“Todo cristiano que vista devotamente el Santo Escapulario y que observe las prácticas prescritas, se encontrará con la Santísima Virgen al final de su vida. Y ella, que es la Gran Consoladora de los Afligidos vendrá el sábado siguiente para liberarlo de todo sufrimiento y llevarlo con ella a la Morada de la Gloria”.
SEGUNDA PARTE
De lo visto anteriormente, se desprende que la Santísima Virgen ha otorgado dos grandes privilegios al Santo Escapulario. Por otra parte, los Sumos Pontífices han añadido las más beneficiosas indulgencias. No diremos nada aquí sobre las indulgencias, pero creemos útil dar a conocer los dos preciosos privilegios conocidos: uno bajo el nombre de Preservación y el otro bajo el nombre de Liberación o Sabatina.
El primer privilegio es la exención de las penas del Infierno: In hoc moriens œternum non patietur incendium, quien muere con esta prenda no sufrirá el fuego del Infierno.
Es evidente que los que mueren en pecado mortal, incluso con el escapulario puesto, no estarían exentos de la condenación. Y este no es el sentido de la promesa de la Santísima Virgen María.
Nuestra Bondadosa Madre prometió disponer las cosas misericordiosamente de modo que los que mueran revestidos de este Santo Hábito, tengan la gracia de confesarse dignamente y arrepentirse de sus faltas; o en caso de que los sorprenda una muerte repentina, tengan el tiempo y la voluntad de hacer un acto de perfecta contrición.
Se podría escribir un volumen acerca de los hechos milagrosos que atestiguan el cumplimiento de esta promesa. Contentémonos sin embargo, con citar uno o dos de ellos.
El Venerable Padre Claudio de la Colombière cuenta que una joven, que al principio era piadosa y llevaba el Santo Escapulario, tuvo la desgracia de desviarse del buen camino. Por culpa de lecturas nada sanas y de frecuentar compañías peligrosas, se dejó arrastrar a conductas desenfrenadas y estuvo a punto de caer en desgracia. En lugar de acudir a Dios y a la Santísima Virgen, quien es el Refugio de los Pecadores, se entregó a una profunda desesperación.
El demonio no tardó en sugerirle un terrible “remedio” para sus problemas, el del suicidio. Según el engaño, “este remedio la apartaría de sus miserias temporales”, cuando en realidad la iría a sumir en los Tormentos Eternos.
Haciéndole caso al enemigo, ella corrió hacia el río y, teniendo aún el Escapulario puesto, se lanzó al agua. Sorprendentemente, nadó en lugar de hundirse y no encontró la muerte que buscaba. Un pescador que la vio, quiso apresurarse a salvarla pero la desafortunada mujer se percató.
Entonces, se quitó el Escapulario, lo arrojó lejos e inmediatamente se hundió. El pescador no pudo salvarla. Sin embargo, encontró el Escapulario y descubrió que este Santo Hábito había impedido que la pecadora hubiese muerto en el primer intento de suicidio.
En el hospital de Tolón había un oficial muy impío que se negaba a ver al sacerdote. Estaba a punto de morir y cayó en una especie de letargo. Aprovecharon este estado para colocarle un escapulario. El moribundo pronto volvió en sí y dijo con furia: "¿Por qué me han puesto fuego, un fuego que me quema? Quítenmelo, quítenmelo".
El Santo Hábito fue entonces retirado y el moribundo volvió a caer en el mismo letargo. Invocaron a la Santísima Virgen y trataron una vez más de revestir al desafortunado pecador con el Santo Hábito. Este volvió de nuevo en sí, se dió cuenta de que tenía puesto el Santo Escapulario, lo arrancó con rabia y, tras arrojarlo blasfemando, expiró.
El segundo privilegio, el de la Sabatina o Liberación, consiste en ser liberado del Purgatorio por la Santísima Virgen, el primer sábado después de la muerte. Para gozar de este privilegio, deben cumplirse ciertas condiciones, a saber:
1- Mantener la castidad propia de su estado.
2- Rezar el pequeño Oficio de la Virgen.
Los que recitan el Oficio canónico satisfacen así la condición. Por otro lado, los que no saben leer, en lugar del Oficio deben observar los ayunos prescritos por la Iglesia y abstenerse de comer con prodigalidad los días miércoles, viernes y sábado.
3- En caso de necesidad, la obligación del Oficio, la abstinencia y el ayuno, pueden ser conmutados por otras obras piadosas, con el visto bueno de aquellos que tienen la autoridad para otorgarlo.
Este es el privilegio de la Liberación y las condiciones para poder disfrutarlo.
Si recordamos lo dicho anteriormente acerca de los rigores del Purgatorio y su duración, nos daremos cuenta de que este privilegio es supremamente valioso y las condiciones muy fáciles de cumplir.
Sabemos que se han planteado dudas acerca de la autenticidad de la Bula Sabatina. Sin embargo, además de la piadosa práctica de los fieles y de que la tradición se ha mantenido constante, el gran Papa Benedicto XIV, cuya eminente ciencia y moderación doctrinal son bien conocidas, se pronunció favorablemente.
Así mismo, los Anales de los Carmelitas recopilan un gran número de hechos milagrosos que confirman la promesa hecha por la Reina del Cielo.
La ilustre Santa Teresa, en una de sus obras, dice que vio un alma liberada el sábado siguiente a su partida, gracias a que había observado fielmente durante su vida, las condiciones de la Sabatina.
En Otranto, ciudad del reino de Nápoles, una dama de la alta sociedad experimentó la más profunda alegría, gracias a la predicación de un Padre carmelita, gran promotor de la devoción a la Santísima Virgen María.
Él aseguraba a sus oyentes que todo cristiano que vistiese devotamente el Escapulario y observase las prácticas prescritas se encontraría con la Divina Madre al final de su vida, y que la Gran Consoladora de los Afligidos vendría el sábado siguiente para liberarlo de todo sufrimiento y llevarlo con ella a la Morada de la Gloria.
Sorprendida por tan preciosas ventajas, esta señora se colocó de inmediato el Hábito de la Santísima Virgen, con la firme decisión de observar fielmente las reglas de la Cofradía.
Su piedad aumentó enormemente: rezaba a Nuestra Señora día y noche, poniendo toda su confianza en ella y rindiéndole toda clase de homenajes.
Entre los favores que le pidió a la Virgen, le imploró que muriese en sábado, con el fin de ser liberada inmediatamente del Purgatorio.
¡Este favor le fue concedido! Unos años más tarde, tras caer enferma y a pesar de que los médicos le aseguraban lo contrario, ella declaró que su enfermedad era grave y que la llevaría a la muerte. “Bendigo a Dios – decía -, con la esperanza de reunirme pronto con Él”.
En efecto, su enfermedad progresó hasta el punto de que los médicos la juzgaron próxima a morir. Estos declararon unánimemente que moriría antes de finalizar el día; era un miércoles. Sin embargo, ella les dijo: “Vuelven a estar equivocados. Viviré tres días más. Mi muerte será el día sábado”.
El acontecimiento sucedió tal cual. Considerando los días de sufrimiento que le quedaban como un tesoro inestimable, ella los aprovechó para purificarse y aumentar sus méritos.
¡El sábado, entregó su alma al Creador!
Su hija, quien era también muy piadosa, se hallaba inconsolable. Mientras rezaba en su oratorio por el alma de su querida madre y derramaba copiosas lágrimas, un gran siervo de Dios, quien era favorecido por comunicaciones sobrenaturales, se acercó a ella y le dijo: "Dejad de llorar hija mía, o mejor, que vuestra tristeza se convierta en alegría. He venido a aseguraros en nombre de Dios que hoy sábado, gracias al privilegio concedido a los cofrades del Santo Escapulario, vuestra madre ha subido al Cielo y ha sido admitida entre los Elegidos. Por ello, consolaos y bendecid a la Augusta Virgen María, Madre de las Misericordias”.
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