La Muerte es lo más cierto que tiene el ser humano. En ese momento, el alma (que es eterna) se separa del cuerpo (que es perecedero). En el instante de la muerte se produce nuestro Juicio Particular. Si hemos muerto en Pecado Mortal, nuestra alma va derecho al Infierno, por toda la eternidad. En cambio, si por Gracia de Dios hemos muerto en santidad, nuestra alma va derecho al Cielo. Ahora, para la gran mayoría de seres humanos que mueren en Gracia de Dios y que por lo mismo alcanzaron la Salvación Eterna, pero que no pagaron en vida todas las deudas contraídas por sus pecados, el alma debe pasar por el Purgatorio antes de ir al Cielo.
¿Cuánto puede durar el Purgatorio? ¿Qué tan duros puede ser los castigos allí? ¿Dónde está ubicado el Purgatorio? ¿Las almas en el Purgatorio pueden ayudarse ellas mismas? ¿Cómo podemos ayudarlas, los que aún estamos vivos, para que salgan lo más pronto posible del Purgatorio? Santa Catalina de Génova en la obra titulada “Tratado del Purgatorio” nos ayuda a responder estas y otras preguntas, gracias a las profundas experiencias que ella vivió, en relación con el estado de las almas en el Purgatorio.
Aprovechemos la prédica que al respecto de la realidad del Purgatorio, a la luz de las experiencias de Santa Catalina de Génova, nos comparte a continuación Monseñor Fernando Altamira:
Todo en María y por María y por las Benditas almas del Purgatorio.
Queridos hijos, hemos estado rezando por las Benditas almas del Purgatorio en esta, la llamada Semana de los difuntos.
Por eso queríamos enseñar sobre el Purgatorio porque son cosas que de una u otra manera nos competen y nos competirán.
Si, Dios mediante, todos nosotros podemos lograr la Salvación Eterna (en el Cielo), y así lo deseamos y lo pedimos, confiando solo en la gracia de Dios, hemos de saber que el régimen más común y habitual es pasar antes por el Purgatorio, someterse a las penas del Purgatorio. Esto es con el fin de terminar de pagar por todos los pecados e imperfecciones que no pagamos aquí en la Tierra. Deberemos pasar por ese lugar de purificación, a través del fuego y de otras penas.
En cada ser humano es distinto pues depende de los pecados que haya cometido y que no haya pagado aquí en la Tierra; pero podemos decir que todos los santos concuerdan en explicar que son tiempos bastante largos, en general de muchos, muchos años.
¿Puede estar un alma 40 años en el Purgatorio? ¿Puede estar un siglo? ¿varios siglos? ¿Puede estar allí hasta el fin de los tiempos y solo en ese momento terminar su purificación? La respuesta es sin duda, ¡sí! El problema es que nada impuro puede llegar a Dios y los seres humanos somos extremadamente imperfectos, con miles de pecados veniales que a veces no percibimos; tenemos miles de imperfecciones y defectos; además, quiera Dios que no haya pecados mortales que se pudieran haber cometido y de los cuales no se haya tenido pleno arrepentimiento. Por todas esas deudas pendientes, el Purgatorio puede ser muy, muy largo.
Las almas del Purgatorio son llamadas las Benditas almas porque son almas que ya pertenecen definitivamente a Dios. Son almas que ya están salvadas, pero, aun así, por la Justicia de Dios y para pagar hasta el último centavo, pueden tener castigos durísimos.
Podemos decir que todos los santos enseñan que dichos castigos son tan duros como los del Infierno, con la diferencia de que el Infierno es para siempre mientras que el Purgatorio, una vez pagados todos los pecados, se termina. De allí lo importantísimo de poder pagar por nuestros pecados aquí en la Tierra, porque el peor de los sufrimientos aquí (las cruces que llevemos, los sacrificios y demás que podamos hacer aquí en la tierra para pagar por nuestros pecados) es nada en comparación con el más pequeño castigo del Purgatorio. Repito, dichos castigos son como los del Infierno.
Las Obras de Misericordia espirituales:
En primer lugar, es sumamente importante rezar por las benditas almas del Purgatorio porque ellas no pueden hacer nada a favor de sí mismas. Ellas están desfalleciendo esperando que, desde aquí, desde la Tierra, les ayudemos.
Mientras mayor es el vínculo de la caridad que nos unía a ellas, mayor es la obligación de rezar por ellas. Estoy muy obligado a rezar por mis difuntos, por mi papá, mi mamá, mi abuelo, abuela, hermanos, esposo, esposa, hijos, primos, tíos, parientes, amigos, un alma especial, sacerdotes, obispos, etc. etc.
Estas son las famosas Obras de Misericordia o de ayuda al prójimo. Las que mencionamos aquí son las Obras espirituales, que son mucho más importantes que las corporales. Ello en razón de que las espirituales ayudan el alma del prójimo, mientras que las corporales tan solo su cuerpo.
Aquí cabe esa tan hermosa frase de rezar por vivos y por difuntos, y esta vez, insistimos, por los difuntos.
Los Sufragios por difuntos:
En segundo lugar, rezando por las benditas almas, haciendo decir Misas, el responso, ofreciendo la Santa Comunión por las almas, el Santo Rosario, la Novena por las almas, otras oraciones y sacrificios, yendo al cementerio, las indulgencias, etc. Estos son los famosos Sufragios por difuntos.
Al ayudar a las benditas almas a acortar su permanencia en el Purgatorio (a través de todo lo que hemos enumerado), nos hacemos además el bien a nosotros mismos. En efecto, toda la ayuda que podamos brindarle a las benditas almas redundará en el provecho de nuestra alma cuando muramos (es decir, cuando nuestra alma se separe del cuerpo), sea por el mérito y premio que Dios nos concederá, sea porque Él, con Su Providencia, hará que también, en ese momento, nos lleguen esos mismos o similares sufragios, a través de otras personas, que en su momento los ofrecerán aquí en la Tierra.
Si consideramos, y también creo que puedo hablar en nombre de los santos, que el Infierno está en el centro de la Tierra (así lo enseña en forma explícita un doctor de la iglesia católica como San Alfonso María del Ligorio en su libro Preparación para la Muerte) podemos pensar que el Purgatorio también está en esas zonas del centro de la Tierra.
Por otro lado, siempre se ha dicho que hay razón de conveniencia para que el hombre sea castigado (Purgatorio o Infierno) en el mismo lugar en el que pecó. Como el hombre peca en la Tierra es bueno que en la Tierra sea castigado.
Claro que se puede; pero es difícil porque los hombres somos demasiado imperfectos y muy volcados al pecado; cometemos muchos pecados. Espero que sean siempre pequeños, veniales y que, con la gracia de Dios, nunca cometamos pecados mortales.
Tenemos la paradoja de qué una grandísima santa como Santa Teresita del Niño Jesús y su infancia espiritual, nos enseñan que la santidad es fácil; sin embargo, somos muy imperfectos: Todos estamos llamados por el bautismo a la santidad, a ser santos; y si llegamos al punto de santidad que Dios pensó para nosotros podremos ir derecho al Cielo, sin pasar por el Purgatorio.
Algunos teólogos sostienen que solo una santidad eminente permite a algunos santos ir derecho al Cielo, como sería el caso, para dar unos pocos ejemplos, de Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Génova, Santa Catalina de Siena, o de la gloriosa patrona de Hispanoamérica Santa Rosa Lima, o de Santa Teresita del Niño Jesús, San Juan de la Cruz o San Pedro Alcántara. Pero agregan que si no hay una santidad eminente puede darse el caso de que alguien que llegó a ser santo tenga sin embargo que pasar algún tiempo breve en el Purgatorio. Dicen (no sé qué habrá de cierto) que el padre Pío de Pietrelcina tuvo que pasar unos instantes en el Purgatorio por haber sido algo indulgente con una mujer que estaba mínimamente mal vestida.
Personalmente nosotros somos de la opinión de que si alguien llega a la santidad que Dios pensó para él, parecería contradictorio tener que pasar por el Purgatorio. Si cumplió todo el plan que Dios tenía para su vida y lo hizo cabalmente pienso que en ese caso esa alma va directo al Cielo sin pasar por el Purgatorio.
Otra forma de ir directo al Cielo es si es asesinado por ser católico; seríamos mártires y el premio por haber dado la vida por Dios Nuestro Señor Jesucristo y el catolicismo es poder ir derecho al Cielo sin pasar por el Purgatorio. Pero el martirio es el acto supremo de la virtud de fortaleza, PURA gracia de Dios.
Piensen en los tormentos de los mártires que cada día leemos en el Martirologio; es solo un don de Dios y suele ser el premio a una vida entregada a Él, a una vida esforzada, a una vida intentando de corazón ser un buen católico.
Otra forma de ir directo al Cielo es ganar una indulgencia plenaria antes de morir.
Por lo menos están a nuestra disposición dos de ellas.
Existe una bendición con Indulgencia Plenaria para enfermos graves; siempre hay que pedirla por uno mismo (o por medio de los familiares) para el enfermo que está grave.
La otra es “la Indulgencia Plenaria de la Cruz de la Buena Muerte”, de la cual tantas veces les hemos hablado, y exige tener una cruz de madera con el Cristo.
La Indulgencia Plenaria de la Cruz de la Buena Muerte también es llamada Crucifijo de la Buena Muerte, con Indulgencia Plenaria "Toties Quoties".
Veamos:
Estos Crucifijos difieren de otros porque un Sacerdote autorizado les aplicó la bendición para las Indulgencias Apostólicas correspondientes y llevan Indulgencia Plenaria.
Para conferir la Indulgencia no es necesaria ninguna fórmula especial. El Papa San Pío X concedió a los Obispos y simples Sacerdotes el poder de bendecir e indulgenciar dichos Crucifijos con una simple bendición con el signo de la Cruz.
Para la Indulgencia Plenaria bastan las siguientes condiciones:
1. Confesión y Comunión cuando es posible.
2. Si es posible, hacer decir al enfermo o agonizante la invocación del Santo Nombre de Jesús; es decir, hacerle decir muchas veces "Jesús, Jesús, Jesús". Si ya no puede hablar, que lo haga al menos de Corazón, que se recomiende a Dios y que acepte la muerte con resignación de Su Mano Paterna. Si ya no tiene conciencia, hablarle estas cosas al oído.
3. En cuanto al "Crucifijo de la Buena Muerte", basta que el enfermo lo bese o lo toque. No es necesario que el Crucifijo pertenezca a dicho enfermo. Debe ser un Crucifijo (es decir, la Cruz más el Cristo) hecho de madera y con el Cristo de metal u otro material.
Nota: De lo anterior se deduce, de manera obvia, que es de grandísimo valor para todo católico llevar en todo momento un Crucifijo de la Buena Muerte colgado al cuello. En primer lugar le va a servir al que lo porte para que reciba la Indulgencia Plenaria. Y en segundo lugar le va a servir a los agonizantes que Dios, ponga en el camino de dicho portador del Crucifijo de la Buena Muerte.
En tercer y último lugar queríamos darles a conocer una gran obra escrita que habla sobre el Purgatorio. Nos referimos al “Tratado del Purgatorio”, escrito por Santa Catalina de Génova.
A pesar de ser breve, tiene mucho contenido y con el favor de Dios lo dejaremos para hacer una prédica entera el próximo domingo.
Hoy les narraremos una breve vida del autor:
Santa Catalina, nacida en 1447, perteneció a la noble familia genovesa de los Fieschi, cuna de dos Papas de la Iglesia Católica, varios cardenales y obispos. Su padre fue Giácomo Fieschi, virrey de Nápoles; su madre Francesca di Negro. Fue muy precoz en su religiosidad, especialmente en su amor por la Pasión de Cristo. A los 13 años solicita entrar como religiosa en el Monasterio de Santa María de las Gracias (Génova), donde ya había ingresado su hermana Limbania. Sin embargo, por su poca edad no es recibida.
Existían en ese entonces dos bandos, los güelfos y los gibelinos. Los guëlfos eran partidarios de los Papas. Los miembros de la familia de Catalina eran guëlfos, eran partidarios del Papa. Pero a pesar de ello hicieron casar a Catalina con un noble gibelino, Giuliano Adorno. Catalina, con apenas 16 años, comienza su vida matrimonial con un hombre libertino y dilapidador.
En sus primeros cinco años de casada llevó esta cruz y estos dolores; pero a los 21 años de edad, no se sabe si por la insistencia de su familia o porque ella quería ganarse a su marido, Catalina entra en la frivolidad de aquella vida licenciosa. Y así esa niña que a los 13 años quería ser religiosa cambió, en mala elección, por la vida del mundo.
Leemos en el relato de su vida: “Para consolarse de su dura vida se sumió en los placeres del mundo, hasta que en poco tiempo se vio tan abrumada de pecados… que se veía sin remedio, sin esperanza de poder salir nunca de ese estado. A tanto llegó que no solamente se gozaba en el pecado, sino que de él se vanagloriaba. Todo su gusto y amor, todo su afecto y gozo, no estaban sino en las cosas terrenas. Las cosas espirituales le resultaban sumamente amargas pues tenía cambiado el gusto del Cielo por el de la Tierra”. (Diálogo I,6).
Cinco años más tarde, con 26 años de edad y 10 de casada, la Gracia de Dios cambio por completo su corazón. El 20 de marzo de 1473 hace una visita a su hermana Limbania en el monasterio; allí le hace la confidencia de sus penas e inquietudes. Limbania la invita a confesarse con el capellán de la comunidad. Catalina acepta la sugerencia, aunque de mala gana. Apenas se arrodilla para confesarse, un rayo de amor proveniente de Dios atraviesa su corazón y le muestra el horror de sus pecados. Tal es la conmoción sufrida que, sin terminar la confesión, ella debió ser llevada a su casa, “¡Oh Amor, no más pecados!” repite entre lágrimas.
Desde ese momento ella llevará cuatro años de vida purgativa para hacer penitencia por sus pecados, con severísimas austeridades y oraciones. Contando con 30 años de edad y pasada dicha purgación, Catalina se dedica durante 22 años a la vida iluminativa. Recibe la Santa Comunión diaria, lo cual era muy poco común en esa época. Lleva un riguroso ayuno y sin embargo tiene una notable vitalidad. Pasa horas enteras en oración y el fuego interior de su amor por Nuestro Señor es visto emanar de su cuerpo según muchos testigos. De estos años proceden sus experiencias tan profundas del estado de las almas en el Purgatorio.
En estas épocas el fuego de su amor a Dios la lleva a trabajar fuertemente al servicio de los pobres y de los enfermos en las pestes; y ese gran amor enciende a otros para dirigirlos hacia Dios. Su mismo esposo, Giuliano, se convierte; acepta vivir con ella en castidad, se hace terciario franciscano y la ayuda en el cuidado de los enfermos hasta que él muere en 1497.
Desde 1499, en la vida unitiva, se dan fenómenos místicos y lleva desde entonces una enfermedad tremendamente dolorosa cuyo origen parece sobrenatural.
Once años más tarde, el 15 de septiembre de 1510 muere consumida en el amor a Dios. Tenía 63 años de edad. Después de más de 500 años, su cuerpo permanece incorrupto. Fue canonizada más de 200 años después, en 1737, por el papa Clemente XII; y en 1944, el papa Pío XII la constituyó patrona secundaria de todos los hospitales de Italia.
Al parecer Santa Catalina no escribió nada de su propia mano, sino que sus obras son recopilaciones hechas por amigos y discípulos de ella. Uno de esos discípulos, el notario Ettore Vernazza y su confesor Cattaneo Marabotto, escribieron tal vez las dos vidas más interesantes de ella.
Concluimos con el puro texto de una poesía de Fray Pedro de los Reyes, del Siglo de Oro español que, si no la recordamos en nuestra memoria en su máxima literalidad, está muy cerca de ello y confiamos en que su autor, desde la otra vida, me permitirá si es el caso algún pequeño error.
El título es, “Para que nací” y dice: “Yo ¿para que nací? Para salvarme. Dejar de ver a Dios y condenarme, triste cosa será; pero posible ¿Posible?, ¿y río, y duermo, y quiero holgarme? Posible. ¿En qué me río, en qué me encanto? ¡Loco debo de ser, pues no soy santo!
Ave María Purísima
Para nuestro provecho y como complemento, te compartimos a continuación la prédica anterior, en la voz del mismo Monseñor Altamira:
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