Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 22 del Tiempo Ordinario Ciclo B, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2015, corresponde al Domingo 30 de Agosto.
Pasamos del PAN a la LEY. Con todo, no perdamos de vista que tanto el pan como la ley deben estar al servicio del ser humano. La ley (las leyes) debe contribuir al proyecto de realización plena del ser humano en sociedad. En consecuencia, debemos comprender la ley (y en el caso de las lecturas, la ley de Dios) como una herramienta mediante la cual Dios muestra a la humanidad el camino a seguir. La ley es necesaria, pero – como sucede con toda realidad humana – puede servir para lo mejor o para lo peor. Hay que estar atentos, porque, hasta en el terreno religioso, la ley también puede estar sujeta a perversiones. Algunas de ellas son:
No añadáis nada a lo que os mando. Cumpliréis los preceptos del Señor.
Moisés habló al pueblo, diciendo: - "Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?"
La primera lectura intenta decirnos que las leyes que Dios dio al antiguo pueblo de Israel constituyen un camino seguro para encontrar su felicidad y para consolidarse como pueblo. Por eso se insiste al pueblo en que acoja, escuche, respete y practique la ley… en pocas palabras, que se deje guiar por ella.
Algunas reflexiones:
El libro del Deuteronomio fue descubierto en el templo de Jerusalén hacia el s. VII a.C., durante el reinado del rey reformador Josías. En este libro, los teólogos que intervinieron en su redacción proponen los aspectos claves de su teología (aspectos que marcaron la fe del pueblo de Israel de los siglos posteriores):
1. No hay sino un solo Dios,
2. Este Dios debe ser adorado en un único templo (Jerusalén),
3. Dios eligió al pueblo de Israel e hizo con él una alianza de mutua pertenencia.
4. Dicha alianza es eterna.
5. El pueblo de Israel debe sentirse, comprenderse y actuar como pueblo de Dios.
El libro del Deuteronomio se presenta como un texto compuesto por algunos discursos pronunciados por Moisés y dirigidos al pueblo, desde la estepa de Moab, antes de entrar en la Tierra Prometida. El texto propuesto hoy es una parte del primer discurso de Moisés (Dt 1, 6-4, 43). En este discurso, Moisés recuerda al pueblo toda su historia y le invita a hacer memoria del camino andado. Les muestra cómo Dios ha estado presente en todo el camino y ha sido fiel. Apoyado en esta experiencia, Moisés invita al pueblo a permanecer fiel a Dios. Para ayudarlo a ser fiel le ofrece un conjunto de preceptos, de normas, de instrucciones. La observancia de esas normas le ayudará a vivir fielmente la alianza que Dios ha pactado con la comunidad.
Desde el punto de vista redaccional, el libro del Deuteronomio fue redactado muy seguramente al final de la dura experiencia del exilio del pueblo en Babilonia. Durante esta experiencia de exilio el pueblo experimentó la tentación de olvidarse de Dios, de abandonar la alianza, de dejarse devorar por la cultura y las religiones babilónicas. En ese contexto los teólogos llamados deuteronomistas (deuteros= segunda y nomos = ley) invitan al pueblo a mirar hacia el pasado (hacer memoria), redescubrir en su historia la presencia amorosa y providente de Dios y a renovar el compromiso con el Dios de la Alianza (el Dios de sus antepasados: Abraham, Isaac, Jacob).
Sabemos que el exilio en Babilonia terminó cuando el imperio persa se impuso (cambio de potencia) y permitió a los pueblos vasallos (entre ellos Israel) volver a su propia tierra (que para entonces estaba habitada por los israelitas que no alcanzaron a ser deportados y por otros pueblos que habían llegado. Ya podemos imaginar el problema…también conocemos la historia de los desplazados). En esta perspectiva el libro del Deuteronomio era el texto perfecto para advertir al pueblo que este retorno era una nueva oportunidad que Dios le daba y que debía aprovecharla. Era, igualmente la ocasión para recordarle que el don se puede perder por causa de la infidelidad (esta es la enseñanza clave, en la cual nosotros debemos meditar).
Podemos destacar, para nuestra reflexión, algunos aspectos claves:
Llevad a la práctica la palabra
Mis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los cielos, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.
La segunda lectura es una invitación que Santiago hace a los cristianos para que acojan la Palabra de Dios. Si los discípulos de Jesús hacen esto experimentarán una profunda transformación en su manera de vivir.
Algunas reflexiones:
La carta que leemos este domingo ha sido atribuida a un tal Santiago. La tradición piensa que se trataba de aquel cristiano que presidió la Iglesia de Jerusalén. Otros piensan que se trata del hombre del cual habla Mateo en su evangelio (Mt 13, 55; Mt 27, 56). ¿Se trataría del hijo de Alfeo (Mc 3,18)? ¿O del hermano de Juan (Mc 1, 19)? No sabemos con exactitud quién fue Santiago (el de la carta). Pero esto no es lo realmente importante. Tenemos esta carta: hermosa, directa, clara, contundente, que fue leída por las comunidades cristianas y que hace parte de nuestro Nuevo Testamento.
Lo que sí es claro es que el autor de la carta fue un cristiano proveniente del judaísmo, pero que maneja un griego impecable. Fue, seguramente, un judío que se convirtió al cristianismo y que hace uso de la sabiduría de que dispone para hablar del seguimiento de Cristo.
La carta aparece enviada a las Doce tribus de Israel que viven en la diáspora (Sant. 1,1). Probablemente se trata de las comunidades cristianas de origen judaico, que se encontraban dispersas por el imperio, en el mundo greco-romano.
La carta parece estar en contraposición con la doctrina de san Pablo, que sostiene que la salvación nos viene por la fe y por la gracia de Dios. Pero la contradicción es apenas aparente. Lo que el autor de la carta de Santiago busca es dar respuesta a algunas interpretaciones erróneas de la doctrina paulina de la salvación por la fe. El autor critica aquella postura pasiva y cuasi mágica de algunos cristianos: “puesto que la salvación viene por la fe, entonces si yo creo en Jesús puedo cruzarme de brazos y todo irá bien”. Nada más iluso. Santiago dirá a estos cristianos mal enfocados que las cosas no son así, pues el comportamiento, la acción, las obras del creyente son muy importantes y en ellas se revela la auténtica coherencia del discípulo: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo – por mis obras – te mostraré mi fe.”
El texto propuesto como segunda lectura hace parte de la primera parte de la Carta. El autor presenta un breve panorama de los problemas que lo preocupan y que tratará en los capítulos siguientes.
Veamos los temas claves de este texto, que pueden servirnos de guía para nuestra meditación:
1. La gracia de Dios y su bondad: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los cielos. ¿Has meditado en los beneficios que has recibido de Dios, en sus dones? ¿Has examinado lo que has hecho con ellos? ¿Eres agradecida(o)?
2. La importancia de la predicación para conocer a Jesucristo. Si Jesús no es predicado sería imposible llegar a conocerlo: Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. La palabra hecha predicación es clave en la vida de la Iglesia, pero dicha palabra (predicación) debe ser honesta, profunda, propositiva, sugerente. ¿Cómo son las predicaciones que las comunidades escuchan los domingos? ¿Realmente son alimento para las comunidades que acuden a las celebraciones?
3. Pero la palabra predicada está al servicio de Aquel que es la Palabra de Dios hecha persona (Jesucristo): El Padre de los cielos (…) con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. ¿La palabra que es predicada me acerca a la Palabra de Dios hecha carne? ¿Me acerca a Jesús?
4. Es necesario distinguir varios niveles de la Palabra: a) Estamos invitados a acoger la Palabra de Dios (Jesús), b) Pero también es necesario acoger la Palabra de Jesús (sus enseñanzas), c) Así mismo, es importante acoger la predicación sobre Jesús (el anuncio que de Él hacen los buenos evangelizadores).
5. No hay que olvidar que es necesario pasar de la escucha y las buenas intenciones a la acción: Llevadla (la Palabra) a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Cada domingo la Palabra es proclamada y, supuestamente, escuchada con atención y con “hambre” espiritual. ¿Hacemos el esfuerzo de transformarla en práctica, en vida?
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús "¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores"? Él contesto: "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres." Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: "Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro."
En el Evangelio, Jesús denuncia la actitud de aquellos que permanecen encerrados en el círculo vicioso del cumplimiento riguroso de las leyes, las normas, los ritos, las prácticas de piedad, pero – desconectados del amor – son capaces de negar, ultrajar o ser indiferentes al prójimo (especialmente al prójimo necesitado). En la perspectiva cristiana, la verdadera religión entiende que la ley está al servicio de las personas y no al revés; entiende que lo primero no es el cumplimiento de normas, sino el amor; entiende que lo fundamental no es hacer ritos externos sino vivir un proceso serio y consciente de transformación (llamado teológicamente conversión). El amor a Dios y al prójimo, la preocupación por el ser humano necesitado y la propia experiencia de conversión son lo fundamental de la fe cristiana y son estas experiencias las que realmente hacen del creyente un auténtico discípulo de Jesús.
Algunas reflexiones:
Marcos en su evangelio quiere presentar a Jesús como el Hijo de Dios y el Mesías esperado, que proclama con obras y palabras el Reino de Dios. Toda la actividad misionera de Jesús no es otra cosa sino la buena noticia de la llegada del Reino de Dios, que es la presencia amorosa de Dios que busca a la humanidad para salvarla.
La propuesta de Jesús fue profunda, amorosa, pero también fuerte con las instituciones y las lógicas de la religión judía de su época. Las posturas de Jesús provocaron diversas reacciones: acogida por parte de unos, escepticismo por parte de otros y clara oposición (entiéndase persecución) por parte de otros, especialmente de las autoridades religiosas judías.
Cuando Marcos escribió su Evangelio (aproximadamente 35 años después de la muerte y resurrección de Jesús), la cuestión del cumplimiento de la ley judaica aún era un problema debatido con ardor entre las comunidades cristianas. De hecho, para muchos cristianos provenientes del Judaísmo, la fe en Jesucristo debía estar precedida de una etapa judaizante para aquellos cristianos provenientes del mundo pagano (los otros pueblos distintos de Israel). Pero había otras posturas (entre las que se destacaba la postura de Pablo de Tarso (nuestro san Pablo), que sostenía que la observancia de las leyes mosaicas no era obligante para aquellos que – desde el mundo pagano –quisieran entrar en el seguimiento de Jesucristo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que hubo necesidad (precisamente por este tipo de problema y de “agarrones”) de celebrar un concilio (fue el primer concilio en la historia de la Iglesia) en la ciudad de Jerusalén, hacia el año 49 d.C. La postura de Pablo fue aceptada como la postura razonable a seguir, pero aún después de este concilio el problema continuó por algunas décadas más (lo cual quiere decir que no bastan los decretos y que hay cosas que no se transforman por decreto si no hay voluntad real y esfuerzo sincero).
En el texto propuesto para este domingo, la confrontación de Jesús fue con un grupo de escribas y fariseos. Recordemos que poco antes de este episodio Jesús había realizado la multiplicación de panes y pescados (Mc 6,34-44). Lo que Jesús hizo, en el episodio de la multiplicación de los panes y pescados, fue proponer – a través de este signo – un modo nuevo de construir fraternidad por la práctica de la solidaridad (esa es la lógica del Reino de Dios). Los líderes judíos no se atrevían a pelear directamente con Jesús, pero lo atacaban a través de sus discípulos criticándolos: “Ellos no siguen la tradición de los antiguos y comen sin lavarse las manos”. En la época de Jesús, esas tradiciones de los antiguos ya habían conformado un conjunto de 613 leyes (era una casuística bastante complicada). El pueblo sencillo tenía gran dificultad en conocer la totalidad de estas normas y en vivirlas, pero los fariseos y escribas estaban empeñados en que todos debían observarlas. Ellos pensaban que esta observancia exacta de las normas era el camino para hacer de Israel un pueblo santo y para apresurar la venida del Mesías.
Volvamos al Evangelio. Lo cierto es que cuando Marcos introduce en su Evangelio esta narración sobre los ritos de purificación (en este caso la purificación de las manos, antes de comer) está abordando este problema.
Sabemos que en tiempos de Jesús muchas reglas ligadas a la pureza eran rigurosamente practicadas y exigidas por los doctores de la ley (doctores siempre tenemos). Se pensaba que había muchas cosas externas que manchaban al creyente piadoso, que lo hacían impuro y lo apartaban de Dios. Por ello debían purificarse constantemente (eso explica por qué en la parábola del Buen Samaritano, tanto el sacerdote como el levita ven al herido pero dan un rodeo: si lo tocan quedan impuros y no pueden ir a celebrar la liturgia en el templo (¡Qué cosas!). Uno de esos ritos (pues había muchos) consistía en el lavatorio de manos antes de las comidas, el cual no era una cuestión de higiene (como lo tenemos actualmente), sino una cuestión religiosa. Los fariseos notan que los discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos y quedan “escandalizados” (también hoy la gente se escandaliza… claro que nos escandalizamos de algunas cosas y dejamos pasar otras que son más esenciales y graves).
Muy seguramente esta situación sirvió a los fariseos y escribas para sondear a Jesús, para ponerlo a prueba y averiguar qué tan ortodoxo era, esto es, si respetaba “a pie juntillas” las tradiciones de los antiguos.
Jesús responde a los fariseos denunciando la superficialidad de su vivencia y enfoque religioso y sobre todo su desconexión con la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que el ser humano ame: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Jesús denuncia que prefieren observar los ritos, aunque no vivan en comunión con Dios y sean incapaces de amar al prójimo. Jesús reconfigura las cosas y deja claro que lo importante no es una pretendida pureza externa, sino una transformación y purificación del corazón (el problema no está fuera sino dentro).
Recordemos que en la antropología bíblica, el corazón es el símbolo de la interioridad humana. Jesús quiere dejar claro que la verdadera religión debe pasar necesariamente por el corazón.
Algunos aspectos que pueden guiar nuestra meditación son:
1. ¿Qué es lo decisivo en la relación con Dios?
2. ¿Conozco las tradiciones religiosas en las cuáles crecí?
3. ¿Cuáles de esas tradiciones tocan realmente lo esencial del ser cristiano?
4. ¿Cuál es la diferencia entre un cristianismo mecánico lleno de tradiciones no suficientemente reflexionadas y un cristianismo maduro y de compromiso existencial?
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente / y practica la justicia, / el que tiene intenciones leales / y no calumnia con su lengua. R.
El que no hace mal a su prójimo / ni difama al vecino, / el que considera despreciable al impío / y honra a los que temen al Señor. R.
El que no presta dinero a usura / ni acepta soborno contra el inocente / El que así obra nunca fallará. R
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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