Te comparto la reflexión correspondiente al Segundo Domingo de Cuaresma Ciclo A 2017, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2017, corresponde al Domingo 12 de Marzo.
Celebramos el segundo domingo del tiempo de Cuaresma. Las lecturas se
centran en tres temas claves: El llamado, el cambio y la misión.
Veámoslas:
Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios
En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo." Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
La narración bíblica nos recuerda que, cerca del año 1800 a.C., Abraham lideraba un clan de pastores seminómadas. En esa misma época se estaban organizando en Mesopotamia y a lo largo de las costas del Mediterráneo muchas ciudades-estado. El clan conducido por Abraham fue, seguramente, uno de los muchos grupos que emigraban buscando mejores condiciones de vida.
En esta experiencia de desplazamiento y búsqueda descubrieron el llamado de Dios: “Sal de tu tierra y vete a la tierra que yo te mostraré”. Dios promete a Abraham y a su clan lo que necesitan: una tierra para establecerse y la consolidación como pueblo. Así, con la historia del clan de Abraham comienza la historia del pueblo de Israel de la Biblia.
Claro, estas narraciones fueron escritas mucho tiempo después de que Israel se consolidó como pueblo. A través de estos textos el pueblo hace un ejercicio de relectura de su historia en busca sus orígenes. Identifican un origen antropológico (un ancestro llamado Abraham). Pero, sobre todo, identifican un origen divino (la presencia y el llamado de Dios en la vida de Abraham y del grupo que él lideraba).
Igual nos ocurre hoy: buscamos nuestro origen antropológico (tratamos de ir, hacia atrás, en el tiempo y construimos nuestro árbol genealógico), pero – como creyentes – sabemos que en el origen de nuestra vida está Dios, su acción creadora y su llamado. La perspectiva antropológica y la perspectiva teológica se completan.
Algunas ideas claves a partir de esta lectura:
Dios nos llama y nos ilumina
Querido hermano: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
La segunda carta de Timoteo nos asegura que Dios y su proyecto no están encadenados. De manera misteriosa pero eficaz, Dios va realizando su proyecto, haciéndose presente en nuestra vida, aún en los renglones torcidos de ‘nuestra escritura’.
Con todo, es claro que el Espíritu Santo encuentra un mejor espacio de acción en aquellas personas que – de buena voluntad y con un espíritu honesto- buscan construir un mundo mejor. Eso es lo que al creyente le corresponde: Ser un espacio libre de obstáculos donde Dios pueda habitar y actuar ‘a sus anchas’. Esa debe ser la preocupación mayor del creyente.
La carta se nos presenta desde el punto de vista formal – como un texto cercano, amoroso y formativo de Pablo a un discípulo suyo llamado Timoteo, cristiano que tuvo que hacerse responsable de la conducción de algunas comunidades cristianas de la 2ª mitad del primer siglo del cristianismo. Se trata, entonces, de unas orientaciones que Pablo da a Timoteo para que cumpla adecuadamente su misión. Por eso se clasifica esta carta dentro del bloque llamado de ‘Cartas pastorales’.
Ahora bien, estas orientaciones siguen siendo válidas no sólo para quienes ejercen el pastoreo en la Iglesia o para los servidores que hay en las distintas comunidades. Ellas son para todo cristiano que quiera vivir seriamente su opción por Cristo.
Algunas ideas claves a partir de esta lectura:
Su rostro resplandecía como el sol
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."
Muchas veces hemos meditado en la liturgia dominical (y, seguramente, fuera de ella) este texto de la Transfiguración.
La escena de la Transfiguración – como lo hemos dicho a propósito de todos los textos de la Biblia – debe ser adecuadamente interpretada. Este relato fue escrito, mucho tiempo después de la resurrección de Jesús, cuando las comunidades cristianas ya habían podido elaborar – desde la experiencia pascual – una re-lectura teológica de la vida histórica de Jesús.
El relato de la Transfiguración de Jesús nos señala que tal transfiguración también puede acontecer en nosotros por la fe y por el amor. Lo que nos transfigura es el amor y lo que nos une a Dios (que es amor) es la fe.
La vida diaria tiende a hacerse monótona y podemos desanimarnos en el camino. Pero hay momentos especiales, inesperados, en que la luz de Dios nos deja ver lo que no veíamos, nos permite percibir la presencia amorosa de nuestro creador y nos permite comprender lo que antes era oscuro para nuestra inteligencia. Entonces, todo cambia, nos transfiguramos y la realidad queda transfigurada por esta experiencia. Vemos las cosas de manera diferente.
La invitación que nos hace el evangelista es: aceptar la invitación de Jesús (llamado, vocación), para ir a la montaña (encuentro con Dios) y desde el encuentro profundo (oración), dejarnos transfigurar (cambiar, descubrir, percibir el amor de Dios, su grandeza, el sentido de su proyecto), para bajar al encuentro de los otros (lo que Jesús y los discípulos encuentran al bajar es la gente, el pueblo, la comunidad, los necesitados), para hacerles llegar a ellos el poder de esa ‘transfiguración’.
Subrayo seis (6) ideas del texto para la meditación.
Terminemos
nuestra reflexión, orando con el…
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
La palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / Él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, / en los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte / y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros
aguardamos al Señor: / Él es nuestro auxilio y escudo. / Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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