Nuestro Señor considera que toda Obra de Misericordia que practicamos para con el prójimo, la practicamos para con Él mismo: "Es a Mí a quien la hiciste". Esto es cierto, especialmente en relación con la misericordia practicada para con las almas.
A Santa Brígida le fue revelado que quien libera un alma del Purgatorio tiene el mismo mérito que si hubiese liberado al mismo Nuestro Señor Jesucristo de Su cautiverio.
SEGUNDA PARTE
Acabamos de repasar los medios y recursos que la Divina Misericordia pone en nuestras manos para aliviar a nuestros hermanos del Purgatorio.
Estos medios son poderosos, estos recursos son ricos, prodigiosos; pero ¿hacemos un uso abundante de ellos? Pudiendo ayudar a las pobres almas, ¿tenemos el celo de hacerlo? ¿Somos tan ricos en Caridad, como Dios es rico en misericordia?
¡Ay! ¡Cuántos cristianos no hacen casi nada por los difuntos! Y los que no los olvidan, los que tienen la suficiente caridad para ayudarlos con sus sufragios, ¡cómo suelen hacerlo con poco celo y fervor!
Compara la ayuda que se presta a los enfermos, con la que se presta a las almas que sufren: cuando un padre o una madre están aquejados de alguna enfermedad, cuando un hijo o cualquier otra persona querida está en las garras del sufrimiento, ¡qué cuidado, qué solicitud, cuánta devoción mostramos para ayudarlos!
Pero las almas, que no nos son menos queridas, y que gimen en el Purgatorio, no por una cruel enfermedad, sino por los tormentos mil veces más crueles de la expiación, ¿es acaso con el mismo celo, con la misma devoción que nos esforzamos en ayudarlas?
“No, dijo San Francisco de Sales. No recordamos lo suficiente a nuestros queridos difuntos. Su recuerdo parece morir con el tañido de las campanas; y olvidamos que la amistad que puede acabar, incluso por la muerte, nunca fue verdadera”.
¿De dónde viene este triste y culposo olvido? La causa principal es la carencia de reflexión: Quia nullus est qui recogitat corde, porque nadie reflexiona en su corazón (Jeremías XII, 11).
Perdemos de vista los grandes motivos que nos impulsan a ejercer la Caridad hacia los difuntos.
Por lo tanto, para estimular nuestro celo, recordaremos estos motivos y trataremos de explicarlos en toda su dimensión.
Se puede decir que todos los motivos se resumen en esta palabra del Espíritu Santo: “Es un pensamiento y una obra santa y saludable orar por los difuntos, para que sean liberados de sus pecados, es decir, de las penas temporales debidas a sus pecados” (II Macab. XII, 46).
En primer lugar, es una obra santa y excelente en sí misma, agradable y meritoria a los ojos de Dios. En segundo lugar, es una obra saludable, soberanamente ventajosa para nuestra propia salvación, para nuestro bien en este mundo y en el otro.
“Una de las obras más santas, uno de los mejores ejercicios de piedad que se pueden practicar en este mundo, dice San Agustín, es ofrecer sacrificios, limosnas y oraciones por los difuntos” (Homilía 16, alias 50).
“El alivio que damos a los difuntos, dice San Jerónimo, nos hace obtener una misericordia similar”.
Considerada en sí misma, la oración por los difuntos es una obra de Fe, de Caridad, a menudo incluso de Justicia, con todas las circunstancias que elevan su valor.
¿Para qué sirven?
1° ¿A qué almas debemos ayudar? Son almas predestinadas, santas, muy queridas por Dios y por Nuestro Señor Jesucristo, muy queridas por la Iglesia, su Madre, que las encomienda incesantemente a nuestra Caridad; almas también muy queridas por nosotros, que quizá estuvieron estrechamente unidas a nosotros en la tierra, y que nos imploran con estas conmovedoras palabras: “Tened piedad de mí, tened piedad de mí, sobre todo vosotros que sois mis amigos” (Job XIX, 21)
2° ¿Cuáles son las necesidades en las que se encuentran? ¡Ay! Estas necesidades son extremas, y las almas que las sufren tienen tanto más derecho a nuestra ayuda cuanto que son impotentes para ayudarse a sí mismas.
3° ¿Cuál es el bien que procuramos a las almas? Es el Bien Supremo, ya que las ayudamos a alcanzar la posesión de la Beatitud Eterna.
"Asistir a las almas del Purgatorio, decía San Francisco de Sales, es llevar a cabo la más excelente de las Obras de Misericordia, o más bien es practicar de la manera más sublime, todas las Obras de Misericordia juntas: es visitar a los enfermos, es dar de beber a los que tienen sed de la Visión de Dios, es alimentar a los hambrientos, redimir a los prisioneros, vestir a los desnudos, procurar a los exiliados la hospitalidad en la Jerusalén Celestial; es consolar a los afligidos, iluminar a los ignorantes, hacer en fin todas las Obras de Misericordia en una sola".
- Esta doctrina concuerda con la de Santo Tomás, quien dice en su Summa: "Los sufragios por los difuntos son más agradables a Dios que los sufragios por los vivos, porque los primeros están en una necesidad más apremiante, no pudiendo ayudarse a sí mismos, como si lo pueden hacer los que aún viven (Suppelem. q. 71. Art. 5)”.
Nuestro Señor considera que toda Obra de Misericordia que practicamos para con el prójimo, la practicamos para con Él mismo: "Es a Mí a quien la hiciste, mihi fecistis”. Esto es cierto, especialmente en relación con la Misericordia practicada para con las almas.
A Santa Brígida le fue revelado que quien libera un alma del Purgatorio tiene el mismo mérito que si hubiese liberado al mismo Nuestro Señor Jesucristo de Su cautiverio.
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