experiencia de la oración, 4) la convivencia fraterna, expresada en la solidaridad y en el compartir los bienes? Estas experiencias son constitutivas de la vida de la iglesia.
Terminemos nuestra meditación orando con el...
Demos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga el pueblo de
Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo diga la familia de Aarón:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
Me empujaron con violencia para derribarme,
pero el Señor vino en mi ayuda.
El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
Por último, te invito a que hagamos juntos la siguiente oración:
Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales; fortalece y educa nuestra fe y haz que nuestra vida sea siempre coherente con ella. Danos la comprensión y la sabiduría necesarias para sintonizar con tu Reino y trabajar por él, sabiendo que al construirlo ya lo estamos viviendo. Amén.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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