Te comparto la reflexión correspondiente al Tercer Domingo de Pascua Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 30 de Abril.
Venimos celebrando el tiempo pascual. Las lecturas de este tiempo han
sido escogidas para orientarnos en la lógica de este tiempo. Hemos celebrado la
resurrección de Jesús, pero hay que dar un paso más: necesitamos descubrir las
repercusiones de esta resurrección en nuestra vida. Para ello se nos invita a
hacer nuestra propia experiencia pascual, es decir, a avivar nuestra relación
con Cristo resucitado. Si tal relación es verdaderamente viva, entonces se
operará en nosotros una profunda transformación y el poder del Resucitado, el
poder del amor misericordioso de Dios, se desplegará en nosotros. Es esto lo
que debe acontecer en cada seguidor de Cristo y al interior de cada comunidad
que dice tener a Cristo resucitado como centro de su vida.
No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: "judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a Él: "Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo."
En la primera
lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos
con Pedro, quien – animado por el Espíritu Santo – anuncia con valor a Cristo
resucitado. Notemos que ya se ha operado en él (y, de hecho, en el grupo
apostólico) una transformación: el encuentro con Jesús resucitado y la efusión
del Espíritu Santo los ha hecho pasar de la oscuridad a la luz; de la no
comprensión a la claridad de lo que Dios les ha revelado en la persona de
Cristo; del miedo que los mantenía con ‘las puertas cerradas’ al valor que los
lleva a anunciar abiertamente que Jesús es el Mesías. El discurso que
Pedro hace es poderoso, fuerte, incisivo, directo. En él se encuentran los
fundamentos de la fe cristiana naciente:
Así fue como comenzó la Iglesia su misión, cambiando el miedo por el valor; la tristeza del ‘viernes santo’ por la ‘alegría de Pascua’, la pasividad por el compromiso misionero… Esta experiencia debe ser el centro de la vida de la Iglesia. No es sólo un recuerdo de lo que vivieron los apóstoles del primer siglo… Es lo que la Iglesia de todo tiempo puede y debe vivir. Es en esto que debe emplear toda su energía, la pastoral, la evangelización. Si esta experiencia se desarrolla, entonces, se desplegará la riqueza misionera, ministerial y carismática de la iglesia, con nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión.
En el primer siglo de
nuestra era, el cristianismo se presenta no como una filosofía más, sino como
un encuentro personal con Cristo resucitado, que provoca una transformación, un
cambio de vida.
Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto
Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
La segunda
lectura es un trozo de la carta atribuida al apóstol Pedro.
Seguramente fue un discípulo suyo que se valió de la autoridad de Pedro para
animar a los cristianos de Asia Menor, que se encontraban en situación de
persecución, de sufrimiento y de desánimo en la fe. El autor los llama a
mantenerse fieles a Dios. Parece que la carta fue redacta y enviada desde
Roma hacia el año 64 d. C., poco antes de la persecución de Nerón. La carta se
centra en exhortar a todos a vivir algunos de los valores fundamentales del
evangelio: la comunión con Jesucristo, la fraternidad, la solidaridad y el
servicio. Para fortalecerlos, el autor recuerda a estos cristianos el paso que
han hecho de una vida extraviada y sin sentido a una vida nueva en Cristo. Este
paso ha sido posible gracias al sacrificio de Cristo, que ha dado su vida, es
decir, ha optado por amar hasta el extremo. Si Jesús ha hecho esto, entonces,
sus seguidores deben ser continuadores de este amor.
Lo reconocieron al partir el pan
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les pregunto: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a Él no lo vieron." Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los Once, se dirigen – seguramente en medio de un clima de incertidumbre y persecución - a Emaús. Buscan refugio, van tristes, sus esperanzas parecen haberse pulverizado con la crucifixión del maestro Jesús. Hacen camino (es el camino de la vida, que incluye también estas etapas difíciles), pero van frustrados, apesadumbrados, el panorama es gris. Yendo de camino se les aparece Jesús (así nos pasa: en el camino de la vida, en medio de su complejidad, Jesús se hace presente). La experiencia es interesante:
1. Jesús se acerca. Es la relación, el encuentro, el diálogo… Es en el encuentro y en la relación que la vida fluye, que se despliega el amor, que la vida adquiere sentido. La vida de cada persona acontece en relación.
2. Jesús se interesa por nosotros, por lo que vivimos, por lo que nos pasa. Nos pregunta. Hay que confiar en Él, contarle, dejarlo entrar en nuestra vida. Él es el amigo
3. A Jesús no le interesa simplemente preguntar e irse: hace camino con nosotros, nos acompaña. Darnos cuenta de su presencia es muy importante. Él lo prometió: ‘Yo estaré con Ustedes siempre’. Él es el Emmanuel.
4. Durante el camino de la vida Jesús nos enseña, nos instruye, nos ayuda a comprender la vida desde Dios, por eso nos explica las Escrituras. Con su sabiduría nos ayuda a ver – con ojos nuevos – los textos viejos. Él es el Maestro.
5. Jesús sabe que el camino de la vida es desgastante, que necesitamos energía, fuerza. No sólo la fuerza física, también la espiritual. Entonces se detiene y nos prepara su alimento (la Eucaristía): es Él mismo que se hace alimento. Él parte para nosotros el pan. Él es el pan de vida.
Este relato condensa, de manera pedagógica lo que quiere vivir Jesús con nosotros; lo que podemos vivir con Él. En esto consiste la vida cristiana: En un encuentro vivo con el resucitado Jesús en nuestra vida, para transformarla.
En la catequesis que les hace Jesús hay un proceso de clarificación. En un primer momento no pueden reconocerlo, porque sus esquemas mentales no se lo permiten: no pueden reconocerlo, porque sus ojos están como cerrados. ¿Por qué? Porque aún tienen de Jesús la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría, por la fuerza, el mundo para ser dominado por las autoridades de Israel. En su cabeza, en su espíritu, en sus expectativas lo que tienen es la imagen de un mesías político-nacionalista-triunfador... Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas. Jesús les muestra el Mesías del amor, de la no violencia, que plantea otro tipo de lógica: ‘Mi reino no es de este mundo’. Es necesario revisar nuestros esquemas mentales y las ideas que nos hacemos (de Dios, del Mesías, de la religión, de la Iglesia. Quizá algunas de ellas necesiten ser purificadas, transformadas).
El relato de los discípulos de Emaús es un relato bellísimo, de una elaborada estructura teológica. Es una catequesis que nos invita a entrar, llenos de esperanza, en la experiencia pascual, es decir, en el encuentro con Cristo resucitado. En esta experiencia cada creyente debe hacer su propio camino.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; / yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." / El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, / hasta de noche me instruye internamente. / Tengo siempre presente al Señor, / con Él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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