Te comparto la reflexión correspondiente al Tercer Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 22 de Enero.
Los proyectos se han transformado en algo necesario: hablamos de proyectos políticos, de proyectos económicos, de proyectos de infraestructura, de proyectos de vida. ¿Qué sería de la vida humana sin proyectos? La acción humana requiere que existan. No tener proyecto es como vivir sin norte, expuestos a lo que vaya saliendo.
¿Qué es lo que Dios nos propone? Precisamente eso, un
proyecto de vida. Más aún, Él mismo tiene un proyecto [el proyecto del Reino];
un proyecto que llamamos ‘de salvación’ porque tiene por objetivo liberarnos de
la esclavitud del pecado, de la destrucción del mal, de la tortura del egoísmo
y hacernos pasar al ámbito del amor, de la verdad, de la justicia, de la
auténtica libertad.
En la Galilea de los gentiles el pueblo vio una luz grande
En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
En esta lectura el profeta Isaías anuncia la llegada de la luz de Dios, que brillará por encima de las montañas de Galilea y que vencerá las tinieblas que han envuelto al pueblo en un ambiente de violencia, de pesimismo, de egoísmo, de corrupción, de desesperanza.
El libro del profeta Isaías nos propone un conjunto de oráculos (o anuncios) proféticos de carácter mesiánico. Con ellos, el profeta busca alimentar la fe y la esperanza del pueblo de Israel. Anuncia que está por llegar una luz de Dios que cambiará la situación de sufrimiento, de tristeza y de pesimismo que ha hecho tanto daño a las comunidades.
El texto parece reflejar el final de la vida y de la misión del profeta Isaías. Estaríamos, entonces, al final del siglo VIII a.C., época en que los asirios (que ya han conquistado la parte norte del país) oprimen las tribus de Israel (especialmente las de Zabulón y Neftalí). El pueblo siente que las tinieblas de la violencia, de la inseguridad y de la incertidumbre lo cubren, lo devoran.
En la parte sur del país, la situación aún no es tan dramática, pero el peligro se acerca: allí reina Ezequías, quien – sin prestar oídos a los consejos del profeta – busca hacer alianza con el decadente imperio egipcio, para poder defenderse de los asirios, que se preparan para extender su dominio hacia el sur.
Efectivamente, hacia el año 701 el rey asirio Senaquerib puso cerco a Jerusalén (capital del sur). El rey Ezequías tiene que sometérsele y pagar un fuerte tributo. Ahora bien, profundamente decepcionado de los gobernantes y de la política, el profeta Isaías anuncia una próxima intervención de Dios, que ofrecerá al pueblo la posibilidad de renacer, de construir una sociedad nueva, en la que la libertad y la paz son las principales características.
¿Cómo podrá pasarse de esta situación de oscuridad a la luz de un proyecto de felicidad? ¿Cómo podrá pasarse de la frustración a la alegría y al optimismo? El profeta invita al pueblo, ante todo, a confiar en Dios y a poner en práctica su Palabra, es decir, permanecer fiel a la alianza sellada con Él. En esta perspectiva, la Alianza con Dios, la Palabra de Dios y la Sabiduría Espiritual constituyen esa luz de Dios que iluminará al pueblo y lo hará salir de la oscuridad.
¿Cuál será el gran resultado y el gran don de todo este proceso? La Paz. Para describir esa nueva situación, el profeta usa dos imágenes propias de la sociedad rural de su tiempo: 1) la alegría que produce en los campesinos y en la comunidad el momento de la cosecha y, 2) la alegría de poder compartir la presa, luego de haber cazado.
Si siguiéramos leyendo el libro de Isaías notaríamos que – luego de anunciar esta luz divina que viene – el profeta habla de la llegada de un niño, enviado por Dios para restaurar el trono de David (es decir, para restaurar la política corrupta, la clase dirigente desenfocada y despreocupada del sufrimiento del pueblo). Por eso insiste en que ese niño reinará con justicia y rectitud. ¿No tiene, acaso, todo esto mucha actualidad en el mundo?
Para el creyente cristiano, acoger y vivir unido a Jesucristo es aceptar como proyecto propio (como proyecto de vida) el proyecto de Dios, el Reino de Dios. Pero hay algo que Dios no podrá hacer por nosotros: tomar la decisión. Eso le corresponde a cada uno.
¿Cuál es tu decisión?
Se estableció en Cafarnaúm. Así se cumplió lo que había dicho Isaías
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló." Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." [Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: "Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres." Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.]
El texto que se nos propone cierra la primera etapa del evangelio (en la que prácticamente se nos habla de la preparación de Jesús para la misión) y nos introduce en el inicio del ejercicio de la misión (la vida pública de Jesús).
La narración nos sitúa en la región de Galilea y hace referencia a las regiones de Zabulón y Neftalí (recordemos las tribus nombradas en el texto del profeta Isaías, en la primera lectura). Pero se nombran también otras regiones que ponen en contacto al pueblo de Israel con otros pueblos, con otras naciones. Esto ya nos expresa una idea clara: lo que el evangelista quiere anunciar es que en Jesús, Dios revela algo para Israel, pero también para todos los pueblos. La salvación de Dios tiene alcance universal, no debe quedar encerrada; nadie la puede sofocar.
En la primera parte del texto propuesto, el evangelista nos cuenta cómo Jesús salió de Nazaret (es la salida de su casa, salida de la seguridad del mundo conocido y familiar) y se dirigió a aquellas regiones de que hablaba el profeta Isaías muchos siglos antes (regiones envueltas por la tiniebla). Es el modo en que el evangelista quiere decirnos que Jesús es la auténtica luz de Dios que vino para iluminar la oscuridad humana.
¿Quién no tiene oscuridades? ¿Quién no necesita esa luz de Dios? En la segunda parte de la lectura, el evangelista presenta el lanzamiento de la misión de Jesús. ¿Cuál es el contenido básico de esta misión? El Reino de Dios, es decir, la presencia y la acción amorosa de Dios que salva, que libera, que transforma.
Pero el evangelista nos aporta un dato interesante: Jesús, que inicia su misión, tiene la extraordinaria idea de llamar a algunos discípulos para que lo sigan, para que aprendan de Él, para asociarlos a la misión. Esto sigue sucediendo, misteriosamente. Algunos le dan su SÍ. Otros su NO. Otros ni siquiera perciben el llamado (están ocupados o distraídos en otras cosas).
Lo cierto es que, decepcionado con la forma como los reyes humanos ejercieron la realeza (pues transformaron el servicio en dominación), el pueblo comenzó a soñar con un tiempo nuevo, en el cual ya no será un rey humano el que reinaría, sino el mismo Dios. Ese reinado de Dios se caracterizará por la justicia, la misericordia, la atención hacia los excluidos y sufrientes de este mundo, la búsqueda de la paz.
Jesús, en el ejercicio de su misión, encarnó todo esto; por eso – para sus seguidores, para el creyente cristiano – Él es el verdadero rey, el rey esperado, el rey que no cede a la seducción de la corrupción.
Ahora entendemos por qué el año litúrgico se clausura con la solemnidad de Cristo Rey. Jesús es aquel en quien se da la plena conciencia de lo que es el Reino de Dios y hace que su propia persona y su manera de vivir sean expresión plena y auténtica de ese Reino.
El llamado que hace Jesús tiene, pues, un objetivo concreto: provocar que sus discípulos entren en esta lógica del Reino de Dios; por eso su primera invitación es a la conversión (es decir, al cambio radical del corazón, de la mente, de las actitudes, de los hábitos, de las prácticas… Una reorientación profunda de la existencia). ¿Hemos entendido así la fe en Jesús?
Para el evangelista, Jesús es aquel en quien la promesa de la gran luz, anunciada por el profeta Isaías (primera lectura), se cumple portentosamente. Jesús es esa luz divina que, desde la región de Galilea, brilla no sólo, para el pueblo de Israel, sino para toda la humanidad.
Esta luz, que es Jesús, hace un llamado a algunas personas, que se transforman en sus primeros discípulos. Él sigue llamando aún hoy, haciendo resonar, en lo profundo de nuestro corazón y de nuestra conciencia, el llamado de Dios. Ese llamado pide, de parte del ‘oyente espiritual’, una respuesta.
¿Qué tan seria, honesta y comprometida es nuestra respuesta? En caso de ser positiva nuestra respuesta nos llevará a abrazar una misión fundamental: llevar el Reino de Dios a todas partes; llevarlo – de modo especial – allí donde se desarrolla nuestra vida. No hay necesidad de irnos lejos a hacer misión. La cotidianidad es el terreno de la misión. ¿Lo estamos haciendo?
La respuesta de los cuatro primeros discípulos quiere expresar la
radicalidad, la seriedad y el compromiso que debe acompañar la decisión de los
seguidores de Jesús. Cuatro momentos aparecen insinuados:
El texto nos quiere dejar claro que – al escuchar el llamado de Jesús y responder a él – habrá opciones que hacer, rupturas que asumir y cambios que realizar.
Poneos de acuerdo y no andéis divididos
Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: "Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo." ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Esta lectura nos habla de las vicisitudes concretas de una comunidad cristiana (En este caso, la comunidad cristiana de Corinto, del siglo I). Pablo nos alerta sobre lo que le puede pasar a cualquier comunidad cristiana: olvidarse de Jesús y del proyecto del Reino de Dios. Cuando esto sucede es necesario que aparezca alguien que – como san Pablo – llame a la comunidad a retomar el rumbo, a reintroducirse en el horizonte de Jesús, a revitalizar la fe en Jesucristo, a recuperar lo que ha celebrado en el bautismo.
Después de haber pasado una etapa con la comunidad de Corinto, san Pablo continuó desarrollando su misión en otras ciudades. Cuando escribió esta carta a los corintios, Pablo se encontraba en Éfeso. En su ausencia, la comunidad empezó a dividirse (se formaron grupos, siguiendo cada uno a un predicador, pero olvidando lo fundamental: su relación con Cristo Jesús). La situación llegó a oídos de Pablo, quien se preocupó con lo que estaba pasando y quiso, a través de su carta, orientar y dar respuesta a este problema (y a otros que fueron apareciendo). Sus objetivos eran:
¿Qué actualidad tienen estos 4 aspectos en nuestra vida? ¿En nuestra comunidad cristiana? ¿Cómo son nuestras parroquias, grupos, movimientos?
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién temeré? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién me hará temblar? R.
Una cosa pido al Señor, / eso buscaré: / habitar en la casa del Señor / por los días de mi vida; / gozar de la dulzura del Señor, / contemplando su templo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor / en el país de la vida. / Espera en el Señor, sé valiente, / ten ánimo, espera en el Señor. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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