La deuda del Purgatorio proviene de todos los pecados no expiados en la Tierra, pero principalmente de los pecados mortales, perdonados solo en lo que respecta a la culpa.
De otro lado, los hombres que pasan toda su vida manteniendo el hábito del pecado mortal y que posponen hasta la muerte su conversión, suponiendo que Dios les concederá esta gracia excepcional, tendrán que sufrir espantosas expiaciones.
PRIMERA PARTE
Hemos dicho que el monto de la deuda del Purgatorio proviene de todos los pecados no expiados en la Tierra, principalmente de los pecados mortales, perdonados solo en lo que respecta a la culpa.
De otro lado, según lo concebimos, los hombres que pasan toda su vida manteniendo el hábito del pecado mortal y que posponen hasta la muerte su conversión, suponiendo que Dios les concederá esta gracia excepcional, tendrán que sufrir espantosas expiaciones.
El ejemplo del BARÓN STURTON es aleccionador.
El Barón John Sturton, un noble inglés, era católico de corazón, aunque para mantener sus cargos en la corte, asistía regularmente al servicio protestante. Incluso escondió en su casa a un sacerdote católico, a costa de los mayores peligros, prometiéndose a sí mismo aprovechar su ministerio para reconciliarse con Dios a la hora de la muerte.
Sin embargo, el barón fue sorprendido por un accidente y, como sucede a menudo, por un justo decreto de Dios, no tuvo tiempo de cumplir con su voto de conversión tardía. A pesar de todo, la Misericordia Divina, tomando en cuenta lo que había hecho por la Santa Iglesia perseguida, le había concedido la gracia de la contrición perfecta, y por consiguiente la Salvación. Pero tuvo que pagar caro por su negligencia culpable.
Pasaron muchos años; su viuda se volvió a casar, tuvo hijos, y es una de sus hijas, Lady Arundel, quien cuenta este hecho como testigo ocular.
"Un día mi madre le pide al Padre Cornelio, un jesuita de gran mérito y quien más tarde moriría como mártir de la fe católica (fue traicionado por un sirviente de la familia Arundel y murió en Dorchester en 1594), que celebrara una Misa por el alma de John Sturton, su primer marido.
El Padre aceptó la invitación y estando en el altar, entre la Consagración y el Memento de los Muertos, se detuvo durante un largo rato como si estuviera absorto en la oración.
Después de la Misa, en una exhortación dirigida a la congregación, compartió con nosotros una visión que acababa de tener durante el Santo Sacrificio. Había visto un enorme bosque extendiéndose ante él, pero estaba todo en llamas y formaba un brasero.
En medio de él, el difunto Barón se debatía en desesperación, emitiendo gritos lastimeros, llorando y culpándose por la vida pecaminosa que había llevado en el mundo y en la corte.
Después de hacer un recuento detallado de sus faltas, el desafortunado hombre terminó con las palabras que la Escritura pone en boca de Job: “¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano del Señor me ha tocado” Luego de ello, desapareció.
Mientras el Padre Cornelio contaba estas cosas, lloraba mucho, y todos nosotros, miembros de la familia que le escuchábamos, ochenta en total, llorábamos de la misma manera; y de repente, mientras el Padre hablaba, vimos en la pared contra la que se apoyaba el altar, como un reflejo de carbones encendidos”.
Esta es la historia de Lady Arundel, que puede ser leída en la Historia de Inglaterra por Daniel (Cf. Rossign. Merv. 4).
SANTA LUDIVINA vio en el Purgatorio un alma que también sufría por causa de pecados mortales incompletamente expiados en la Tierra. Veamos cómo este hecho es reportado en la vida de la santa.
Un hombre que había sido esclavo del demonio de la lujuria finalmente tuvo la gracia de convertirse. Se confesó con gran contrición. Pero habiéndolo cogido la muerte por sorpresa, no tuvo tiempo de reparar por sus muchos pecados mediante una justa penitencia.
Ludivina, que conocía a este hombre, rezó mucho por él.
Doce años después de su muerte, aún seguía rezando cuando, en uno de sus éxtasis, fue llevada por su ángel de la guarda al Purgatorio. Allí escuchó una voz lúgubre que salía de un pozo profundo.
El ángel dijo: “Es el alma del hombre por el que has orado tan ferviente y constantemente”.
Ella se sorprendió de que él siguiera en ese lugar tan bajo doce años después de su muerte.
– El ángel, viendo que estaba profundamente afectada, le preguntó si quería sufrir algo por la liberación de esa alma. - “Con todo mi corazón", respondió esta virgen caritativa. – Entonces, a partir de ese momento sufrió nuevos dolores y terribles tormentos, que parecían superar la fuerza humana.
Los soporto con valor, sostenida por una caridad más fuerte que la muerte; hasta que Dios quiso retirárselos. En ese momento ella respiró como si hubiera sido devuelta a la vida, y al mismo tiempo vio a esta alma por la que tanto había sufrido, salir del abismo, blanca como la nieve, y emprender su vuelo hacia el Cielo.
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