Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad de Corpus Christi Ciclo B (el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo), sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2015, corresponde al Domingo 7 de Junio.
Ésta es la sangre de la Alianza que hace el Señor con vosotros
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: "Haremos todo lo que dice el Señor." Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la Alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: "Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos." Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: "Ésta es la sangre de la Alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos."
La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia
Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena." Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: "Tomad, esto es mi cuerpo." Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios." Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Algunas reflexiones
Una comida, unos invitados, el encuentro, la vida compartida... Todas estas son realidades que constituyen la vida humana. Sin ellas no seríamos verdaderamente humanos. Jesús pasa por estas realidades y se vale de ellas - como experiencias antropológicas fundamentales – para revelar el infinito amor con que Él ha amado a la humanidad… Amor que no es otra cosa sino expresión histórica del amor de Dios. Esa Cena de Pascua, que fue (según nos cuentan los Evangelios) una cena de despedida es – desde la perspectiva cristiana – la primera EUCARISTÍA.
Cuando Jesús celebró con sus discípulos esta nueva Cena Pascual les dio la consigna de perpetuar, a través de esta comida simbólica y sacramental, no sólo lo que Él vivió al final de su misión histórica (su donación total y el proyecto de crear una nueva condición humana), sino también de expresar con esta cena lo que todos sus discípulos estaban llamados a vivir: la propia donación, la comunión espiritual y existencial con toda la humanidad y el esfuerzo de transformarse – desde el esfuerzo cotidiano - en alimento para los demás.
¿Cómo se transforma un creyente – desde el punto de vista espiritual – en alimento para los demás? A través de su manera de vivir, de su testimonio y de su servicio concreto a los demás, a la sociedad.
El pueblo judío del Antiguo Testamento ya celebraba (desde muchos siglos antes de Jesús) una fiesta de pascua (la llamada Pascua Judía), pero Jesús (que fue y no dejó de ser judío) retomó esta fiesta y le dio un sentido espiritual y existencial nuevo. Para el pueblo judío del Antiguo Testamento esta fiesta celebraba y actualizaba la liberación de la esclavitud (social-material) en Egipto. Desde su comprensión de fe, el antiguo pueblo de Israel pensaba, sentía y creía que Dios había pasado, liberando al pueblo (de hecho la palabra PASCUA significa PASO) y el pueblo debería a su turno pasar de la esclavitud a la libertad. Este proceso no sólo era sociológico, político y material, sino que suponía una transformación mental, psicológica y espiritual.
Este paso (o pasaje de una situación a otra: de la esclavitud a la libertad) aparece bellamente expresado en la narración bíblica mediante un proceso de desplazamiento geográfico: Confrontación con el Faraón, salida de Egipto, paso del mar Rojo, travesía del desierto, llegada y conquista de la Tierra Prometida. Se trata de todo un proyecto de vida: todos tenemos nuestro Egipto (nuestra esclavitud), debemos confrontarnos con nuestros faraones (los poderes malignos que no nos dejan ser auténticamente humanos, individual y colectivamente), necesitamos aprender a salir (de nada sirve quejarnos si no somos capaces de actuar), pero debemos atravesar el Mar Rojo (confiar en la acción liberadora de Dios, porque al mal no lo podemos vencer sólo con nuestra fuerza), atravesar el desierto (pues la libertad supone un proceso de transformación que pasa por la aridez, el conflicto, el sufrimiento, el esfuerzo, la tentación de caer nuevamente en la esclavitud, pero también por la esperanza, la solidaridad, el silencio, la compañía amorosa de Dios).
Notemos que (en la primera lectura) la fiesta está íntimamente asociada a la entrega de la Ley al pueblo (acontecimiento en el que Moisés juega un papel clave). Pero no se trata de cualquier ley, sino de la instrucción que Dios dio al pueblo para que él pudiera vivir plenamente la Alianza (una relación en el amor). Notemos que la primera lectura subraya varias veces la actitud (respuesta) del pueblo frente a esta ley (la recibe, la escucha atentamente, la interioriza y se compromete a obedecerla, a ponerla en práctica). La práctica es, en definitiva, lo que define todo. Si no se llega a la práctica todo se convierte en discurso.
En el Nuevo Testamento, el Evangelista Mateo (Mt 5) es quien mejor logró diseñar el paralelo entre Moisés (del Antiguo Testamento) y Jesús (del Nuevo Testamento): Moisés sube a la montaña y desciende de ella con la ley que Dios le dio (las tablas). Jesús también sube a la montaña, allí se sienta para hablar (es la actitud propia del maestro) y no recibe la Ley, sino que Él mismo –desde lo alto de la montaña- la da, la pronuncia (son las bienaventuranzas). Él es la nueva Ley.
En la primera lectura el autor nos cuenta que el pueblo – al recibir la ley – celebra, adora a Dios y ofrece sacrificios de animales. En la segunda lectura (tomada de la carta a los Hebreos) el autor va mucho más allá (hablando de Jesús): ya no se trata de sacrificios externos (el de los animales), sino del sacrificio de la propia persona de Jesús (la sangre derramada es la suya). Es el mismo Jesús quien preside (por eso Él es el Nuevo, Sumo y Verdadero Sacerdote). Él mismo es el contenido del sacrificio (Él es la victima ofrecida, la hostia). En Él se sella la Alianza (la Nueva Alianza). Si a esto le sumamos que Él es la nueva ley, entonces tenemos el cuadro completo.
Pasemos al Evangelio: Él nos traslada al relato de la institución de la Eucaristía. No olvidemos que tanto el cuerpo como la sangre simbolizan (en la Biblia) la totalidad de la persona, la totalidad de su existencia. Según la antropología bíblica, sin cuerpo y sin sangre no podríamos existir en la historia. Por el cuerpo somos reconocidos y podemos entrar en relación con el mundo que nos rodea. Se pensaba que en la sangre estaba la vida, perderla era perder la vida (considerada el mayor don de Dios). Cuando el creyente celebra la Eucaristía y recibe el cuerpo y la sangre de Cristo (la hostia consagrada empapada en el vino consagrado) está recibiendo de manera sacramental la existencia de Jesús. Y, al comer la hostia mojada en el vino, el creyente está expresando que quiere entrar en comunión con la existencia de Cristo y que quiere que esta existencia divina esté en él, more en él y dinamice su vida.
Así, el hecho de recibir y de comer la hostia es un compromiso de vida. Alimentado con Cristo el cristiano está capacitado para ser su discípulo y su testigo en el mundo; está capacitado para continuar la misión de Jesús (amar y servir). Al hacer esto, tanto el discípulo de Jesús como la iglesia están actualizando la Alianza, pero se requiere que no se queden sólo en la recepción de la hostia, sino que pasen a la acción (al salir de la misa) y digan – como el pueblo en la primera lectura – nosotros haremos lo que Dios dice, pondremos en práctica sus mandamientos.
Celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Ya sabemos en qué consiste. Ahora lo que Dios espera de nosotros es el compromiso, la entrega generosa, la obediencia madura a la Palabra de su Hijo. Comencemos por nosotros mismos, por cambiar aquellas cosas que no dejan que el amor de Dios reine en nosotros. Al vivir el camino de la fe vamos descubriendo que no se trata de una relación intimista con Dios, desconectada del prójimo, sino que amor a Dios y amor al prójimo son una sola cosa. Avancemos en esta dirección.
Terminemos nuestra meditación orando con el…
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
¿Cómo pagaré al Señor / todo el bien que me ha hecho? / Alzaré la copa de la salvación, / invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. / Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; / rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. / Cumpliré al Señor mis votos / en presencia de todo el pueblo. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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