Te comparto la reflexión correspondiente al Tercer Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 24 de Enero.
El tema central de la liturgia de este domingo es la PALABRA. ¿Quién puede vivir sin palabra? ¿Quién puede vivir sin comunicar? ¿Cómo podría haber auténtica convivencia y relaciones maduras si las personas no pudieran expresarse? Entendemos, desde esta perspectiva, la importancia que la Biblia concede a la palabra humana y, evidentemente, a la Palabra de Dios.
Para el creyente cristiano, Jesús de Nazaret, el Cristo, es la Palabra de Dios hecha persona, hecha humanidad o – como dice el evangelista Juan – “Hecha carne”. En la persona de Jesús – que es la Palabra divina (la expresión divina, su comunicación) – Dios reveló a toda la humanidad todo su amor y todo su proyecto de salvación. También, en Jesús, Dios reveló lo que propone y espera del ser humano. Nadie debe quedar indiferente ante Jesús: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, dice el evangelista Juan.
Es Jesús (Palabra viviente de Dios) el centro alrededor del cual se construye la experiencia de fe cristiana. Es claro que esa Palabra no es una doctrina abstracta, sino una persona, que con su vida, sus acciones y su enseñanza nos comunica una experiencia liberadora y nos propone una manera de vivir.
A partir de la experiencia espiritual del antiguo pueblo de Israel y la experiencia pascual de los primeros seguidores de Jesús, nació la Biblia, entendida y acogida por los creyentes como la Palabra escrita de Dios, que está al servicio de la Palabra Persona (que es Jesucristo). La Palabra escrita debe, entonces, ayudarnos a comprender a Jesús y a entrar en el ámbito del amor de Dios que Él nos reveló.
Me gustaría, para este domingo, centrar la reflexión de modo particular en la primera lectura. Se trata de un texto del Antiguo Testamento, que quizá no leemos frecuentemente y al cual no le hemos prestado la suficiente atención. Hoy hablamos de la necesidad de una Nueva Evangelización y pienso que este texto (antiguo y nuevo a la vez) nos ofrece algunas enseñanzas claves.
Leían el libro de la Ley, explicando el sentido
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "Amén, amén." Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis." Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: "Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza."
Esta primera lectura está tomada del libro de Nehemías (que junto con el libro de Esdras formaban inicialmente una unidad). El texto hace referencia al periodo del post-exilio babilónico, es decir el periodo que va entre el siglo VI y el siglo V a.C., cuando los judíos exiliados en Babilonia emprenden el regreso y la reconstrucción del país. Es un tiempo duro, aunque lleno de esperanza. Los habitantes del pueblo de Israel experimentan aún las consecuencias de miseria y desolación que dejó la opresión del imperio babilónico.
Nehemías fue un judío que vivió el exilio y que llegó a ser un alto funcionario del rey Artajerjes. Entristecido por las noticias provenientes de Jerusalén, obtuvo la autorización y el apoyo del rey para viajar a Jerusalén, instalarse allí y emprender el largo proceso de reconstrucción del templo, de la ciudad y de todo el país. En esta tarea participaría también Esdras, sacerdote de un gran celo. (Por eso encontramos los libros de Esdras y Nehemías en la Biblia). Nehemías comenzó con la reconstrucción de la muralla de la ciudad de Jerusalén (Capítulos 3 y 4 del libro de Nehemías) y con un duro combate contra las injusticias cometidas por los ricos contra los pobres (capítulo 5). Después, emprende la reconstrucción del templo y del culto (capítulos 8 y 9), pues entiende que sin Dios la reconstrucción del país será imposible.
Es en este contexto en el que hay que situar la lectura que nos es propuesta hoy, en la que la Palabra de Dios (La Ley) ocupa un puesto importantísimo. Nehemías reúne a todo el pueblo en la plaza, a fin de que el pueblo escuche e interiorice la Palabra de Dios (claro no se trataba de toda la Biblia – que en ese momento no existía como la tenemos hoy- sino de una parte de ella). Con este acto Nehemías busca recordar al pueblo el compromiso fundamental que tiene con Dios (que lo había escogido y había sellado con él una alianza para que este llegara a ser “luz de las naciones”). Nehemías está convencido que sólo si en el corazón de los fieles es reactivada la alianza será posible la reconstrucción del país como nación. ¿No será que la Iglesia necesita algo así?
En la lectura que tenemos hoy, Nehemías insiste en que la palabra de Dios debe ser el centro de la vida personal y comunitaria. Se trata, claro está, de la Palabra escrita (la Ley). En ella, cada creyente y la comunidad (que en la lectura aparece constituida en asamblea creyente que escucha) debe encontrar su alegría y su sabiduría. De hecho, hay en los escritos de la Biblia una sabiduría que prepara para la vida, que orienta los procesos de discernimiento y que ilumina la vida humana.
Propongo a continuación algunos aspectos claves – a partir de esta lectura - que pueden ayudarnos en nuestra vida personal y en el proyecto de Nueva Evangelización (que pretende no sólo llevar la luz del evangelio al mundo sino [y primeramente] provocar una renovación seria al interior de la Iglesia):
1. Traer el libro: Que los pastores sean capaces de aproximar la Palabra de Dios a las comunidades y que la comunidad esté atenta a la Palabra. Frecuentemente ella está distraída. Que cada persona saque el tiempo para acercarse a la Palabra (a la Biblia) para leerla, meditarla, estudiarla, orarla. Traer el libro es importante (la Biblia no fue elaborada para quedar guardada). ¡Cuántas Biblia guardadas! ¡Cuántas Biblias que sólo sirven de adorno en las salas! Para que se vea bonita… ¿Qué sentido tiene esto? El destino del libro es ser leído, entendido, asimilado, transformado en acción, en vida.
2. Comprender la Palabra: Esta es una de las metas. Esto es lo que deben procurar los pastores y las comunidades. Sin embargo, esta tarea exige preparación espiritual (oración), preparación teológica (pues la Biblia es un texto complejo que requiere estudio) y sentido de iglesia (hay que pensar en la comunidad a la hora de predicar. Predicar pide actualizar la Biblia, teniendo en cuenta las circunstancias de las comunidades creyentes. En este trabajo de comprensión es muy importante el rol de aquellos (Clérigos y Laicos) que leen y explican la Palabra, para que la Asamblea comprenda, vibre con ella y cambie. Pero, desafortunadamente, muchas veces, la Palabra queda asfixiada porque no leemos bien y porque la explicación (llámese homilía, comentario, etc.) de la Palabra proclamada es pobre, mal hecha, descontextualizada, mal preparada… Es una ofensa a Dios y a la comunidad (la cual, además de creyente, es pensante). Todo esto afecta grandemente el camino espiritual de los fieles. No deberíamos olvidar lo que dice el texto: “Los levitas leían, clara y distintamente, el libro de la Ley y explicaban su sentido”.
3. Desde la aurora hasta el medio día: Es una manera muy interesante de insistir en el tiempo dedicado a la lectura, escucha y meditación de la Palabra de Dios. De hecho, las dos actitudes y acciones (lectura y escucha) deben ir juntas: leer (es un servicio y debe ser de calidad. Preguntémonos: ¿Es de calidad la lectura que se hace en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en casa? Los lectores (clérigos o laicos) ¿son personas preparadas y preparan las lecturas que les han confiado o simplemente piensan que ya saben y hablan de lo primero que se les viene a la cabeza? ¿Oramos antes, durante y después de haber leído la Biblia?
4. A la vista de todos: Es un acto transparente dirigido a todos. La Palabra de Dios es para todos, aunque la actitud de unos y otros sea diferente. Dios tiene algo que decir a todos y a cada uno en particular. Todos necesitamos de esta Palabra divina, pero ella debe ser adecuadamente presentada, para que realmente toque el corazón de las personas. Si la palabra es mal comunicada, sin duda, quedará estéril.
5. Todos se levantaron y respondieron: Amén, Amén: Los gestos son importantes si son bien hechos; si son hechos con el corazón y si son adecuadamente comprendidos. La asamblea se levanta: es señal de respeto. Reconoce el valor que tiene esta Palabra para su vida. Reconoce el origen de esta Palabra (viene de Dios). La asamblea dice Amén: es un gesto clave, una palabra extraordinaria: significa, por un lado, que se cree en el contenido de esa Palabra y, por otro, que el oyente (los oyentes) se comprometen con ella, con Dios y con la construcción de un mundo mejor.
6. Vayan a sus casas, coman bien y tomen bebidas dulces y compartan con aquellos que no tienen nada preparado: Dos cosas son subrayadas por el autor:
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno sólo. Si el pie dijera: "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como Él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "No os necesito." Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
En la segunda lectura, desde la perspectiva del Apóstol Pablo, se nos presenta a la comunidad cristiana que es engendrada y alimentada por la Palabra de Dios. La acción de la palabra en los corazones de los fieles hace que la comunidad creyente (la Iglesia) se transforme en comunidad fraterna (es decir, aquella en la que cada persona es capaz de reconocer y tratar a los demás – de dentro y de fuera – como hermanos). En una comunidad que se deja transformar por la Palabra de Dios se produce un gran milagro: las personas vencen el egoísmo, y los dones de Dios (los carismas) son puestos al servicio del bien común. La segunda lectura está centrada (a través del símil del cuerpo) en este tema.
Hoy se cumple esta Escritura
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.” Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.”
En el Evangelio, Lucas nos presenta a Jesús como Aquel en quien se cumplen las Escrituras. Es una manera clara de decir que Él es la Palabra autorizada de Dios. Su presencia en la sinagoga tiene como objetivo revelar el plan de Dios, la misión de Jesús y mostrar cómo la Palabra escrita encuentra su verdadero cumplimiento (plenitud) en la persona de Jesús de Nazaret, por eso Él es el Mesías. A través de Jesús, Dios Padre revela que el proyecto del Reino es portador de un mensaje de esperanza para los que sufren, para los pobres, para las grandes masas de excluidos de la tierra. Los seguidores de Jesús (es decir, los creyentes que escuchan esta Palabra y quieren comprometerse con ella) comprenden todo esto y, al interiorizar el mensaje, se van transformando progresivamente en obreros de ese Reino de Dios por el cual Jesús dio la vida.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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