“Llevo mucho tiempo en el Purgatorio porque el Señor ha permitido que me olviden mis padres, mis hijos, toda mi familia y hasta mis amigos: ninguno reza por mí”. Entonces la sierva de Dios ofreció su dolor, junto con sus oraciones y otras obras, por esta alma. Al cabo de dos meses, dicha alma le dijo que había sido liberada gracias a su intercesión y que iba a subir al Cielo.
SEGUNDA PARTE
Ya hemos visto cómo Santa Catalina de Ricci y muchos otros, sufrieron heroicamente en lugar de las almas del Purgatorio. Añadamos algunos ejemplos más de tan admirable caridad.
La Sierva de Dios María Villani, de la Orden de Santo Domingo, cuya vida fue escrita por el Padre Marchi (Cf. Rossig. Maravilla 41), se aplicó noche y día a practicar obras de expiación en favor de los difuntos. Un día, la víspera de la Epifanía, hizo largas oraciones por ellos, rogando al Señor que suavizara sus sufrimientos por los méritos de los sufrimientos de Jesucristo, ofreciéndole los crueles Padecimientos del Salvador, Su Flagelación, Su Corona de Espinas, las sogas con las que Lo ataron, Sus Clavos y Su Cruz, en una palabra, todos Sus Dolores, todos los detalles y todos los instrumentos de la Pasión.
La noche siguiente, el Cielo se complació en mostrarle lo agradable que era para Dios esta santa práctica.
Mientras rezaba, entró en éxtasis y vio una larga procesión de personas vestidas de blanco cuyo brillo era deslumbrante; llevaban en sus manos las diversas insignias de la Pasión y estaban haciendo su entrada en la Gloria. La Sierva de Dios supo en ese momento que éstas eran las almas liberadas por su ferviente oración y por los méritos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Otro día, el de la Conmemoración de los Difuntos, le habían ordenado trabajar en un manuscrito y, por lo tanto, pasar todo el día escribiendo. Este trabajo, impuesto por la obediencia, aparecía como una pesada carga para su piedad: sentía una notoria repugnancia hacia dicho trabajo ya que ella hubiese querido, en cambio, dedicar todo el día a la oración, a la penitencia y a otros ejercicios de devoción para el alivio de las almas del Purgatorio.
Ella olvidó en ese momento que la obediencia debía prevalecer sobre todo los demás, como está escrito: Melior est obedientia quam victimoe, la obediencia es mejor que las más preciosas ofrendas y sacrificios (1 Reg. XV, 22).
El Señor, viendo su gran caridad por las almas, se dignó aparecérsele para instruirla y consolarla. “Obedece, hija mía -le dijo-, haz el trabajo que la obediencia te impone y ofrécelo por las almas: cada línea que escribas hoy con este espíritu de obediencia y caridad, procurará la liberación de un alma”.
- Es entonces comprensible que la Sierva de Dios se haya dedicado todo el día a trabajar con el mayor ardor, y haya escrito el mayor número posible de líneas, haciéndolas supremamente agradables a Dios.
Su caridad hacia las almas no se limitó a las oraciones y los ayunos, sino que ella misma quiso soportar algunos de sus sufrimientos. Mientras rezaba un día con esta intención, fue arrebatada en espíritu y conducida al Purgatorio. Allí, entre la multitud de almas sufrientes, vio una más cruelmente atormentada que las demás y que le inspiró la mayor compasión.
“¿Por qué -le preguntó- tienes que sufrir esos dolores tan atroces? ¿No recibes ningún alivio?” “Llevo mucho tiempo en este lugar -respondió- soportando atroces tormentos como castigo por mis pasadas vanidades y mi escandaloso lujo. Hasta ahora no he obtenido el más mínimo alivio, porque el Señor ha permitido que me olviden mis padres, mis hijos, toda mi familia y hasta mis amigos: ninguno reza por mí.
Cuando estaba en la Tierra, entregada a la inmodestia, a la pompa mundana, a las fiestas y a los placeres, solo tenía un vago y estéril recuerdo de Dios y de mis deberes. Las únicas preocupaciones serias de mi vida eran aumentar la fama y la riqueza perecedera de mi familia. Estoy siendo bien castigada por ello, como lo podéis ver, ya que nadie se acuerda de mí".
Estas palabras causaron una dolorosa impresión en María Villani. Le rogó a esta alma que le hiciera sentir algo de lo que estaba sufriendo. En ese mismo momento le pareció que un dedo de fuego le tocaba la frente, y el dolor que sintió fue tan fuerte, tan agudo, que la hizo volver de su éxtasis.
La marca quedó tan profundamente impresa en su frente que aún podía verse dos meses después, y le causaba un dolor insoportable. La sierva de Dios ofreció este dolor, junto con sus oraciones y otras obras, por el alma que le había hablado. Dicha alma se le apareció al cabo de dos meses, y le dijo que había sido liberada gracias a su intercesión y que iba a subir al Cielo. A partir de ese instante, la quemadura de su frente desapareció para siempre.
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