Después de la oración está el ayuno, es decir, no solo el ayuno propiamente dicho, que consiste en la abstinencia de alimentos, sino también todas las obras de penitencia de cualquier tipo.
Hay que notar que no se habla aquí solo de las grandes austeridades practicadas por los santos, sino de todas las tribulaciones y molestias de la vida, así como de las menores mortificaciones y de los más pequeños sacrificios que nos imponemos o aceptamos de cara a Dios, y que ofrecemos a su Divina Misericordia por el alivio de las almas.
SEGUNDA PARTE
Después de la oración está el ayuno, es decir, no solo el ayuno propiamente dicho, que consiste en la abstinencia de alimentos, sino también todas las obras de penitencia de cualquier tipo.
Hay que notar que no se habla aquí solo de las grandes austeridades practicadas por los santos, sino de todas las tribulaciones y molestias de la vida, así como de las menores mortificaciones y de los más pequeños sacrificios que nos imponemos o aceptamos de cara a Dios, y que ofrecemos a su Divina Misericordia por el alivio de las almas.
Un vaso de agua que nos negamos cuando tenemos sed es una cosa muy pequeña y, considerado este acto en sí mismo, apenas si podemos vislumbrar la eficacia que tiene para suavizar los terribles sufrimientos del Purgatorio. Sin embargo, tal es la Bondad Divina que Ella se digna aceptarlo como un sacrificio de gran valor.
"Permítanme citar un ejemplo casi personal sobre este tema, dice el abate Louvet. Una de mis parientes fue monja en una comunidad, la cual edificaba no por el heroísmo de las virtudes que brillan en los santos, sino gracias a una vida virtuosa y sencilla, y a su permanente buena conducta.
Sucedió que ella perdió a una amiga que tenía en el mundo. En cuanto supo la noticia de su muerte, se propuso encomendarla a Dios.
Cuando llegaba la noche y sentía sed, su primer instinto era refrescarse; su regla no se lo impedía. Pero recordando a su difunta amiga, tuvo el buen propósito de negarse a sí misma este pequeño alivio para su cuerpo; en lugar de beber el vaso de agua que tenía en la mano, lo derramaba, rogando a Dios que se apiadara del alma de la difunta”.
- Esto nos recuerda cómo el rey David, cuando él y su ejército se encontraban en un lugar sin agua y estaban apurados por la sed, él se negó a beber el agua fresca que le trajeron de la cisterna de Belén; en lugar de llevársela a los labios, la derramó como una ofrenda al Señor. La Escritura cita este acto del rey como una acción agradable a Dios.
- Ahora bien, la leve mortificación que nuestra monja se impuso privándose de este vaso de agua, agradó tanto al Señor que permitió que la difunta lo manifestara mediante una aparición. La noche siguiente se le apareció a la Hermana, agradeciéndole efusivamente lo que había hecho por ella. Aquellas pocas gotas de agua, que por mortificación la Hermana había sacrificado, se habían convertido en un refrescante baño para atemperar el calor del Purgatorio.
Nótese que lo que aquí decimos no se limita únicamente a los actos de mortificación fuera de lo común; debe extenderse también a aquellos actos de mortificación obligatorios, es decir, a todas las incomodidades y molestias que debemos padecer para cumplir con nuestras obligaciones, así como también, y de manera general, a todas las buenas obras a las que estamos obligados por el deber cristiano, o por el deber de nuestro estado particular.
Por ello, todo cristiano está obligado, en virtud de la ley de Dios, a abstenerse de palabras lascivas, de palabras calumniosas, de palabras de murmuración. Igualmente, todo religioso debe guardar el silencio, la Caridad, la obediencia prescritos por su regla.
Ahora bien, estas observancias, aunque obligatorias, practicadas cristianamente, de cara a Dios, en unión con las obras y los sufrimientos de Jesucristo, pueden convertirse en sufragios y servir de ayuda a las almas.
En aquella famosa aparición, en la que la beata Margarita María vio a una monja fallecida que sufría cruelmente por haber vivido en la tibieza espiritual, la pobre alma, después de haber dado a conocer con detalle los tormentos que padecía, añadió estas palabras: "¡Ay! Un día de riguroso silencio, observado por toda la comunidad, curaría mi boca deteriorada; otro día, empleado en la práctica de la santa Caridad, curaría mi lengua; un tercero, en donde no haya ninguna murmuración o desaprobación de la superiora, curaría mi corazón desgarrado..."
Como vemos, esta alma no pedía obras más allá de lo ordinario, sino que tan solo le fuesen aplicadas aquellas obras a las cuales estaban obligadas sus compañeras de comunidad.
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