Podemos decir que el sentimiento de la Iglesia, de sus Doctores y de sus Santos se puede resumir en esta sola frase: Lo que haces por los difuntos, lo haces de la manera más excelente por ti mismo.
SEGUNDA PARTE
Acabamos de ver cuán santa y meritoria es ante Dios la caridad hacia los difuntos: Sancta cogitatio. Nos resta por considerar cuán saludable es a la vez esta devoción para nosotros mismos: Salubris cogitatio.
Si la excelencia de la obra es en sí misma un motivo más que poderoso para dedicarnos a ella, las valiosísimas ventajas que encontramos en ella no son un estímulo menor.
Consisten, por una parte, en las gracias que recibimos a cambio de nuestro buen obrar, y por la otra, en el fervor cristiano que nos inspira esta buena obra.
<<Bienaventurados, dice Nuestro Señor, los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán Misericordia (Mateo V, 7)>>.
<<Bienaventurado el hombre, dice el Espíritu Santo, que se acuerda del necesitado y del pobre; el Señor lo librará en el día malo>> (Salmo 40).
<<En verdad os digo que cuantas veces hubieseis tenido misericordia con el más pequeño de mis hermanos, conmigo la habéis tenido (Mateo XXV, 40)>>.
<<Que el Señor sea misericordioso contigo, como lo fuiste con los que murieron>> (Rut 1:8).
Estas diversas expresiones de la Palabra de Dios se entienden, en su sentido más elevado, como caridad hacia los difuntos.
Todo lo que ofrezcamos a Dios por caridad hacia los difuntos, dice San Ambrosio en su libro de los Oficios, se transforma en mérito para nosotros, y lo encontraremos centuplicado después de la muerte: Omne quod defunctis impenditur, in nostrum tandem meritum commutatur, et illud post mortem centuplum recipimus duplicatum.
Podemos decir que el sentimiento de la Iglesia, de sus Doctores y de sus Santos se puede resumir en esta sola frase: Lo que haces por los difuntos, lo haces de la manera más excelente por ti mismo.
La razón es que esta Obra de Misericordia te será devuelta al ciento por uno el día en que tú mismo estés en necesidad de Misericordia.
Aquí podemos aplicar las famosas palabras de San Juan de Dios, cuando pedía a los habitantes de Granada que dieran limosna por su propio bien.
Para atender las necesidades de los enfermos a los que socorría en su hospital, este santo caritativo recorría las calles de Granada gritando: “Dad limosna, hermanos míos, dad limosna por vuestro bien”.
A la gente le sorprendía esta nueva fórmula, porque estaban acostumbrados a escuchar: Dad limosna por amor a Dios.
“¿Por qué, se le preguntaba al santo, pides limosna por nuestro bien?" Él respondía, “Porque es el gran medio para que redimas tus pecados, según lo dicho por el Profeta, <<Redime tus pecados con la limosna, y tus iniquidades con la misericordia hacia los pobres>> (Daniel IV, 24)>>. Al dar limosna actúas en tu propio interés, ya que con ello te salvarás de los más terribles castigos que tus pecados hayan merecido".
¿No deberíamos entonces concluir que todo esto es igualmente cierto con respecto a los sufragios que damos a las pobres almas del Purgatorio? Ayudarlas a ellas es preservarnos de las terribles expiaciones, de las que no podríamos escapar de otro modo.
Por eso, podemos gritar con San Juan de Dios: <<Denle su limosna a las almas como sufragio, socórranlas por su bien>>.
Hemos dicho que la caridad hacia los difuntos se recibe de vuelta, es recompensada con toda clase de gracias. La fuente de dichas gracias es la gratitud de las almas, y también la de Nuestro Señor, quien considera que todo el bien que hacemos a las almas se lo hacemos a Él mismo.
Santa Brígida atestigua en sus revelaciones, y su testimonio es citado por Benedicto XIII (Serm. 4. n. 12), que desde las profundidades de las ardientes cavernas del Purgatorio oyó una voz que pronunciaba estas palabras:<<¡Bendito sea, premiado sea, quien nos alivie en estos dolores! >> Y en otra ocasión: <<Oh, Señor Dios, has uso de Tu Omnipotencia para recompensar el ciento por uno a los que nos ayudan con sus sufragios, y que hacen resplandecer un fulgor de tu Luz Divina en nuestros ojos>>.
En otra visión, la misma santa oyó la voz de un ángel que decía: << ¡Bendito sea en la Tierra quien con sus oraciones y buenas obras socorre a las pobres almas que sufren!>>
El beato Pedro Lefevre, de la Compañía de Jesús, tan conocido por su piedad hacia los santos ángeles, tenía también una singular devoción por las almas del Purgatorio.
- “Estas almas –decía- tienen entrañas de caridad, siempre abiertas sobre los que aún caminan por las sendas peligrosas de la vida; están llenas de gratitud por los que las socorren. Pueden ayudarnos con sus oraciones y ofrecer sus tormentos a Dios por nosotros. Es una acción excelente invocar a las almas del Purgatorio, para obtener del Señor, por su intercesión, un verdadero conocimiento y un profundo sentimiento de contrición por los propios pecados, el fervor en las buenas obras, el cuidado de acumular dignos frutos de penitencia, y en general el amor por todas las virtudes, cuya carencia las ha hecho a ellas sufrir tan terrible castigo" (Memorial del Beato Lefevre. Ver Mensajero del Sagrado Corazón, noviembre de 1873).
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