Yo soy, le dice la Santísima Virgen, la Madre de todos los que están en el Purgatorio; mis oraciones suavizan los castigos que se les infligen por sus faltas. ¿No soy yo el Consuelo de los Afligidos?
SEGUNDA PARTE
Las almas del Purgatorio también reciben grandes consuelos de la Santísima Virgen. ¿No es ella la Consoladora de los Afligidos? ¿Y qué aflicción puede compararse con la de las pobres almas? ¿No es acaso la Madre de la Misericordia? ¿Y no es con respecto a estas almas santas y sufrientes que ella debe mostrar toda la Misericordia de su Corazón?
No es de extrañar que, en las Revelaciones de Santa Brígida, la Reina del Cielo se dé a sí misma el hermoso nombre de Madre de las Almas del Purgatorio: "Yo soy – le dice la Santísima Virgen a esta santa - la Madre de todos los que están en el lugar de expiación; mis oraciones suavizan los castigos que se les infligen por sus faltas".
El 25 de octubre de 1604, en el colegio de la Compañía de Jesús de Coimbra, el padre Jerónimo Carvalho, de 60 años, murió en olor de santidad. Este admirable y humilde siervo de Dios estaba muy aprensivo con las penas del Purgatorio. Ni el duro flagelo al que se sometía varias veces al día, por no hablar de la flagelación que le inspiraba cada semana el recuerdo de la Pasión, ni las seis horas que dedicaba por las noches y las mañanas a la meditación de las cosas santas, le parecían protegerle de los castigos a merecer tras su muerte por sus supuestas infidelidades.
Pero un día la Reina del Cielo, a la que tenía una tierna devoción, se dignó consolar a su siervo con la simple certeza de que ella era la Madre de la Misericordia para sus queridos hijos del Purgatorio, así como para los que viven sobre la Tierra. - Más tarde, en su intento de difundir tan consoladora doctrina y en el calor de su discurso, el santo varón dejó escapar inadvertidamente las palabras: "Ella me lo dijo".
Se cuenta que otro gran siervo de María, el beato Renier de Cîteaux, temblaba al pensar en sus pecados y en la terrible Justicia de Dios después de la muerte. En su temor, habiéndose dirigido a su Gran Protectora, que se llama la Madre de la Misericordia, quedó extasiado en el espíritu y vio a la Madre de Dios rogando a su Hijo en su favor. "Hijo mío", dijo, "dale la Gracia del Purgatorio, ya que él se arrepiente humildemente de sus pecados. - "Madre mía", respondió Jesucristo, "pongo su causa en tus manos"; ello significaba: que se haga con tu devoto lo que tú quieras. - El beato comprendió con inefable alegría que María le había conseguido la exención del Purgatorio.
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