Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad del Nacimiento del Señor - Ciclo A 2016, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 25 de Diciembre.
¿Quién no se conmueve ante un niño recién nacido? Un bebé simboliza la vida que comienza, que está por hacerse. Cada niño es una expresión de la vida que busca realizarse, que quiere llegar a su plenitud. El gran reto es encontrar el propio camino, la propia vocación, la propia misión… Pasar por este mundo haciendo el bien.
Celebramos, en la liturgia
cristiana católica, el nacimiento del bebé Jesús: vida prometedora, pero
frágil; vida marcada por la pequeñez y, sin embargo, el lugar en el
que Dios quiso manifestarse plenamente. Pero ese niño, nacido en las afueras de
un pequeño pueblo de Israel, es el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador, el ser
humano a través de la cual Dios se ha revelado plenamente a todos; por eso se
dice del niño que es la Palabra de Dios: “Y la palabra se hizo carne (es
decir, humanidad) y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14). Esta entrada
salvadora de Dios al mundo en la persona de Jesús es lo que – en teología
cristiana – se ha llamado la ‘Encarnación’.
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Algunas reflexiones
Recordemos que entre los años 587 y 539 a.C., el pueblo de Israel sufrió la gran prueba de la deportación. Fue invadido por el imperio babilónico y cerca de la mitad de la población fue deportada a Babilonia. La capital (Jerusalén) fue reducida a ruinas y el templo (símbolo de la presencia de Dios) fue saqueado e incendiado. La crisis llegó y las preguntas aparecieron ¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Se ha olvidado Dios de nosotros? ¿Realmente Dios es Dios?
En el exilio, el pueblo deportado es dispersado y se corre el riesgo de perder la identidad cultural y la misma fe religiosa. No pocos profetas que surgieron en esta época, anunciaron dos cosas:
La esperanza surgió cuando el imperio persa dominó al imperio babilónico y el rey Ciro (rey de los persas) permitió el retorno de los pueblos deportados por Babilonia a su propia tierra. Los teólogos interpretaron esto como una acción liberadora de Dios a través de un rey extranjero. Esto marcó una revolución, desde el punto de vista de la interpretación teológica, pues Dios es comprendido ahora como Dios del universo (y no sólo de Israel) y puede actuar a través de mediaciones externas.
Entre los profetas que anunciaron un futuro nuevo para Israel está el Deutero-Isaías (o Segundo Isaías) [que corresponde a los capítulos 40 a 55 del libro bíblico que lleva este nombre]. Este segundo Isaías lanzó un mensaje de esperanza y consuelo: Dios viene, liberará a su pueblo y esto será motivo de alegría para todos.
En el texto que nos es propuesto este domingo, el profeta insiste en que Dios no se ha olvidado de su pueblo y que el gran signo de su fidelidad será la próxima reconstrucción de Jerusalén. Será una ciudad rebosante de vida. Isaías usará la imagen de una novia feliz, el día de su matrimonio.
El mensaje es claro: a la desolada y arruinada Jerusalén llega un mensajero, que – de parte de Dios – trae una Buena Noticia (un evangelio): llega la paz, el bienestar y la armonía… Y Dios mismo no sólo será el autor de esta transformación, sino que Él mismo asumirá el puesto de REY. No reinará torcidamente como los reyes de este mundo, sino que se asegurará de que la salvación llegue a todos.
Usando un lenguaje poético, el profeta imagina a los centinelas de la ciudad (encargados de otear lo que se aproxima) percibiendo la llegada de Dios y gritando para dar avisos a todos. No se trata de un grito de alarma y de pánico (como cuando se aproxima un enemigo) sino de un grito de alegría, por la liberación que ya llega. La presencia de Dios hará que la Jerusalén destruida y triste se transforme en la Jerusalén viva, feliz y realizada. Cada creyente, la Iglesia, la humanidad pueden ser esta ‘Jerusalén en metamorfosis. Pero hay que acoger al Dios salvador y aceptar su proyecto, su propuesta.
La primera lectura es, pues, un anuncio (por medio del profeta) de la llegada de Dios que viene para liberar a su pueblo. Ya conocemos, por los relatos bíblicos, las acciones liberadoras de Dios, pero pocas veces reflexionamos sobre el tema de la liberación que continúa realizando a lo largo de la historia de la humanidad, en favor de todos.
Reflexionar sobre la liberación nos invita a tomar conciencia de los múltiples modos y situaciones de esclavitud y de opresión que hay en el mundo. ¿De dónde surgieron? ¿Cómo funcionan? ¿Quién los sostiene? ¿Cómo pueden ser ‘desactivados’?... Son muchas las preguntas que podemos formular al respecto.
Aquí, nuestra perspectiva creyente, nos pide vivir este itinerario de liberación unidos a Dios, prestando oídos a su propuesta, viviendo a fondo el seguimiento de Jesucristo, a quien consideramos no sólo nuestro maestro, sino también nuestro Salvador. En esta lectura, el profeta invita a cambiar la tristeza por la alegría y el desaliento por la esperanza. ¿En qué tónica estamos?
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
Algunas reflexiones
La Iglesia de los primeros siglos usó cánticos e himnos para expresar y celebrar su fe. El texto que nos propone la liturgia (y que es el prólogo del evangelio según san Juan) es un himno cristológico, es decir, un himno centrado en Cristo. Cristo es el tema central del evangelio y este himno introduce – en substancia – todo lo que el lector va a encontrar en él.
No sabemos si el autor del 4º evangelio compuso este himno o lo recogió de la comunidad cristiana en la que estaba inserto. Lo cierto es que este himno refleja lo que tanto Juan como la comunidad (de la que él participa) creen sobre Jesucristo, a saber:
El himno comienza con la expresión “En el principio”, de esta forma, Juan articula su evangelio con el relato de la creación [Ver Génesis 1,1]. Lo que quiere decir el evangelista es que lo que él va a contar sobre Jesucristo está relacionado con la obra de Dios, que es una obra creadora. En Jesús Dios va a realizar una Nueva Creación; la misión de Jesús es hacer posible el nacimiento de una humanidad nueva, de un hombre nuevo [Por eso, más adelante, dirá a Nicodemo: “En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba” (Juan 3,3)].
Después, Juan presenta a Jesucristo como la Palabra Eterna de Dios y le atribuye un conjunto de características. Lo interesante es que al comparar este texto con el libro de los Proverbios se percibe que las características que Juan da a la Palabra son las mismas que en aquel libro del Antiguo Testamento se da a la sabiduría de Dios (eterna, preexistente, creadora). Ver Proverbios 8,22-30.
Pero Juan va más allá e identifica totalmente esta Palabra con Dios, con el ser de Dios, es una Palabra divina y, por tanto, tiene la capacidad de presentar a la humanidad el misterio de Dios, sin dañarlo, sin distorsionarlo. Además, el evangelista da un paso más: identifica claramente esta Palabra divina con la persona de Jesús de Nazaret, a quien califica como el Hijo único, lleno de gracia y de verdad. En Jesús no hay engaño y en Él [en sus sentimientos, palabras, acciones] podemos contemplar el rostro de Dios; podemos descubrir la Voluntad de Dios; podemos descubrir el ser humano tal como Dios lo quiere.
Interesante, además, que Juan utilice la imagen de la “tienda”. Los beduinos usan tiendas en sus travesías por el desierto. Recordemos que el pueblo antiguo de Israel armaba su campamento y – además de las tiendas en que las personas se protegían – levantaban una tienda especial (al centro del campamento), en la que Dios residía. A esa tienda (que hacía las veces de oratorio) iba Moisés para hablar con Dios. Era la tienda del encuentro. Al aludir a la tienda, pero refiriéndose a Jesús, el evangelista nos está diciendo que Jesucristo es la humanidad (la nueva tienda) en la que se produce de manera auténtica y amorosa el ENCUENTRO PLENO entre Dios y la humanidad.
Así las cosas, la tienda de Dios, el lugar en el que Dios habita para dejarse encontrar por todos es JESÚS. Es, sin duda, un texto hermoso. Esto es lo que celebramos en Navidad: Jesús (el lugar en el que Dios quiere ser encontrado por toda la humanidad) nace.
En definitiva, en el texto del evangelio se nos recuerda que Jesús es la Palabra viva de Dios, es decir, aquella humanidad concreta a través de la cual Dios nos ha hablado. Es por eso que – en el mismo evangelio según san Juan – Jesús (ya adulto) puede afirmar con contundencia: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14, 9b).
El evangelista Juan nos sugiere en su evangelio que la misión de Jesús (Palabra encarnada de Dios) es completar la primera creación, eliminando todo lo que se opone a la vida (las fuerzas de muerte: el mal, el odio, el egoísmo) y creando las condiciones para que pueda brotar una ‘humanidad nueva’, una humanidad renovada, transformada e impulsada por el amor de Dios. ¿Cuál podría ser tu misión, hoy? ¿Cuáles son, actualmente, las fuerzas de muerte que amenazan la vida? ¿Cómo contribuyo en la creación de condiciones que favorezcan la vida, especialmente la vida humana digna?
¿Qué nos queda de este texto?
Dios nos ha hablado por el Hijo
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."
Algunas reflexiones
No sabemos quién escribió la carta a los hebreos, pero por el contenido de la carta y por el manejo que el autor hace de los textos del Antiguo Testamento, podemos concluir que se trató de un judío convertido al cristianismo. Este judeocristiano, a través de una perspectiva sacerdotal, quiere presentar a Jesucristo como el Nuevo, Eterno y Sumo Sacerdote de Dios, que ha superado las coordenadas del sacerdocio tal como era entendido en el judaísmo de la época (primer siglo de la era cristiana).
El autor parece dirigirse a una comunidad cristiana constituida mayoritariamente por cristianos venidos del judaísmo. Por eso el lenguaje usado les es común y hace comprensible el mensaje que quiere darles. Parece que esta comunidad cristiana estaba expuesta a persecuciones y que corría el riesgo de caer en el desánimo y de abandonar la fe en Cristo Jesús. El autor quiere, entonces, animarlos a vivir con ardor y radicalidad su fe en un mundo hostil.
Varios aspectos de este texto pueden ser subrayados para nuestra meditación:
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclama al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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