Mientras se celebraba el funeral de su padre y todo el mundo lloraba, Catalina mostraba una verdadera alegría. Consoló a su madre y a todos los demás como si la muerte hubiese sido ajena a ella. Había visto a esta alma amada salir triunfante de la prisión de su cuerpo y precipitarse sin obstáculos hacia la Luz Eterna.
SEGUNDA PARTE
Santa Catalina de Siena (30 de abril) nos dio un ejemplo similar. Así lo relata su historiador, el beato Raimundo de Capua.
"La sierva de Dios, escribe, tenía un celo ardiente por la salvación de las almas. Primero contaré lo que hizo por su padre, Jacomo, del que ya hemos hablado.
Este hombre magnífico había reconocido la santidad de su hija y se había llenado de una respetuosa ternura por ella. Recomendaba a todos en la casa que nunca la contrariaran y que la dejaran practicar sus buenas obras como quisiera.
El afecto que unía a padre e hija aumentaba cada día. Catalina rezaba incesantemente por la salvación de su padre. Jacomo se alegraba de las virtudes de su hija y esperaba obtener gracia ante Dios a través de sus méritos.
La vida de Jacomo se acercaba a su fin. Él cayó en cama gravemente enfermo. En cuanto su hija lo vio en ese estado, recurrió, como era su costumbre, a la oración, y pidió a su Esposo Celestial que sanara a quien ella tanto amaba.
La respuesta que recibió fue que Jacomo estaba a las puertas de morir y que era preferible para él que no viviese más. Catalina fue entonces a ver a su padre y encontró su espíritu tan perfectamente dispuesto a dejar este mundo, sin remordimientos, que agradeció a Dios con todo su corazón.
Pero su afecto filial no estaba satisfecho. Comenzó a rezar de nuevo para obtener de Dios, Fuente de toda Gracia, no solo que perdonara a su padre todas las faltas, sino que también, a la hora de su muerte, lo condujese al Cielo, sin hacerlo pasar por las llamas del Purgatorio.
La respuesta en este caso fue que la Justicia no podía perder sus derechos y que el alma de su padre debía estar perfectamente pura antes de poder disfrutar de los esplendores de la Gloria.
“Tu padre -dijo Nuestro Señor- vivió una buena vida en el estado de casado, hizo muchas cosas que me agradaron y le estoy especialmente agradecido por su conducta hacia ti; pero Mi Justicia exige que su alma pase por el Fuego, para purificarse de las impurezas que alcanzo a contraer en este mundo”.
- "¡Oh, mi Adorable Salvador -respondió Catalina-, cómo puedo soportar la idea de ver a mi padre atormentado en tan crueles llamas, al ser que me alimentó, que me crió con tanto cuidado, que fue tan bueno conmigo durante toda su vida! Ruego a vuestra Infinita Bondad que no permitáis que su alma abandone su cuerpo hasta tanto no esté de alguna manera completamente purificada, de tal forma que no necesite pasar por el Fuego del Purgatorio”.
Admirablemente, Dios cedió a la oración y al deseo de su criatura.
Las fuerzas de Jacomo se habían extinguido, pero su alma no podía salir de su cuerpo mientras persistiese el conflicto entre Nuestro Señor, quien alegaba Su Justicia, y Catalina, quien invocaba Su Misericordia.
Finalmente, Catalina dijo: "Si no puedo obtener esta gracia sin satisfacer Vuestra Justicia, que ésta se ejerza sobre mí; estoy dispuesta a sufrir por mi padre todas las penas que Vuestra Bondad quiera enviarme".
- Nuestro Señor consintió. “Estoy dispuesto -le dijo- por tu amor a mí, a aceptar tu propuesta. Eximiré el alma de tu padre de toda expiación; pero te haré sufrir, mientras vivas, el castigo que estaba previsto para él”.
- Catalina, llena de alegría, exclamó: "¡Gracias por Vuestra Palabra, Señor, y que se haga Vuestra Voluntad!".
La santa volvió inmediatamente al lecho de su padre, quien entraba en agonía; lo llenó de fuerzas y alegría, dándole, de parte de Dios mismo, la seguridad de su Salvación Eterna, y no se apartó de él hasta que hubo expirado.
En el mismo momento en que el alma de su padre se separaba de su cuerpo, Catalina fue presa de violentos dolores en los costados. Estos la acompañaron hasta la muerte, sin permitirle nunca un momento de respiro.
Ella misma -añade el beato Raimundo- me lo aseguraba a menudo. Y todos los que se acercaban a ella veían claramente la prueba que estaba padeciendo. No obstante, su paciencia fue mayor que su enfermedad.
Todo lo que acabo de decir lo supe por Catalina, cuando, aquejada de sus dolores, yo le preguntada la causa de los mismos.
- Debo añadir que, mientras su padre agonizaba, se le oyó exclamar, con un rostro alegre y una sonrisa en los labios: "¡Bendito sea Dios! Padre, me gustaría ser como tú”.
- Mientras se celebraba su funeral y todo el mundo lloraba, Catalina mostraba una verdadera alegría. Consoló a su madre y a todos los demás como si la muerte hubiese sido ajena a ella. Había visto a esta alma amada salir triunfante de la prisión de su cuerpo y precipitarse sin obstáculos hacia la Luz Eterna. Esta visión la había inundado de consuelo, porque poco antes, ella misma había disfrutado las delicias de la Luz Celestial.
Admiremos aquí la sabiduría de la Providencia. Ella hubiese podido ciertamente purificar el alma de Jacomo de otra manera, y hacerla entrar inmediatamente en la Gloria - como el alma del Buen Ladrón, quien hizo profesión de fe a Nuestro Señor en la Cruz. Sin embargo, Ella quiso que fuese a través de los sufrimientos de Catalina quien así se lo pidió. Y esto no fue para probarla, sino para aumentar sus méritos y su corona.
Era necesario que esta santa hija, que tanto amaba el alma de su padre, obtuviese alguna recompensa de su amor filial, y como había preferido la salvación de dicha alma a la de su propio cuerpo, los sufrimientos de su cuerpo se convirtieron en beneficio para su alma.
Siempre hablaba, pues, de sus dulces y queridos sufrimientos; y tenía razón, ya que estos sufrimientos aumentaban la dulzura de la gracia en esta vida, y las delicias de la Gloria en la otra.
- Me confió que, mucho después de su muerte, el alma de su padre Jacomo seguía visitándola para agradecerle por la Felicidad que le había proporcionado. Le revelaba muchas cosas ocultas, le advertía de las trampas del demonio y la preservaba de todo peligro”.
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