Murió
y la noche siguiente se le apareció al santo. Le dijo que estaba detenido en el
Purgatorio por unas faltas menores que todavía tenía que expiar, y le rogó que
lo encomendara a la comunidad.
PRIMERA PARTE
Santa Teresa tenía una gran caridad por las almas del Purgatorio y las ayudaba lo más que le era posible, gracias a sus oraciones y buenas obras.
Para recompensarla, Dios le mostraba con frecuencia las almas que ella había ayudado a liberar; las veía en el momento de su salida de la expiación y de su entrada en el Cielo. A propósito, tales almas salían normalmente del seno de la tierra.
Ella escribía: "Se me anunció que un religioso, que había sido provincial de esta provincia y que ahora lo era de otra, había muerto. Yo había tenido tratos con él y me había prestado buenos servicios.
Esta noticia me causó una gran perturbación. Aunque era un hombre de muchas virtudes, temí por la salvación de su alma, porque había sido superior durante veinte años, y todavía temo mucho por los que están a cargo de almas.
Me fui muy triste a un oratorio; allí supliqué a Nuestro Señor que aplicara a este religioso el poco bien que yo había hecho en mi vida, y que compensara el resto con Sus infinitos Méritos, para sacar dicha alma del Purgatorio.
"Mientras pedía esta gracia con todo el fervor que podía reunir, vi a mi derecha esta alma elevarse de las profundidades de la Tierra y ascender al Cielo en un desplazamiento feliz. (Vida de Santa Teresa escrita por ella misma, capítulo 38. Fiesta, 15 octubre).
Aunque este Padre era muy entrado en años, me pareció como un hombre que aún no tenía treinta años, y con un rostro que resplandecía de luz.
Esta visión tan corta en su duración me dejó llena de alegría y sin ninguna duda sobre la veracidad de lo que había visto.
Como yo estaba muy lejos del lugar donde este siervo de Dios había terminado sus días, no vine a saber sino tiempo después las peculiaridades de su edificante muerte: todos los que la presenciaron no pudieron dejar de admirarse por el conocimiento que guardó hasta último momento, por las lágrimas que derramó y los sentimientos de humildad con los cuales entregó su alma a Dios”.
"Una monja de mi comunidad, una gran servidora de Dios, había muerto no hacía dos días. Celebraban el Oficio de los Dinfuntos por ella en el coro; una hermana decía una estrofa y yo estaba de pie para decir el verso: a mitad de la estrofa vi el alma de esta religiosa salir, tal cual como la que acabo de mencionar, de las profundidades de la Tierra e ir al Cielo.
Esta visión fue puramente intelectual, mientras que la anterior se me había presentado en imágenes. Pero ambas dejaron en mi alma la misma certeza”.
"En ese mismo monasterio, a la edad de dieciocho o veinte años, acababa de morir otra monja, un verdadero modelo de fervor, regularidad y virtud. Su vida no había sido más que un entramado de enfermedades y sufrimientos, soportados pacientemente.
No tenía ninguna duda de que después de haber vivido así, no tenía más mérito que el de estar exenta del Purgatorio. Sin embargo, mientras estaba en el oficio fúnebre, antes de que enterraran su cuerpo, unas cuatro horas después de su muerte, vi así mismo su alma salir de la Tierra y ascender al Cielo”. Esto es lo que escribe Santa Teresa. (Vida de Santa Teresa escrita por ella misma, capítulo 38).
Un hecho similar se registra en la vida de San Luis Beltrán, de la Orden de Santo Domingo. Esta vida escrita por el P. Antist, un religioso de la misma orden, que había vivido con el santo, se inserta en el Acta Sanctorum, bajo el 10 de octubre:
“En el año 1557, cuando San Luis Beltrán residía en el convento de Valencia, la peste estalló en esa ciudad. La terrible plaga multiplicó sus golpes, amenazó a todos los habitantes y todos temieron por sus vidas.
Un religioso de la comunidad, el P. Clemente Benet, queriendo prepararse fervientemente para la muerte, hizo al santo una confesión general de toda su vida; y al terminar le dijo: "Padre, si a Dios le place llamarme ahora, vendré a darle a conocer a usted mi estado en la próxima vida".
En efecto, poco tiempo después murió, y la noche siguiente se le apareció al santo. Le dijo que estaba detenido en el Purgatorio por unas faltas menores que todavía tenía que expiar, y le rogó que lo encomendara a la comunidad.
El santo comunicó inmediatamente esta petición al Padre prior, quien se apresuró a encomendar el alma del difunto a las oraciones y a las Santas Misas de todos los hermanos reunidos en el capítulo.
Seis días después, un hombre del pueblo, que no sabía nada de lo que había pasado en el convento, habiendo venido a confesarse con el Padre Luis, le dijo que se le había aparecido el alma del Padre Clemente.
Contó que había visto la tierra abrirse y el alma del Padre fallecido salir de ella gloriosa. Se parecía, añadió, a una estrella resplandeciente y que se elevaba por los aires hacia el Cielo”.
Leemos en la vida de Santa Magdalena de Pazzi (25 de mayo), escrita por su confesor, el Padre Cepari de la Compañía de Jesús, que esta sierva de Dios fue testigo de la liberación de un alma en las siguientes circunstancias:
Una de sus hermanas religiosas había muerto hacía algún tiempo. Un día, mientras la santa rezaba ante el Santísimo Sacramento, vio salir de la tierra el alma de esta hermana, aún cautiva en las prisiones del Purgatorio. Estaba envuelta en un manto de llamas, bajo el cual una deslumbrante túnica blanca la protegía de los ardores extremos del fuego.
Esta alma permaneció durante una hora completa al pie del altar, adorando, en un anonadamiento indescriptible, al Dios escondido bajo las especies eucarísticas.
Esta Hora de Adoración, que Magdalena la vio hacer, fue la última de sus penitencias; cuando la Hora hubo concluido, dicha alma se levantó y emprendió su vuelo hacia el Cielo.
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