Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Jueves 29 de Junio.
La metáfora de la construcción de un edificio puede servirnos para comprender mejor el sentido de la solemnidad de Pedro y Pablo. En efecto, celebrar la solemnidad de estos apóstoles es reflexionar sobre los fundamentos de la Iglesia y sus columnas.
Sabemos que todo edificio de calidad debe tener unos buenos fundamentos y unas buenas columnas. Los fundamentos de la Iglesia son claros: el amor de Dios Padre, la persona de Jesús resucitado y la presencia transformadora y orientadora del Espíritu Santo. Cambiar estos fundamentos es acabar con la Iglesia.
Las columnas de la Iglesia (del edificio llamado Iglesia) son aquellos creyentes que, en cada etapa de su historia, han sido y son testigos fieles de Cristo resucitado. Entre esas columnas se destacan los Apóstoles y, entre ellos, Pedro y Pablo, dos cristianos del primer siglo que sostuvieron la vida de la Iglesia en sus comienzos. Sin ellos la Iglesia y el cristianismo no hubieran sido posibles.
¿Es Jesús nuestro
fundamento? ¿Nos dejamos habitar por el Espíritu Santo? ¿Hemos comprendido el
amor del Padre? ¿Son los apóstoles nuestras columnas en la fe? ¿Qué hemos
aprendido – durante nuestro camino cristiano – de Pedro y de Pablo?
Por aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de "los panes Ácimos". Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre dos soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: "¡Levántate rápido!". Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El Ángel le dijo: "Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias" y Pedro lo hizo. Después le dijo: "Cúbrete con el manto y sígueme". Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Ángel, sino que creía tener una visión. Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él. Pedro, volviendo en sí, dijo: "Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío".
Algunas reflexiones
La lectura propuesta nos da cuenta de una experiencia de persecución, en la que el apóstol Santiago es asesinado y Pedro es encarcelado. Sin embargo, en medio de las vicisitudes, Dios actúa y Pedro es liberado. Desde el punto de vista teológico, lo que interesa al narrador (en este caso, Lucas) es subrayar que:
Estos relatos de persecución de los discípulos de Jesús nos muestran que sus palabras se cumplían. Jesús dijo: “La copa que yo voy a beber también la beberán ustedes, el bautismo que yo voy a recibir también lo recibirán ustedes” (Marcos 10, 39). Con las palabras copa y bautismo se refería a, la experiencia de la ‘cruz’. ¿Qué experiencias difíciles hemos vivido? ¿Hagamos memoria de cómo hemos experimentado la compañía y la acción protectora y liberadora de Dios?
La narración se centra en la figura de Pedro, que en el relato es tratado como un prisionero peligroso (cadenas, puertas, guardias, etc.). Lo interesante es que, mientras Pedro está en prisión, la comunidad cristiana no se desespera ni asume una actitud violenta. Ella ora. Pedro también lo hace. Es clave esta relación entre “prueba” y “oración”. Es una de las enseñanzas de este texto. Cuando estemos pasando por una dura prueba no nos desesperemos, no desistamos, no nos dejemos llevar por deseos de venganza ni de violencia… Oremos.
Es toda la comunidad la que sufre con Pedro. La comunidad se siente “cuerpo” y sufre porque uno de sus miembros es injustamente ultrajado. ¿Oramos cuándo estamos en medio de las experiencias difíciles? ¿Qué lugar ocupa la oración en nuestra vida? ¿Oramos por otros así como la comunidad oraba por Pedro? ¿Oramos por quien, actualmente, hace las veces de Pedro? ¿Creemos en el poder de la oración? Si no oramos ¿cómo pretendemos que la Iglesia se renueve y sea fiel a la misión que ha recibido? y ¿Cómo pretendemos alcanzar cierto nivel de coherencia con el evangelio?
Notemos que, en medio de la difícil situación por la que pasa Pedro, lo sobrenatural (es decir, la presencia y la acción de Dios) se hace presente provocando una transformación de la situación (pasar del encierro de la prisión a la libertad). Esto es lo fundamental: confiar en Dios, estar atentos a su acción y dejarnos liberar por Él, para seguir sirviéndole. ¿Dejamos que Dios entre en nuestra vida? ¿Ponemos a su disposición nuestra vida?
Lo curioso del relato es que Pedro – una vez liberado – no va a ocultarse poseído por el miedo, sino que va a casa de otros cristianos y allí da testimonio de lo que Dios hizo en su favor y, al día siguiente, continúa la misión. (Sugerimos la lectura de esta narración en su integridad, hasta el versículo 19).
Al presentarnos a Pedro de esta manera, Lucas nos quiere dar a entender que la misión sigue abierta, que la evangelización no se detiene. Pedro entendió claramente que la liberación que Dios realiza no es para esconderse, sino para continuar la misión de ser testigo de Jesucristo. Esto es aplicable a toda la Iglesia y a cada cristiano.
Recordemos que la misión no requiere irse a lugares lejanos. Algunas
personas, lo hacen, pero esto no es necesario siempre. Allí donde estamos,
donde vivimos, donde trabajamos, donde acontece nuestra cotidianidad hay
siempre una misión posible. El texto quiere decirnos que no nos podemos quedar
toda la vida como oyentes de la Palabra (que es lo que frecuentemente sucede en
nuestras parroquias); es necesario pasar de la escucha de la Palabra a la
acción. ¿Somos buenos oyentes de la Palabra de Dios? ¿Hemos sido capaces de
pasar de la escucha a la acción?
Querido hermano: Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación. Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A Él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Algunas reflexiones
Este segundo texto, propuesto nos traslada de Pedro a Pablo. De hecho, las Cartas a Tito y Timoteo han sido llamadas tradicionalmente “cartas pastorales”, pues se presentan – desde el punto de vista formal – como un escrito del apóstol Pablo, dirigido a Tito y a Timoteo, dos discípulos suyos, a quienes el apóstol encargó el cuidado pastoral de algunas comunidades cristianas de Asia Menor.
¿Quién fue este hombre llamado Timoteo? Sabemos que Timoteo estuvo estrechamente ligado al Apóstol Pablo; fue su compañero de viaje y misión (Hechos 17,14ss; 19, 22; 20, 4) y contó con la confianza de Pablo, quien lo envió para realizar algunas misiones especiales en la ciudades de Tesalónica (1ª Tesalonicenses 3, 2.6), en Macedonia (Hechos 19, 22) y en Corinto (1ª Corintios 4, 17 y 2ª Corintios 1,19)”. Pablo lo consideró su hijo espiritual (1ª Corintios 4,17).
En el texto propuesto, Pablo (que se encuentra prisionero por causa del evangelio) se está despidiendo de Timoteo, y, en esta despedida lo exhorta a ser un cristiano íntegro. Para ello, él mismo se pone como ejemplo y le cuenta su propia experiencia con Cristo, la conciencia que tiene de la misión que ha realizado y el sentido que ha encontrado en ella: Ha librado el buen combate en la fe.
En efecto, Pablo presiente el final de su vida, está preso y se acerca la hora de su ejecución. Su fin es inminente, pero tiene su conciencia tranquila: “He peleado el buen combate, he terminado mi carrera, he mantenido la fe”. Esto que Pablo escribe a Timoteo es también para nosotros, para que - mirando su ejemplo - cobremos ánimo y decidamos seguir adelante en el ‘combate de la fe’ (la expresión es sugestiva; nos recuerda que hay una lucha interior y que ser cristiano no es fácil. La imagen del combate seguramente la tomó Pablo de las competencias entre los pugilistas, entre los gladiadores y la aplicó a la vida cristiana)
¿Cómo queremos llegar al final de nuestra vida? ¿Deseamos ir hasta el final del camino cristiano? ¿Qué hacemos para conservar, alimentar y fortalecer la fe?
Pablo reconoce que su fe está puesta en Cristo Jesús y que es Él quien lo ha fortalecido y lo ha llevado íntegro hasta el final. No importa que los demás fallen, que los otros desistan. Cristo no falla ni desiste de nosotros. ¿Qué le espera a Pablo? Él lo tiene claro: “Sólo me espera la corona de la justicia, que el Señor Jesús como justo juez me entregará aquel día”. Sin duda se refería al día de su muerte.
Notemos que a Pablo lo que le preocupaba, en realidad, no era su muerte,
sino que el Evangelio fuera predicado, que Cristo fuera conocido, amado y
seguido. Por eso afirma: “El
Señor, sí, me asistió y me dio fuerzas para que por mi medio se llevase a cabo
la proclamación, de modo que la oyera todo el mundo…” ¿Estamos
habitados por este mismo deseo? ¿Nos mueve esta misma preocupación?
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Algunas reflexiones
Pero, ¿por qué Pedro y Pablo llegan a tal profundidad y coherencia en su fe? La respuesta es esta: Porque han conocido a Cristo Jesús, porque se han dejado ‘conquistar’ por Él, porque han descubierto cuál es la identidad ‘teológica’ de este Jesús de Nazaret: Él es el Cristo, el Mesías, el enviado de Dios.
Es por eso que, para rematar con broche de oro la liturgia de esta solemnidad de Pedro y Pablo, se nos propone este relato en el que los discípulos, por boca de Pedro, confiesan quién es Jesús para ellos. Notemos el salto que se da en el relato entre LO QUE LA GENTE DICE DE JESÚS y LO QUE LOS DISCÍPULOS PUEDEN DECIR – DESDE SÍ MISMOS – DE ÉL.
En el Evangelio Jesús – caminando con sus discípulos - formula una doble pregunta: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Es curioso, Jesús parece interesarse por lo que la gente percibe de Él. Quizá se preguntó muchas veces: ¿Estarán comprendiendo bien lo que yo hago y lo que digo? ¿Habrán captado adecuadamente mi identidad? Estas cuestiones siguen siendo actuales.
Pero Jesús no se contenta con estas dos preguntas iniciales. A partir de lo que sus discípulos le comentan, formula una segunda pregunta, pero esta vez envuelve a los discípulos en ella, los cuestiona, los interpela, los confronta: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy?" Ya no se trata de lo que los otros dicen, de los comentarios, de los chismes, sino de la experiencia personal y de la postura personal.
¿Nos hemos preguntado cuántos años de cristianismo llevamos en nosotros? ¿Hemos meditado en los años en que hemos frecuentado la iglesia, escuchado la Palabra de Dios y celebrado la liturgia? ¿Hemos meditado suficientemente sobre nuestra identidad cristiana? ¿Qué podemos decir, hoy, por nosotros mismos, acerca de Jesús? Jesús nos lanza la misma pregunta que propuso a sus primeros discípulos: Y tú, ¿Quién dices que soy yo? O mejor ¿Quién soy yo para ti?
Pedro, que asume ser portavoz del grupo, responde. Él ha captado el verdadero significado de la actuación y de la identidad de Jesús. Los discípulos han logrado percibir que Él es el Mesías, el Hijo de Dios.
Reconocer a Jesús como el Cristo e Hijo de Dios es, pues, la gran experiencia propuesta a todos los cristianos. Esto fue lo que vivieron los Apóstoles y, en especial, Pedro y Pablo. Esto es lo que se nos propone vivir. Es esta experiencia la que sostiene a la Iglesia.
Pero para llegar a este reconocimiento se necesita perseverancia en el camino (no olvidemos que van hacia Jerusalén, la ciudad del martirio), sencillez y humildad, pues captar la identidad de Jesús es un don de Dios: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.
Y, para cerrar la narración, Pedro recibe una misión y una promesa: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Elección), y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella (Promesa). Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. (Misión)”
¡Qué amor tan grande! ¡Qué responsabilidad tan grande! ¿Estamos preparados para un amor así? ¿Estamos preparados para acoger el encargo que el Señor nos quiera dar? ¿Hemos pensado en la importancia del rol de Pedro en la iglesia? ¿Hemos pensado en la necesidad de que la Iglesia tenga muchos Pablos?
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Bendeciré al Señor en todo tiempo
Bendeciré al Señor en
todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: Él me respondió
y me libró de todos mis temores.
Miren hacia Él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
El Ángel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en Él se refugian!
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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