En Defensa de la Fe


Tormentos del Infierno - parte 2

Aquella infeliz mujer apareció ante sus ojos en el más horrible estado, y toda en llamas. Dijo que, por orden de Dios, había venido a darles a conocer su condición; que estaba condenada por sus pecados de impureza, y por las confesiones sacrílegas que había hecho hasta la muerte.





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Capítulo 7 - Tormentos del Infierno - parte 2

El Padre MARTÍN DEL RÍO, según los Anales de la Compañía de Jesús, relata el siguiente hecho.


Se trata de una aparición que tuvo lugar en Perú en 1590, y que fue corroborada por testigos fiables. No muy lejos de Lima vivía una señora cristiana que tenía tres criadas, una de las cuales, llamada Marta, era una joven indígena de unos 16 años.


Marta era cristiana; pero poco a poco fue olvidando la piedad que había mostrado al principio; se volvió descuidada en sus oraciones y se volvió ligera, coqueta y lasciva en su conversación.


Habiendo caído peligrosamente enferma, recibió la extremaunción. Después de esta importante ceremonia, en la que había mostrado muy poca piedad, dijo riendose a sus dos compañeras de turno que en la confesión que acababa de hacer, había tenido cuidado de no decirle al sacerdote todos sus pecados.


Asustadas por este lenguaje, las muchachas lo comunicaron a su ama, quien, a fuerza de exhortaciones y amenazas, obtuvo de la enferma un signo de arrepentimiento y la promesa de hacer una confesión sincera y cristiana. Gracias a ello, Marta volvió a confesarse y murió poco después.


Apenas exhaló su último aliento, su cadáver propagó un inusual e insoportable olor: se vieron obligados a sacarlo de la casa y a ponerlo bajo el cobertizo.


El perro de la casa, normalmente un animal pacífico, lanzaba extraños y lúgubres aullidos, como si lo estuvieran torturando.


Después del funeral, la Señora, según la costumbre del país, estaba cenando en el jardín, cuando una gran piedra cayó de repente en medio de la mesa con un horrible estruendo, e hizo saltar toda la vajilla; pero no se rompió ninguna pieza.


Una de las criadas, alojada en la habitación donde había muerto Marta, se despertó al oír unos ruidos espantosos: todos los muebles parecían ser movidos por una fuerza invisible y arrojados al suelo.


Es comprensible que la criada ya no se atreviera a seguir ocupando esta habitación: su compañera intentó ocupar su lugar; pero se repitieron las mismas escenas. Es así que acordaron pasar la noche juntas.


Esta vez oyeron claramente la voz de Marta, y pronto aquella infeliz mujer apareció ante sus ojos en el más horrible estado, y toda en llamas.


Dijo que, por orden de Dios, había venido a darles a conocer su condición; que estaba condenada por sus pecados de impureza y por las confesiones sacrílegas que había hecho hasta la muerte.


“Cuenta lo que te acabo de decir -añadió- para que otros se beneficien de mi desgracia”. Al decir estas palabras, lanzó un grito de desesperación y desapareció.




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