Gracias a un acto de contrición bien hecho en el momento de su muerte, él logró salvarse; pero como castigo por su vida, fue condenado a las más duras penas del Purgatorio, hasta llegado el Día del Juicio.
La caritativa hermana, profundamente conmovida por el estado de esta alma, se ofreció generosamente como víctima expiatoria.
Al final, ella murió; pero antes de morir, confió a su superiora que, por el precio de tantas expiaciones, había obtenido para su protegido una remisión de algunas horas de condena.
La Superiora estaba asombrada por tal resultado,
el cual le parecía completamente desproporcionado con respecto a lo que la
Hermana había sufrido: "Ah, mi Madre", respondió la Hermana María
Dionisia; "las horas del Purgatorio no se cuentan como las de la Tierra:
años enteros de tristeza, aburrimiento, pobreza o enfermedad en este mundo no
son nada comparados con una hora de sufrimiento en el Purgatorio.
PRIMERA PARTE
El siguiente ejemplo muestra no solo la larga duración de la expiación de ciertas faltas, sino también la dificultad de plegar la Justicia Divina en favor de aquellos que han cometido este tipo de faltas.
La historia de la Visitación de Santa María menciona entre las primeras monjas de este instituto a la HERMANA MARÍA DIONISIA, quien era conocida en el mundo como la señorita de Martignat. Tenía la más caritativa devoción por las almas del Purgatorio y sentía una especial inclinación a encomendar a Dios a los difuntos que habían tenido cargos importantes en el mundo, ya que conocía por experiencia los peligros de tales cargos.
Por otra parte, un príncipe, cuyo nombre fue omitido, pero que se cree perteneció a la Casa Real de Francia, había muerto en un duelo. Dios le permitió aparecerse a la Hermana Dionisia para pedirle que lo ayudara en relación con la reparación de sus faltas. Le dijo que no había sido condenado al Castigo Eterno, a pesar de su crimen, aunque merecía serlo.
Gracias a un acto de contrición perfectamente hecho en el momento de su muerte, logró salvarse; pero como castigo por su vida y por la muerte culposa, fue condenado a los más duros castigos del Purgatorio, hasta llegado el Día del Juicio.
La caritativa hermana, profundamente conmovida por el estado de esta alma, se ofreció generosamente como víctima expiatoria. Es imposible describir lo que ella tuvo que sufrir durante muchos años como resultado de este acto heroico.
El pobre príncipe no le dio descanso y le hacía compartir sus tormentos. Al final ella murió, pero antes de morir, le confió a su superiora que, por el precio de tantas expiaciones, había obtenido para su protegido la remisión de algunas horas de condena.
La superiora estaba asombrada por tal resultado, el cual le parecía completamente desproporcionado con respecto a lo que la hermana había sufrido: "Ah, mi Madre, respondió la Hermana María Dionisia; las horas del Purgatorio no se cuentan como las de la Tierra; años enteros de tristeza, aburrimiento, pobreza o enfermedad en este mundo no son nada comparados con una hora de sufrimiento en el Purgatorio.
Es ya bastante que la Misericordia Divina nos haya permitido ejercer cierta influencia en Su Justicia. - Me conmueve menos el lamentable estado en que he visto languidecer esta alma, que el admirable retorno de la Gracia que ha consumado la obra de Su Salvación.
El acto por el cual el príncipe murió era digno del Infierno; un millón de otras almas habrían encontrado su Condenación Eterna en el mismo acto en el que este encontró su Salvación. Él recuperó su conocimiento tan solo por un instante, el cual fue tiempo suficiente para cooperar en ese precioso movimiento de la Gracia que le permitió hacer un sincero acto de contrición. Este bendito momento me ha parecido un exceso de la bondad, la dulzura y el amor infinito de Dios”.
Así se expresaba la santa Hermana Dionisia: admiraba a la vez la severidad de la Justicia de Dios y Su Infinita Misericordia. Ambos, de hecho, irrumpen en este ejemplo de manera sorprendente.
Sobre el tema de la larga duración del Purgatorio para ciertas almas, citamos aquí un rasgo más reciente y cercano. El PADRE FELIPE SCHOOFS de la Compañía de Jesús, quien murió en Lovaina en 1878, relató el siguiente hecho, que le ocurrió cuando llegó a Amberes, en los primeros años de su ministerio allí. Acababa de predicar una misión y, habiendo regresado al colegio de Nuestra Señora, situado en aquel entonces en la calle Emperador, se le informó que lo estaban buscando en la sala de visitas.
Cuando bajó inmediatamente, encontró a dos jóvenes en la plena flor de la vida, que traían un niño pálido y enfermizo de nueve o diez años de edad. Le dijeron: "Padre mío, este es un pobre niño que decidimos acoger y que merece nuestra protección, porque es prudente y piadoso.
Le damos comida y educación; por más de un año ha sido un miembro más de nuestra familia y se ha mantenido feliz y saludable. Sin embargo, en las últimas semanas ha empezado a perder peso y a adelgazar como usted puede ver”.
- “¿Cuál es la causa de este cambio?”, preguntó el Padre - “Es el miedo”, respondieron. “El niño se despierta todas las noches debido a unas apariciones. El niño nos asegura que un hombre se le presenta ante sus ojos; él lo ve tan claramente como nos está viendo a nosotros aquí, a plena luz del día. De ahí le provienen sus temores y la constante agitación. Hemos venido, Padre, a pedirle que lo sane”.
- “Amigos míos, respondió el Padre Schoofs, el buen Dios tiene un remedio para cada cosa. Comenzad, los dos, por hacer una buena confesión y una buena comunión; rogad al Señor que os libre de todo mal, y no tengáis miedo.
En cuanto a ti, hijo mío -le dijo al pequeño-, reza bien, y luego duérmete tan profundamente que nadie podrá despertarte”.
Después de esto los despidió, diciéndoles que regresaran si pasaba algo más.
Pasaron quince días y volvieron. “Padre, dijeron; hemos seguido sus recomendaciones y las apariciones continúan igual que antes. El niño todavía sigue viendo aparecerse al mismo hombre”.
- El Padre Schoofs les respondió: "A partir de esta noche, monten guardia en la puerta del cuarto donde duerme el niño. Tengan papel y tinta a la mano, para escribir las respuestas que el hombre les dé. Cuando advirtáis su presencia, acercaos, preguntad en el nombre de Dios quién es, la hora de su muerte, el lugar donde vivió y la razón de su presencia”.
Al día siguiente, volvieron donde el Padre, llevando el papel con las respuestas que habían obtenido. "Hemos visto, dijeron, al hombre que el niño estaba viendo". Y prosiguieron: “Era un hombre viejo, al cual solo le apreciaba su busto y que llevaba puesto un traje de los tiempos antiguos. Nos dijo su nombre y la casa en la que había vivido en Amberes.
Había muerto en 1636 y trabajado como banquero en la misma casa donde se está apareciendo, la cual durante su vida también incluía las casas que hoy son contiguas, a la derecha y a la izquierda” (Digamos de paso que desde entonces se han descubierto documentos en los archivos de la ciudad de Amberes, que confirman la exactitud de estas indicaciones).
- Añadió que estaba en el Purgatorio, que habían rezado poco por él y rogó a los habitantes de la casa que hicieran una comunión en su nombre; también pidió que se hiciera una peregrinación a Nuestra Señora de las Fiebres, en Lovaina, y otra a Nuestra Señora de la Capilla en Bruselas.
- “Haréis bien -dijo el Padre Schoofs- en realizar estas obras; y si el espíritu vuelve de nuevo, antes de hacerle hablar, exigidle que recite el Padrenuestro, el Ave María y el Credo”.
Ellos realizaron las obras indicadas con toda la piedad posible y en medido de lo sucedido se produjeron conversiones. Cuando concluyeron lo solicitado, los jóvenes volvieron y le dijeron al Padre Schoofs: "Padre, el hombre rezó y lo hizo con una fe y una piedad indescriptibles.
Nunca hemos oído rezar a nadie de esa forma. ¡Qué respeto por el Padrenuestro! ¡Qué amor al momento de recitar el Ave María! ¡Qué firmeza en su Credo! Ahora sabemos lo que es rezar. - Luego nos agradeció nuestras oraciones: se sintió muy aliviado; incluso él nos dijo que hubiese podido ser liberado del todo si la tendera no hubiese hecho una confesión sacrílega. - Esta última se puso pálida y confesó su culpa; luego corrió a donde su confesor y se apresuró a enmendar la falta”.
“Desde ese día, añadió el Padre Schoofs al final de su relato, esta casa ya no tiene problemas. La familia que vivió en ella prosperó rápidamente y hoy en día es rica. Los dos hermanos siguen comportándose de manera ejemplar y su hermana se hizo monja en un convento donde ahora es superiora”.
Todo esto nos lleva a creer que la prosperidad de esta familia le llegó a través del difunto que ayudaron a liberar. Este último, luego de sus dos siglos de Purgatorio, solo necesitaba un remanente de expiación y los pocos trabajos que había solicitado. Una vez realizados dichos trabajos, el fallecido fue liberado del Purgatorio, y este quiso mostrar su gratitud obteniendo las bendiciones de Dios para sus libertadores.
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