Pidió al Juez Supremo que lo iluminara sobre este punto, y que hiciera temblar este cráneo, si el espíritu que lo había animado estaba ardiendo en el infierno. Apenas terminó su oración, el cráneo se agitó con un horrible temblor, por lo que era evidente que se trataba del cráneo de un réprobo.
(Esta página está pendiente de una revisión final, la cual se hará a la mayor brevedad posible. La publicamos sin embargo en su estado actual, para que ayude desde ya a la salvación de la mayor cantidad posible de almas)
Aquí hay otro testigo de ultratumba. La historia atestigua que cuando S. FRANCISCO JAVIER estuvo en Cagoshima, Japón, realizó un gran número de milagros, el más ilustre de los cuales fue la resurrección de una niña buena. Esta joven murió en la flor de la vida, y su padre, que la quería mucho, pensó que se estaba volviendo loco. Como era idólatra, no tenía consuelos en su aflicción, y los amigos que acudían a consolarle sólo amargaban su dolor.
Dos neófitos que vinieron a verle antes de los funerales de la que lloraba día y noche le aconsejaron que buscara la ayuda del santo que hacía tan grandes cosas, y que le pidiera con confianza por la vida de su hija.
- El pagano, convencido por los neófitos de que nada era imposible para el monje de Europa, y comenzando a tener esperanzas contra toda apariencia humana, como es habitual en los afligidos que creen fácilmente en lo que les consuela, se dirige al padre Francisco, se arroja a sus pies y le ruega con lágrimas en los ojos que resucite a la hija única que acababa de perder, añadiendo que sería devolverle la vida a él mismo.
Javier, conmovido por la fe y la aflicción del pagano, se retiró con su compañero Fernández a rezar a Dios. Habiendo regresado poco tiempo después: "Vamos", le dijo al afligido padre, "su hija está viva.”
El idólatra, que esperaba que el Santo viniera con él a su casa, e invocara el nombre del Dios de los cristianos sobre el cuerpo de su hija, tomó esta palabra como una burla, y se retiró disgustado. Pero apenas dio unos pasos, vio a uno de sus criados, que le gritó desde lejos con alegría que su hija estaba viva.
En seguida la vio venir a su encuentro. Después de los primeros abrazos, la muchacha contó a su padre que, tan pronto entregó su alma, dos horribles demonios se habían apoderado de ella y querían arrojarla a un abismo de fuego; pero que dos hombres de aspecto augusto y modesto la habían arrebatado de las manos de estos dos verdugos y le habían devuelto la vida, sin que ella pudiera decir cómo lo habían hecho.
El japonés
comprendió cuáles eran los dos hombres de los que hablaba su hija, y la
condujo directamente a Javier para darle las gracias que merecía por tan
gran favor. Apenas vio a la Santa con su compañero Fernández, gritó:
"¡Estos son mis dos libertadores!" En el mismo momento la hija y el
padre pidieron el bautismo.
El Siervo de Dios BERNARDO COLNAGO, religioso de la Compañía de Jesús, murió en Catania en el año 1611 en olor de santidad. En su biografía leemos que se preparó para el gran paso con una vida llena de buenas obras y con el recuerdo continuo de su muerte, tan adecuada para una vida santa. Para recordar este sano recuerdo, tenía una calavera en su celda, que colocaba en un pequeño pedestal para tenerla siempre ante sus ojos.
Un día se le ocurrió que esa cabeza podía haber sido la morada de un espíritu que fue siervo de Dios y que ahora era objeto de su ira. Por lo tanto, pidió al Juez Supremo que lo iluminara sobre este punto, y que hiciera temblar este cráneo, si el espíritu que lo había animado estaba ardiendo en el infierno. Apenas terminó su oración, el cráneo se agitó con un horrible temblor, por lo que era evidente que se trataba del cráneo de un réprobo.
Este santo religioso, favorecido con dones extraordinarios, conocía el secreto de las conciencias, y a veces los dictámenes de la justicia de Dios. Un día, Dios le reveló la pérdida eterna de un joven lascivo que estaba haciendo sufrir a sus padres. Este desafortunado joven, después de haber cometido todo tipo de desórdenes, fue asesinado por un enemigo.
Su madre, al ver tan triste final, se inquietó por la salvación eterna de su hijo, y rogó al padre Bernardo que le dijera en qué estado se encontraba su alma. A pesar de sus súplicas, el Padre no le contestó ni una palabra: marcando suficientemente con su silencio que no tenía nada para consolarla.
Fue más explícito con uno de sus amigos. Cuando le preguntó por qué no había dado una respuesta a una madre afligida, le dijo abiertamente que no había querido afligirla de antemano, que ese joven desvergonzado estaba condenado, que durante su oración Dios le había hecho verlo en una forma horrible y espantosa.
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