Cuando quisieron ordenarlo sacerdote, dudó antes de aceptar. Lo que finalmente lo hizo decidirse, fue la certeza de que celebrando diariamente la Santa Misa, iba a ayudar más eficazmente a las almas del Purgatorio.
SEGUNDA PARTE
Leemos en la vida de Santa Isabel de Portugal, que tras la muerte de su hija Constanza, conoció el triste estado de la difunta en el Purgatorio y el precio que Dios exigía por su rescate.
La joven princesa, recién casada con el rey de Castilla, fue apartada del afecto de su familia y de sus súbditos por una muerte inesperada. Isabel acababa de conocer esta triste noticia, y se dirigía con su marido, el rey, a la ciudad de Santarem, cuando un ermitaño, abandonando su lugar solitario, corrió detrás de la comitiva real, gritando que tenía que hablar con la reina. Los guardias lo apartaron, pero la Santa, al notar su insistencia, ordenó que le trajeran a este siervo de Dios.
En cuanto estuvo en su presencia, le contó que más de una vez, mientras rezaba en su ermita, se le había aparecido la reina Constanza y le había instado a que hiciera saber a su madre que ella sufría en el Purgatorio, que estaba condenada a un largo y riguroso castigo, pero que sería liberada, si durante un año se celebraba por ella la Santa Misa, todos los días.
- Los cortesanos, que habían escuchado este relato, se rieron a carcajadas y llamaron al ermitaño visionario, intrigante y loco.
En cuanto a Isabel, se dirigió al rey y le preguntó qué pensaba de aquel relato... "Creo -contestó el rey- que es prudente hacer lo que se te señala por esta vía extraordinaria. Al fin y al cabo, hacer que se celebren Misas por nuestra querida difunta es una labor muy paternal y cristiana". – Entonces, un santo sacerdote, Fernando Méndez, recibió la encomienda de celebrarlas.
Al cabo del año, Constanza se le apareció a Santa Isabel, vestida de blanco y radiante de Gloria. “Hoy, madre mía -le dijo-, me he liberado de las penas del Purgatorio y me voy al Cielo”. - La santa, llena de consuelo y de alegría, se dirigió a la iglesia para dar gracias al Señor. Allí encontró al Padre Méndez, quien le confirmó que el día anterior había terminado de celebrar las trescientas sesenta y cinco Misas que le habían sido solicitadas.
La reina se dio cuenta entonces de que Dios había cumplido la promesa que le había hecho a través del piadoso ermitaño, y mostró su gratitud entregando abundantes limosnas a los pobres.
<<Nos has librado de nuestros enemigos y has confundido a los que nos odiaban>> (Salmo 43). Estas fueron las palabras dirigidas al ilustre San Nicolás de Tolentino por las almas que él había ayudado a liberar, ofreciendo por ellas el Sacrificio de la Misa.
- Una de las mayores virtudes de este admirable siervo de Dios, dice el padre Rossignoli (Vida de San Nicolás de Tolentino, 10 de septiembre), fue su caridad y devoción hacia la Iglesia Purgante. Por ella él ayunaba a menudo a punta de pan y agua, se sometía a crueles disciplinas, se ponía una apretada cadena de hierro en la espalda.
Cuando el Santuario se abrió ante él y quisieron conferirle el Sacerdocio, dudó durante mucho tiempo antes de aceptar esta sublime dignidad; lo que finalmente le hizo decir sí a la Gracia de imponer las manos sobre las Especies Eucarísticas, fue el convencimiento de que celebrando todos los días el Santo Sacrificio, podría ayudar más eficazmente a sus queridas almas del Purgatorio.
Por su parte, las almas a las que alivió con tantos sufragios, se le presentaron varias veces para agradecerle o encomendarse a su caridad.
Vivía en Vallimanesé, cerca de Pisa, ocupado en sus ejercicios espirituales, cuando un sábado por la noche vio en sueños a una pobre alma en pena, que le rogaba que, a la mañana siguiente, celebrara la Santa Misa por ella y por otras almas que sufrían terriblemente en el Purgatorio.
Nicolás se dio cuenta de que era una voz conocida, pero no pudo recordar quién era la persona que le hablaba. Por ello le preguntó quién era. – “Soy, respondió la aparición, tu difunto amigo, Pellegrino d'Osima. Por la Misericordia de Dios logré evitar el Castigo Eterno, gracias a una penitencia sincera, pero no así el castigo temporal por culpa de mis pecados. He venido en nombre de muchas almas, tan desgraciadas como yo, para rogarte que mañana ofrezcas la Santa Misa por nosotros; esperamos obtener nuestra liberación, o al menos un gran alivio”.
El santo le respondió con su habitual amabilidad: "¡Que el Señor se digne ayudarte por los méritos de Su Preciosa Sangre! Pero esta Misa de Difuntos no puedo decirla mañana; soy yo quien debe cantar en el coro de la Misa del convento”.
El difunto le dijo: “Te ruego por el amor de Dios que vengas a contemplar nuestros sufrimientos y no me rechaces de nuevo; eres demasiado bueno para que nos dejes en semejante angustia”.
Entonces al santo le pareció que era transportado al Purgatorio. Vio una inmensa llanura, donde una gran multitud de almas de toda edad y condición era entregada a diversas y espantosas torturas; con gestos y voces imploraban tristemente su ayuda.
“Esta -dijo Pellegrino- es la situación de quienes me han enviado a hablarte. Como eres agradable a Dios, confiamos en que Dios no rechazará la oblación del Santo Sacrificio hecha por ti, y que su Divina Misericordia nos liberará.
Ante este lamentable espectáculo, el santo no pudo contener las lágrimas. Inmediatamente se puso a rezar por el alivio de tantos desgraciados; a la mañana siguiente se dirigió a su Prior, le dio cuenta de su visión y de la petición de Pellegrino de que celebrase la Santa Misa por ellas ese mismo día. El Prior, compartiendo su emoción, le dispensó por ese día y por toda la semana de sus obligaciones semanales, para que pudiese ofrecer el Santo Sacrificio por la intención solicitada, y dedicarse enteramente al alivio de las pobres almas.
Contento con este permiso, Nicolás fue a la iglesia y celebró la Santa Misa por los difuntos con extraordinaria devoción. Durante toda la semana continuó ofreciendo el Santo Sacrificio con la misma intención, practicando además, día y noche, oraciones, penas corporales y toda clase de buenas obras.
Al cabo de la semana, Pellegrino se le apareció de nuevo, pero ya no en estado de sufrimiento; estaba vestido con una túnica blanca, y rodeado de un esplendor celestial, en el que aparecía una multitud de almas bienaventuradas. Todas le dieron las gracias y le llamaron su liberador; luego se elevaron al Cielo, cantando el verso del salmista: <<Salvasti nos de affligentibus nos, et odientes nos confudisti>>, <<Nos has librado de nuestros enemigos y has confundido a los que nos odiaban>> (Sal. 43).
Los enemigos de que aquí se habla son los pecados, y los demonios que son sus instigadores.
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