Santa Catalina de Siena había convertido con su caridad a una pecadora llamada Palmerina, quien murió y fue al Purgatorio. La santa trabajó incansablemente hasta que logró su liberación. Como recompensa, el Salvador permitió que esta alma bendita se le apareciera, o más bien, Él mismo quiso mostrársela a su sierva como una magnífica conquista de su Caridad.
SEGUNDA PARTE
El Señor está más inclinado a recompensar que a castigar; y si inflige el castigo del olvido a los que olvidan a las almas tan queridas por Su Corazón, se mostrará magníficamente agradecido con los que las asisten, en la persona de sus sufridas esposas.
Él les dirá en el Día de la Recompensa: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el Reino preparado para vosotros. Has mostrado misericordia con tus hermanos necesitados y sufrientes; y en verdad te digo que todo el bien que has hecho al más pequeño de ellos, lo has hecho Conmigo”.
Jesús suele recompensar a las almas compasivas y caritativas con diversos favores en esta vida.
Santa Catalina de Siena había convertido con su caridad a una pecadora llamada Palmerina, quien murió y fue al Purgatorio. La santa trabajó incansablemente hasta que logró su liberación. Como recompensa, el Salvador permitió que esta alma bendita se le apareciera, o más bien, Él mismo quiso mostrársela a su sierva como una magnífica conquista de su Caridad.
He aquí, según el beato Raimundo, los detalles de este hecho.
A mediados del siglo XIV, cuando santa Catalina de Siena edificaba su ciudad natal con toda clase de Obras de Misericordia, una mujer llamada Palmerina, después de haber sido objeto de su más tierna caridad, concibió una secreta aversión hacia su benefactora, la cual pronto degeneró en un odio implacable.
No queriendo verla ni escucharla, la ingrata Palmerina se ensañó con la sierva de Dios y no dejó de buscar hacerle daño a través de las más atroces calumnias.
Catalina hizo todo lo posible por ablandar su corazón, pero fue en vano. Entonces, viendo que su bondad, humildad y amabilidad no hacían más que exacerbar la furia de esta infeliz mujer, rogó a Dios que fuera Él quien ablandase su endurecido corazón.
Dios respondió a su oración permitiendo que Palmerina sufriese una enfermedad mortal. Pero este castigo no fue suficiente para que la mujer volviese en sí. Por el contrario, a cambio de los más tiernos cuidados de la santa, la enferma la maltrató y la apartó de su presencia.
Sin embargo, su fin se acercaba y se llamó a un sacerdote para que le administrara los sacramentos. La enferma no pudo recibirlos por el odio que albergaba y que se negaba a deponer.
Al oír esta triste noticia, Catalina vio que la desdichada mujer tenía ya un pie en el Infierno. Se echó a llorar inconsolablemente y derramó muchas lágrimas. Durante tres días y tres noches no dejó de rogar a Dios por ella, uniendo el ayuno a la oración. "¿Qué es esto Señor? -dijo-, ¿permitirás que esta alma perezca por mi culpa? Te ruego que me concedas su conversión y su salvación. Castiga su pecado en mí, que soy la causa. No es ella, soy yo quien debe ser golpeada. Señor, no me niegues la Gracia que te pido. No dejaré de suplicarte hasta que la haya obtenido. En nombre de Tu Bondad, de Tu Misericordia, te ruego, Misericordioso Salvador, que no permitas que el alma de mi Hermana abandone su cuerpo antes de que haya vuelto a estar en Gracia contigo”.
Añade el biógrafo de Catalina, que fue tan poderosa su oración, que impidió que la enferma muriese en ese momento. La agonía duró tres días y tres noches, ante el gran asombro de los presentes.
Catalina continuó intercediendo todo este tiempo, y finalmente obtuvo la victoria. Dios no resistió más a la oración de Catalina y realizó un milagro de Misericordia.
Un Rayo Celestial penetró en el corazón de la moribunda, le hizo ver sus faltas y la tocó con el arrepentimiento. La santa, a quien Dios se lo hizo saber, corrió inmediatamente hacia ella. En cuanto la enferma la vio, le dio todas las muestras posibles de amistad y respeto; confesó su falta en voz alta, recibió piadosamente los Sacramentos y murió en Gracia del Señor.
A pesar de esta sincera conversión, era de temerse que una pecadora que acababa de escapar del Infierno tuviese que pasar por un duro Purgatorio. La caritativa Catalina siguió haciendo todo lo posible para acelerar la entrada de Palmerina en la Gloria.
Esa caridad no podía quedar sin recompensa.
“Nuestro Señor, escribe el Beato Raimundo, mostró a su sierva que esta alma se había salvado. Aparecía tan brillante que la misma sierva de Dios me dijo que no había palabras para describir su belleza".
A pesar de que aún no gozaba de la Gloria de la Visión Beatífica, tenía el resplandor que proviene de la Creación y de la Gracia del Bautismo.
Nuestro Señor le dijo a Catalina: "Aquí está, hija mía, esta alma perdida que me has hecho rescatar". Y añadió: "¿No te parece hermosa y preciosa? ¿Quién no querría soportar todo tipo de dolor para ganar una criatura tan perfecta e introducirla en la Vida Eterna? Si Yo, que soy la Belleza Suprema, de la que fluye toda belleza, me cautivé tanto por la belleza de las almas, que bajé a la Tierra y derramé Mi Sangre para redimirlas, cuánto más debéis trabajar los unos por los otros para que no se pierdan criaturas tan admirables. Si te he mostrado esta alma, es para que cada vez tengas más ardor en todo lo que concierne a la salvación de las almas”.
Santa Magdalena de Pazzi, tan llena de devoción por los difuntos, agotó todos los recursos de la caridad cristiana en favor de su madre cuando ésta falleció.
Quince días después de su muerte, Jesús, deseando consolar a su sierva, le mostró el alma de su amada difunta. Magdalena la vio en el Paraíso, cubierta de un esplendor deslumbrante y rodeada de santos que estaban pendientes de ella.
Entonces escuchó a su madre darle tres consejos, que nunca se apartaron de su mente:
“Cuida, hija mía -le dijo-, de abajarte todo lo que más puedas en la santa humildad, de observar religiosamente la obediencia y de llevar a cabo con prudencia todo lo que ella te indique”.
Dicho esto, Magdalena vio que su bien amada madre se apartaba de su vista, mientras ella se quedaba inundada de los más dulces consuelos.
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