Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo 16 del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 23 de Julio.
Nos hemos acostumbrado a clasificar de manera dualista a la gente entre buenos y malos, pero pocas veces pensamos en la presencia de la bondad y de la maldad en el mismo terreno (esto es, en nosotros, en nuestro propio grupo, en nuestra iglesia, etc.). El ámbito religioso ha tenido, frecuentemente, esta tendencia, especialmente porque entiende la historia humana como una constante guerra entre el bien y el mal. Pero debemos evitar que esta lógica de buenos contra malos, de cielo contra tierra, de hombre contra naturaleza, etc., nos impida comprender, cuidar y favorecer la riqueza que hay en la pluralidad, en la diversidad.
No se trata de ignorar la presencia del mal en la vida humana, pero sí de tener cuidado para no confundir cuidado y transformación con destrucción masiva del otro diferente. Hay que tener cuidado para no atribuirnos aceleradamente el puesto de justos/perfectos y el rol de jueces de los demás, provocando con ello situaciones de exclusión. De lo que se trata es de asumir la tarea de una acción transformadora (primero, en nosotros mismos y, luego, con otros [parecidos y diferentes] en el entorno en el que vivimos), con el objetivo de construir un mundo cada vez más humano para todos. Esto nos invita a comprender que de las estructuras basadas en la injusticia, en la violencia y en la inequidad no podrá brotar el bien necesario para que el mundo avance, sino – por el contrario - fenómenos de muerte y división.
Las lecturas
propuestas deben ser adecuadamente interpretadas, evitando entenderlas como un
llamado a entrar en una actitud pasiva, que espera que todo cambie mágicamente,
sin asumir ninguna responsabilidad. Es muy fácil y cómodo quedarnos
diciendo que confiamos en Dios y no hacer nada, esperando que ‘Él lo haga
todo’.
En el pecado, das lugar al arrepentimiento
Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
Algunas reflexiones
Dios es un Dios del cuidado: “Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo”. Tal vez no hemos pensado suficientemente en este fino detalle. Vivimos en un planeta en el que millones de personas mueren de hambre; la comunidad científica nos alerta ante la extinción de especies por causa de la inadecuada intervención humana; el Papa Francisco publica una encíclica (Laudato Si) que llama a toda la humanidad a cambiar la manera de vivir, debido a las consecuencias nefastas que su actual forma de vida tiene sobre el planeta entero. Nos dice que estamos acabando con la ‘casa común’, etc. Todos estos fenómenos tienen que ver con la falta de cuidado. Cuidar aparece como uno de los mayores imperativos de la época: cuidar la vida, cuidar el planeta, cuidar las relaciones humanas, cuidar la vida interior, cuidar la salud emocional y mental, cuidar lo ya construido, cuidar la ciudad, etc. Todos estos cuidados terminan integrándose en una gran red (también la falta de cuidado en diversos ámbitos crea red). Creemos en Dios que cuida de su creación y de sus criaturas y, por tanto, quien cree en Dios está llamado a ejercer, en el mundo, esta actividad ‘cuidadora’.
Tres atributos ejercidos desde el amor: poder, justicia, perdón: “Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.” Si falta el amor estas tres realidades se desvirtuarán: el poder sin amor se transforma en tiranía; la justicia sin amor se corrompe y, sin amor es imposible el auténtico perdón. La historia humana (en general) y nuestra propia vida (en particular) nos muestran que existe – en nosotros – una especie de fragmentación que no nos deja integrar adecuadamente el poder, la justicia y el perdón. Hay un gran trabajo por hacer en nosotros y en la sociedad.
El justo debe ser humano y el humano debe ser justo: “Enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”. Se refiere aquí a la persona creyente y piadosa. Esta persona debería, por su intimidad con Dios, aprender de Él la práctica de la justicia y la relación entre justicia y misericordia. Captar esta relación es la base fundamental del perdón (pues ser misericordioso es ser capaz de tener un corazón grande y generoso ante la miseria de otros, ante los otros en su miseria).
La posibilidad y la capacidad de arrepentirse: “Diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. Esta es, quizá, la línea conductora de la liturgia de este domingo. El arrepentimiento está profundamente asociado a los procesos de conversión. No hay necesidad de hundirnos en un descorazonador fatalismo; podemos ser diferentes; la vida puede construirse de otra manera.
Dejadlos crecer juntos hasta la siega
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'"" [Les propuso esta otra parábola: "El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas." Les dijo otra parábola: "El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente." Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo." Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo." Él les contestó: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga."]
Algunas reflexiones
El texto del evangelio nos propone tres parábolas. Recordemos que las parábolas son pequeñas narraciones, basadas en una comparación, con las cuales se pretende tocar el corazón y la conciencia del oyente o del lector, a fin de provocar en él un cambio. En el caso de las tres parábolas de hoy, cada una de ellas busca enfatizar un aspecto de la acción de Dios (del Reino de Dios). Veamos:
En la historia humana coexisten el bien (buena semilla) y el mal (cizaña), pero no hay que desesperar: “…un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña”. Lo que debemos hacer es seguir trabajando, incansablemente, para que la transformación se dé en el horizonte que Dios nos propone. Sin embargo, es importante tener cuidado de no situarnos, automáticamente, del lado de ‘la buena semilla’ y ubicar a los demás (a los que no son como nosotros o pertenecen a grupos distintos) en el grupo de la ‘cizaña’. Puede suceder (de hecho sucede) que el gran terreno en el que hay tanto buena semilla como cizaña somos nosotros mismos. Puesto que es así, un exigente y permanente trabajo nos espera. Hay que evitar decisiones apresuradas (arrancar), pues podemos terminar cometiendo errores fatales.
El crecimiento, sus procesos y su finalidad: el grano de mostaza “aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas”. Debemos aprender a creer en el poder de las cosas pequeñas, a descubrir que Dios con su amor hace que nuestra pequeñez se desarrolle y crezca, a acoger proactivamente este crecimiento como una vocación al servicio (“vienen los pájaros a anidar en sus ramas”). Todo esto es entrar en la experiencia de Dios que Jesús vino a proponernos.
Ejercer un impacto positivo
allí donde estamos: “la
levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo
fermente” ¿Qué hace la levadura? Generalmente ella se usa como
agente de fermentación (que es un proceso de transformación), que termina dando
volumen. Lo que nos interesa de la parábola es que, sin levadura (es
decir, si sólo mezclásemos harina y agua) obtendríamos simplemente una
torta sin sabor. La levadura provoca algo (cambios) en la masa. La persona, los
grupos, pueden provocar cambio en su entorno, en la sociedad. Estos cambios
pueden ser positivos o negativos. La idea es que - como creyentes, como comunidades
creyentes, como iglesias, etc.- seamos conscientes de esta capacidad, que es al
mismo tiempo una tarea o misión. ¿Qué influencia ejercemos en
el entorno en que actuamos? ¿Sé tener paciencia
conmigo mismo y con los demás, como el amo del campo de la parábola?
El Espíritu intercede con gemidos inefables
Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Algunas reflexiones
Dios viene en nuestra ayuda: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad” Algunas veces podemos sentir que no podemos superar el egoísmo y el mal; que nuestros odios y resentimientos nos someten. San Pablo vivió esta experiencia, pero también descubrió que eso que no es posible al ser humano únicamente por sus propias capacidades sí es posible cuando la persona abre su corazón a Dios y pone su ‘pobre capacidad’ a disposición suya. Por eso san Pablo recuerda a los cristianos que Dios, a través de su Hijo Jesús, nos ha concedido su Espíritu. De nuestra unión con el Espíritu Santo y de nuestra docilidad a Él dependerá (en perspectiva cristiana) nuestra transformación interior y el desarrollo de nuestra capacidad de amar. Cuidar de esta unión espiritual es la clave. Por eso, frecuentemente, Jesús recordaba a sus discípulos: “el Padre y yo somos uno” (Juan 10, 30).
¿Qué es lo que nos conviene? “… no sabemos pedir lo que nos conviene” nos dice san Pablo. Con frecuencia, confundimos lo que nos conviene con lo que deseamos (pero podemos desear mal, incluso desear lo que nos puede dañar o dañar a otros) o con aquello que cierto modelo de sociedad nos ha vendido como ‘felicidad’ (pero, con la palabra ‘felicidad’ podemos estar aludiendo a muchas cosas. Hay que discernir.) Cada persona vive su propio proceso, transita su propio camino, está inmersa en determinados contextos… seguramente, teniendo en cuenta estas variables, no a todas las personas les conviene la misma cosa. Si de lo que se trata es de llegar ‘a la madurez de Cristo Jesús’ deberíamos preguntarnos ¿Qué es lo que me conviene para llegar a tal madurez? ¿Qué es lo que debo pedir a Dios para que mi vida sea, realmente, continuación de la vida de Cristo?
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Tú, Señor, eres bueno y clemente, / rico en misericordia con los que te invocan. / Señor, escucha mi oración, / atiende a la voz de mi súplica. R.
Todos los pueblos vendrán / a postrarse en tu presencia, Señor; / bendecirán tu nombre: / "Grande eres tú, y haces maravillas; / tú eres el único Dios." R.
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, / lento a la cólera, rico en piedad y leal, / mírame, ten compasión de mí. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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