Antes de que ella pudiera decirle una palabra, él estaba a su lado, agarrándola por la muñeca del brazo izquierdo, y con voz chillona le dijo en inglés: "¡Hay un infierno!" El dolor en su brazo era tan grande que perdió el conocimiento.
(Esta página está pendiente de una revisión final, la cual se hará a la mayor brevedad posible. La publicamos sin embargo en su estado actual, para que ayude desde ya a la salvación de la mayor cantidad posible de almas)
MONSEÑOR DE SÉGUR cuenta de un segundo hecho que considera incuestionable. Lo había conocido en 1859 de un respetable sacerdote y superior de una importante comunidad. Este sacerdote había recibido detalles de un pariente cercano de la Dama, a quien le había sucedido. Así que el día de Navidad de 1859 esa persona seguía viva, con algo más de cuarenta años.
Estuvo en Londres en el invierno de 1847 à
1848. Era viuda, de unos 29 años, muy rica y muy mundana. Entre las
personas elegantes que frecuentaban su salón había un joven caballero,
cuya asiduidad la comprometía singularmente, y cuya conducta, además,
era nada menos que edificante.
Una tarde, o más bien una noche, pues era más de medianoche, estaba leyendo en su cama no sé qué novela, mientras esperaba conciliar el sueño. Llegó la hora de su reloj y apagó la vela. Estaba a punto de dormirse, cuando, para su asombro, notó que un extraño y pálido resplandor, que parecía provenir de la puerta del salón, se extendía gradualmente en su habitación y aumentaba de un momento a otro.
Al principio estaba asombrada, y sin
saber lo que significaba, empezaba a asustarse cuando vio que la puerta
del salón se abría lentamente y el joven caballero, cómplice de su
desorden, entraba en su habitación. Antes de que ella pudiera decirle
una palabra, él estaba a su lado, agarrándola por la muñeca del brazo
izquierdo, y con voz chillona le dijo en inglés: "¡Hay un infierno!" El
dolor en su brazo era tan grande que perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, media hora después, llamó a su criada. Cuando ésta entró, sintió un fuerte olor a quemado. Cuando se acercó a su patrona, que apenas podía hablar, notó una quemadura en la muñeca tan profunda que el hueso quedaba al descubierto y la carne casi se consumía. También se dio cuenta de que desde la puerta del salón hasta la cama, y desde la cama hasta esa puerta, la alfombra tenía la huella de pisadas de hombre, que habían quemado el tejido de lado a lado. Por orden de su ama, abrió la puerta del salón: allí, ya no había marcas en la alfombra.
Al
día siguiente, la infeliz dama se enteró, con un terror fácilmente
concebible, de que aquella misma noche, a eso de la una de la madrugada,
su amigo había sido encontrado borracho y muerto debajo de la mesa, que
sus criados lo habían llevado a su habitación y que había expirado
entre sus brazos.
“No sé -añadió el Superior- si
esta terrible lección ha convertido a la desdichada Dama; pero lo que
sí sé es que sigue viva, y que para ocultar a la vista las huellas de la
quemadura de su amigo, lleva en la muñeca izquierda, a modo de
brazalete, una ancha banda de oro que no se quita ni de día ni de noche.
Repito, conozco todos estos detalles de su pariente cercano, un
católico respetable, a cuyas palabras le doy la más plena fe. En la
propia familia nunca se habla de ello; y yo mismo sólo te lo confío,
callando todo nombre propio.
A pesar del velo con el que estuvo y debió estar envuelta esta aparición, me parece imposible, añade Monseñor de Ségur, negar su temible autenticidad.
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