Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 24 del Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 11 de Septiembre.
Ama y haz lo que quieras, afirmó san Agustín. Santa Teresita del Niño Jesús descubrió que ella existía para amar y que, cualquiera que fuera su puesto en la Iglesia, lo fundamental consistía en amar.
Esto no es algo nuevo: el mismo Jesús vivió esto y dejó como único (entiéndase bien, como ÚNICO) mandamiento el amor: “Como el Padre me amó, así los he amado yo. Permanezcan en mi amor”. (Juan 15,9)
Pero hay que tener cuidado para no confundir el amor con cualquier otra cosa. Por eso la precisión “Como el Padre me amó, así los amé yo” es la clave para comprender la “lógica” de la praxis de Cristo Jesús… Lógica por la cual el cristiano ha optado.
¿Qué hay que evitar? Debemos evitar
apartarnos de este amor, salirnos de este amor, renegar de este amor, renunciar
a amar.
El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto."" Y el Señor añadió a Moisés: "Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo." Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre."" Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
En la primera lectura lo que se quiere subrayar es la misericordia: el amor ES MISERICORDIOSO, sabe perdonar, busca rescatar y cree en lo posible por venir. El relato propuesto busca ayudar al cristiano a descubrir e interiorizar que el amor – cuando es auténtico – es capaz de vencer el deseo de venganza, de castigo y de desquite.
El texto que meditamos se encuentra en la segunda parte del libro del Éxodo. En ella el autor quiere enfatizar el tema de la Alianza: Dios creo e hizo alianza con el pueblo de Israel. Una alianza de vida. Progresivamente, este pueblo comprendió que Dios lo había escogido no para excluir a las demás naciones, sino para ser su luz y para compartir la sabiduría que Dios le había dado. Por eso el autor sagrado, a través del libro del Éxodo, quiere insistir en el compromiso de amor y de comunión que este pueblo aceptó al entrar en alianza con Dios.
Esto mismo, pero en clave cristiana, es lo que acontece en el bautismo: hemos entrado en una alianza nueva con Dios, esta alianza ha sido sellada en la persona de Cristo y por ella lo que se busca es la comunión existencial con Dios y la salvación de toda la humanidad, de toda la creación.
Notemos que el texto nos sitúa en un ambiente especial: el monte Sinaí. Recordemos que la montaña es, en la Biblia, el símbolo del encuentro con Dios. Pero el Sinaí además de simbolizar dicho encuentro recuerda – según el relato bíblico – un acontecimiento clave: allí, Dios (a través de Moisés) da la Ley (las Tablas) al pueblo y sella con él su alianza. A partir de este momento, conservar en la mente y en el corazón esta Ley y vivir fielmente la alianza pasa a ser la preocupación fundamental de esta comunidad llamada por el Creador. Esta es una de las claves del camino espiritual de Israel.
En clave cristiana, no hay que olvidar la Alianza que Dios ha hecho con nosotros en el Bautismo; seguir fielmente a Jesús será la clave para vivir la Nueva Alianza.
El texto propuesto se centra en el pecado del pueblo y en la actitud de Dios ante este pecado: el perdón.
En la primera parte del texto se describe el pecado del pueblo: abandonó a Dios, lo cambió por un ídolo (es decir, por un no-dios elevado a la categoría de dios), se hizo una imagen distorsionada de Dios. Cuántas imágenes deformadas de Dios fabricamos. Debemos tener cuidado. Este es uno de los problemas claves de la vida espiritual. Por eso, en los salmos, encontramos peticiones que rezan: Señor, muéstranos tu rostro; Señor, enséñame tus caminos; Señor, muéstrame tu voluntad…
El pueblo se desvía del camino cambiando a Dios por un ídolo y haciéndose una imagen falsa de su Creador. De hecho, existía ya la advertencia de no hacerse imágenes de Dios. Con esta advertencia se pretendía salvaguardar la trascendencia divina, ya que con la imagen se corre el riesgo de cosificar a Dios (de hacerlo una cosa); y Dios está más allá de todo intento de cosificación, e incluso de definición. Claro, no es que el ser humano pueda cosificar a Dios, sino que cree poder hacerlo.
En la segunda parte del texto se describe la intercesión de Moisés: es la actitud de un hombre espiritual que intercede orando; un hombre que no piensa sólo en sí mismo, sino en la salvación del pueblo, de la gente, de los otros.
Preguntémonos: ¿Entran los otros en nuestra preocupación espiritual?
Moisés no hace referencia a ningún mérito por parte del pueblo (sabe que no los tiene, pues es un pueblo “cabeza dura”.
Lo mismo le ocurrió a Jesús con sus discípulos. Algunas veces les dijo que sufrían de esclerocardía… (es decir, que tenían, literalmente, el corazón embotado, tapado).
Pero Moisés se apoya en el amor fiel de Dios, con lo cual se subraya la gratuidad de la salvación. Moisés ha descubierto que la salvación no se obtiene por fuerza de nuestros pretendidos méritos, sino que es siempre un regalo de Dios.
El texto se cierra con la actitud misericordiosa de Dios: el amor fiel triunfa sobre el deseo de venganza. ¿Somos capaces de superar nuestros deseos de retaliación? ¿Logramos comprender que la punición puede calmar nuestra rabia momentáneamente, pero que no resuelve el problema de fondo? ¿Logramos ver al otro con ojos de misericordia y actuar no para su aniquilación sino para su rescate? Y, si fuésemos nosotros los del pecado ¿Qué desearíamos?
El texto nos invita a dejar ir las
imágenes de un Dios vengativo y cruel y nos exhorta a ser como Él:
misericordioso (Sin embargo, es importante no confundir misericordia con estupidez.
Son cosas distintas)
.
Cristo vino para salvar a los pecadores
Querido hermano: Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Y eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en Él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
En esta segunda lectura, san Pablo nos habla directamente de lo que para él es lo fundamental de la fe cristiana: creer que en la persona de Jesucristo.
Dios ha manifestado plenamente su amor, y ese amor se derrama incondicionalmente sobre todos (justos e injustos), buscando llevar a todos a la santidad.
Hay muchos lenguajes para hablar de la santidad, pero – en definitiva – ella no es otra cosa que el desarrollo de la persona en el amor de Dios.
Pablo, desde su propia experiencia, descubre que el amor de Dios se derrama gratuitamente sobre los pecadores (entre los cuales él mismo se cuenta) y los transforma en criaturas nuevas, en personas renovadas, que nacen a un nuevo estilo de vida, una vida “a la manera de Jesús”.
La carta nos habla de Timoteo. Sabemos que fue uno de los grandes amigos y discípulos del Apóstol Pablo. Timoteo aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles. De hecho, Pablo parece haberle confiado varias misiones delicadas, en el desarrollo de su obra evangelizadora. Pablo le confió la dirección de las iglesias de la Provincia de Asia Menor (1ª Timoteo 4,12).
Esta carta, que se presenta como un texto dirigido por Pablo a Timoteo, contiene una serie de instrucciones acerca de tres temas claves: 1) la organización de las comunidades cristianas, 2) el combate contra las posturas heréticas que deforman la fe y 3) la calidad de la vida de los fieles creyentes. ¿No son, acaso, tres temas siempre actuales? No podemos pensar en una renovación de la Iglesia sin pasar por ellos.
Desde el punto de vista formal, la parte de la carta que meditamos, nos propone el testimonio de vida de Pablo: él nos cuenta su experiencia: Se descubre amado, y perdonado por Dios… Y no sólo eso, sino también escogido y llamado para un servicio: la predicación de Jesucristo al mundo, la evangelización de los pueblos no-judíos (lo que en la Biblia se denomina “los gentiles”, “los paganos”). Pablo es consciente de su actitud como judío fariseo celoso de su fe (perseguidor de los cristianos) y de lo que Dios le mostró a través de Cristo Jesús. Se sabe llamado por Dios a una vida nueva.
Es esta conciencia la que explica, justifica y sostiene su nueva manera de vivir. Por eso afirma: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. ¿Qué ha hecho Dios en nuestra vida? ¿He descubierto la misericordia de Dios? Si hemos hecho esta experiencia ¿Qué orientación nueva hemos dado a nuestra vida? ¿Cómo expresamos el hecho de haber sido rescatados, perdonados y renovados por Dios? ¿Qué estilo de vida se corresponde con esta experiencia?
En su testimonio, Pablo insiste en:
Meditemos
sobre cada uno de estos aspectos; examinémoslos, pero no como algo teórico
(externo a nosotros), sino en el ámbito de nuestra propia vida.
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola: "Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta." También les dijo: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino al encuentro de su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.""
El texto del evangelio insiste en que el amor de Dios es incluyente, es para todos, pero busca – de manera especial – a los pecadores y a los excluidos. El texto enfatiza nuevamente la misericordia de Dios, el poder del perdón, la capacidad de alegrarnos con el bien del otro, con su transformación, con su conversión. Ah! Lo más importante, la parábola del Hijo Pródigo nos enseña que Dios no quiere esclavos, sino hijos. Es a esta experiencia a la que todos estamos llamados.
En el camino hacia Jerusalén Jesús continúa educando a sus discípulos. Él es nuestro maestro ¿Lo reconocemos como tal? ¿Qué tan buenos estudiantes de su escuela somos? Esta nueva lección se centra en la misericordia, en el perdón y en la lógica de Dios, que busca rescatar al ser humano pecador (distinta de la lógica humana que – con frecuencia – busca condenarlo, rechazarlo, excluirlo, suprimirlo, castigarlo.
Todo el capítulo 15 del evangelio de Lucas sostiene una tesis fundamental: Dios es amor, el amor es misericordia y la misericordia se ejerce saliendo a buscar al otro para rescatarlo, para levantarlo, para ayudarlo. Esto es lo que Dios hace y esto es lo que se espera de aquel que dice creer en Él.
Las tres parábolas tienen elementos comunes:
Notemos que el capítulo se abre con una precisión del narrador: Jesús acoge a los pecadores y – como reacción - los adversarios de Jesús (fariseos y escribas) murmuran contra Él, porque esta actitud de Jesús les parece insoportable, va contra sus esquemas mentales y religiosos de pureza, de santidad.
Pero ¿qué es la santidad? Según la lógica de una pretendida pureza por parte de los escribas y fariseos, no hay que acercarse al pecador, pues es un peligro: ‘No te metas con ellos’ ‘Ellos no merecen salvación’ ‘Son indeseables’ ‘Lo mejor que nos puede pasar es que no existan’, etc.
Aún hoy seguimos funcionando con estos criterios de exclusión y con este complejo de superioridad de unos sobre otros. La fraternidad predicada por Cristo es otra cosa… el amor de Dios es otra cosa. La misericordia no funciona en clave de rechazo, sino de rescate y para rescatar hay que acercarse. Esa crítica de los fariseos y los escribas es la que va a provocar esta enseñanza compuesta por las tres parábolas del capítulo 15.
Las tres parábolas justifican el comportamiento de Jesús como revelador de la lógica de Dios. En relación con la primera, quizá sea poco racional abandonar 99 ovejas para rescatar una, pero el amor no mide esto. Al amor le interesa rescatar lo que se ha perdido y cuidar de lo que pueda perderse.
Dios está loco de amor por la humanidad.
La segunda parábola muestra la preocupación de Dios por quien se aparta del camino del amor. Quizá sea poco racional barrer toda la casa por encontrar una simple moneda.
El amor de Dios no mide esfuerzos, aunque se trate de la más pequeña de las criaturas. Dios no mide esfuerzos, porque el amor no mide esfuerzos. Somos nosotros los humanos los que medimos, calculamos y ponemos límites. Quizá sea poco racional acoger y perdonar a quien nos ha hecho sufrir, a quien nos ha abandonado… pero el amor no está pensando en esto, sino en el cambio de la persona.
La enseñanza es clara: amar es centrarse no en el error cometido por el otro, sino en la posibilidad de cambio y en lo que el otro puede llegar a ser. Esto exige aprender a vivir en lógica de esperanza. Esto es lo que Dios hace con la humanidad.
Y nosotros ¿Qué hacemos? ¿Cuál es nuestra actitud ante los demás? Esta es la gran catequesis de Jesús en el evangelio de Lucas. Esta enseñanza es para nosotros, hoy. No la desperdiciemos.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Me pondré en camino adonde está mi padre.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R.
Señor, me abrirás los labios, y mi
boca proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un
corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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