A menudo, los buenos cristianos no piensan lo suficiente en hacer penitencia por los pecados de su juventud: tendrán que expiarlos algún día mediante las rigurosas penitencias del Purgatorio.
PRIMERA PARTE
A menudo, los buenos cristianos no piensan lo suficiente en hacer penitencia por los pecados de su juventud: tendrán que expiarlos algún día mediante las rigurosas penitencias del Purgatorio.
Esto es lo que le sucedió a la princesa Gida, nuera de santa Brígida, como podemos leer en los Hechos de los Santos, 24 de marzo, Vida de Santa Catalina.
Santa Brígida estaba en Roma con su hija, Santa Catalina, cuando vio aparecer ante ella el espíritu de Guida, cuya muerte desconocía.
Al encontrarse un día en oración en la antigua basílica del Príncipe de los Apóstoles, Catalina vio frente a ella a una mujer, vestida con un vestido blanco y un manto negro.
Esta última vino a pedirle oración por una mujer fallecida; y añadió: “Es una de tus compatriotas que necesita a alguien que se interese por su alma”.
“¿Cómo se llama?”, preguntó la santa. La mujer respondió: “Es la princesa Gida de Suecia, esposa de su hermano Carlos”.
Catalina suplicó entonces a la extraña mujer que la acompañara a donde su madre, Brígida, para contarle esta triste noticia. - “Mi encargo es darle el mensaje solo a usted, dijo la desconocida, y no se me permite hacer otras visitas, porque debo irme de inmediato. Además, no debe dudar de la veracidad del hecho: en unos días llegará otro enviado de Suecia, trayendo la corona de oro de la princesa Gida. Ella se la dio en herencia, para conseguir la ayuda de sus oraciones; concédale esta ayuda caritativa ahora, porque la necesita con urgencia”.
Finalizadas estas palabras, se marchó. Catalina quiso seguirla, pero le fue imposible encontrarla, a pesar de que su traje le permitía distinguirla fácilmente. Preguntó a los que estaban rezando en la iglesia pero nadie había visto a la extraña mujer.
Impactada y sorprendida por este encuentro, se apresuró a regresar a donde su madre y le contó lo sucedido. - Santa Brígida respondió con una sonrisa: “Es tu cuñada Gida, quien se te apareció. Nuestro Señor se ha dignado dejarme saber todo por revelación. La querida difunta murió en medio de consoladores sentimientos de piedad. Ello le valió el favor de acudir a ti, para implorar oración. Ella todavía tiene que expiar las muchas faltas de su juventud, así que hagamos ambas lo que esté en nuestro poder para aliviar su pena. La corona de oro que te envía hace este encargo más urgente para nosotras".
Unas semanas más tarde, un oficial de la corte del príncipe Carlos llegó a Roma, trayendo la corona y lo que él creía eran las primeras noticias del fallecimiento de la princesa Gida.
La corona era muy hermosa y fue vendida. El fruto de la venta se utilizó para la celebración de Misas y realizar buenas obras por el alivio del castigo de la difunta.
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