Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 24 del Tiempo Ordinario Ciclo B, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2015, corresponde al Domingo 13 de Septiembre.
Obedecer… Es una palabra que no está muy de moda y que no tiene mucho éxito hoy. Llevamos mucho tiempo dentro de un paradigma que ha mantenido la obediencia como uno de los valores fundamentales. Sin embargo, el tema de la obediencia no es tan simple como parece. De hecho, muchas personas son obligadas (en el mundo) a obedecer órdenes absurdas, deshumanizantes e injustas. En esos casos es importante que surja el dinamismo liberador de la desobediencia. Descubrimos algo clave: No se trata, entonces de obedecer ciegamente. Igualmente, no se trata de desobedecer sistemáticamente, a ultranza. De lo que se trata es de discernir.
La Biblia nos enseña que la realización plena del ser humano pasa por la obediencia a Dios y a su proyecto (el Reino de Dios). Pero actuamos así bajo la convicción de que Dios nos ama y busca nuestro auténtico bien. No nos pide una obediencia irracional, que niegue nuestro verdadero ser. Ese proyecto de Dios llamado Reino consiste en amar de manera madura y ser capaz – desde el amor – de dar la vida por el prójimo. En esta experiencia de amor (que debe ser también un aprendizaje constante), cuatro criterios adquieren valor especial:
Ofrecí la espalda a los que me apaleaban
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me aplastaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca de mí, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
Algunas reflexiones:
Esta primera lectura nos presenta al profeta totalmente comprometido con el proyecto de Dios. Según el texto, este profeta está enfrentando una situación difícil, dramática: rechazo, persecución, incomprensión, tortura… Está en peligro de muerte. En estas circunstancias el profeta hasta podría llegar a la defección, podría abandonar su misión con tal de salvarse del peligro que lo acecha. Pero el profeta de nuestro texto opta por ir hasta las últimas consecuencias. El profeta tiene claras tres cosas:
En realidad, no sabemos quién fue este profeta al que el texto hace referencia. Algunos hablan de Jeremías, otros del mismo Isaías. Otros más, piensan que es una figura simbólica que cobija a todo el pueblo exiliado. Lo cierto es que el texto nos sitúa en la época de exilio en Babilonia (hacia el s. VI a.C.). En esta época, a los profetas les correspondió prestar un servicio de orientación y consuelo, para sostener al pueblo que – tras largos años de exilio – estaba desanimado, sin la esperanza de volver a su tierra y ante el peligro de ser devorado por la cultura y las religiones babilónicas.
Ante esta situación, el profeta anuncia la inminencia de la liberación: hay posibilidad de volver a la tierra perdida (la Tierra Prometida). Entonces compara esta nueva experiencia de retorno con el primer éxodo: la salida que (en el siglo XIII a.C.) había hecho el pueblo, dirigido por Moisés. Se trata entonces, nuevamente, de salir de la esclavitud, para ser libres y dedicarse al servicio de Dios. Pero el profeta va más lejos, no anuncia solamente el retorno a la tierra prometida (perdida), sino que anuncia la reconstrucción del país, la reconstrucción de Jerusalén. De eso nos hablan los libros de Esdras y Nehemías que también hacen parte del Antiguo Testamento.
Sin embargo, en medio de este mensaje de consuelo y de esperanza, aparecen varios textos intercalados que quiebran esta temática de alegría. Son cuatro cantos tristes (e incluso dramáticos) que se conocen como los Cuatro Cantos del Siervo de Dios. Este servidor cumple su misión en medio del sufrimiento, pero se mantiene firme, se entrega totalmente a Dios, confía en Él y su entrega adquiere un valor redentor.
Este siervo de Dios es una figura enigmática, profunda, sublime, extraordinaria. Seis siglos después, aproximadamente, los cristianos percibieron que Jesús de Nazaret encarnó perfectamente estas características y, por eso, aplicaron este texto a Jesús para afirmar, apoyados en él, que Jesús es el verdadero siervo de Dios, el verdadero testigo del Reino de Dios. La Carta a los Hebreos nos dice que Jesús “entre lágrimas… aprendió a obedecer”. Hebreos hace, sin duda, eco a los Cantos del Siervo que aparecen en el libro de Isaías. Recordemos que este texto lo encontramos, aplicado a Jesús, en la liturgia de la Semana Santa.
Lo que más impresiona en nuestro texto es la serenidad con que el servidor de Dios enfrenta su destino. Esta serenidad le viene de su total confianza en Dios: Dios no me fallará y no dejará vacía la entrega, la donación de su servidor.
Algunos aspectos pueden ayudarnos en nuestra meditación:
Vale la pena que meditemos si la cultura de facilidad, superficialidad y comodidad que nos envuelve nos permite madurar para asumir de manera fiel y coherente los compromisos que dependen de nuestra opción por Dios. La figura de este enigmático siervo de Dios nos interpela y nos confronta.
La fe, si no tiene obras, está muerta
Hermanos, ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿De qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: "Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe."
Algunas reflexiones:
Continuamos la reflexión de la carta de Santiago. Se trata – como hemos dicho – de una carta enviada a los cristianos de origen judío, que se encuentran dispersos en el mundo greco-romano, en los alrededores de Palestina. El objetivo de la carta es exhortar a los cristianos para que no pierdan los valores que han heredado del judaísmo a través de las enseñanzas de Jesús, el Cristo.
El texto que meditamos en esta ocasión nos recuerda que el cristiano, en su seguimiento de Jesús, no debe quedarse en las bellas palabras, en las buenas intenciones, en la comodidad o en teorías elaboradas. El amor es, fundamentalmente, una praxis, una práctica y debe estar constituido y expresado a través de acciones concretas de respeto, ayuda, solidaridad y servicio.
Recordemos que el autor de la carta de Santiago no pretende negar lo que Pablo afirmó en la carta a los Romanos, en la cual el Apóstol escribe que es por la fe que el ser humano es justificado, independientemente de las obras de la Ley (se refiere a la Ley Mosaica). Lo que Pablo pretende evitar en los cristianos es la falsa idea de que el ser humano puede garantizarse a sí mismo la salvación.
Por el otro lado, lo que el autor de la carta de Santiago busca es – desde otra perspectiva – evitar que los cristianos caigan en una postura cómoda, que se crucen de brazos y piensen que diciendo “yo tengo fe” todo estará resuelto. Hay que mantener integradas las dos posturas: la de Pablo y la de Santiago.
Algunos puntos claves para nuestra meditación, a partir de este texto, pueden ser:
Tú eres el Mesías. (…) El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías." Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días." Se los explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará."
Algunas reflexiones:
En su evangelio, Marcos presenta a Jesús como el Mesías e Hijo de Dios que trae la liberación integral al ser humano. Jesús desarrolla su misión mostrando a los discípulos, con su vida, con su enseñanza y con sus signos (milagros), que el camino de la salvación está indisolublemente ligado al amor, pero que se trata de un amor capaz de donarse en favor de los amados. Es por eso que – según el texto – de la boca de Jesús brota la totalidad de este misterio de amor/donación: me perseguirán, me ultrajarán, me matarán…resucitaré.
Notemos que, según la narración de Marcos, Jesús está peregrinando con sus discípulos y va desarrollando con ellos su enseñanza y su misión de maestro-formador. Los está formando para ser los continuadores de la misión. Jesús está viviendo un camino de amor, donación, servicio, conflicto, sacrificio, sufrimiento y quiere que sus discípulos asuman este mismo camino y que interioricen la lógica del Reino de Dios.
Recordemos, además, que uno de los temas fundamentales del evangelio de Marcos es el problema de la identidad teológica de Jesús. Muchos conocen quién es Él desde el punto de vista humano y social: es el carpintero, el hijo de José y de María. Incluso conocen algunos de sus familiares. Sin embargo, la identidad teológica de Jesús es otra cosa, mucho más profunda y de un alcance inusitado. ¿Quién es Él según Dios? ¿Quién es Él para Dios? ¿Quién es Jesús para los humanos en cuanto mediador de salvación? Los discípulos tuvieron que recorrer un largo camino con Jesús y vivir con Él una relación íntima y reveladora antes de poder afirmar (por la boca de Pedro, que los representa a todos): “tú eres el Mesías”.
En la primera parte del evangelio, Marcos insiste en esta convicción. En la segunda parte, su intención es afirmar que Jesús es el Hijo de Dios. Y, ya en el primer capítulo, se presentan las dos afirmaciones como si se tratara de un programa a desarrollar: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1).
Con todo, ni como Mesías ni como Hijo de Dios se le eximió a Jesús el hecho de asumir y cargar con las dificultades propias de la condición humana (recordemos que la encarnación consiste en asumir en TODO la condición humana). Tampoco se le dispensó de pasar por el peligro de las trampas de la historia y de la maldad. Si bien su vida estuvo habitada por el amor, la alegría, la esperanza, la amistad, la contemplación orante; también lo estuvo por las preocupaciones, los problemas, el sufrimiento, el dolor, la incomprensión, etc. Debemos meditar esto una y otra vez, a fin de asumir, como Él, la complejidad de la vida.
El texto de hoy presenta dos partes. En la primera, Pedro (que representa a los discípulos) afirma que Jesús es el Mesías (el liberador que Israel esperaba). En la segunda parte, Jesús explica a los discípulos (recordemos que los está educando) que su misión debe ser entendida y asumida desde la lógica de la cruz. La cruz debe ser comprendida como la capacidad real de donar la vida por amor.
En este itinerario vital con Jesús hay que superar las opiniones de los otros. Cada discípulo debe hacer su propia experiencia. Por eso Jesús pasa de la primera pregunta (¿Quién dice la gente que soy yo?) a la segunda (Y Ustedes, ¿qué dicen de mí?). Y… si esta segunda pregunta fuese para mí, ¿Cuál sería mi respuesta? Notemos que la comprensión que los discípulos tienen de Jesús (expresada a través de Pedro) es más profunda que la que tiene “la gente”.
La respuesta de Pedro es correcta, pero aún falta algo. Falta la comprensión adecuada de lo afirmado. Jesús es el Mesías, pero ¿qué tipo de Mesías tiene en su cabeza Pedro? Falta, en la respuesta de Pedro, la comprensión adecuada de cómo era que el mismo Jesús entendía y asumía su identidad y misión de Mesías. Entonces Jesús le (les) explica que es por el camino de la donación, del sufrimiento y del servicio que se realiza su identidad y misión mesiánicas.
De hecho el título de Mesías podía prestarse – en ese momento – a falsas interpretaciones: algunos esperaban un Mesías político-nacionalista; Otros esperaban a un Mesías riguroso observador de la Ley; no faltaba quien pensara que debía ser necesariamente un Sumo Sacerdote. Y Jesús no se veía en ninguno de esos “ropajes”. Entendemos por qué Jesús pide a sus discípulos (que han dicho, a través de Pedro, que Él es el Mesías) que guarden silencio: “Les ordenó severamente que no dijeran nada a nadie”.
El texto se cierra con unas palabras de Jesús en las que pone de manifiesto las exigencias para quien quiera ser su discípulo:
Estos cuatro puntos pueden ayudarnos a meditar la propuesta de este evangelio.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco. R.
Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor, "Señor, salva mi vida." R.
El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó R.
Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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