En Defensa de la Fe


El Purgatorio - Materia de la expiación - Falta de respeto en la oración - Madre Inés de Jesús y Sor Angélica - San Severino de Colonia - Venerable Francisca de Pamplona y los sacerdotes - Padre Streit S.J.

Debemos tratar las cosas santas con santidad. Cualquier irreverencia en los ejercicios religiosos desagrada mucho al Señor. ¡Maldito el que hiciere la obra de Dios de manera indolente!


“Madre, continúe conduciendo a las hermanas al fervor: que le sirvan a Dios con suprema diligencia y le amen con todo su corazón, con toda la fuerza de su alma. Si uno pudiera comprender cuán rigurosos son los tormentos del Purgatorio, no podríamos permitirnos ser negligentes en lo más mínimo”.





Debemos tratar las cosas santas con santidad. Cualquier irreverencia en los ejercicios religiosos desagrada mucho al Señor. ¡Maldito el que hiciere la obra de Dios de manera indolente!Debemos tratar las cosas santas con santidad. Cualquier irreverencia en los ejercicios religiosos desagrada mucho al Señor. ¡Maldito el que hiciere la obra de Dios de manera indolente!





PRIMERA PARTE



Capítulo 35 - Materia de la expiación - Falta de respeto en la oración - Madre Inés de Jesús y Sor Angélica - San Severino de Colonia - Venerable Francisca de Pamplona y los sacerdotes - Padre Streit S.J.

Debemos tratar las cosas santas con santidad. Cualquier irreverencia en los ejercicios religiosos desagrada mucho al Señor.

 

Cuando la venerable Inés de Langeac, de la que hemos hablado anteriormente, era priora de su convento, recomendaba a sus monjas respeto y fervor en su trato con Dios.

 

Les recordaba esta palabra de la Escritura: ¡Maldito el que hiciere la obra de Dios de manera indolente!

 

- Murió una hermana de la comunidad, llamada Angélica, y la piadosa superiora estaba rezando junto a su tumba, cuando de repente vio ante ella a la hermana difunta, con el hábito de monja; al mismo tiempo, sintió como si le acercaran una llama ardiente a la cara.

 

Sor Angélica le agradeció que la hubiese estimulado al fervor y, en particular, que a lo largo de su vida le hubiese repetido con frecuencia aquella misma palabra de los Libros Sagrados: ¡Maldito el que hiciere la obra de Dios de manera indolente! – Añadió: “Madre, continúe conduciendo a las hermanas al fervor: que le sirvan a Dios con suprema diligencia y le amen con todo su corazón, con toda la fuerza de su alma. Si uno pudiera comprender cuán rigurosos son los tormentos del Purgatorio, no podríamos permitirnos ser negligentes en lo más mínimo".

 

La advertencia anterior se dirige especialmente a los sacerdotes, cuya relación con Dios es continua y más sublime: que lo recuerden siempre y no lo olviden nunca, ya sea que ofrezcan a Dios el incienso de la oración, o dispensen los Divinos Tesoros de los Sacramentos, o celebren en el Altar los Misterios del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo.

 

Así lo informa San Pedro Damián en su Carta XIV a Desiderio.

 

San Severino, arzobispo de Colonia edificó su iglesia con el ejemplo de todas las virtudes: su vida apostólica, sus grandes obras para el crecimiento del reino de Dios en las almas, le merecieron los honores de la canonización.

 

Sin embargo, tras su muerte, se presentó ante uno de los canónigos de su catedral para pedirle oración. Este digno sacerdote no podía entender que un santo prelado, tal como había conocido a Severino, necesitase oraciones en el Purgatorio: "Es cierto -respondió el difunto-. Dios me concedió la gracia de servirle de todo corazón, y de trabajar en Su Viña durante mucho tiempo; pero muchas veces le ofendí por el modo excesivamente apresurado con que recitaba el Santo Oficio.

 

Los afanes y las preocupaciones de cada día me absorbían tanto que, cuando llegaba la hora de la oración, cumplía con este gran deber sin el suficiente recogimiento, y a veces a diferentes horas de las fijadas por la Iglesia. En este momento estoy expiando estas infidelidades, y Dios me permite venir a pedirle sus oraciones”. Se cuenta que Severino pasó seis meses en el Purgatorio por esta única falta.

 

La venerable Sor Francisca de Pamplona, anteriormente mencionada, vio una vez en el Purgatorio a un pobre sacerdote que tenía los dedos carcomidos por horribles úlceras. Fue castigado por hacer los signos de la Cruz en el altar con demasiada ligereza y sin el fervor necesario.

 

- Dijo que los sacerdotes suelen permanecer en el Purgatorio más tiempo que los laicos, y que la intensidad de sus tormentos es proporcional a su dignidad. Dios le dio a conocer la suerte de varios sacerdotes difuntos: uno de ellos permaneció cuarenta años en el sufrimiento por haber dejado morir a una persona sin los Sacramentos, debido a su negligencia.

 

Otro permaneció allí cuarenta y cinco años por haber cumplido las sublimes funciones de su ministerio con cierta ligereza; un obispo, cuya liberalidad le había llevado a ser llamado “el limosnero”, permaneció allí cinco años por haber sido algo ambicioso en su dignidad; otro, que no era tan caritativo, permaneció allí cuarenta años por la misma causa.

 

Dios quiere que le sirvamos de todo corazón y que evitemos hasta las más pequeñas imperfecciones, en la medida en que la fragilidad humana lo permita; pero el cuidado de agradarle y el temor de desagradarle deben ir acompañados de una humilde confianza en Su Misericordia.

 

Jesucristo nos recomendó que escuchemos a aquellos a quienes Él estableció en su lugar para dirigir nuestras almas, como si lo estuviésemos escuchando a Él; así mismo, que hagamos caso a la palabra del superior o del confesor, con entera confianza. Un exceso de miedo de nuestra parte se convierte entonces en una ofensa a Su Misericordia.

 

El 12 de noviembre de 1643, el padre Philippe Streit, de la Compañía de Jesús, religioso de gran santidad, murió en el noviciado de Brünn, en Bohemia. Examinaba diariamente su conciencia con el mayor cuidado, y por este medio adquirió una gran pureza de alma.

 

Pocas horas después de su muerte, se presentó revestido de Gloria ante un Padre de su Orden, el venerable Martin Strzeda. Le dijo: "Solo una falta me impidió subir directamente al Cielo y me mantuvo en el Purgatorio durante ocho horas: no creí con suficiente certeza en las palabras de mi superior. Este, en mi lecho de muerte, se esforzaba por calmar mis últimas angustias de conciencia; hubiese debido confiar en sus palabras como si hubiesen sido pronunciadas por la misma voz de Dios".




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