Según las revelaciones de los santos, hay una gran diversidad de penas en el Purgatorio. Aunque el fuego es el tormento dominante, también existe el del frío, el de los miembros y los tormentos aplicados a los diversos sentidos del cuerpo humano.
Tal diversidad de penas está ordenada por la Justicia Divina, y parece sobre todo responder a la naturaleza de los pecados, los cuales requieren cada uno su propio castigo.
PRIMERA PARTE
Según las revelaciones de los santos, hay una gran diversidad en las penas infligidas en el Purgatorio. Aunque el fuego es el tormento dominante, también existe el tormento del frío, la tortura de los miembros y los tormentos aplicados a los diversos sentidos del cuerpo humano.
Esta diversidad de castigos está ordenada por la Justicia Divina, y parece sobre todo responder a la naturaleza de los pecados, que requieren cada uno su propio castigo, según estas palabras: “Quia per quae peccat quis, per haec et torquetur, el hombre es castigado por donde ha pecado” (Savia. XI, 17).
- Es conveniente que así sea también en el caso de los castigos, ya que la misma diversidad existe para las recompensas. Cada uno recibe en el Cielo según sus obras, y, como dice el venerable Beda, cada uno recibe su Corona, su Vestido de Gloria: un vestido que para el mártir tiene el esplendor de la púrpura, y para el confesor el brillo de una blancura deslumbrante.
El historiador Juan Vásquez (Cf. Merv. 8), en su Crónica acerca del año 940, reporta cómo SANCHO, rey de León, se le apareció a la Reina Guda, y fue liberado del Purgatorio por la piedad de esta princesa. Sancho había vivido como un excelente cristiano y murió envenenado por uno de sus súbditos.
La reina Guda, su esposa, se preocupó de rezar y de que otros rezaran por el descanso de su alma. No contenta con celebrar un gran número de Misas, se instaló en el monasterio de Castilla, donde se había depositado el cuerpo de su marido, para poder llorar y rezar sobre sus queridos restos.
Mientras rezaba un día sábado, a los pies de la Santísima Virgen para encomendarle el alma de su marido, este se le apareció; en qué terrible estado se encontraba, ¡oh Dios mío! Estaba cubierto con ropas de luto y llevaba por cinturón una doble hilera de cadenas enrojecidas por el fuego. Después de agradecer a su piadosa viuda por los sufragios que esta ofrecía, la instó a continuar con tal acto de caridad.
Le dijo: "Oh, Guda, si supieras por las que estoy pasando, harías mucho más actos de piedad por mí. En atención a la Divina Misericordia, ayúdame, querida Guda, ayúdame: ¡estas llamas me están devorando!”
La Reina redobló sus oraciones, ayunos y buenas obras: dio limosna a los pobres, hizo que se celebraran Misas en todas partes y ofreció al monasterio un magnífico adorno para los servicios del altar.
Después de cuarenta días el rey Sancho se le apareció de nuevo; había sido liberado de su cinturón ardiente y de todas sus aflicciones; y en lugar de sus vestidos de luto llevaba un manto blanco brillante, como el adorno sagrado que Guda había dado al monasterio en su nombre.
"Heme aquí, querida Guda, gracias a ti estoy libre de mis sufrimientos. ¡Bendita seas por siempre! Perseverad en vuestros santos ejercicios, meditad a menudo en la dureza de las penas de la otra vida y en las alegrías del Paraíso, donde os estaré esperando”. Con estas palabras desapareció, dejando a la piadosa Guda inundada de consuelo.
Un día una mujer vino a buscar desesperada a SANTA LIDVINA, para decirle que acababa de perder a su hermano. “Mi hermano -dijo- acaba de morir, y encomiendo su pobre alma a vuestra caridad. Le suplico que ofrezca a Dios por ella algunas oraciones y una parte del sufrimiento de su enfermedad”.
La santa enferma le prometió ello y, poco después, en uno de sus frecuentes éxtasis, fue conducida por su Ángel de la Guarda a las prisiones subterráneas, donde vio con extrema compasión los tormentos de las pobres almas sumergidas en las llamas. Una de ellas le llamó especialmente la atención: la vio atravesada de lado a lado por punzones de hierro.
Su Ángel le dijo que él era el hermano fallecido de la mujer que había venido a pedir su ayuda para que orase por él. El Ángel añadió: “Si desea pedir algún favor de misericordia para él, no le será negado”. – Ella respondió: “Pido entonces que sea liberado de estos horribles hierros que lo atraviesan”.
Inmediatamente ella vio que aquella alma en pena quedaba libre de tales hierros y era sacada de tal prisión especial, siendo conducida a la prisión destinada a las almas que no han merecido sufrir ningún tormento particular.
Cuando la hermana del difunto regresó poco después a buscar a Santa Lidvina, ésta le informó de la triste situación de su hermano y la instó a que lo ayudara ofreciendo oraciones y limosnas en su nombre. La santa misma ofreció sus súplicas y sufrimientos a Dios, hasta que aquella pobre alma fue finalmente liberada.
Leemos en la Vida de SANTA MARGARITA MARÍA, que un alma fue torturada en un lecho de tormento, a causa de la pereza que demostró durante su vida; así mismo, dicha alma tuvo que sufrir un tormento especial en su corazón a causa de los malos sentimientos que abrigó, y en su lengua, como castigo por sus palabras poco caritativas.
Además, tuvo que sufrir un terrible castigo de un tipo muy diferente, causado, no por el fuego o el hierro, sino por el terrible espectáculo de la condenación. Así es como la misma Beata relata este hecho en sus escritos:
"Vi en un sueño, dice, a una de nuestras hermanas que había muerto hacía algún tiempo. Me dijo que estaba sufriendo mucho en el Purgatorio; pero que Dios acababa de hacerle sentir un dolor que superaba todas sus penas, mostrándole a uno de sus parientes cercanos que había sido arrojado al Infierno”.
"Me desperté al oír estas palabras, y sentí todo mi cuerpo como si estuviera quebrado, de modo que apenas podía moverme. Como no hay que creer en los sueños, no pensé mucho en éste; sin embargo, esta monja me obligó a hacerlo en contra de mi deseo.
Desde ese momento no me dio descanso, y me decía incesantemente: <<Reza a Dios por mí, ofrece tus sufrimientos, unidos a los de Jesucristo, para aliviar los míos, así como todo lo que hagas hasta el primer viernes de mayo; en ese momento comulgarás por mí>>.
Lo hice con el permiso de mi superiora. Pero la pena que me produjo esta alma sufriente aumentó tanto que me abrumó y me hizo imposible obtener descanso.
Por obediencia, busqué reposar en mi lecho, pero sentía que la tenía cerca de mí. Ella me dijo: <<Te sientes a gusto en tu cama, y sin embargo mira en la que yo estoy acostada, y los sufrimientos intolerables que estoy padeciendo>>. Observé esa cama, la cual aún me hace temblar cada vez que pienso en ella.
Tanto la parte superior como la inferior eran púas afiladas y encendidas, que penetraban en la carne: ella me explicó que se debían a su pereza y negligencia en la observancia de las reglas. – Añadió: <<Mi corazón se desgarra ante el dolor más cruel, el cual se debe a mis pensamientos de murmuración y desaprobación en contra de mis superioras.
- Mi lengua está roída por las alimañas, y me la arrancan continuamente por las palabras que pronuncié en contra de la caridad y también por no haber sabido guardar silencio. - ¡Cómo desearía que todas las almas consagradas a Dios pudieran verme en estos horribles tormentos!
Si pudiera hacerles ver lo que les espera a aquellas que viven su vocación de forma negligente, tendrían un ardor muy diferente hacia la observancia de las reglas y se cuidarían de no caer en los errores que ahora me hacen sufrir tanto>>.
Estallé en lágrimas ante tal espectáculo. Sin embargo, aquella alma sufriente prosiguió diciendo: <<Si hubiese un día de completo silencio, guardado por toda la comunidad, lograría la sanación de mi boca; si hubiese otro, dedicado a la práctica de la santa caridad, obtendría la cura de mi lengua; si hubiese un tercero, en donde no hubiese ninguna murmuración o desaprobación contra la superiora, alcanzaría la sanación de mi corazón desgarrado; pero nadie piensa en darme alivio>>.
Después de que hice la comunión que me pidió, ella me dijo que sus horribles tormentos habían disminuido bastante, pero que seguiría en el Purgatorio durante mucho más tiempo, por hallarse condenada a sufrir las penas destinadas a las almas tibias en el servicio a Dios”.
“En cuanto a mí, añade Santa Margarita María, desde ese momento me encontré libre de mis sufrimientos, los cuales, según me había dicho aquella alma, no disminuirían a menos que ella misma fuese aliviada de los mismos”.
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