Estamos seguros de que la victoria definitiva es de Nuestro Señor. No obstante, los que hoy luchan el buen combate por impedir que se suprima a Jesucristo y a la Iglesia que Él fundó, se encuentran frente a un enemigo no menos tremendo: gobiernos rebeldes, instituciones consagradas al mal, jueces conniventes, hordas de fanáticos que odian a Cristo.
En muchas naciones occidentales (cuyos gobiernos están en manos de emisarios de la élite subversiva de la OTAN, de la ONU y del Foro Económico Mundial) está en marcha una guerra contra Cristo y contra los cristianos.
Estas reflexiones hacen parte del mensaje de Monseñor Viganò a los lectores de Remnant, con ocasión del Triduo Pascual, del cual presentamos a continuación una traducción libre.
Vexilla regis prodeunt, fulget crucis mysterium: “Avanzan las insignias del Rey, resplandece el Misterio de la Cruz”.
Estas son las palabras del himno que hemos cantado durante la conmovedora celebración litúrgica del Viernes Santo, cuando el Santísimo Sacramento es llevado del Sepulcro al altar para la Comunión del sacerdote. Y estas mismas palabras solemnes fueron adoptadas en 1793 como himno del Ejército de la Vendée, durante el heroico levantamiento católico contra la Revolución Francesa.
También entonces, frente a la furia anticrística que se ensañaba contra los Reinos católicos y contra la Iglesia, el pueblo fiel se levantó para oponerse a la destrucción de la Civilización cristiana.
Y también entonces (como más tarde sucedió en México con los cristeros contra los masones liberales o en España contra los ateos comunistas) solo unos pocos se levantaron, y entre ellos hubo muchos que cayeron como mártires.
Es el destino del pusillus grex, del pequeño rebaño, del resto, del remanente. El destino de los Santos Macabeos. Pero ¡qué destino, luchar bajo la insignia de Cristo!
Los que hoy luchan el buen combate (y ustedes están entre ellos) se encuentran frente a un enemigo no menos tremendo: gobiernos rebeldes, instituciones consagradas al mal, jueces conniventes, hordas de fanáticos que odian a Cristo, como siempre ha sucedido a lo largo de la Historia.
La enemistad entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la serpiente se repite invariablemente, y todo intento de imponer una coexistencia forzada entre el Bien y el Mal está destinado al fracaso.
Nuestro Señor ha dicho, “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc 11,23). Porque incluso la elección de no hacer el bien es de alguna manera una ayuda para los que hacen el mal. No se puede ser neutral en la guerra entre Dios y Satanás.
En Norteamérica (y también en muchas otras naciones occidentales cuyos gobiernos están en manos de emisarios de la élite subversiva de la OTAN, de la ONU y del Foro Económico Mundial) está en marcha una guerra contra Cristo y contra los cristianos: no solo contra la Iglesia católica, sino también contra cualquier confesión cristiana que aún conserve los principios del Evangelio y de la Ley Natural.
Una guerra que quiere suprimir (como en la Vendée, México, España, la Rusia comunista o la Camboya de Pol Pot) cualquier rastro del Bien, hasta afectar a la vida misma con el aborto, la mutilación de género, la eutanasia y la manipulación genética.
Se anula el presente para los que quieren vivir honestamente siguiendo los Mandamientos; se anula el pasado para arrancar a la gente de sus raíces cristianas y de su historia; y se anula el futuro adoctrinando a nuestros hijos en ideologías perversas y corruptoras.
Y lo más doloroso es que en esta obra infernal de instauración del Reino del Anticristo hay incluso una parte de la jerarquía católica cooperando activamente, traicionando el mandato recibido de Cristo y abandonando a las almas a la condenación.
Nos sentimos impotentes, como se sintieron impotentes los discípulos de Nuestro Señor durante los terribles días de la Pasión; como se sintieron impotentes los Mártires masacrados ante la multitud pagana en el circo; como se sintieron los cristeros o los católicos españoles fusilados por el ejército masónico, o los creyentes ortodoxos exterminados por Stalin.
Y sin embargo, miren lo que queda hoy en día de Herodes, Nerón, Diocleciano, Antíoco IV Epífanes, Robespierre y Pol Pot: nada. Todos están muertos, y con ellos sus ideologías y sus ejércitos. Mientras que los seguidores de Cristo siguen aquí, y con ellos la Iglesia que Cristo ha fundado en la Tierra como única Arca de la Salvación.
Siguen sufriendo, soportando, muriendo: viendo sus iglesias quemadas, su Credo ridiculizado, sus pastores perseguidos. Pero siempre están ahí, como Cuerpo místico de Cristo, completando en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para el bien de su Cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24).
Al pie de la Cruz, que hemos adorado en el silencio del Viernes Santo, levantamos los ojos hacia el Señor que ofrece su vida al Padre por nosotros.
No escuchamos los gritos de la muchedumbre, los gritos de sus enemigos, las ofensas del Sanedrín: ese Dios que parece derrotado, en la oscuridad de la hora Novena, mientras exhala su último aliento.
Aquel que precisamente porque es el Hijo de Dios no baja de la Cruz, porque quiere cumplir la voluntad del Padre hasta la muerte, resucita de entre los muertos tres días después, triunfa sobre Satanás que creía haberlo derrotado en el Calvario, ut qui in ligno vincebat, in ligno quoque vinceretur, “aquel que parecía vencer por el Árbol será por el Árbol vencido”.
Celebremos, pues, queridos amigos, esta Santa Pascua de Resurrección con la certeza de la victoria de Cristo.
Una victoria que cuanto más imposible parezca (y ciertamente es imposible resucitar a alguien que está muerto) será tanto más deslumbrante y total. Porque esa victoria se consuma en la Cruz: regnavit a ligno Deus, Dios reina desde el madero de la Cruz, que es Su trono de Gloria, el mismo trono que veremos brillar el Día del Juicio, como describe San Juan en el Apocalipsis.
George Soros también morirá, así como Klaus Schwab, Bill Gates, Joe Biden, Barack Obama, Hillary Clinton, Nancy Pelosi, y todos aquellos que hoy parecen poderosos e invencibles, pero que no pueden añadir un solo instante a sus vidas.
Y cuando sus cadáveres resuciten el Día del Juicio, se encontrarán ante el Rostro terrible y tremendo de Cristo Juez, y se abrirá ante ellos el abismo de fuego inextinguible preparado para ellos, si siguen obstinados en sus pecados.
Hagamos que el Rostro radiante, el mismo que iluminó la Aurora del Tercer Día, nos encuentre dignos de la Gloria del Cielo después de seguir al Divino Maestro por el Camino del Gólgota.
Y recordemos que a la primera persona a quien el Resucitado quiso revelarse fue a la Magdalena: un gran consuelo para quienes, como nosotros, somos pecadores y buscamos al Señor para ungir Su Cuerpo con el bálsamo de la penitencia y las especies del arrepentimiento.
Mors et vita duello conflixere mirando, cantaremos durante los ocho días de Pascua: “la muerte y la vida se han batido en un terrible duelo”. Dux vitæ mortuus regnat vivus: el Señor de la Vida, quien murió, reina vivo. Que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
9 abril 2023
Dominica Resurrectionis
(este es el enlace al artículo original)
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