Lo que vas a leer a continuación corresponde a la traducción del francés al español, hecha por el Padre Juan Carlos Ortiz, del excelente libro del R. Padre Francisco-Javier Schouppe, “El Dogma del Infierno Ilustrado por Hechos”.
El Padre Schouppe es también autor del fantástico libro acerca del Purgatorio que de igual manera publicamos aquí.
En palabras del Padre Ortiz acerca de este libro sobre el Dogma del Infierno: <<Espero que este nuevo libro produzca igualmente un gran impacto en sus almas, a fin de que, meditando en ese dogma e inspirados en el santo Temor de Dios, llevemos una vida santa en esta vida para poder evitar en la otra los castigos eternos>>.
A partir de este momento comienza el libro del R. P. Javier SCHOUPPE S. J.
El dogma del Infierno es la verdad más terrible de nuestra fe.
Hay un Infierno.
Estamos tan seguros de ello como lo estamos de la existencia de Dios y de la existencia del sol.
Nada, en efecto, se revela más claramente que el dogma del Infierno, y Jesucristo lo proclama en el Evangelio unas quince veces.
La razón apoya la revelación: la existencia del Infierno guarda armonía con las nociones inmutables de justicia que están grabadas en el corazón humano.
Revelada a los hombres desde el principio, y conforme a la iluminación natural, esta terrible verdad ha sido siempre conocida, y lo sigue siendo, por todos aquellos pueblos que no han estado sumidos en la completa ignorancia por cuenta de la barbarie.
El Infierno nunca fue negado, ni por los herejes, ni por los judíos, ni por los mahometanos.
Los propios paganos han conservado la creencia, aunque los errores del paganismo han alterado en sus mentes la sana noción en torno al Infierno.
Estaba reservado a la impiedad moderna y contemporánea, que habiendo llegado al delirio superando la impiedad de todos los siglos, niega la existencia del Infierno.
Hay hoy en día hombres que se ríen del Infierno, que se retuercen en la duda, o que niegan abiertamente la verdad sobre el mismo.
Se ríen del Infierno: pero no hay que reírse de lo que universalmente creen los pueblos; uno no se ríe de algo que atañe al destino eterno del hombre; uno no se ríe confrontado a la posibilidad de soportar el tormento del fuego por toda una eternidad.
Tales hombres ponen en duda, o incluso niegan el dogma del Infierno: pero en una cuestión de dogma religioso, uno no puede pronunciarse sin ser competente en la materia; no se puede poner en duda, y menos aún negar una creencia tan firmemente establecida, sin aportar razones irrefutables.
Ahora bien, ¿los hombres que niegan el dogma del Infierno son acaso competentes en materia de religión? ¿No son acaso ajenos a esa parte de la ciencia llamada Teología? ¿No ignoran a menudo incluso los elementos de la religión que se enseñan en el catecismo?
¿De dónde viene su manía de ocuparse de una cuestión religiosa que no es de su competencia? ¿Por qué se empeñan en combatir la creencia en el Infierno? Es el interés lo que les mueve: les interesa la inexistencia del Infierno.
Sintiendo que, habiendo un Infierno, este sería su destino y los desgraciados desearían que no lo hubiera; por ello tratan de persuadirse de que efectivamente no lo hay: esfuerzos estos que suelen conducir a una especie de incredulidad.
Al final, dicha incredulidad no es más que una duda, pero una duda que los incrédulos expresan mediante una negación.
Por lo tanto, dicen que no existe el Infierno.
¿Y cuáles son las razones en las que basan una negación tan audaz?
Todas sus razones y todos sus razonamientos se pueden resumir en las siguientes afirmaciones:
Y esta es toda la evidencia, toda la teología de los doctores de la impiedad.
Examinémosla.
1º “No lo creo” ¿No crees en el Infierno? Y porque no crees en él entonces, ¿no existe el Infierno? Porque te gusta no creer en él, ¿habrá menos Infierno? Si un ladrón fuera tan tonto como para negar que existe una cárcel, ¿dejaría de existir la cárcel y el ladrón no entraría en ella?
2° Dices que “la vida futura es un problema insoluble y el Infierno una incertidumbre insalvable”. Pues te equivocas: este problema está totalmente resuelto por la Revelación y no deja lugar a la incertidumbre. No, no, aquí no hay incertidumbre, hay certeza absoluta: el Infierno es un hecho en el campo de la fe, como la existencia de la humanidad lo es en el campo de la naturaleza.
Sin embargo, supongamos por un momento que hay incertidumbre, que la existencia de los suplicios eternos es solo probable, y que puede decirse que tal vez no existe el Infierno.
Pregunto a todo hombre de sana razón, ¿no sería el más insensato de los hombres aquel que, ante tal incertidumbre, se expusiera al suplicio del fuego eterno?
3º Dicen que “nadie ha vuelto de ultratumba para hablarnos del Infierno”. - Si fuera cierto que nadie ha vuelto, ¿no habría menos Infierno? ¿Son acaso los condenados quienes deben enseñarnos que hay un Infierno? Entonces, también habría que decir que son los presos los que deben hacernos saber que hay cárceles.
Para saber que hay un Infierno, no es necesario que los condenados vengan a decírnoslo: nos basta la Palabra de Dios: es Dios quien lo proclama, y quien advierte al género humano.
Pero tú, que afirmas que ningún muerto ha vuelto para hablarnos del Infierno, ¿estás seguro de ello? Tú lo dices, lo afirmas; pero tienes en tu contra hechos históricos que son ciertos e irrefutables.
No hablo aquí de Nuestro Señor Jesucristo, que descendió a los infiernos y resucitó de entre los muertos; hay otros muertos que han vuelto a la vida, y réprobos que han dado a conocer su reprobación eterna.
Sin embargo, por muy históricamente ciertos que sean este tipo de hechos, repito, no es sobre esta base que pretendemos establecer el dogma del Infierno: esta verdad nos es dada a conocer por la Palabra infalible de Dios: los hechos que aportamos sólo sirven para confirmarla, y para sacarla a la luz pública.
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