Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad del Cuerpo de Cristo Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 18 de Junio.
Celebramos la Solemnidad litúrgica del Cuerpo y Sangre de Cristo. Pero es necesario preguntarnos por el sentido de esta fiesta. Se derrama tanta sangre en este planeta que parece que hemos perdido el sentido de la vida. Algunas corrientes subvaloran el cuerpo dando a entender que él fuera un obstáculo para la experiencia espiritual. Entonces proponen ‘matar el cuerpo para salvar el alma’.
Pero si esto fuera así, ¿Por qué Dios nos creó con nuestra dimensión corpórea? Otras corrientes sobrevaloran tanto el cuerpo, al punto de hacernos pensar que el cultivo de la interioridad no tiene importancia y puede pasar a un segundo plano. Quizá piensan que, con tener un cuerpo hermoso, esbelto y (por cualquier medio) siempre joven, es suficiente para lograr una vida con sentido. Esto nos lleva al mito de Dorian Grey (es decir: con tal de no envejecer, cualquier acto es aceptable).
Pero, ¿qué sería de nosotros sin el cultivo de nuestra interioridad? ¿Somos, acaso, simplemente un agregado súper-sofisticado de células y órganos? Además, ¿por qué tenemos que separar la dimensión corpórea de la dimensión espiritual? ¿Por qué no las comprendernos de manera unitaria e integrada? Tenemos la imperiosa necesidad de superar el dualismo filosófico-platónico que nos ha acompañado durante mucho tiempo.
Lo cierto es que, en la antropología bíblica, cuando se habla del cuerpo y de la sangre (de una persona) se alude a la totalidad de su existencia. Por tanto, cuando - en la Eucaristía – recibimos la hostia (cuerpo) y/o el vino (sangre), lo que estamos recibiendo sacramentalmente es la existencia de Cristo.
Ahora bien, dado que comemos la hostia y bebemos el vino (es una acción que va de afuera hacia dentro), lo que significamos es que hemos optado por Cristo y queremos que su existencia nos habite y nos anime; nos comprometemos a prolongar, en nuestra vida, la vida de Cristo. Este es el gran compromiso y el sentido profundo de la participación en la Eucaristía y, más específicamente, en la Comunión.
Por otro lado, si atendemos a la teología paulina (esto es, la teología que encontramos en las cartas atribuidas al apóstol Pablo) vamos a encontrar un dato curioso: Pablo usa una metáfora para hablar de la unidad entre Cristo y la Iglesia. Es la metáfora del cuerpo, en la que la Iglesia es el Cuerpo (de Cristo) y Cristo es la Cabeza (de la Iglesia).
En consecuencia, celebrar el Cuerpo de Cristo es celebrar la existencia de la Iglesia; pero – puesto que – en términos normales- no hay cuerpo sin cabeza – se trata de celebrar la existencia de la Iglesia unida y vivificada por Cristo que es su cabeza.
La metáfora es muy profunda, pues normalmente el cuerpo es dócil y obediente a las orientaciones que le da su cabeza. Lo que se nos quiere decir es que la Iglesia [cuerpo] - para ser fiel a su vocación y misión – debe ser fiel a Cristo [cabeza], a su Palabra, a sus orientaciones, a la guía que el Espíritu de Cristo (el Espíritu Santo) le ofrece. Por eso esta fiesta del Cuerpo de Cristo está íntimamente ligada a la Fiesta de Pentecostés (fiesta del Espíritu Santo), que hace poco celebramos.
Podemos percibir que la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo incluye la dimensión eucarística de la corporalidad de Jesús, pero la supera. Es, sin duda, la fiesta del ‘Pan de Vida’, pero es un PAN que nos alimenta (una existencia que nos nutre) para introducirnos en la existencia de Dios y para hacer que nuestra vida se transforme en misión, de tal modo que seamos capaces de ‘pasar por este mundo haciendo el bien y luchando contra el mal’.
Tenemos la firme convicción que el Cuerpo y la Sangre de Jesús que compartimos en la Comunión son la presencia de Cristo, portadora de vida y salvación; pero Cristo está presente no sólo en las especies consagradas, sino también en su Iglesia (reunida en el templo, pero también la que está fuera del templo).
Esta iglesia, alentada por la existencia de Jesucristo y extendida por el mundo, debe abrirse a toda la humanidad, ir a ella y vivir lo que ella misma anunció en el Concilio Vaticano II. Allí la Iglesia afirmó: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” (Constitución Gaudium et Spes # 1)
Por tanto, es importante que los creyentes cristianos no se queden en una perspectiva cosificante (y a veces mágica) del Cuerpo de Cristo, reduciendo la recepción del pan (la hostia) a simple rito, sino que, por el contrario, ellos mismos se asuman como Cuerpo de Cristo que continúa la misión en el mundo.
Así, pues, al celebrar la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo debemos hacer memoria de Jesús de Nazaret (el Jesús histórico), que pasó
por este mundo poniéndose totalmente al servicio del plan de Dios, el cual
quiere que toda la humanidad se salve y llegue al conocimiento de la verdad.
Desde esta perspectiva, debemos reflexionar sobre la actualidad del ‘Cristo
total’ (es decir, Cristo-Iglesia), responsable de ejercer una presencia
transformadora en el mundo.
Veamos las lecturas:
Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres."
Algunos puntos para la reflexión
El texto del Deuteronomio nos presenta a Moisés proponiendo al pueblo de Israel algunos discursos, antes de entrar en la Tierra Prometida. Son palabras orientadoras y llenas de espiritualidad. Del texto propuesto nos interesa resaltar (para la meditación de este domingo) la necesidad de ‘hacer memoria’, de no olvidar.
La memoria aviva el corazón y proporciona elementos para el discernimiento de lo que nos va aconteciendo. La insistencia en el verbo ‘recordar’ es clave. La memoria permite ver que Dios ha sido fiel, que ha estado siempre presente, que una de sus tareas ha sido ‘acompañar’ el caminar del pueblo… el caminar del creyente.
La situación de necesidad (expresada a través del hambre y de la escasez material) aparece como termómetro que revela – a través de la actitud de las personas (del pueblo) – la calidad de la espiritualidad y de la confianza Dios. El autor del texto nos quiere decir que sólo Dios sacia plenamente la búsqueda y la necesidad de sentido que el ser humano experimenta.
También nos quiere alertar contra un grave peligro: la tendencia a acomodarnos en lo material y confundir felicidad con ‘tener’. Cuando esto sucede es importante que recordemos (o que alguien nos recuerde) que "no sólo de pan vive el ser humano, sino de cuanto sale de la boca de Dios". Claro, esta observación no pretende negar la importancia de la búsqueda justa y equitativa de mejores condiciones de vida (simbolizada en el pan material), pero sí quiere subrayar la necesidad de dar un salto cualitativo que responda a las necesidades y deseos más profundos del espíritu humano.
Dios mismo es el verdadero alimento para el ser humano. El Nuevo Testamento nos presentará a Jesús como el Nuevo Maná de Dios (Jesús es el Pan de Vida). Los demás alimentos, aunque importantes no logran saciar la sed de amor, de sentido y de realización de cada ser humano y de toda la humanidad.
Subrayamos algunas ideas claves del texto:
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo
Hermanos: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
¿Por qué Pablo insiste tanto en la UNIDAD, en esta carta? La razón es clara: porque la comunidad cristiana de la ciudad de Corinto está dividida. Si lo está es porque aún no se ha dejado habitar por el Espíritu de Cristo. Si no es el Espíritu el que habita la comunidad, entonces se corre el riesgo de que el ‘cristianismo’ sea simplemente de fachada.
Construir la unidad al interior de las comunidades es clave, para que ellas puedan ser testimonio ‘hacia fuera’, hacia la sociedad. Una comunidad cristiana fragmentada por peleas, envidias, discordias de todo tipo no puede ser signo de unidad para una sociedad fracturada.
Para animar a la comunidad hacia la unidad, san Pablo aprovecha el contexto de la Eucaristía y, desde este punto, hace algunas aplicaciones prácticas:
Beber el Cáliz, comer el Pan...expresan el hondo sentido de una fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega a los demás. Si esto no sucede, entonces nuestra manera de celebrar la Eucaristía está enferma y ella puede estar quedando reducida a simple rito religioso individualista.
Notemos que al decir: "el Pan es uno... nosotros somos muchos", Pablo quiere insistir en la idea del cuerpo como UNIDAD: formar un solo cuerpo, hacer cuerpo. Pablo hace esta reflexión para concluir que, al comulgar, "formamos un solo cuerpo". Lograr la unidad sin anular (es decir, sin matar) la diversidad es uno de los temas fuertes del mensaje paulino.
Algunos puntos para la reflexión
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo." Disputaban los judíos entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Entonces Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre."
Nuestra existencia puede ser verdadera comida y bebida para otros. Dicho de otra manera, nuestra vida puede ‘alimentar existencialmente’ a otros, puede servir de ayuda, de soporte, de luz, de compañía, de inspiración, etc.
¿Qué se requiere para que esto suceda?
No olvidemos que, así como nuestra vida puede ser ‘alimento existencial, también, puede transformarse en obstáculo e, incluso, en toxina para otros. Si nos dejamos arrastrar por el egoísmo, la insensibilidad y la falta de fraternidad estaremos en contravía de lo que significa la Eucaristía.
Algunos puntos para la reflexión
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.
Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz. R.
Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obro así, / ni les dio a conocer sus mandatos. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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