Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 23 del Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 4 de Septiembre.
Jesús continúa el
proceso de formación de sus discípulos. Esta vez la enseñanza se centrará en
los niveles de exigencia de la opción por el Reino de Dios. Estamos
permanentemente tentados por el facilismo y en muchos impera la ley del menor
esfuerzo.
¿Quién comprende lo que Dios quiere?
¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada, y la sabiduría los salvó.
En la primera lectura, que está tomada del libro de la sabiduría, se insiste en que sólo en Dios el ser humano puede encontrar la verdadera felicidad y el sentido pleno de la vida. Por eso vale la pena adherir al Reino. La exigencia no nos debe desanimar. Debemos entenderla en la lógica de una opción por algo auténtico y realmente valioso.
Las dos primeras preguntas de la lectura son claves: ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Si no pudiéramos comprender los designios de Dios no tendría sentido hablar de experiencia espiritual ni de “seguimiento de Jesús”.
Ahora bien, podemos comprender tales designios, podemos conectar nuestra voluntad con el querer de Dios, porque Dios mismo ha ido revelando (manifestando) sus designios y su voluntad y nos ha capacitado para que podamos captarlos, comprenderlos, acogerlos, meditarlos, interiorizarlos y vivirlos. Eso es lo que sostienen todos los textos de la Biblia.
Más aún, la fe cristiana sostiene que – al llegar la plenitud de los tiempos – Dios quiso, a través de su Hijo Jesús revelarse y revelar su plan de salvación de manera plena, de tal modo que quien quiera comprender a Dios lo pueda hacer siguiendo y contemplando a Jesús. Por eso Jesús, en el evangelio de san Juan, dice a Felipe (y en él a todos): “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? (…) El Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.” (Juan 14, 9-10).
El libro de la Sabiduría busca trasmitir la sabiduría espiritual de la experiencia del antiguo pueblo de Israel. Esa sabiduría es comprendida como el arte del buen vivir, que lleva a la felicidad. Al dominio de este arte sólo se llega a través de la rectitud, la humildad, la comunión con Dios y una sana convivencia con los demás.
En el libro, el autor se presenta como un rey apasionado por adquirir la sabiduría. Esta es ya una de las grandes enseñanzas: es necesario desear la sabiduría, buscarla y esforzarse para adquirirla, porque ella no llega al perezoso ni al superficial.
El libro fue escrito, por un judío piadoso, hacia el siglo I a.C., en Alejandría (aunque aparezca que quien habla es el rey Salomón, quien vivió hacia el siglo X a.C.). A través del libro, el autor quiere animar a sus compatriotas, que viven en la diáspora (es decir, fuera de su tierra), a perseverar en su fe y en sus tradiciones. El autor usa un lenguaje adaptado al entorno helénico en que se encuentran sus compatriotas, pero el contenido expresa la riqueza de la sabiduría del pueblo de Israel. La lectura que nos es propuesta no es otra cosa sino un elogio a la sabiduría.
De este texto podemos entresacar varios puntos para nuestra meditación:
Recíbelo, no como esclavo, sino como hermano querido
Querido hermano: Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad. Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.
La segunda lectura, está tomada de la hermosa Carta de san Pablo a Filemón, que condensa lo esencial del mensaje cristiano, desde el punto de vista de la fraternidad: “Quiero que recibas a Onésimo – Dice Pablo a Filemón – no como un esclavo, sino como a un hermano”. Es un reto impresionante para todos lo que afirman creer en Jesús, vivir la fraternidad.
Esta carta, breve y personal, fue dirigida por Pablo a un eminente personaje de la comunidad de Colosas, que había sido evangelizado por él. Según lo que se sabe, el esclavo Onésimo (que pertenecía a Filemón) escapó. Tiempo después, encontró a Pablo y se hizo cristiano, luego de haber sido instruido por él. Pablo se encontraba en ese entonces preso (no sabemos si en Roma o en Éfeso) y Onésimo lo acompañaba. La situación podía complicarse si Filemón interpretase que Pablo le estaba dando protección a un esclavo fugitivo. Entonces Pablo decide devolver a Onésimo a manos de su antiguo amo. Pero, ya que ha evangelizado a los dos y les ha mostrado el camino cristiano del amor fraterno, escribe esta carta en la que pide a Filemón acoger – con corazón nuevo y ojos nuevos – a Onésimo. Pablo explica a Filemón la situación e intercede por Onésimo. Es una carta tierna que llega a lo esencial. Sugiero su lectura completa.
¿Qué rescatar de este texto?
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."
En el texto del evangelio, Jesús recuerda a sus discípulos que optar por el Reino es asumir un camino de compromiso y desprendimiento.
Lo primero que Jesús recuerda a quien quiera ser seguidor suyo es que el Reino de Dios (el proyecto amoroso y salvífico de Dios) debe tener primacía (prioridad) sobre todo lo demás.
No es que lo demás no tenga valor, sino que debe ser valorado desde los criterios y valores del Reino de Dios. Todo: proyectos, deseos, búsquedas, intereses personales, deben ser examinados pasándolos por el cedazo del Reino. Jesús pide a sus discípulos libertad, claridad y compromiso…
¿Es este el cristianismo en el que nos hemos formado?
La enseñanza de Jesús se dirige no sólo a sus discípulos (los Doce) sino a la multitud que lo escucha. El domingo pasado Jesús nos enseñaba que el Reino de Dios estaba abierto a todos (Todos estaban invitados al banquete del Reino), pero este domingo nos enseña que el camino hacia el Reino y la entrada en él son algo exigente.
La catequesis de hoy se centra en la capacidad de renuncia, en la capacidad de priorizar el Reino, en el discernimiento que requiere vivir en un mundo en el que – con frecuencia – el Reino de Dios no es lo primero.
Pero hay que aclarar que la renuncia de que se habla aquí no consiste en quitar todo valor a las realidades de la vida: la familia, los bienes, la propia vida, etc., sino en dar a ellas su justo valor, pero desde el Reino.
En ese sentido se habla de posponer (algunos textos traducen posponer por odiar a padre y madre. Hay que tener cuidado con las traducciones y con la interpretación que se hace).
La renuncia a la propia vida debe entenderse desde el reto de superar el egoísmo. El discípulo de Jesús no puede vivir dominado por el egoísmo (que hace que la persona piense sólo en sí misma, que no se interese por las demás y que, incluso, termine utilizando a los otros). Si se deja llevar por el egoísmo, el discípulo jamás llegará a ser como su maestro, que vino no para ser servido, sino para servir.
La renuncia a los bienes tiene que ver con la fuerte tendencia que tenemos los seres humanos a hacer de las posesiones nuestra prioridad. Estamos en un mundo en el que giramos en torno a lo que poseemos e incluso somos clasificados de acuerdo a lo que se tiene o no se tiene, como si esto nos hiciera automáticamente mejores o peores.
Cuando nuestro corazón se deja arrastrar por esta dinámica corremos el riesgo de terminar esclavizados por las cosas: somos poseídos por ellas. También, corremos el riesgo de maltratar a los demás al excluirlos o, más dramáticamente aún, al volvernos insensibles a sus necesidades.
Sin duda, el evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestra manera de comprender y vivir nuestra relación con Dios y con los otros. El texto nos recuerda que “allí donde está nuestro tesoro también estará nuestro corazón”.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: "Retornad, hijos de Adán." Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna. R.
Los siembras año por año, como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. R.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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