Soy Malaquías y fui rey de Irlanda. Podría haber hecho mucho bien y no lo hice; por eso estoy siendo castigado. En vida no reparé suficientemente por culpa de la debilidad de mi confesor; a este lo plegué a mis caprichos ofreciéndole un anillo de oro. Es por eso que ahora llevo este collar de llamas alrededor de mi cuello…
Llevado al Purgatorio, Blasio también vio espantosos suplicios, según los pecados de los que allí eran castigados. Reconoció un gran número de almas, y muchas le señalaron los sufragios y las buenas obras que necesitaban para su liberación.
En el Infierno Blasio vio horrores indecibles, y los diferentes tormentos con los que los orgullosos, los avaros, los desvergonzados y otros pecadores eran atormentados. Entre ellos reconoció a muchos que había visto en vida, e incluso vio a dos que acababan de morir, Buccerelli y Frascha.
Blasio también habló del Cielo al que finalmente fue llevado. Habló de él de manera muy parecida a San Pablo, quien, habiendo sido llevado al tercer Cielo, con su cuerpo o sin él, había oído allí palabras misteriosas que una boca mortal no podía repetir. Lo que impresionó a Blasio fue sobre todo la inmensa multitud de ángeles que rodeaban el trono de Dios, y la incomparable belleza de la Santísima Virgen María, elevada por encima de todos los coros de ángeles.
PRIMERA PARTE
El famoso BLASIO MASSEI, resucitado por San Bernardino de Siena (20 de mayo), también fue testigo en el Purgatorio de una gran diversidad de penas. Este milagro se expone ampliamente en el Acta Sanctorum, apéndice del 20 de mayo.
Poco después de la canonización de San Bernardino de Siena, un niño de once años llamado Blasio Massei murió en Cascia en el Reino de Nápoles. Sus padres habían inspirado en él la devoción que ellos mismos tenían por este nuevo santo; este último supo recompensarlos por tal fervor.
Al día siguiente de su muerte y cuando estaba a punto de ser enterrado, Blasio se despertó como de un sueño profundo; dijo que San Bernardino lo trajo de vuelta a la vida para que contara las maravillas que él le había mostrado en el otro mundo.
Uno puede entender el asombro y la curiosidad que este evento produjo. Durante todo un mes el joven Blasio se la pasó contando lo que había visto, y respondió a las preguntas que le hicieron los visitantes.
Hablaba con una ingenuidad infantil, pero al mismo tiempo con una precisión en sus palabras y un conocimiento de los detalles de la vida futura, lo cual estaba muy por encima de su edad.
En el momento de su muerte, dijo que San Bernardino había venido ante él, lo había tomado de la mano y le había dicho: “No tengas miedo, observa cuidadosamente todo lo que te mostraré, para que lo recuerdes y lo cuentes después”.
Entonces, el santo llevó a su joven protegido de manera sucesiva a las regiones del Infierno, el Purgatorio y el Limbo, y por último le mostró el Cielo.
En el Infierno Blasio vio horrores indecibles, y los diferentes tormentos con los que los orgullosos, los avaros, los impúdicos y demás pecadores eran atormentados. Entre dichos habitantes del Infierno reconoció a muchos que había visto en vida, e incluso vio a dos que acababan de morir, Buccerelli y Frascha.
Este último había sido condenado por haber conseguido ganancias mal habidas. El hijo de Frascha, impresionado por esta revelación que cayó como un rayo, conociendo la verdad de los hechos, se apresuró a hacer una restitución completa; pero no contento con este acto de justicia y no queriendo compartir un día el triste destino de su padre, distribuyó el resto de su fortuna entre los pobres y se entregó a la vida monástica.
Llevado de allí al Purgatorio, Blasio también vio espantosos suplicios, los cuales eran diversos según los pecados de los que allí eran castigados. Reconoció a un gran número de almas, y muchas de ellas le pidieron que informara a sus padres y parientes de su dolorosa situación; incluso le señalaron los sufragios y las buenas obras que cada una necesitaba.
- Cuando se le preguntaba sobre el estado de una persona fallecida, él respondía sin dudarlo y daba los detalles más precisos. “Tu padre -dijo a uno de sus visitantes- ha estado en el Purgatorio durante tanto tiempo; él te había encargado que distribuyeras tal o cual suma de limosnas, y no lo hiciste”.
- “Tu hermano -dijo a otro- te había pedido que se celebraran tantas Misas y habías aceptado; pero no has cumplido tu compromiso: todavía hay tantas Misas por pagar”.
Blasio también habló del Cielo al que finalmente fue llevado; sin embargo habló de él de manera muy parecida a la de San Pablo; este, habiendo sido llevado al tercer Cielo, con su cuerpo o sin él, no lo sabía, había oído allí palabras misteriosas que una boca mortal no podía repetir.
- Lo que impresionó a los ojos del niño fue sobre todo la inmensa multitud de ángeles que rodeaban el trono de Dios, y la incomparable belleza de la Santísima Virgen María, elevada por encima de todos los coros de ángeles.
La vida de la Venerable Madre FRANCISCA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, monja de Pamplona (Merv. 26), presenta varios hechos que demuestran cómo los castigos son acordes a las faltas que deben ser expiadas.
Esta venerable sierva de Dios tenía la más íntima comunicación con las almas del Purgatorio; incluso, llegaban en gran número a su celda y la llenaban; esperaban humildemente su turno para que la madre las ayudara con sus oraciones.
A menudo, para mover su compasión en mayor grado, se le aparecían con los instrumentos asociados con sus pecados, los cuales en la otra vida se habían convertido en instrumentos de tortura. Un día vio a un hombre de vida religiosa, rodeado de objetos valiosos, pinturas y sillones candentes.
Había acumulado este tipo de objetos en su celda, contrariando su voto de pobreza; después de su muerte, tales objetos fueron su tormento. - Otras veces eran sacerdotes, con sus ornamentos en llamas: la estola se había convertido en una cadena ardiente y sus manos estaban cubiertas de horribles úlceras. De esta manera eran castigados por haber celebrado irreverentemente los Sagrados Misterios.
Un día un notario se le apareció con todos los instrumentos de su profesión, los cuales estaban en llamas y lo rodeaban, haciéndole sufrir horriblemente. Le dijo: “He usado esta pluma, esta tinta y este papel para redactar hechos dolosos. También me apasionaba el juego, y estas cartas ardientes, las cuales me veo obligado a tener en la mano permanentemente, son objeto de mi castigo. Esta bolsa ardiente que sostengo, contiene mis ganancias ilícitas y me obliga a expiarlas”.
De todo esto surge una gran y saludable enseñanza. Las creaturas son dadas al hombre como medios para servir a Dios: debe hacer de ellas instrumentos de virtud y de buenas obras; si abusa de ellas y las convierte en instrumentos de pecado, es justo que dichas creaturas se vuelvan contra él y se conviertan en instrumentos de su castigo.
La vida de SAN CORPREO, Obispo de Irlanda, encontrada en los Bolandistas bajo el 6 de marzo, nos proporciona otro ejemplo del mismo tipo. Un día, cuando este santo prelado estaba en oración después del Oficio Divino, vio una figura horrible de pie ante él, con una cara pálida, un collar de fuego alrededor de su cuello y una miserable capa rasgada sobre sus hombros.
- “¿Quién eres?" preguntó el santo, sin asustarse. - “Soy un alma que pasó a la otra vida”, respondió. - “¿De dónde viene el triste estado en el que te veo?”, volvió a preguntar el Obispo. - “De mis faltas, las cuales trajeron como consecuencia estos castigos”, respondió el alma. Y añadió: “A pesar de la miseria a la que estoy ahora reducido, soy Malaquías, quien otrora fuera rey de Irlanda. Pude hacer mucho bien en tan alto cargo, y era mi deber; sin embargo no lo hice; por eso estoy siendo castigado”.
- “¿No has hecho penitencia por tus faltas?”, preguntó el santo. – El alma respondió: “No he hecho la suficiente, a causa de la culpable flaqueza de mi confesor, a quien plegué a mis caprichos ofreciéndole un anillo de oro. Es por ello que ahora llevo este collar de llamas alrededor de mi cuello”.
- “Me gustaría saber, dijo el Obispo, por qué está cubierto con estos harapos”. A lo cual el alma replicó: “Este es otro castigo; no vestí a los desnudos, no ayudé a los pobres mediante la caridad, el respeto y la liberalidad que mi dignidad de rey y mi título de cristiano me ordenaban. Por eso me ves vestido como indigente y cubierto con una prenda de ignominia”.
La historia nos cuenta que San Corpreo, habiéndose consagrado a rezar con todo su Capítulo, obtuvo al cabo de seis meses un alivio de la sentencia y, un poco más tarde, logró la liberación completa del alma del rey Malaquías.
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