Las almas que se dejan deslumbrar por las vanidades del mundo, si tienen la gracia de escapar de la Condenación Eterna, tendrán que de todas maneras sufrir terribles expiaciones.
"Afortunadamente, antes de morir me confesé de manera conveniente y logré así evitar el Infierno. Pero ¡cuánto sufro aquí para poder expiar la vida mundana que mi desdichada madre no evitó que yo llevase!
Fuiste tú, madre, quien con tu indulgencia fatal alentaste mi gusto por los adornos y los gastos banales; fuiste tú quien me condujo a los espectáculos, a las fiestas, a los bailes, a todos estas reuniones mundanas que son la ruina de las almas..."
PRIMERA PARTE
Las almas que se dejan deslumbrar por las vanidades del mundo, si tienen la gracia de escapar de la Condenación Eterna, tendrán que de todas maneras sufrir terribles expiaciones.
Abramos las Revelaciones de Santa Brígida, que gozan justamente de alta estima en el seno de la Iglesia.
En el libro VI leemos que un día la santa fue transportada en espíritu al lugar del Purgatorio, y que, entre muchos otros, vio a una señorita de alcurnia, que en otro tiempo se había entregado al lujo y la mundanalidad.
Esta desafortunada alma le contó todo acerca de su vida y de su triste situación. Dijo ella: “Afortunadamente, antes de morir me confesé de manera conveniente y logré así evitar el Infierno. Pero ¡cuánto sufro aquí para poder expiar la vida mundana que mi desdichada madre no evitó que yo llevase!
“¡Ay!, agregó gimiendo, esta cabeza, que se complacía en llevar adornos y que buscaba atraer las miradas, ahora es devorada por llamas por dentro y por fuera; y estas llamas son tan ardientes que me parece que me muero continuamente.
Estos hombros y estos brazos que hacía que fuesen admirados, están siendo cruelmente aprisionados por cadenas de hierro al rojo vivo. Estos pies, que había entrenado para bailar, ahora están rodeados de víboras que los desgarran con sus mordiscos y los manchan con su asquerosa baba.
Estos miembros que solía revestir con joyas, flores, adornos diversos, ahora están sometidos a terribles torturas. ¡Ah, madre mía, madre mía -agregó esta alma-, cuán culpable me has hecho!
Fuiste tú, quien con tu indulgencia fatal alentaste mi gusto por los adornos y los gastos banales; fuiste tú quien me condujo a los espectáculos, a las fiestas, a los bailes, a todos estas reuniones mundanas que son la ruina de las almas...
Si yo logré escaparme de la Condenación Eterna fue gracias a una misericordia muy especial de Dios, quien tocó mi corazón con un sincero arrepentimiento. Hice una buena confesión y así fui liberada del Infierno, pero tuve no obstante que verme precipitada en los más horribles tormentos del Purgatorio”.
Ya hemos dicho que no debemos tomar literalmente lo que se dice de los miembros atormentados, ya que el alma está separada de su cuerpo; pero Dios, compensando el defecto de los órganos corporales, hace que esta alma experimente las sensaciones que acaban de ser descritas.
El historiador de la santa nos relata que ella contó su visión a una prima de la difunta, la cual también estaba entregada a los espejismos de la mundanalidad.
La prima quedó tan impresionada por la visión, que renunció al lujo y a las diversiones peligrosas del mundo, y se dedicó a la penitencia en una Orden austera.
La misma Santa Brígida, en otro éxtasis, asistió al juicio de un soldado que acababa de morir. Este había vivido en los vicios, demasiado habituales en su profesión, y hubiese sido merecedor del Infierno.
Pero la Santísima Virgen, a quien él siempre había honrado, lo salvó de esta desgracia y obtuvo para él la gracia de un sincero arrepentimiento.
Entonces la santa lo vio comparecer ante el Tribunal de Dios; fue condenado a un largo purgatorio por los pecados de toda clase que había cometido.
El castigo de los ojos, dijo el Juez, será contemplar objetos espantosos; el de la lengua, consistirá en ser traspasado con puntas afiladas y atormentado por la sed; el del tacto, sumergirse en un océano de fuego.
La Santísima Virgen intervino nuevamente y logró algún alivio al rigor de esta sentencia.
Citemos otro ejemplo de los castigos reservados a los mundanos en el Purgatorio, cuando no están, como el rico malo del Evangelio, condenados al Infierno.
La Beata María Villani, monja dominica, tenía una devoción muy viva por las almas, y muchas veces acudían a ella, ya sea para agradecerle o para pedirle oraciones y buenas obras.
Un día, mientras oraba por ellas con gran fervor, fue transportada en espíritu al Lugar de la Expiación. Entre las almas que allí sufrían, vio una más cruelmente atormentada que las demás, en medio de horribles llamas que la envolvían por completo.
Movida por la compasión, la sierva de Dios inquirió a esta alma. “He estado aquí, respondió ella, durante mucho tiempo, castigada por mis vanidades y mi lujo escandaloso.
Hasta este momento, no he obtenido el menor alivio. Cuando estaba en la Tierra, ocupada con mi cuidado personal, placeres, fiestas y jolgorio mundano, pensaba poco en mis deberes como cristiana y los cumplía solo por miedo.
En lo único que me preocupaba seriamente era en aumentar la fama y la fortuna de mi familia. Sin embargo, mira cómo soy castigada por ellos; no se acuerdan de mí, ni mis padres, ni mis hijos, ni mis amigos más íntimos del pasado; todos me han olvidado.
María Villani le pidió a esta alma que le hiciera sentir algo de lo que estaba sufriendo; y de inmediato sintió como si un dedo de fuego le tocara la frente, El dolor que sintió fue de tal magnitud que la sacó de inmediato del éxtasis.
Pero la marca permaneció en su frente. Era tan profunda y dolorosa que dos meses después todavía era visible, y la santa monja sufría cruelmente.
Ella soportó este dolor con espíritu de penitencia a favor de la difunta que se le había manifestado, y después de algún tiempo, esta alma vino a anunciarle su liberación.
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