Te comparto la reflexión correspondiente a la Solemnidad de Pentecostés Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 15 de Mayo.
Este domingo, la atención de toda la Iglesia Católica se centra en la presencia y la acción del Espíritu Santo. Recordemos que el Espíritu Santo no es simplemente el tema de un día de la liturgia. Pedagógicamente, el calendario litúrgico nos va llevando por diversas fiestas y solemnidades, por diversos temas claves de la vida cristiana, pero - en la vida real – todas estas realidades son permanentes. Todos los días vivimos la Resurrección, la conversión, la Cuaresma, la misión… Y, por supuesto, la experiencia del Espíritu Santo.
Somos seres espirituales, hay en nosotros una dimensión espiritual que nos permite trascender y entrar en comunión con lo más hondo de Dios, con su Espíritu. Por eso lo que se nos propone es una comunión y un diálogo espiritual permanente con Dios. Es este diálogo el que – adecuadamente vivido – nos ilumina, nos recrea, nos transforma y nos hace trascender.
Es claro que este Espíritu Santo con el que entramos en comunión es el mismo Espíritu que engendró a Jesús en María, que impulsó su crecimiento, que lo sostuvo en la tentación, que se manifestó en el bautismo de Jesús, que lo acompañó en el desarrollo de la misión, que lo fortaleció en el momento de la pasión. Es el mismo Espíritu que Jesús entregó al Padre y que comunicó – luego de su resurrección – a sus discípulos… Es el mismo Espíritu que anima a las iglesias y el que está presente en lo más íntimo de todo creyente, revelándole la hondura y la grandeza de lo que Dios quiso manifestar a toda la humanidad en Jesús de Nazaret.
Puesto que es el mismo Espíritu, esta solemnidad de Pentecostés no puede entenderse separada de la solemnidad de la Resurrección. En otras palabras, no podemos separar al Espíritu de la persona de Jesús resucitado y de la Iglesia (entendida como comunidad de fe que sigue a Jesús y que continúa, en la historia, su misión). De hecho, se nos quiere insistir en que – una vez resucitado Jesús – es la Iglesia toda la que recibe el Espíritu, que la capacita para ser auténtica y fiel continuadora de su misión. Es el Espíritu el que permite a los creyentes superar el miedo, el apocamiento, la tentación de comodidad y todos los obstáculos que se le presentan en el camino, a fin de que puedan dar testimonio del amor de Dios revelado en Jesús. Además, el Espíritu actúa como maestro interior, que esclarece la conciencia del creyente y le permite hacer discernimiento agudo de la voluntad de Dios.
El Espíritu es quien sitúa al cristiano en el horizonte nuevo propuesto por Jesucristo: “Permanezcan en mi amor” (Juan 15). Ese es el horizonte. Entendemos que si nos desconectamos del amor de Dios será imposible formar auténticas comunidades cristianas, que sean capaces de ser focos de luz que iluminan – con el evangelio – las realidades de la sociedad en que se encuentran. Es ese Espíritu el que al interior de las comunidades cristianas (y también fuera de ellas) concede dones y carismas, es decir, capacidades que deben ser puestas al servicio de los demás (dentro y fuera de la comunidad).
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua."
El libro de los Hechos no es una simple reconstrucción de lo que sucedió en el primer siglo de nuestra era, cuando la Iglesia nació. El libro es – en realidad – una elaborada catequesis que busca ayudar a los cristianos (de aquella época y de siempre) a redescubrir su identidad, su capacidad misionera, su misión, su pertenencia eclesial activa y responsable, y, a vivir de manera profunda y seria su bautismo.
El texto propuesto busca despertar en los oyentes (o lectores) el deseo de vivir una profunda experiencia espiritual. Más que quedarnos en los elementos maravillosos del relato debemos ir al fondo de la teología y de la experiencia espiritual que allí se despliega. Recordemos que se trata de un relato y que no se busca allí reducir la experiencia de Pentecostés a un solo día. ¿Cómo agotar el Espíritu Santo en el tiempo?
En este relato catequético Lucas usa símbolos y metáforas claves: el viento, el fuego, las puertas cerradas, la lista de pueblos, la predicación de unos y la escucha de otros en una clara sintonía de comprensión, etc.
El texto nos insiste en varias experiencias fundamentales:
1. Hay diversas razones para estar unidos. Nos puede unir el miedo o el deseo de hacer algo juntos. Son dos posturas diferentes. Lo que nos debe reunir como cristianos es el deseo de participar de la vida de Dios y de la misión de Jesús. El miedo nos paraliza, el Espíritu nos llena de valor, expande nuestro corazón y nos invita a salir (abandonar la lógica de las puertas cerradas) al encuentro de los demás.
2. La liberación y la libertad son claves. Por eso la imagen del viento, para aludir al Espíritu Santo es interesante. El viento es libre, no se lo puede encerrar, simplemente pasa refrescando, arrastrando, generando movimiento. El Espíritu Santo revela la libertad de Dios y hace libres a los creyentes. No se puede servir a Dios realmente desde una lógica de esclavitud, sino desde una lógica de libertad. El Espíritu Santo es el que actualiza en nuestra vida aquello que San Pablo escribió a los cristianos de Galacia: “Para ser libres nos libertó Cristo, pero tengan cuidado de no volver a recaer en la esclavitud”.
3. El ardor espiritual: Cuando el Papa Juan Pablo II insistía en la necesidad de una nueva evangelización, decía que esta nueva evangelización debería ser: nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión. El fuego es el símbolo con el que se quiere aludir al ardor espiritual, a la pasión por el Reino de Dios, al amor profundo por Dios y por la misión. Por eso el espíritu se posa sobre cada discípulo (sobre tí y sobre mí, también) “como llamaradas”. Más que pensar o buscar llamas de fuego encima de nuestras cabezas debemos examinar el ardor que habita en nuestro corazón. Recordemos lo que dijeron los dos discípulos de Emaús – cuando se encontraron con Jesús resucitado: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras? ¿Arde nuestro corazón cuando leemos la Palabra de Dios? ¿Arde nuestro corazón cuando escuchamos la Palabra de Dios cada domingo, en la liturgia?
4. Se trata de una experiencia personal: cada ser humano es único e irrepetible. Nadie puede substituir a otro. Esto es, igualmente, válido en lo que tiene que ver con el plan de Dios. Para Dios – que es Padre – ninguno de sus hijos sobra y cada uno tiene un puesto en su proyecto de salvación. Por eso es tan doloroso cuando alguien se sustrae, se niega, se resiste a este proyecto de amor. Por eso el autor insiste en que el Espíritu Santo se posa sobre cada uno. Dios no tiene hijos repetidos y, por la misma razón, cada hijo(a) está llamado a dar su respuesta personal a la propuesta amorosa de Dios. Esta es una de las cuestiones fundamentales para cada creyente: preguntarnos por la calidad de nuestra respuesta a Dios. ¿Has pensado en esto?
5. ¿Qué dejamos entrar? ¿De qué nos llenamos? Hay un programa de televisión llamado “ACUMULADORES”, en el que se nos presentan casos dramáticos de personas que acumulan tantas cosas que terminan llenando sus casas de basura, que genera un caos que les impide vivir dignamente. ¿De qué nos llenamos? ¿De qué llenamos nuestras relaciones? ¿De qué llenamos nuestros entornos? ¿De qué llenamos nuestras iglesias y sus acciones pastorales? Dejarnos llenar del Espíritu Santo para poder comunicar a Dios es lo que debe suceder en la vida de cada creyente y de la Iglesia en su totalidad. De hecho, si leemos el texto o escuchamos con atención, podemos notar que es precisamente esto lo que sucede: todos se dejaron llenar del Espíritu Santo y, por ello, hablaban de las maravillas de Dios. Vale la pena revisar: ¿De qué estamos llenos? ¿De qué nos dejamos llenar?
6. Una cosa es sugerir y otra es hacer caso: El Espíritu Santo es experto en AMOR, pues es el Espíritu de Dios y Dios es amor. Lucas, en el texto, nos dice que el Espíritu sugería a los Apóstoles lo que debían comunicar (acerca de las maravillas de Dios). La experiencia espiritual consiste (entre otras cosas) en aprender a escuchar las sugerencias del Espíritu Santo, aprender a interiorizarlas, a discernirlas y a transformarlas en acción. Precisamente para esto es la meditación, el silencio, la oración y una profunda sensibilidad sobre lo que pasa en el mundo.
7. Amor de Dios para todo el mundo: Lucas es claro en su perspectiva. Los cristianos no se deben encerrar ni deben formar entre ellos una especie de “club de perfectos”. La Iglesia no es ni deberá ser un club, sino un “instrumento dócil” en la manos de Dios para que el amor de Dios y el testimonio sobre Jesucristo llegue, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra” (Hech 1, 8). Por eso insiste en una lista de pueblos (que simbolizan al mundo entero, pues son los pueblos conocidos en esa época). Todos los pueblos están presentes en Jerusalén (se cumple así lo anunciado por los profetas Isaías y Miqueas): “Al final de los tiempos estará firme el monte en la casa del Señor (…) hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Vengan, subamos al monte del Señor (…) y marcharemos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la Ley, de Jerusalén brotará la Palabra de Dios…” (Isaías 2, 2-4; Miqueas 4, 1 – 3) ¿Cómo estamos viviendo este espíritu de universalidad?
No olvidemos que Lucas sitúa esta experiencia del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Esto tiene una intención: Pentecostés era una fiesta del calendario religioso judío que era celebrada 50 días después de la Pascua judía (la palabra griega PENTA, significa 50, de ahí Pentecostés). Originalmente era una fiesta agrícola en la cual el pueblo agradecía a Dios los frutos de la tierra (la cosecha) y, en el siglo I se transformó en la fiesta que celebraba 3 cosas: 1) la ALIANZA que Dios había hecho con el pueblo, 2) el don de la LEY y 3) la constitución del pueblo como pueblo de Dios. Al situar la experiencia del Espíritu en este día, Lucas sugiere que el Espíritu de Dios es la nueva ley (no una ley puesta por fuera del ser humano, sino dentro, en su conciencia y en su corazón [se cumple así lo anunciado por el profeta Ezequiel. Ver Ez 36, 26-28]).
En el relato, Lucas, para hablar del Espíritu Santo, usa los símbolos del viento, de la tempestad y del fuego, con el fin de presentar al Espíritu como la fuerza de Dios, como el poder transformador de Dios. Pero no se trata de un poder al estilo Zeus, sino del poder del amor. Las imágenes evocan la fuerza irresistible de Dios, que viene al encuentro del ser humano y, entrando en comunicación con él, establece una alianza existencial, una alianza de vida, en la cual el ser humano es transformado. Es en esto en lo que se debe centrar nuestra atención espiritual, en vivir una profunda comunión con Dios en el amor. ¿Es esto lo que estamos viviendo? ¿Es esto lo que construimos en la Iglesia? ¿Es esto lo que la Iglesia está ofreciendo al mundo?
1 No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.
2 Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos.
3 Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama maldito a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.
4 Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.
5 Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
6 Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.
7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho común.
8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;
9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.
10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere.
12 Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
13 Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
La comunidad cristiana de la ciudad de Corinto era viva y fervorosa, pero había divisiones internas y rivalidades. Muchos querían ser importantes, ser los primeros, estar por encima de los otros; otros buscaban usar sus capacidades (es decir, las capacidades que Dios les había dado) para provecho personal; otros se morían de envidia por no tener las capacidades (carismas) que otros tenían y estaban inconformes con los que tenían (o ni siquiera se daban cuenta que tenían capacidades). Quizá estos fenómenos aún sucedan en la Iglesia. Frente a todos estos fenómenos reacciona san Pablo, escribiendo este hermoso texto, que también es una catequesis sobre el Espíritu Santo, sobre la Iglesia y sobre los dones, carismas o capacidades que Él da a los miembros de la Iglesia. Pablo busca poner las cosas en orden. Por eso subraya varias cosas:
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
Este texto nos sitúa en el Cenáculo, el día de la Resurrección. La narración nos presenta la comunidad de la Nueva Alianza (aquella con la cual comienza el cristianismo). Pero el evangelista Juan nos presenta este grupo antes de la experiencia de encuentro con Jesús resucitado.
Están tristes, asustados… El miedo los obliga a encerrarse. Los están persiguiendo. Si los encuentran los apresarán y hasta podrán correr la misma suerte que su maestro (los matarán). Por eso, en su relato Juan insiste: “estaban los discípulos (…) con las puertas cerradas por miedo a los judíos.” Pero una comunidad temerosa y encerrada, ¿para qué sirve? ¿Puede ser ella fermento en el mundo para la transformación de la humanidad? Sin duda se requiere en ella una transformación. Esto es lo que acontece ahora, cuando Jesús se presenta. Jesús resucitado se hace presente y les comunica su Espíritu (el Espíritu Santo).
Con el relato, el evangelista nos dice que – entre otras cosas – el Espíritu Santo tiene la capacidad de transformar, de hacernos superar el miedo y de abrir las puertas (no las puertas materiales, sino las puertas de nuestro corazón, de nuestra conciencia, de nuestras capacidades).
Es el Espíritu el que prepara a la comunidad (la comunidad naciente, pero también a las comunidades cristianas de hoy) para salir por el mundo, para dar testimonio de Jesús, para continuar la misión de Jesús. Es esto lo que se espera de los cristianos de todos los tiempos: que nos dejemos habitar por el Espíritu; que busquemos un encuentro vivo con Jesús; que abramos “las puertas cerradas de nuestro corazón y de nuestros esquemas mentales”, para contribuir – desde la fe y desde el mensaje de Jesús – con la transformación del mundo.
Esta salida al mundo tiene un objetivo fundamental: ser comunicadores y constructores de paz. Lo que Jesús les da (es decir, la paz) es lo que deben comunicar al mundo, lo que deben construir en el mundo. Recordemos que la paz – en la tradición del Antiguo Testamento – es un don de Dios que llegará al pueblo con la llegada del Mesías. Este don llega en Jesús, por eso lo que el evangelista quiere afirmar claramente es que Jesús es el mesías esperado… No hay que seguir esperando, ya está, ha resucitado.
Inmediatamente, Jesús les muestra las manos y el costado. Este gesto es fundamental. Es la manera que tiene el evangelista de decirnos que el que se presenta no es distinto del que murió en la cruz; es el mismo. Además, es la forma de enfatizar en el amor: al mostrar las manos y el costado, Jesús resucitado recuerda a sus seguidores la pasión, que es la experiencia del amor extremo que lo llevó a la donación total. Es este amor el centro del evangelio: “Como el Padre me amó así los he amado yo… Permanezcan en mi amor” (Juan 15)
Si Jesús es el Mesías y ha resucitado, entonces, de lo que se trata – ahora – es de acoger su Espíritu y continuar su misión. Por eso Jesús, luego de saludarlos, sopla sobre ellos y les comunica el Espíritu Santo y – de manera – oficial – los envía. Sintámonos nosotros hoy enviados. No hay que viajar necesariamente a tierras muy lejanas, a otros continentes. Allí donde estamos, desde nuestra cotidianidad, podemos ser continuadores de la misión de Jesús. ¡Manos a la obra!
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor: / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras, Señor; / la tierra está llena de tus criaturas. R.
Les retiras el aliento, y expiran / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento, y los creas, / y repueblas la faz de la tierra. R.
Gloria a Dios para siempre, / goce el Señor con sus obras. / Que le sea agradable mi poema, / y yo me alegraré con el Señor. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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