En Defensa de la Fe


El Purgatorio - Ventajas de la devoción a las almas – Beneficios temporales y espirituales - Cristóbal Sandoval en Lovaina - El abogado que renunció al mundo - El hermano Lacci y el doctor Verdiano

Este abogado había asistido caritativamente a un joven amigo durante la enfermedad de la que finalmente falleció. Tras la muerte de su amigo, no se olvidó de rezar algunas oraciones por su alma, aunque no era muy piadoso. Sin embargo, esto fue suficiente para que el difunto obtuviera para él el mayor de los beneficios, el de su conversión y vocación religiosa.





Tras la muerte de su amigo, no se olvidó de rezar por su alma. Esto fue suficiente para que el difunto obtuviera para él el mayor de los beneficios, el de su conversión y vocación religiosa.Este abogado había asistido caritativamente a un joven amigo durante la enfermedad de la que finalmente falleció. Tras la muerte de su amigo, no se olvidó de rezar algunas oraciones por su alma, aunque no era muy piadoso. Sin embargo, esto fue suficiente para que el difunto obtuviera para él el mayor de los beneficios, el de su conversión y vocación religiosa.





SEGUNDA PARTE



Capítulo 49 - Ventajas - Beneficios temporales y espirituales - Cristóbal Sandoval en Lovaina - El abogado que renunció al mundo - El hermano Lacci y el doctor Verdiano

Mencionemos un hecho más, tanto más digno de ser incluido aquí porque un gran Papa, Clemente VIII, vio en él el Dedo de Dios y recomendó que fuese publicado para la edificación de la Iglesia.

 

Varios autores, dice el Padre Rossignoli, han hecho recuento del prodigioso auxilio que Cristóbal Sandoval, arzobispo de Sevilla, recibió de las almas del Purgatorio.

 

Cuando era todavía un niño, solía distribuir como limosna por las almas, parte del dinero que le daban para satisfacer sus gustos.

 

Su piedad no hizo más que aumentar con los años: dio todo lo que pudo para las almas, hasta el punto de privarse de mil cosas que hubieran sido útiles o necesarias.

 

Cuando asistía a la Universidad de Lovaina, sucedió en un momento dado que las cartas que esperaba de España se retrasaron muchísimo, por lo cual llegó a encontrarse tan falto de dinero que no tenía ni con qué comer.

 

En esa situación, un día un mendigo le pidió una limosna en nombre de las almas del Purgatorio. Y, como nunca le había sucedido, tuvo el dolor de negársela.

 

Apesadumbrado por lo que había hecho, entró en una iglesia: "Si no puedo dar limosna para mis pobres almas -se dijo así mismo-, quiero al menos ayudarlas rezando por ellas.

 

Tan pronto terminó su oración, al salir de la iglesia, se le acercó un apuesto joven con atuendo de viajero, quien lo saludó con respetuosa benevolencia.

 

Cristóbal sintió temor, como si estuviese en presencia de un espíritu con forma humana.

 

Sin embargo, pronto fue tranquilizado por su amable interlocutor, quien le habló con la mayor cortesía acerca del marqués de Dania, su padre, de sus parientes y de sus amigos, tal y como si fuese un español recién llegado de la Península.

 

Finalmente, el joven le pidió que lo acompañara al hotel, donde podrían cenar juntos y hablar más cómodamente. Sandoval, quien no había comido en todo el día, aceptó de buen grado tan amable oferta.  Así pues, se sentaron a cenar y siguieron conversando muy amistosamente.

 

Luego de la comida, el forastero le dio a Sandoval una suma de dinero, la cual le pidió que la aceptara y utilizara en lo que quisiese, añadiendo que, a su discreción, él le pediría al marqués, su padre, que se la devolviese en España.

 

Luego, con el pretexto de tener que encargarse de unos asuntos, se marchó y Cristóbal no lo volvió a ver. A pesar de todas las averiguaciones que hizo acerca de este desconocido, no pudo obtener información alguna: nadie, ni en Lovaina ni en España, lo había visto, y nadie conocía a un joven de tales características.

 

En cuanto al dinero, la suma era exactamente la que el piadoso Cristóbal necesitaba para pagar sus deudas atrasadas; y este dinero nunca fue reclamado a su familia.

 

Por ello, él quedó convencido que el Cielo había obrado un milagro en su favor, y había enviado en su ayuda a una de las almas a las que él mismo había ayudado con sus oraciones y limosnas.

 

Tal certeza fue confirmada por el Papa Clemente VIII, a quien le contó la historia cuando fue a Roma a recibir las bulas como obispo.

 

Este Pontífice, impresionado por las circunstancias particulares del acontecimiento reseñado, instó al nuevo obispo a darlo a conocer para la edificación de los fieles; vio en ello un favor del Cielo, que demuestra cuán valiosa es a los Ojos de Dios la Caridad hacia los difuntos.

 

Tal es la gratitud de las almas santas que han dejado este mundo, que la demuestran incluso en relación con los servicios que les fueron prestados mientras estaban en la Tierra.

 

Consta en los Anales de los Frailes Predicadores que entre los que acudieron a pedir el hábito de Santo Domingo en 1241, había un abogado que había dejado su profesión por circunstancias extraordinarias.

 

Se había hecho amigo de un joven muy piadoso, al que asistió caritativamente en la enfermedad de la que finalmente falleció. Tras la muerte de su amigo, no se olvidó de rezar algunas oraciones por su alma, aunque no era muy piadoso. Sin embargo, esto fue suficiente para que el difunto obtuviera para él el mayor de los beneficios, el de su conversión y vocación religiosa.

 

Veamos cómo sucedió. Unos treinta días después de su muerte, el difunto se le apareció al abogado y le rogó que le ayudara porque se encontraba en el Purgatorio.

 

"¿Son rigurosos sus castigos?", preguntó el abogado.  – “Ay, respondió el difunto; si toda la Tierra, con sus bosques y montañas, estuviese en llamas, no sería una brasa ardiente como en la que estoy”.

 

El abogado fue presa del miedo, su fe revivió, y pensando en su propia alma, le preguntó: "¿En qué estado me encuentro a los ojos de Dios?” – “En mal estado -respondió el difunto- y en una profesión peligrosa”.

 

"¿Qué debo hacer? ¿Qué consejo me da?", volvió a preguntar el abogado. Esta es la respuesta que recibió: "Deje el mundo perverso en el que está inmerso, y preocúpese solo por la salvación de su alma".

 

El abogado siguió este consejo, dio todos sus bienes a los pobres y tomó el hábito de Santo Domingo.

 

Veamos esta otra historia. Después de su muerte, un santo religioso de la Compañía de Jesús agradeció los servicios del médico Verdiano, quien lo había atendido en su última enfermedad.

 

El fraile coadjutor Francisco La, fallecido en el colegio de Nápoles en 1098, era un hombre de Dios, lleno de caridad, paciencia y tierna devoción hacia la Santísima Virgen. Algún tiempo después de la muerte de Francisco, el doctor Verdiano entró en la iglesia del Colegio a primera hora de la mañana, para escuchar la Misa antes de comenzar sus visitas.

 

Era el día en que se celebraban las exequias del rey Felipe II, quien había muerto hacía cuatro meses.  Cuando salía de la iglesia y se santiguaba con agua bendita, se le acercó un religioso y le preguntó por qué se había preparado el catafalco y qué servicio se iba a celebrar.

 

"Son las exequias del rey Felipe II", respondió Verdiano. Este a su vez, asombrado de que un religioso hiciera semejante pregunta a un desconocido, y sin poder distinguir los rasgos de su interlocutor en aquel lugar poco iluminado, preguntó quién era.

 

“Soy -contestó- el hermano Francisco Lacci; usted me brindó sus cuidados durante mi enfermedad”.  - El médico lo miró atentamente y reconoció perfectamente los rasgos de Lacci. Estupefacto y preso de la emoción, le dijo: "¡Pero si usted falleció a causa de esa enfermedad!


¿Está usted sufriendo en el Purgatorio y por eso ha venido a solicitar sufragios?".  El hermano respondió: "Bendito sea el Señor, ya no tengo dolor ni tristeza; ya no necesito sufragios. Estoy disfrutando de las alegrías del Paraíso”.

 

"Y el rey Felipe II, ¿está ya en el cielo también?", preguntó Verdiano. “Sí, respondió el difunto. Está en el Cielo pero situado por debajo de mí, así como él estaba por encima de mí en la Tierra. En cuanto a usted, doctor -añadió Lacci-, ¿dónde piensa hacer su primera visita hoy?”

 

Habiendo respondido Verdiano que iba a ver al patricio di Maio, quien estaba muy enfermo, Lacci le advirtió que tuviera cuidado con un grave peligro que le amenazaba en la puerta de esa casa.  De hecho, el médico encontró en ese lugar una gran piedra, colocada de tal forma que al tropezarla hubiese podido tener una caída fatal.

 

Este auxilio temporal parece haber sido dispuesto por la Providencia para demostrarle a Verdiano que no había sido víctima de una ilusión.






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