Hoy en día hay muchos cristianos que son totalmente ajenos a la Cruz y la Mortificación de Jesucristo. Su vida cómoda y sensual no consiste más que en una serie de placeres; tienen miedo de todo lo que representa sacrificio; si al caso, observan las estrictas normas sobre el ayuno y la abstinencia prescritas por la Iglesia.
PRIMERA PARTE
Hoy en día hay muchos cristianos que son totalmente ajenos a la Cruz y la Mortificación de Jesucristo. Su vida cómoda y sensual no consiste más que en una serie de placeres; tienen miedo de todo lo que representa sacrificio; si al caso, observan las estrictas normas sobre el ayuno y la abstinencia prescritas por la Iglesia.
Como no quieren someterse a ninguna penitencia en este mundo, que ojalá se detengan a pensar en la que les será impuesta en el otro. Ciertamente en esta vida mundana solo se acumulan deudas; estando ausente la penitencia, no se paga ninguna y se llega a acumular tanta, que asusta a la imaginación.
La venerable sierva de Dios, Francisca de Pamplona, favorecida por varias visiones acerca del Purgatorio, vio un día a un hombre de mundo, que aunque había sido bastante buen cristiano, tenía que pasar cincuenta y nueve años en expiación, a causa de su búsqueda de placer. - Otro tuvo que pasar treinta y cinco años en el Purgatorio por la misma razón; y un tercero, que también había tenido pasión por el juego, permaneció allí durante sesenta y cuatro años.
- ¡Ay!, estos cristianos descarriados dejaron que todas sus deudas permanecieran vigentes ante Dios, y lo que hubiesen podido pagar fácilmente con unas pocas obras de penitencia, lo tuvieron que expiar mediante años de suplicio en el Purgatorio.
Si Dios se muestra severo con los ricos y con aquellos que se dedican a la buena vida en este mundo, no lo será menos con los príncipes, los magistrados, los padres y, en general, con todos aquellos que tienen a su cargo las almas y la autoridad sobre otros. Un juicio severo, dice Dios mismo, le espera a los superiores.
Laurent Surius relata cómo una reina ilustre dio testimonio de esta verdad después de su muerte. En la Vida de Santa Isabel, duquesa de Turingia, se dice que esta sierva de Dios perdió a su madre Gertrudis, reina de Hungría, alrededor del año 1220. Siendo una niña cristiana y santa, dio considerables limosnas, redobló sus mortificaciones y sus oraciones y agotó todos los recursos de su caridad para el alivio de esta alma tan preciada para ella. Sin embargo, Dios le hizo saber que no estaba haciendo lo suficiente por el alma de su madre.
Una noche se le apareció la difunta, con el rostro triste y abatido: se arrodilló junto a la cama y le dijo llorando: “Hija mía, ves a tu madre a tus pies, abrumada de dolor. Vengo a rogarte que multipliques tus ofrendas, para que la Divina Misericordia me libere de los espantosos tormentos que estoy soportando.
¡Oh! ¡Qué lástima hay que tener con aquellos que ejercen autoridad sobre otros! Ahora estoy expiando las faltas que cometí mientras estaba ocupando el trono. Oh hija mía, por la angustia que soporté para lograr traerte al mundo, por los cuidados y las noches en vela que me costaron tu educación, te imploro que me liberes de mis tormentos”.
- Isabel, profundamente conmovida, se levantó de inmediato, decidió someterse a una sangrienta disciplina y suplicó en medio de lágrimas al Señor que se apiadara de su madre Gertrudis. Declaró que no dejaría de orar hasta tanto no hubiese obtenido su liberación. – Su suplica fue concedida, de lo cual pronto recibió la certeza de que así sería.
Tengamos en cuenta que en el ejemplo anterior se trata de una reina. ¿Con cuánta severidad serán tratados entonces los reyes, magistrados, aquellos superiores cuya responsabilidad e influencia son mucho mayores?
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