¿Eres consciente de la extrema gravedad que representa el perder las gracias asociadas con el sacramento de la Extremaunción en el caso de que no acudieses al mismo en el momento en que debes hacerlo?
O, en el caso de los seres queridos o de personas que están dentro de tu área de influencia, ¿sabes el pecado grave que puedes cometer al no ayudarlos a acceder en el momento oportuno al sacramento de la Extremaunción, habiendo podido hacerlo?
Para aprender o conocer más acerca de lo valioso y lo necesario que es el sacramento de la Extremaunción para la salvación de nuestra alma o para ayudar a la salvación del alma de una persona enferma, te invitamos a que escuches la valiosísima explicación que nos brinda el Padre Pío Vázquez en la siguiente prédica:
Te invitamos a continuación a que aproveches la transcripción de la anterior prédica, para que puedas repasar todas y cada una de las extremadamente importantes enseñanzas acerca del sacramento de la Extremaunción y los conceptos equivocados en torno a dicho sacramento.
Queridos fieles:
Hoy, Domingo Cuarto después de Pentecostés, quisiéramos dejar de lado los textos de la Epístola y el Evangelio para hablar de un tema que nos parece muy importante, a saber, el Sacramento de la Extremaunción o, como más comúnmente suele llamarse entre los fieles: Los Santos Óleos.
Deseamos enseñar sobre aspectos importantes de este Sacramento, sus efectos y finalidad, y cuáles son algunos de los conceptos erróneos más comunes que se suelen tener de él y que llevan a obrar mal en la práctica.
Comencemos, primeramente, dando una noción del Sacramento de la Extremaunción o Santos Óleos.
Es un sacramento instituido por Dios Nuestro Señor Jesucristo para conferir al enfermo constituido en enfermedad grave, con algún riesgo de muerte, la salud del alma y a veces del cuerpo, en virtud de la unción con el Santo Óleo y de la oración del sacerdote.
Entonces es un sacramento previsto especialmente por Nuestro Señor para los que tienen enfermedades de cierta gravedad.
Ya aclararemos este importante punto, respecto del cual hay muchos errores y tabúes, que llevan a que muchos enfermos graves sean privados de este sacramento.
La existencia de este Sacramento consta claramente en la Epístola de Santiago Apóstol (Cap. 5, vv. 14-15), en la cual él dice: “¿Alguno entre vosotros está enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la Fe salvará al enfermo, y el Señor lo aliviará, y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados”.
Veamos ahora los efectos de este admirable sacramento.
Primeramente, como todo sacramento, produce o da un aumento de Gracia santificante en el alma del que lo recibe con las debidas disposiciones. Ello es el efecto común a todos los sacramentos; pero cada uno produce también la gracia con cierta modalidad especial, la llamada Gracia sacramental.
Y así, el efecto primario de la Gracia sacramental de este sacramento es confortar al enfermo contra las reliquias del pecado, según se enseña en los manuales de teología.
Efectivamente, Santiago Apóstol dice: “y el Señor lo aliviará”; pero ¿y qué son dichas reliquias del pecado; a qué se refiere esa expresión?
Santo Tomás nos responde diciendo: “Aquí no llamamos reliquias de los pecados a las disposiciones dejadas por los actos, que son ciertos hábitos incoados, sino a cierta debilidad espiritual que existe en el alma, desaparecida la cual y permaneciendo incluso los mismos hábitos o disposiciones, el alma no puede ser arrastrada con la misma facilidad a los pecados” (Suplemento 30, a.1 ad 2).
Lo que esto significa es que este sacramento, si bien no quita las malas disposiciones o hábitos que alguien haya podido haber contraído por los pecados pasados, sin embargo, le fortalece espiritualmente para no recaer fácilmente en sus malos hábitos o pecados.
De donde vemos la gran importancia de este sacramento en el enfermo grave, especialmente en aquel que Dios tiene dispuesto sacar de este mundo por medio de la enfermedad que padece, pues en esos momentos el maligno buscará tentar más el alma para arrastrarla al pecado y a la perdición.
Pero este sacramento la robustece y fortalece para resistir y no sucumbir a la tentación.
Los efectos secundarios de este Sacramento son:
1) La disminución del reato de pena temporal debida por los pecados;
2) hipotéticamente, la remisión de los pecados mortales y veniales, si los hay, y
3) la salud del cuerpo si conviene al bien espiritual del enfermo.
Entonces, entre los efectos de este Sacramento está la disminución de la pena temporal, es decir, de la deuda que tenemos que pagar en el Purgatorio por nuestros pecados.
Esto, primeramente, porque siempre que tenemos actos virtuosos y meritorios que nos santifican —como ocurre en la recepción digna de este sacramento—, ello purifica y limpia el alma.
Santo Tomás explica esta disminución del reato de la pena temporal (la deuda que tenemos), en cuanto que, como quita la debilidad del alma según vimos, ayuda al alma a soportar más fácilmente la pena que debe por sus pecados (la enfermedad).
También, como efecto secundario, la Extremaunción puede perdonar y borrar los pecados del alma, incluso mortales, si los hubiere.
Dice Santiago Apóstol: “si hubiese cometido pecados, le serán perdonados”.
La Extremaunción es lo que en teología se llama un Sacramento de vivos, esto es, debe recibirse en estado de gracia, sin pecado mortal (por eso normalmente hay que confesarse antes); pero si llegara a ocurrir que alguien lo recibiera con algún pecado grave-mortal, sin recordarlo, esto es, sin conciencia del mismo, y teniendo por lo menos atrición sobrenatural (dolor imperfecto) de sus pecados, por la virtud del sacramento se le borraría y perdonaría el pecado y sería infundida la gracia en su alma.
Además, el sacramento, como efecto secundario y poco conocido, puede a veces, cuando es a mayor bien espiritual del enfermo, devolverle la salud corporal.
Es verdad que este efecto muchas veces no se verifica, pero se dan casos reales de personas muy graves que una vez que reciben el sacramento de la Extremaunción llegan a mejorar de su salud e incluso curarse enteramente.
El día del Juicio será muy interesante ver cuántos enfermos se curaron porque el sacerdote le dio los Santos Óleos y también ver cuántos murieron porque los familiares no le llevaron el sacerdote para que los ungiera.
“La realidad y el efecto de este sacramento se explican por las palabras: ‘Y la oración de la Fe salvará al enfermo, y le aliviará el Señor; y si estuviere en pecados, se le perdonarán’ (Santiago 5,15). Porque esta realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia las culpas, si alguna queda aún para expiar, y las reliquias del pecado, y alivia y fortalece el alma del enfermo, excitando en él una grande confianza en la divina misericordia, por la que, animado el enfermo, soporta con más facilidad las incomodidades y trabajos de la enfermedad, resiste mejor las tentaciones del demonio, ‘que acecha a su calcañar’ (Gen. 3,15), y a veces, cuando conviniere a la salvación del alma, recobra la salud del cuerpo” (Dz. 909)).
Ahora queremos pasar a tratar algunos errores muy comunes y esparcidos respecto a este sacramento, que tienen consecuencias funestas.
1) Primeramente, se suele pensar que solamente hay que llamar al sacerdote cuando el enfermo está totalmente desahuciado y cuando los médicos le dan cero esperanzas de vida, e incluso pocas horas de vida; en definitiva, se esperan los últimos momentos, cuando el enfermo, en la mayoría de los casos, ya está inconsciente, o en tal estado de gravedad y enfermedad, que no le es posible hacer una buena Confesión y disponerse de la manera apropiada.
Evidentemente, que uno puede y debe pedir la asistencia en esos momentos, pero no hay que esperar a tales momentos de extrema gravedad para llamar al sacerdote.
La mayoría de las veces cuando nos llaman para ir a ver un enfermo que está gravísimo, con serio y grave peligro de muerte, y nulas esperanzas de parte de los médicos, cuando preguntamos: “¿hace cuánto que está así; hace cuánto que está internado en la UCI?”, responden como si nada los parientes: “hace un mes; hace dos semanas…”
¿Tienes un pariente grave en la UCI y dejas pasar un mes, dos semanas, antes de llamar al sacerdote?
Hay un pecado allí, por el descuido y grave peligro en que ponemos al familiar de morir sin los sacramentos.
Pues —ojo— es obligación bajo pecado grave ver que nuestros familiares —y mientras más cercanos mayor obligación— reciban los últimos sacramentos.
2) Esto nos lleva al segundo error que es pensar que solamente deben pedirse los Santos Óleos cuando es un hecho innegable que el enfermo va a morir de su enfermedad. No es así; para ser receptor válido del sacramento de la Extremaunción basta que uno tenga una enfermedad que implique cierto peligro de muerte, esto es, que, de no tratarse adecuadamente, podría a la larga producirle la muerte al enfermo, aún si fuese muy remoto dicho peligro y hubiese grandes esperanzas de que el enfermo se cure.
En este sentido, lo correcto es que apenas sepamos que tenemos (o que algún pariente nuestro tiene) una enfermedad grave, que pudiese implicar un cierto riesgo de muerte, debemos pedir con tiempo el sacramento al sacerdote. Esto es con el fin de que podamos confesarnos bien y recibir el sacramento de la Extremaunción con mayor fruto.
Incluso obrar así podría ayudar a la salud del cuerpo, pues —como decíamos— el sacramento de la Extremaunción puede curar, y si lo recibimos en los momentos iniciales de la enfermedad, mayores probabilidades hay de recibir el efecto sanador de este sacramento.
3) Otro error que se ve mucho, y es muy triste, es que en muchísimos casos no se llama al sacerdote para asistir al enfermo debido a la excusa de que “se va a asustar”.
“¡No llamen al Padre porque se morirá de un infarto cuando lo vea!”. Y debido a este tabú, muchísimos parientes comenten el crimen y pecado de dejar morir a sus seres queridos sin asistencia sacerdotal.
De nuevo, este tabú se sigue de la falsa concepción de que el sacerdote solo debe asistir a la persona cuando esta moribunda.
En mi experiencia he visto que suele ser todo lo contrario: normalmente el enfermo queda tranquilo, con paz, feliz, porque se ha confesado, porque ha recibido los Santos Óleos, porque el sacerdote lo ha bendecido y le ha dicho que orará por él, etc.
Y supongamos que en algún caso el enfermo se llegara a asustar al ver al Padre, y hasta pegara un grito: ¡pues bendito susto!, que le valió el Cielo; pues la asistencia sacerdotal en los últimos momentos o en la última enfermedad puede hacer la gran diferencia entre la salvación y condenación de un alma.
Otra cuestión relacionada e importante que tenemos que saber: Hay una bendición apostólica especial para cuando alguien está en peligro de muerte que tiene indulgencia plenaria y se aplica al momento mismo de morir.
¡Consideren qué bendición más grande nos otorga la Santa Madre Iglesia!; el que gana dicha indulgencia no pasa por el Purgatorio, sino que va derecho al Cielo. Otro motivo más para procurar la asistencia sacerdotal cuando estemos enfermos de gravedad.
Concluyendo ya, queridos fieles, para no alargarnos más. En primer lugar demos gracias a Dios por Su Bondad y Misericordia, quien en Su finísimo Amor por nosotros los hombres nos legó en Su Iglesia este maravilloso sacramento para podernos otorgar gracias especiales con el fin de sobrellevar la enfermedad y tener buena muerte, en el caso de que fuese Su Voluntad llamarnos de esta vida a través de dicha enfermedad.
Asimismo, pidamos a Dios todos los días, por medio de María Santísima y de San José, Patrono de la buena muerte, la gracia de poder ser reconfortados por el sacramento de la Extremaunción en nuestra última enfermedad, en nuestros últimos momentos.
Es una bendición que, no todos, en realidad muy pocos, la tienen; pero pidámosla a Dios Nuestro Señor con fervor, devoción, confianza y perseverancia, todos los días.
María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, nos ayude a obtener esa inmensa gracia.
Ave María Purísima.
Padre Pío Vázquez
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