Te comparto la
reflexión correspondiente al Primer Domingo de Cuaresma Ciclo B 2018, sobre las
lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2018, corresponde al Domingo 18 de Febrero.
La liturgia de este domingo se centra en algunas palabras claves: alianza, pacto, vida, unión con Dios, Espíritu, bautismo, desierto, Reino de Dios, misión, conversión, fe, cuarenta.
La vida humana es imposible sin alianzas. Hacemos permanentemente alianzas; algunas de ellas funcionan de manera implícita. Otras, las explicitamos para asegurarnos de su cumplimiento. La experiencia de fe es, también, una alianza, pero, esta vez, es Dios quien quiere hacer alianza con el ser humano: lo busca, le propone un proyecto, se compromete con él y pide a su ‘interlocutor’ que también se comprometa, que sea honesto y que sea fiel.
El relato del libro del Génesis quiere insistir en la superación del miedo a la destrucción total. Los textos del Nuevo testamento nos recuerdan que, ahora, en la persona de Cristo Jesús, tenemos una nueva alianza con Dios, que ofrece una nueva alternativa de vida para todos los seres vivientes.
El relato del evangelio de Marcos nos invita a centrarnos en el Reino de Dios, es decir, en su presencia activa y acción amorosa. Presencia y acción transformadoras y vivificantes. Este Reino de Dios nos invita a caminar en búsqueda de nuestra auténtica felicidad. Este proyecto de felicidad está asociado a unos valores fundamentales: la vida, la verdad, la justicia, la solidaridad, el servicio. Hay que estar atentos para no confundir la felicidad (que Dios ofrece) con cualquier remedo de felicidad.
Ahora bien, la búsqueda de la felicidad nos pide entrar y permanecer en el desierto: ¿cómo ser felices si permanecemos fuera de nosotros mismos? ¿Cómo ser felices si no logramos hacer silencio, para escuchar la voz de nuestra conciencia? ¿Cómo alcanzar la felicidad sin entrar en comunión con nuestro origen y fuente, que es Dios?
El desierto es el símbolo bíblico del discernimiento, de la formación de la conciencia y de la maduración espiritual que nos permiten fortalecer nuestra unión con Dios. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto. Recordemos que fue en el desierto donde el pueblo de la Biblia aprendió a ser pueblo de Dios (Dios – con la ayuda de Moisés – lo sacó de la tierra de esclavitud y lo condujo al desierto. Allí, en la soledad, el silencio y la austeridad del desierto, lo ayudó a madurar, lo purificó, le enseñó a ser libre. Lo capacitó para recibir, entrar y vivir en la Tierra Prometida.
Notemos que el evangelista
insiste en que Jesús se dejó llevar por el Espíritu al desierto y, en este
contexto de ‘profundización y toma de decisiones’, se confrontó con el mal, con
Satanás. Así, el desierto se transformó para Jesús en lugar de aprendizaje y de
opción fundamental. El desierto le enseñó a Jesús que sólo en la
docilidad al Espíritu se puede vencer el mal y que la clave para la vivencia de
la ‘Alianza con Dios’ está en la fidelidad a Dios y el servicio al prójimo.
Veamos las lecturas:
El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio
Dios dijo a Noé y a sus hijos: "Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra." Y Dios añadió: "Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes."
Algunas reflexiones:
Tomar en serio la alianza: Debemos aprender a tomarnos en serio el pacto que Dios quiere hacer con nosotros. No se trata de un negocio superficial: es una alianza de amor de la que depende el sentido de la vida. La mediocridad en la vida cristiana tiene que ver mucho con la falta de conciencia del valor de ese pacto y de las implicaciones que tiene en nuestra vida.
Una alianza que abraza toda la creación: Este pacto amoroso no contempla sólo al ser humano, sino que abraza a toda la creación, porque sin creación la vida humana sería imposible. En ella, el ser humano hace parte de una comunidad de vida que ha existido antes que él, que lo ha precedido y, sin la cual, su propia pervivencia sería imposible.
La primacía de la vida: la vida aparece aquí como el bien fundamental y como el valor central. Pero cabe preguntarnos: si el valor central es la vida ¿Por qué tanta muerte sobre el planeta? Precisamente porque, en la práctica, la vida ha dejado de ser el valor central y ha sido desvalorizada e irrespetada por el ser humano. Hasta la vida se ha transformado en mercancía y en algo de lo que se puede disponer sin mayores consideraciones: pensemos que todavía, en pleno siglo XXI, hay, en el mundo, formas diversas de esclavitud y que existen prácticas como el ‘sicariato’, que revelan la precariedad en la que ha caído la vida: se dispone, sin más, de la vida de otro por un poco de dinero.
Conservemos la memoria: La memoria aparece aquí como un elemento clave en la experiencia espiritual. Dios tiene memoria del pacto que ha hecho con la humanidad. La humanidad está llamada a recordar (a tener memoria) de este pacto. El creyente, de manera explícita, debe hacer el esfuerzo permanente por conservar la memoria de esta alianza. Perder la memoria equivale a enfriarse espiritualmente. La memoria es clave en la vida de toda persona y de toda comunidad humana. No en vano los pueblos se esfuerzan por conservar la memoria de su historia y los pueblos afectados por conflictos, masacres y sufrimientos conservan la memoria para que haya justicia y las atrocidades no se repitan. Toda la Biblia es, en realidad, una inmensa memoria de un pueblo acerca de lo que Dios ha hecho a favor de la humanidad.
Actualmente os salva el bautismo
Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en suplicar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.
Algunas reflexiones:
El objetivo de la entrega de Jesús: este hermoso texto de la 1ª Carta de san Pedro nos invita a comprender y valorar la donación que hizo Jesús de su propia vida. Su objetivo era (y sigue siendo) liberarnos del mal (por eso la alusión a los pecados) y restaurar la comunión con nuestra fuente (por eso se enfatiza en la meta: ‘conducirnos a Dios’).
El proceso pascual: El apóstol Pedro hace énfasis en la humanidad de Jesús (él asumió plenamente la condición humana. No estaba jugando a ser un ‘ser humano’, sino que –efectivamente- lo era. Pero Pedro acentúa también en su divinidad, en su profunda dimensión espiritual (Cristo Jesús posee el Espíritu). Es esta dimensión espiritual la que explica la resurrección de Jesús y su actual condición gloriosa […por la resurrección, Jesucristo llegó al cielo (…) y está a la derecha de Dios].
Tomar en serio el bautismo: El apóstol Pedro hace énfasis en el bautismo; y establece un paralelo entre el arca (medio de salvación en tiempos de Noé) y el bautismo en Cristo (camino de salvación para el creyente cristiano). Notemos que, al hablar del bautismo, el apóstol Pedro nos traslada del terreno meramente físico exterior (limpiar el cuerpo, que está sucio) al terreno de la interioridad y de la profundidad espiritual (una conciencia pura). El bautismo compromete la totalidad de la persona (en todas sus dimensiones), pero el trabajo de fondo debe acontecer en la conciencia del creyente. Educar la conciencia, despertar la conciencia, formar la conciencia es una de las claves mayores de la vida cristiana.
Era tentado por Satanás, y los ángeles le servían
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días. Era tentado por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio."
Algunas reflexiones:
Entrar en el desierto: En esta Cuaresma, dejémonos conducir por el Espíritu al desierto. En los relatos bíblicos, el desierto simboliza el silencio y la soledad. Es el símbolo del encuentro consigo mismo y con Dios; la imagen del desierto también alude a la experiencia de aprender vivir solamente con lo esencial, con lo necesario. Pero también es el símbolo de la experiencia de aquello que teológicamente llamamos ‘la tentación’.
Al comenzar la Cuaresma se nos recuerda que la vida cristiana, que consiste en poner la vida en el horizonte del Reino de Dios (vivir unido a Dios y a su servicio), no es algo fácil o que haya que dar por sentado. En los meandros de la vida aparecen fuerzas contrarias al amor y llamados insistentes a separarnos de Dios, a abandonar su proyecto, a dejar de estar al servicio del bien y pasar al servicio del mal. Esta posibilidad de extravío (es decir, salirnos de la vía) es permanente. Por eso hay que estar alerta, despiertos. La oración y la práctica de la caridad son dos maneras concretas de ‘permanecer en Dios’.
Un retiro para preparar la misión: Es interesante la alusión a los 40 días. Recordemos que el número 40 aparece muchas veces en los relatos de la Biblia. Este número es el símbolo de una experiencia fuerte de maduración y transformación; con el número 40 se quiere aludir teológicamente a un tiempo en el que la persona (o la comunidad) vive(n) un proceso de reconfiguración. Teológicamente hablando, el número 40 simboliza una experiencia de encuentro con Dios que provoca una transformación, que es liberadora e integradora.
Notemos que – en el relato de hoy – después de este ‘retiro de 40 días’- Jesús sale a realizar su misión. Entendemos el mensaje que nos quiere dar el evangelio: Tomarnos el tiempo necesario para hablar con Dios, para entrar en nosotros mismos, para clarificar lo que queremos hacer, para evaluar si lo que deseamos hacer está en sintonía con Dios, etc. Este es el ejercicio que debemos hacer (no sólo en esta cuaresma, sino a lo largo de la vida).
No es necesario que el retiro dure 40 días o 40 horas o 40 semanas ‘cronológicas’. Recordemos que el número es de carácter simbólico-teológico. El 40 alude más a la intensidad del encuentro con Dios y con nosotros mismos que al tiempo cronológico. Cada creyente está invitado a vivir ‘su propio 40’ con toda responsabilidad e intensidad.
¿Cuál debe ser el fruto de este retiro? Un avance en el proceso de conversión y el fortalecimiento de la fe (por eso el anuncio de Jesús es claro: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio."
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Tus sendas, Señor, son mi misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.
Señor,
enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad;
/ enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R. // Recuerda, Señor, que tu
ternura / y tu misericordia son eternas. / Acuérdate de mí con misericordia, /
por tu bondad, Señor. R. //El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a
los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a
los humildes. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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