Te comparto la reflexión correspondiente al Tercer Domingo de Adviento Ciclo B, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2014, corresponde al Domingo 14 de Diciembre
El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
"Mi
alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios,
mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia.
Hermanos:
Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto
es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción
del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo
bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los
santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su
ser - espíritu, alma y cuerpo -hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El
que los llama es fiel, y así lo hará.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?". El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?"."Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?". Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Te comparto algunas reflexiones acerca de las lecturas anteriores:
Llegamos al tercer domingo del tiempo de adviento. Hacemos memoria de una visita. Quien llega es el Hijo de Dios. Al saber esto, algunas preguntas surgen en nuestro espíritu de creyentes:
1) ¿Cuál es el objetivo de su presencia?
2) ¿Para qué viene?
3) ¿Qué lo mueve?
Los cristianos, apoyados en la fe, creemos que este Visitante llamado Jesús está movido por un inmenso amor y por un encargo especial: Dios Padre lo ha enviado para desplegar en el mundo su inmenso amor. El evangelista Juan nos lo dice con toda claridad: Dios envió a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que sea salvado. La lectura atenta de los evangelios nos permiten – a través del lente de los evangelistas – captar que en Jesús progresivamente fue creciendo la conciencia de ser enviado para revelar al mundo el verdadero rostro de Dios y para conducir a los seres humanos a la plena experiencia de la salvación, es decir, a la experiencia del verdadero amor que provoca transformaciones extraordinarias.
Dios capacitó a Jesús para esta gran misión, por eso le concedió – sin medida– el Espíritu. Por eso San Lucas – en su evangelio - puede también decir de manera clara que el Espíritu de Dios, es decir, el Espíritu Santo está plenamente presente y actuante en Jesús: es el Espíritu quien lo conduce, lo anima, lo inspira, lo mueve. El mismo Jesús puede afirmar, desde la docilidad al Espíritu, que Él no vino para hacer su voluntad sino la voluntad de quien lo envió y la voluntad de quien lo envió es SERVIR: Yo no vine para ser servido sino para servir.
Ahora bien, la humanidad a la cual el Hijo de Dios fue enviado es la nuestra: una humanidad en movimiento, una humanidad responsable de la marcha del mundo; una humanidad con grandes posibilidades, pero también con grandes problemas y enormes sufrimientos e incoherencias. Por tanto, lo que Jesús le revela a esta humanidad debe servirle para que ella pueda construirse, para dejar una huella positiva en la historia y para caminar permanentemente al encuentro del DIOS AMOR. Pero para que esto suceda, la humanidad debe ser consciente de su necesidad. Esta es la condición de base: reconocer la propia insuficiencia y – desde esta conciencia – abrir el corazón y el espíritu para acoger el don de Dios, Jesucristo.
De hecho, muchas visitas (especialmente las visitas existencialmente esenciales) pueden pasar desapercibidas, pueden perderse, porque no tenemos conciencia de su valor y, en consecuencia, no experimentamos una real apertura hacia ellas ni el deseo sincero de acogerlas. En este sentido, es posible que el Visitante llegue a nuestro encuentro y nuestros ojos estén empañados o distraídos para ver. Preguntémonos ¿No hay en los evangelios muchos relatos de curación de ciegos y de ceguera de los que creen ver? (Lee, por ejemplo, Juan 9). El problema no es solamente físico.
Previendo nuestra cerrazón o nuestra distracción Dios suscita verdaderos testigos de la salvación y de la esperanza. Esta es, a manera de ejemplo, la tarea de Juan el Bautista: notemos que este profeta no habla de sí mismo, no está interesado en su éxito personal. Su centro de atención es la salvación y la venida de Aquel que ha de venir. Nos cuenta el evangelio de Juan que, cuando Jesús pasa cerca del Bautista, este no tiene reparo en orientar hacia Él la búsqueda de sus discípulos. Les dice: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y los discípulos de Juan van tras Jesús, lo siguen, le expresan sus inquietudes, su búsqueda. Y Jesús los invita: Vengan y vean.
Ir y ver. En definitiva entrar en relación con Jesús. ¿Cómo fortalecer el encuentro con Aquel que ya vino? Atención a la manera como está formulada la pregunta: YA vino. Jesús ya estuvo en medio de nosotros (puso su morada entre nosotros) y nos mostró – con obras y palabras –el proyecto de Dios. YA vino y nos amó hasta el extremo. Entonces, de lo que se trata, en perspectiva cristiana es de fortalecer la relación y la experiencia de encuentro permanente con Jesús. ¿Cómo hacerlo? En nuestra ayuda viene, entonces, san Pablo, quien – en su carta a los Tesalonicenses- nos da algunas pistas claves. Veámoslas. Él nos dice:
1) Busque la alegría espiritual (no cualquier alegría),
2) No deje de orar con ardor,
3) Sea una persona agradecida (la ingratitud es una de las peores enfermedades del espíritu),
4) No extinga (ni en usted ni en otros) el fuego del espíritu. El otro fuego, es decir el de la ira, de la violencia, del odio, del resentimiento, de la venganza, etc., es el que debe ser apagado.
5) Examine con cuidado todo (pues hay muchas formas de ser engañado o de auto-engañarse) y quédese sólo con lo bueno,
6) Evite el mal: hay tantas formas de hacer daño y de hacerse daño. ¿Por qué no buscar las formas de hacer el bien?
7) Conserve la integridad en el amor, hasta la llegada definitiva de Jesucristo De ella no sabemos ni el día ni la hora…Por eso debemos estar preparados.
Es una excelente hoja de ruta la que nos ofrece el cristiano Pablo en su Carta. Lo que allí se nos propone es un verdadero proyecto de vida. Lo que debemos es transformar esta hoja de ruta en vida, en práctica.
También a nosotros se nos ha dado el Espíritu Santo. Podemos decir: El Espíritu de Dios está sobre mí…
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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