"La Iglesia de Cristo no tiene nada que ver con quienes, durante los últimos sesenta años, han ejecutado un plan para tomar control de ella".
Durante ese lapso,
"hemos sido testigos del eclipse de la verdadera Iglesia por parte de una anti-iglesia que se ha apropiado progresivamente de su nombre, que ocupó la Curia Romana y sus dicasterios, diócesis y parroquias, seminarios y universidades, conventos y monasterios".
"La
anti-iglesia ha usurpado la autoridad de la verdadera Iglesia y sus ministros
se han arropado con las vestiduras sagradas; utiliza su prestigio y su poder
para apropiarse de los tesoros, activos y finanzas de la verdadera Iglesia".
“La Revolución del Vaticano II sirve al Nuevo Orden
Mundial”, es esencialmente la transcripción de la charla completa con la cual
el arzobispo Carlo Maria Viganò, ex Nuncio Apostólico en los EE. UU., se dirigió a la Conferencia de Identidad
Católica 2020 (“Francisco y el Nuevo Orden Mundial”). El documento original en
inglés, fue publicado el 26 de octubre de 2020 por Michael J. Matt, editor de
The Remnant Newspaper.
(Este
es un intento de traducción al español de tan importante exposición, por parte
de los editores de How to Fight Poverty. Su propósito es servir de apoyo a los
lectores, especialmente en estos momentos cruciales para la salvación de las
almas. A la fecha no conocemos ninguna otra versión en español. Por otra parte,
queremos dejar constancia que los comentarios que aparecen en rojo y entre
paréntesis pertenecen a los editores de How to Fight Poverty.)
Monseñor Viganò aborda la crisis en la Iglesia
Católica y describe la conexión entre el Vaticano II y la “revolución” del Papa
Francisco.
Monseñor dividió su exposición en los siguientes 11 segmentos:
1. VIVIMOS EN TIEMPOS EXTRAORDINARIOS
2. EL ECLIPSE DE LA VERDADERA IGLESIA
3. EL ABANDONO DE LA DIMENSIÓN SOBRENATURAL
4. EL SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD E INCOMPETENCIA
5. EL “IDEM SENTIRE” (MISMO SENTIR) DE LA REVOLUCIÓN Y DEL CONCILIO
6. EL PAPEL INSTRUMENTAL DE LOS CATÓLICOS MODERADOS EN LA REVOLUCIÓN
7. “SOCIEDAD ABIERTA” Y “RELIGIÓN ABIERTA”
8. LOS FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA "HERMANDAD"
9. LA DESESTABILIZACIÓN DE LA RELACIÓN INDIVIDUAL Y SOCIAL CON DIOS
10. CAUSA Y EFECTO
11. CONCLUSIÓN
Como posiblemente hemos comprendido, nos encontramos en un momento crucial de la historia; los acontecimientos del pasado, que antes parecían desconectados, ahora demuestran estar conectados de forma inequívoca, tanto en los principios que los inspiran como en las metas que pretenden alcanzar.
Una mirada seria y objetiva a la situación actual nos permite comprender la perfecta coherencia entre la evolución del marco político global y el papel que la Iglesia Católica ha asumido en el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.
Para ser más exactos, se debería hablar del papel de esa aparente mayoría en la Iglesia, que en realidad es pequeña en número pero extremadamente poderosa, y que para ser breves, la llamaré la “iglesia profunda”.
Evidentemente, no hay dos Iglesias, algo que sería imposible, blasfemo y herético. Tampoco es cierto que la única y verdadera Iglesia de Cristo haya fallado en su misión y que se haya pervertido convirtiéndose en una secta.
La Iglesia de Cristo no tiene nada que ver con quienes, durante los últimos sesenta años, han ejecutado un plan para tomar control de ella. La superposición entre la Jerarquía católica y los miembros de la “iglesia profunda” no es un hecho teológico, sino una realidad histórica que desafía los fenómenos habituales y, como tal, debe ser analizada.
Sabemos que el proyecto del Nuevo Orden Mundial consiste en el establecimiento de la tiranía por parte de la masonería: un proyecto que se remonta a la Revolución Francesa, el Siglo de las Luces, el fin de las monarquías católicas y la declaración de guerra a la Iglesia.
Podemos decir que el Nuevo Orden Mundial es la antítesis de la sociedad cristiana; sería la materialización de la diabólica Civitas Diaboli - Ciudad del Diablo - opuesta a la Civitas Dei - Ciudad de Dios – enmarcada dentro de la eterna lucha entre la Luz y la Oscuridad, El bien y el mal, Dios y Satanás.
En esta lucha, la Providencia ha colocado a la
Iglesia de Cristo, y en particular al Sumo Pontífice, como “katejon” (obstáculo), es decir, el que se opone a la
manifestación del misterio de iniquidad (2 Tes 2, 6-7).
Y la Sagrada Escritura nos advierte que cuando se manifieste el Anticristo, dicho obstáculo, el “katejon”, habrá dejado de existir.
Me parece bastante evidente que el fin de los tiempos está cada vez más
cerca, ya que el misterio de iniquidad se ha extendido por todo el mundo, debido
a la desaparición de la valiente oposición del “katejon”.
[En relación con la incompatibilidad entre la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satanás, el consejero jesuita de Francisco, Antonio Spadaro, deja de lado la Sagrada Escritura y la Tradición, haciendo suyo el lema bergogliano, “embrassons-nous” (abracémonos).
Según el director de La Civiltà Cattolica, la encíclica Fratelli Tutti,
“sigue siendo
también un mensaje con un fuerte valor político, porque - podríamos decir - anula
la lógica del apocalipsis que impera hoy.
Es la lógica fundamentalista que lucha
contra el mundo, porque cree que es contrario a Dios, es decir, un ídolo, y
que por lo tanto debe ser destruido cuanto antes para acelerar el fin de los
tiempos. De hecho, el abismo del apocalipsis, ante el cual no hay más hermanos:
solo apóstatas o mártires que corren “contra” el tiempo. [...] No somos militantes ni apóstatas, sino somos
todos hermanos”. [1]
Esta estrategia de desacreditar al interlocutor
con el calificativo de “integralista” (principio según
el cual la fe católica debiera ser la base de las leyes y políticas públicas),
está evidentemente dirigida a facilitar la acción del enemigo dentro de la
Iglesia, buscando desarmar a la oposición y desalentar la disidencia. También
lo encontramos en el ámbito civil, donde los demócratas y el “estado profundo” se arrogan el derecho
de decidir a quién otorgar legitimidad política y a quién condenar al
ostracismo mediático, sin posibilidad de defenderse.
El método es siempre el mismo, porque el que lo inspira es el mismo. Así como con la falsificación de la Historia y de las fuentes, el método también es el mismo: si el pasado desacredita la narrativa revolucionaria, los seguidores de la “Revolución” censuran el pasado y reemplazan el hecho histórico por un mito.
Incluso San Francisco de Asís es víctima de esta adulteración, que lo convertiría en el abanderado de la pobreza y del pacifismo, conceptos estos que son tan ajenos al espíritu de la ortodoxia católica como instrumentales para la ideología dominante.
Prueba de ello es la última utilización fraudulenta de la imagen del “Poverello de Asís” en Fratelli Tutti para justificar el
diálogo, el ecumenismo y la hermandad
universal por parte de la anti-iglesia bergogliana.]
No cometamos el error de presentar lo que está aconteciendo como “normal”, juzgando lo que sucede con los parámetros legales, canónicos y sociológicos que tal normalidad presupondría.
En tiempos extraordinarios - y la crisis actual de la Iglesia es verdaderamente extraordinaria - los acontecimientos van más allá de lo ordinariamente conocido por nuestros padres.
En tiempos extraordinarios podemos escuchar a un Papa engañar a los fieles; ver cómo Príncipes de la Iglesia son acusados de crímenes que en otros tiempos habrían provocado horror y habrían sido objeto de severos castigos; presenciar en nuestras iglesias ritos litúrgicos que parecen haber sido inventados por la mente perversa de Cranmer; observar a prelados ingresando en procesión con el ídolo abominable de la pachamama al interior de la Basílica de San Pedro; y escuchar al Vicario de Cristo pedirle disculpas a los adoradores de tal simulacro porque un católico se atrevió a arrojarlo al Tíber.
En estos tiempos extraordinarios, escuchamos a un
conspirador, el cardenal Godfried Danneels, decir que, luego de la muerte de
Juan Pablo II, la mafia de San Galo
había estado conspirando para elegir a uno de los suyos con el fin de que
ocupase la Cátedra de Pedro y que dicho personaje era Jorge Mario Bergoglio.
Ante tan desconcertante revelación, bien hubiese podido sorprendernos el hecho
de que ni los cardenales ni los obispos expresaron su indignación ni pidieron
que la verdad fuese sacada a la luz.
[La convivencia del bien y del mal, de los santos y los condenados, en el cuerpo eclesial, ha acompañado siempre los acontecimientos terrenales de la Iglesia, comenzando por la traición de Judas Iscariote. Y de hecho es significativo que la anti-iglesia trate de rehabilitar a Judas - y con él a las peores herejías - como modelos ejemplares, “anti-santos” y “anti-mártires”, y así legitimarse en sus propias herejías, inmoralidades y vicios.
La
convivencia de los buenos y los malos, de la que habla el Evangelio en la
Parábola del Trigo y la Cizaña, parece haberse transformado en el predominio de
los últimos sobre los primeros. La diferencia es que el vicio y las
desviaciones, que en el pasado habían sido considerados despreciables, hoy no
solo se practican y se toleran en mayor medida, sino que incluso se fomentan y
alaban. Mientras tanto, la virtud y la fidelidad a las enseñanzas de Cristo son
despreciadas, son objetos de burla y hasta de condenas.]
Durante sesenta años, hemos sido testigos del eclipse de la verdadera Iglesia por parte de una anti-iglesia que se ha apropiado progresivamente de su nombre, que ocupó la Curia Romana y sus dicasterios, diócesis y parroquias, seminarios y universidades, conventos y monasterios.
La anti-iglesia ha usurpado la autoridad de la verdadera Iglesia y sus ministros se han arropado con las vestiduras sagradas; utiliza su prestigio y su poder para apropiarse de los tesoros, activos y finanzas de la verdadera Iglesia.
Al igual que ocurre en la naturaleza, este eclipse no se produce súbitamente; va pasando gradualmente de la luz a la oscuridad a medida que un cuerpo celeste (la luna, por ejemplo) se interpone entre el sol y nosotros.
Este es un proceso relativamente lento pero inexorable, en el que la luna de la anti-iglesia sigue su órbita hasta superponerse al sol, generando un cono de sombra que se proyecta sobre la tierra. Nos encontramos ahora en este cono de sombra doctrinal, moral, litúrgico y disciplinario.
Aún no es el eclipse total que veremos al final de
los tiempos, bajo el reinado del Anticristo. Pero es un eclipse parcial, que
nos deja ver la corona luminosa del sol rodeando el disco negro de la luna.
El proceso que condujo al eclipse actual de la Iglesia comenzó con el Modernismo, sin duda. La anti-iglesia siguió su órbita a pesar de las solemnes condenas del Magisterio, el cual en ese momento previo brilló con el esplendor de la Verdad.
Pero con el Concilio Vaticano II, la oscuridad de esta entidad espuria se apoderó de la Iglesia. Inicialmente oscureció solo una pequeña parte, pero la oscuridad aumentó gradualmente. Aquella persona que en aquel momento señalaba hacia al sol, alertando que la luna ciertamente lo iba a oscurecer, fue acusado de ser un “profeta de calamidades”, haciendo uso de aquellas formas de fanatismo e intemperancia provenientes de la ignorancia y de los prejuicios.
El caso del arzobispo Marcel Lefebvre y de algunos
otros prelados confirma, por una parte, la clarividencia de dichos pastores y,
por la otra, la reacción desencajada de sus adversarios; estos últimos, por
temor a perder poder, utilizaron toda su autoridad para negar las evidencias presentadas
y mantuvieron ocultas sus verdaderas intenciones.
Continuando con la analogía, podemos decir que, en el cielo de la Fe, un eclipse es un fenómeno raro y extraordinario. Pero negar que, durante el eclipse, la oscuridad se extienda, solo porque dicho fenómeno no sucede en condiciones ordinarias, no es un signo de fe en la indefectibilidad de la Iglesia, sino una negación obstinada de las pruebas, o es mala fe.
La Santa
Iglesia, según las promesas de Cristo, nunca será derrotada a manos de las puertas del infierno; pero eso no
significa que no estará - o no lo está ya - ensombrecida por su infernal falsificación,
por esa “luna” que, no por casualidad, nosotros vemos bajo los pies de la Mujer
del Apocalipsis: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”
(Apocalipsis 12: 1).
La luna está bajo los pies de la Mujer, quien está por encima de toda mutabilidad, por encima de toda corrupción terrenal, por encima de la ley del destino y del reino del espíritu de este mundo.
Y es que esa Mujer, que es a la vez imagen de María Santísima y de la Iglesia, está amicta sole, vestida del Sol de Justicia quien es Cristo, «exenta de todo poder demoníaco al participar en el misterio de la inmutabilidad de Cristo ”(San Ambrosio).
Ella permanece impoluta, si bien no en su reino militante, ciertamente sí en reino de sufrimiento, el Purgatorio, y en el triunfante en el Paraíso.
San Jerónimo, al comentar las palabras de la Escritura, nos recuerda que "las puertas del infierno son los pecados y los vicios, especialmente las enseñanzas de los herejes".
Sabemos,
por lo tanto, que incluso la "síntesis
de todas las herejías", representada por el Modernismo y su versión plasmada
en el Concilio, nunca podrá oscurecer
definitivamente el esplendor de la Esposa de Cristo, sino solo durante el
breve período del eclipse en el que la Providencia, en su infinita sabiduría,
ha permitido que se saque un bien mayor.
En estas reflexiones, deseo abordar especialmente la relación entre la revolución del Vaticano II y el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.
El elemento central de este análisis consiste en resaltar el abandono por parte de la jerarquía eclesiástica, incluso a nivel de su cúpula, de la dimensión sobrenatural de la Iglesia y de su papel escatológico.
Con el Concilio, los “Innovadores” borraron el origen divino de la Iglesia de su horizonte teológico, creando una entidad de origen humano similar a una organización filantrópica.
La primera consecuencia de esta subversión ontológica fue el negar el hecho de que la Esposa de Cristo no está ni puede estar sujeta a cambios por parte de aquellos que ejercen la autoridad vicarial en el nombre del Señor.
La Iglesia no es propiedad del Papa ni de los obispos o teólogos y, como tal, cualquier intento de “Aggiornamento” (actualización) la rebaja al nivel de una empresa que, para incrementar sus utilidades, renueva su oferta comercial, vende sus sobrantes de inventario y se ajusta a la moda del momento.
La Iglesia, en cambio, es una realidad sobrenatural y divina: adapta la forma de predicar el Evangelio a las naciones, pero nunca puede cambiar ni un ápice de su contenido (Mt 5,18), ni tampoco negar el impulso trascendente que la mueve, rebajándose a la mera prestación de un servicio social.
En el lado opuesto, la anti-iglesia se enorgullece de reclamar el derecho a realizar un cambio de paradigma, no solo cambiando la forma en que se expone la doctrina, sino la doctrina misma. [Esto lo confirman las palabras del comentario de Massimo Faggioli sobre la nueva encíclica Fratelli Tutti:
“El
pontificado del Papa Francisco es como un estandarte levantado ante los
católicos integralistas y aquellos que equiparan continuidad material y tradición:
la doctrina católica no solo se desarrolla sino que a veces cambia mucho: por
ejemplo, en lo que respecta a [la] pena de muerte, [y] a la guerra”. [2]]
Insistir en aquello que enseña el Magisterio es
inútil. La descarada afirmación de los “Innovadores” de tener el derecho de
cambiar la Fe, sigue tercamente el enfoque modernista.
El primer error del Concilio consiste principalmente en carecer de una perspectiva trascendente, lo cual es resultado de una crisis espiritual ya de por si latente, y en intentar establecer el paraíso en la tierra, con un horizonte humano estéril.
En
línea con este enfoque, Fratelli Tutti pretende la
materialización de una utopía terrenal y la redención social merced a una fraternidad humana, a una pax œcumenica (paz ecuménica) entre
religiones y a la acogida de los inmigrantes.
Como he escrito en otras ocasiones, las exigencias revolucionarias de la Nouvelle Théologie (nueva teología) encontraron terreno fértil en los Padres conciliares por culpa de un grave complejo de inferioridad con respecto al mundo.
Hubo un tiempo, en la posguerra, en que la revolución liderada por la masonería en las esferas civil, política y cultural, penetró la élite católica, convenciéndola de que era incompetente ante el desafío de aquella época, el cual se había tornado inevitable.
En lugar de cuestionarse a sí misma y de cuestionar su fe, dicha élite - obispos, teólogos, intelectuales - atribuyó imprudentemente la responsabilidad del inminente fracaso de la Iglesia a su estructura jerárquica, sólida como una roca, y a su enseñanza doctrinal y moral monolítica.
Ante la derrota de la civilización europea, civilización que la Iglesia había ayudado a formar, la élite católica pensó que la falta de acuerdo con el mundo se debía a la intransigencia del papado y a la rigidez moral de los sacerdotes que no querían ponerse a tono con el Zeitgeist (el espíritu de la época), por lo cual "cedieron". Este enfoque ideológico parte de la falsa suposición de que entre la Iglesia y el mundo contemporáneo puede haber una alianza, una consonancia de intenciones, una amistad.
Nada más lejos de la verdad, ya que no puede haber tregua en la lucha entre Dios y Satanás, entre la Luz y las Tinieblas. “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gen 3:15).
Esta es una enemistad deseada por Dios mismo, quien coloca a María Santísima - y a la Iglesia - como enemigos eternos de la serpiente antigua.
El mundo tiene su propio príncipe (Jn 12,31), que es el “enemigo” (Mt 13,28), “homicida desde el principio” (Jn 8,44) y “mentiroso” (Jn 8,44). Pretender establecer un pacto de no beligerancia con el mundo significa llegar a un acuerdo con Satanás.
Esto trastorna y pervierte la esencia misma de la Iglesia, cuya misión es convertir el mayor número posible de almas a Cristo, para la mayor gloria de Dios, sin jamás bajar la guardia contra aquellos que quieren atraer dichas almas hacia sí mismos y hacia la condenación.
[El sentimiento de inferioridad y fracaso de la Iglesia ante el mundo creó la “tormenta perfecta” para que la revolución echara raíces en los Padres conciliares y por extensión en el pueblo cristiano, en quien se había cultivado la obediencia a la Jerarquía, quizás más que la fidelidad al depositum fidei (depósito de la fe).
Que quede claro: la obediencia a los Sagrados Pastores es ciertamente loable si las órdenes son legítimas. Pero la obediencia deja de ser virtud y, de hecho, se convierte en servilismo si es un fin en sí misma y si contradice el propósito bajo el cual está siendo requerida, es decir la fe y la moral. Debemos agregar, que este sentimiento de inferioridad se introdujo en el cuerpo eclesial con grandes exhibiciones de teatralidad, como por ejemplo la remoción de la tiara por parte de Pablo VI, la devolución de las banderas otomanas conquistadas en Lepanto, los abrazos ecuménicos ostentosos con el cismático Atenágoras, las peticiones de perdón por las Cruzadas, la abolición del Índex (el índice de los libros prohibidos por la Iglesia), el enfoque del Clero en los pobres en cambio del presunto triunfalismo de Pío XII.
El golpe de
gracia asestado por tal actitud, se vio plasmado en la Liturgia Reformada, la cual expresó su vergüenza por el dogma católico
al silenciarlo y, de esta forma, negarlo indirectamente. El cambio ritual
generó un cambio doctrinal, que llevó a los fieles a creer que la Misa era un
simple banquete fraterno y que la Santísima Eucaristía era simplemente un
símbolo de la presencia de Cristo entre nosotros.]
El sentimiento de incompetencia de los Padres conciliares se vio aumentado merced al trabajo de los “Innovadores”, cuyas ideas heréticas estaban en consonancia con las demandas del mundo.
Veamos un análisis comparativo del pensamiento modernista que confirma el idem sentire [mismo sentir o mismo pensamiento] de los conspiradores con cada elemento de la ideología revolucionaria:
[- la aceptación del principio democrático como la fuente legitimadora del poder, en reemplazo
del derecho, de origen divino, de la Monarquía Católica (incluyendo el Papado);
- la
creación y acumulación de órganos de poder, en reemplazo de la responsabilidad
personal y de la jerarquía institucional;
- el borrar
el pasado histórico, a través de su evaluación con base en los parámetros
actuales; tales parámetros no defienden la tradición ni el patrimonio cultural;
- el énfasis en la libertad individual y el debilitamiento del concepto de
responsabilidad y de deber;
- la
continua evolución de la moral y la ética, así despojadas de su naturaleza
inmutable y de toda referencia trascendente;
- la
presunta naturaleza secular del Estado, en lugar de la legítima sumisión
del orden civil al reinado de Jesucristo y a la superioridad ontológica de la
misión de la Iglesia sobre la esfera temporal;
- la igualdad
de las religiones no solo ante el Estado, sino también como concepto
general al que debe conformarse la Iglesia, en contraposición con la objetiva y
necesaria defensa de la Verdad y la condena del error;
- el
concepto falso y blasfemo de la dignidad del hombre como connatural a él, basado
en la negación del pecado original y de la necesidad de la Redención como
premisa para agradar a Dios, merecer Su Gracia y alcanzar la bienaventuranza
eterna;
- el socavamiento del papel de la mujer y el
desprecio hacia el rol privilegiado de ser madres;
- la primacía de la materia sobre el espíritu;
- el
relacionamiento fideísta (de la fe) con la ciencia [3], ante la crítica
implacable en contra de la religión, ejercida sobre bases científicas falsas.
Todos estos principios, propagados por ideólogos
de la masonería y partidarios del Nuevo Orden Mundial, coinciden con las ideas
revolucionarias del Concilio:
- la
democratización de la Iglesia comenzó con Lumen Gentium y hoy se lleva a cabo a través del camino sinodal bergogliano;
- la
creación y acumulación de órganos de poder se ha logrado mediante la delegación
de las funciones de toma de decisiones a las Conferencias Episcopales, Sínodos
de Obispos, Comisiones, Consejos Pastorales, etc.;
- el pasado
de la Iglesia y sus gloriosas
tradiciones se juzgan de acuerdo con la mentalidad moderna y son condenados
para ganar el favor del mundo moderno;
- la “libertad de los hijos de Dios” teorizada
por el Vaticano II se ha establecido independientemente de los deberes
morales de los individuos. Y dichos individuos, según los cuentos de hadas surgidos
del Concilio, se salvan todos, independientemente de sus disposiciones internas
y del estado de su alma;
- la creación
de confusión en torno a los perennes principios morales ha llevado a la
revisión de la doctrina sobre la pena capital; y, con Amoris Laetitia, la admisión de adúlteros públicos a los
sacramentos, resquebraja el edificio sacramental;
- la
adopción del concepto de secularismo ha llevado a la abolición de la
religión estatal en las naciones católicas. Alentada por la Santa Sede y el
Episcopado, tal situación ha llevado a la pérdida de la identidad religiosa y
al reconocimiento de los derechos de las sectas, así como a la aprobación de
normas que violan el derecho natural y divino;
- la
libertad religiosa teorizada en Dignitatis
Humanae ha arrastrado hasta el día de hoy sus consecuencias lógicas y
extremas, con la Declaración de Abu Dabi y la última Encíclica Fratelli Tutti, la cual hace caduca la
misión salvífica de la Iglesia y la Encarnación misma;
- las
teorías sobre la dignidad humana en el ámbito católico han llevado a
confusión sobre el papel de los laicos con respecto al papel ministerial del
Clero y a un debilitamiento de la estructura jerárquica de la Iglesia. Así
mismo, la adopción de la ideología feminista es el preludio de la admisión de
mujeres a las Sagradas Órdenes;
- una
preocupación desordenada por las necesidades temporales de los pobres, tan
propia de la izquierda, ha transformado a la Iglesia en una especie de organización
benéfica, limitando su actividad a la mera esfera material, casi hasta el punto
de abandonar la espiritual;
- la subordinación a la ciencia moderna y al progreso tecnológico ha llevado a la
Iglesia a repudiar a la “Reina de la Ciencia” [la Fe], a “desmitificar” los
milagros, a negar la infalibilidad de la Sagrada Escritura, a mirar los
Misterios más sagrados de nuestra Santa Religión como “mitos” o “metáforas”,
sugiriendo sacrílegamente que la Transubstanciación y la Resurrección son
“mágicas” (no deben tomarse literal sino simbólicamente), y a catalogar los
sublimes dogmas marianos como “tonterías”.]
Se observa un detalle casi grotesco de este abajamiento
y anquilosamiento de la jerarquía para acomodarse al pensamiento dominante. El
deseo de la jerarquía de complacer a sus perseguidores y de servir a sus
enemigos siempre ha llegado demasiado tarde y no está sincronizado, dando la
impresión de que los obispos están irremediablemente desactualizados y que no
están en sintonía con los tiempos.
Tales jerarcas hacen que quienes los ven con tanto entusiasmo confabulando con su propia extinción, crean que esta demostración de sumisión cortesana a lo políticamente correcto no proviene tanto de un verdadero convencimiento ideológico, sino más bien del miedo a ser quitados del medio, a perder el poder y el prestigio que el mundo aún les reconoce.
No se dan cuenta, o no quieren admitirlo, que el
prestigio y la autoridad como custodios, provienen de la autoridad y el
prestigio de la Iglesia de Cristo, y no de la miserable y lamentable
falsificación que de ella han fabricado.
Cuando esta anti-iglesia esté plenamente establecida en el momento en que se llegue al eclipse total de la Iglesia Católica, la autoridad de sus líderes dependerá del grado de subyugación al Nuevo Orden Mundial, el cual no tolerará ninguna divergencia con respecto a su propio credo y aplicará despiadadamente su dogmatismo, fanatismo y fundamentalismo.
Tal aplicación despiadada es la que precisamente llevan a cabo muchos prelados y autodenominados intelectuales los cuales critican a quienes hoy en día se mantienen fieles al Magisterio.
De esta manera, la “iglesia profunda” podrá continuar portando la marca registrada, "Iglesia Católica", pero será esclava del pensamiento del Nuevo Orden; ello recuerda a los judíos quienes, después de negar el reinado de Cristo ante Pilato, fueron esclavizados por la sociedad civil, por la autoridad de su tiempo: “No tenemos más rey que el César” (Jn 19,15).
El
César de hoy nos ordena cerrar las iglesias, usar una máscara y suspender las
celebraciones con el pretexto de una falsa pandemia. El régimen comunista
persigue a los católicos chinos y el mundo no escucha más que el silencio de
Roma. Mañana un nuevo Tito saqueará el templo que surgió del Concilio,
transportando sus restos a algún museo, y se habrá ejecutado una vez más la
venganza divina a manos de los paganos.
Algunos podrían decir que los Padres y Papas conciliares que presidieron tal asamblea, no se dieron cuenta de las implicaciones que su aprobación de los documentos del Vaticano II tendría sobre el futuro de la Iglesia.
Si este hubiese sido el caso, es decir, si hubiese habido arrepentimientos posteriores en relación con su apresurada aprobación de textos heréticos o de textos cercanos a la herejía, es difícil entender por qué no pudieron entonces detener de forma inmediata los abusos, corregir errores, aclarar malentendidos y omisiones.
Y sobre todo, es incomprensible por qué la Autoridad eclesiástica ha sido tan despiadada contra quienes han defendido la Verdad Católica y, al mismo tiempo, se ha mostrado tan terriblemente complaciente con los rebeldes y los herejes.
En todo caso, la responsabilidad de la crisis conciliar debe recaer en la Autoridad quien, incluso en medio de muchos llamamientos a la colegialidad y a la pastoralidad, ha guardado sin embargo celosamente sus prerrogativas, ejerciéndolas en un solo sentido, es decir, contra el pusillus grex [rebaño pequeño] y nunca contra los enemigos de Dios y de la Iglesia.
Las muy raras excepciones en las cuales un teólogo
hereje o un religioso revolucionario han sido censurados por el Santo Oficio,
solo ofrecen una trágica confirmación de una regla que se ha aplicado durante
décadas; sin mencionar que muchos de tales herejes, en los últimos tiempos, han
sido rehabilitados, sin que hayan abjurado de ninguno de sus errores y han sido
incluso promovidos a puestos institucionales dentro de la Curia Romana o los
Ateneos Pontificios.
Esta es la realidad tal y como surge de mi análisis. Sin embargo sabemos que, además del ala progresista del Concilio y del ala católica tradicional, hay una parte del Episcopado, del clero y del pueblo que intenta mantener la misma distancia con respecto a lo que ella considera “dos extremos”.
Me refiero a los llamados “conservadores”, es decir, a un grupo en el medio del cuerpo eclesial que termina “cargándoles el agua” a los revolucionarios. Ello se debe a que, por un lado rechazan sus excesos pero por el otro comparten los mismos principios.
El error de los “conservadores” radica en adjudicarle una connotación negativa al tradicionalismo y colocarlo en el lado opuesto del progresismo.
Su aurea mediocritas [vía del medio] consiste en colocarse arbitrariamente no entre dos vicios, sino entre la virtud y el vicio. Son ellos los que critican los excesos de la pachamama o de las declaraciones más extremas de Bergoglio, pero que no toleran que ni el Concilio sea cuestionado ni mucho menos el vínculo intrínseco entre el cáncer conciliar y la metástasis actual.
La correlación entre
conservatismo político y conservatismo religioso consiste en
adoptar el “centro”, síntesis entre la tesis de la “derecha” y la antítesis de
la “izquierda”, según el enfoque hegeliano tan apreciado por los moderados
partidarios del Concilio.
[En la esfera civil, el “Estado profundo” ha manejado el disenso político y social utilizando al mismo tiempo organizaciones y movimientos que son oposición tan solo en apariencia, pero que en realidad son instrumentales para mantener el poder.
Asimismo, en el ámbito eclesial, la “Iglesia profunda” utiliza a los “conservadores” moderados para dar la apariencia de ofrecer libertad a los fieles. El propio Motu Proprio Summorum Pontificum (del Papa Benedicto XVI), por ejemplo, aunque concedió la celebración de la misa tradicional en forma extraordinaria, exigió saltem impliciter [al menos implícitamente] nuestra complacencia del Concilio y que reconociésemos la legalidad de la liturgia reformada.
Esta estratagema impidió que quienes se beneficiaron del Motu Proprio pudiesen plantear objeciones so pena de correr el riesgo de que las comunidades Ecclesia Dei fuesen disueltas.
Ello también inculcó en el pueblo cristiano la peligrosa idea de que algo bueno, para tener legitimidad en la Iglesia y en la sociedad, debe ir necesariamente acompañado de algo malo o, al menos, de algo no tan bueno.
Sin embargo, solo una mente equivocada buscaría otorgar iguales derechos tanto al bien como al mal. Poco importa si uno está personalmente a favor del bien, cuando reconoce la legitimidad de quienes están a favor del mal.
En el mismo sentido, la “libertad de escoger” ligada al aborto, teorizada por los políticos demócratas, encuentra su contrapartida en la no menos aberrante “libertad religiosa” teorizada por el Concilio, la cual hoy defiende obstinadamente la anti-iglesia.
Si no está permitido que un católico apoye a un político que defiende el derecho al aborto, es aún menos permisible aprobar a un prelado que defiende la "libertad" de un individuo de poner en peligro su alma inmortal, al "elegir" permanecer en pecado mortal.
Esto
no es misericordia; esto es un descuido flagrante del deber espiritual ante Dios,
con el fin de ganarse el favor y la aprobación del hombre.
Este análisis difícilmente estaría completo sin una palabra acerca del “nuevo” lenguaje tan popular en el ámbito eclesiástico. El vocabulario católico tradicional se ha modificado deliberadamente para cambiar el contenido que formula.
Lo mismo ha sucedido en la liturgia y en la predicación, donde la claridad de la exposición católica ha sido reemplazada por la ambigüedad o la negación implícita de la verdad dogmática. Los ejemplos son muchísimos.
Este fenómeno también se remonta al Concilio Vaticano II, el cual buscó desarrollar versiones “católicas” de las consignas del mundo. Sin embargo, me gustaría enfatizar que todas esas expresiones que se toman prestadas de léxicos seculares también forman parte del “nuevo” lenguaje.
Consideremos la insistencia de Bergoglio en la "iglesia en salida", en la “apertura”, como un valor positivo.
De manera similar, cito ahora a Fratelli Tutti:
“Un pueblo vivo y dinámico, un pueblo con futuro,
está constantemente abierto a una nueva síntesis a través de su
capacidad para acoger las diferencias” (Fratelli Tutti, 160).
“La Iglesia es un hogar de puertas abiertas”
(ibid. 276).
“Queremos ser una Iglesia que sirve, que
sale de casa y sale de sus lugares de culto, sale de sus sacristías,
para acompañar
la vida, para sostener la esperanza, para ser signo de unidad… para tender
puentes, para derribar muros, para sembrar
semillas de reconciliación ”(ibid.).
La similitud con la Open Society (“Sociedad Abierta”) que persigue la ideología globalista de Soros es tan sorprendente que casi se constituye en una contrapartida de la Open Religion (“Religión Abierta”).
Y tal Religión Abierta está en perfecta
sintonía con las intenciones del globalismo. Desde las reuniones políticas “por
un Nuevo Humanismo”, bendecidas por los líderes de la Iglesia, hasta la
participación de los intelectuales progresistas en propaganda verde, todo quiere
alinearse con el pensamiento dominante, dentro del triste y grotesco afán de
complacer al mundo.
El marcado contraste con las palabras del Apóstol (San
Pablo) es claro: “¿Estoy tratando
ahora de ganarme la aprobación de los seres humanos o de Dios? ¿O estoy
tratando de complacer a la gente? Si todavía estuviese tratando de agradar a la
gente, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).
La Iglesia Católica vive bajo la mirada de Dios; ella existe para Su Gloria y para la salvación de las almas. La anti-iglesia vive bajo la mirada del mundo, complaciendo la apoteosis blasfema del hombre y la condenación de las almas.
Durante la última sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, ante todos los Padres sinodales, resonaron en la Basílica Vaticana estas asombrosas palabras de Pablo VI:
“La religión
del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión del hombre (pues tal es esta) que se hace a sí mismo Dios.
¿Y qué pasó? ¿Hubo un enfrentamiento, una batalla, una condena? Podría haberla habido, pero no hubo ninguna. La vieja historia del Samaritano ha sido el modelo de la espiritualidad del Concilio. Un sentimiento de “simpatía” sin límites lo ha invadido todo.
La atención de nuestro Concilio ha sido absorbida por el descubrimiento de las necesidades humanas (y estas necesidades crecen en proporción a la grandeza que el hijo de la tierra reclama para sí mismo).
Pero pedimos a quienes se autodenominan humanistas modernos, y que han renunciado al valor trascendente de las realidades más elevadas, que reconozcan al Concilio al menos una cualidad y que reconozcan nuestro nuevo tipo de humanismo: nosotros también, de hecho, más que cualquiera otro, honramos a la humanidad”. [4]
Esta simpatía [- en el sentido etimológico de συμπάϑεια, es decir, participación en el sentimiento del otro -] es la imagen del Concilio y de la nueva religión de la anti-iglesia (porque así lo es). Una anti-iglesia nacida de la unión inmunda entre la Iglesia y el mundo, entre la Jerusalén celestial y la Babilonia infernal.
Nótese bien: la primera vez que un Pontífice mencionó el “nuevo humanismo”, fue en la última sesión del Vaticano II; y hoy lo encontramos repetido como un mantra por quienes consideran a dicho “nuevo humanismo” una expresión perfecta y coherente del mens [estado de ánimo] revolucionario del Concilio. [5]
Siempre teniendo presente esta comunión de intenciones entre el Nuevo Orden Mundial y la anti-iglesia, hay que recordar el Pacto Mundial por la Educación, un proyecto diseñado por Bergoglio “para generar un cambio a escala planetaria, para que la educación sea creadora de hermandad, paz y justicia. Una necesidad aún más urgente en este momento marcado por la pandemia” [6]. Promovido en colaboración con Naciones Unidas, este “proceso de formación en las relaciones y la cultura del encuentro, halla también espacio y valor en la 'casa común' con todas las criaturas, puesto que las personas, en la medida en que son formadas en la lógica de la comunión y la solidaridad, trabajan ya “para recuperar la serena armonía con la creación”, y para configurar el mundo como “un espacio de verdadera fraternidad” (Gaudium et Spes, 37)”. [7]
Como puede verse, la referencia ideológica es siempre y únicamente al Vaticano II, porque solo a partir de ese momento la anti-iglesia colocó al hombre en el lugar de Dios, a la criatura en el lugar del Creador.
El “nuevo humanismo” tiene obviamente un
marco ambiental y ecológico en el que se insertan tanto la Encíclica Laudato
Sì como la Teología Verde - la “Iglesia con rostro amazónico” del Sínodo
de los Obispos de 2019, con su culto idólatra de la pachamama (madre tierra) en
presencia del Sanedrín romano.
La actitud de la Iglesia durante el Covid-19 demostró, por un lado, la sumisión de la jerarquía a los dictados del Estado, en violación de la Libertas Ecclesiae, que el Papa debería haber defendido con firmeza.
También puso en exhibición la negación de cualquier significado sobrenatural de la pandemia, reemplazando la justa ira de Dios, ofendida por los innumerables pecados de la humanidad y las naciones, por una furia más perturbadora y destructiva de la naturaleza, ofendida por la falta de respeto al medio ambiente.
Me gustaría enfatizar que atribuir una identidad personal a la naturaleza, casi dotada de intelecto y voluntad, es el preludio de su divinización. Ya hemos visto un sacrílego preludio de ello, bajo la mismísima cúpula de la Basílica de San Pedro (el culto a la pachamama durante el Sínodo de la Amazonía).
La conclusión es la siguiente: la conformidad de la anti-iglesia con la ideología dominante del mundo moderno establece una cooperación real con poderosos representantes del “Estado profundo”, comenzando por aquellos que trabajan por una “economía sostenible”, entre ellos Jorge Mario Bergoglio, Bill Gates, Jeffrey Sachs, John Elkann, Gunter Pauli. [8]
[Será útil recordar que la “economía sostenible” también tiene implicaciones para la agricultura y el mundo del trabajo en general. El “estado profundo” necesita asegurar mano de obra de bajo costo a través de la inmigración, lo que al mismo tiempo contribuye a la anulación de la identidad religiosa, cultural y lingüística de las naciones involucradas.
La “iglesia profunda” da una base ideológica y pseudoteológica (falsa) a este plan de invasión y, al mismo tiempo, garantiza una participación en el lucrativo negocio que existe en torno al alojamiento, la alimentación y satisfacción de las demás necesidades (en este caso de los inmigrantes).
Podemos entender la insistencia de Bergoglio en el tema de los inmigrantes, la cual también ha sido reiterada en Fratelli Tutti: “Se extiende una mentalidad xenófoba de cierre y autocontrol” (ibid. 39. “Las migraciones constituirán un elemento fundacional del futuro del mundo” ( ibid. 40).
Bergoglio utilizó la expresión "elemento fundacional", afirmando que no es posible plantear la hipótesis de un futuro sin que existan las migraciones.]
(“Economía Sostenible” y “Desarrollo sostenible” son también términos acuñados por las Naciones Unidas, para enmascarar el plan que tienen desde sus inicios, de reducir la población mundial. ¿Cómo lo pretenden lograr? Mediante la implantación a escala planetaria de políticas como el aborto, la anticoncepción, la ideología de género, la eutanasia, la manipulación genética, la experimentación con embriones y cualquier “mecanismo de salud” que favorezca la esterilización humana, entre otras. Además y de manera paralela, mediante la destrucción del modelo cristiano de matrimonio - la unión de un hombre con una mujer - y la pérdida temprana de la patria potestad por parte de los padres, léase, entre otras cosas, el derecho-deber de los padres a escoger la educación de sus hijos).
Permítanme unas breves palabras sobre la situación
política en los Estados Unidos en vísperas de las elecciones presidenciales. Fratelli
Tutti parece ser una forma de respaldo del Vaticano al candidato demócrata,
en clara oposición a Donald Trump, y se produce unos días después de que
Francisco se negara a conceder audiencia al secretario de Estado Mike Pompeo en
Roma. Esto confirma de qué lado están los
hijos de la luz y quiénes son los
hijos de las tinieblas.
El tema de la hermandad, obsesión de Bergoglio, encuentra su primera formulación en Nostra Ætate y en Dignitatis Humanae. La última encíclica, Fratelli Tutti, es el manifiesto de esta visión masónica, en la que el grito Liberté, Égalité, Fraternité (Libertad, Igualdad y Fraternidad, lema de la Revolución Francesa en 1789) sustituyó al Evangelio, en aras de una unidad entre los hombres y que deja por fuera a Dios.
Tengamos en cuenta que el “Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia”, firmado en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019, fue defendido con orgullo por Bergoglio con estas palabras:
“Desde el
punto de vista católico, el documento no fue ni un milímetro más allá del
Concilio Vaticano II”.
El cardenal Miguel Ayuso Guixot, presidente del
Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, comenta en La Civiltà Cattolica:
[“Con el
Concilio, el muro de contención se agrietó poco a poco y luego se rompió: El
río del diálogo se ha extendido con las Declaraciones del Concilio en Nostra Ætate, sobre la relación entre
la Iglesia y los creyentes de otras religiones, y en Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, temas y documentos
que están estrechamente vinculados entre sí y que han permitido a San Juan
Pablo II dar vida a encuentros como la Jornada Mundial de Oración por la Paz
en Asís el 27 de octubre de 1986 y a Benedicto XVI, veinticinco años
después, para hacernos vivir en la ciudad de San Francisco el “Día de
Reflexión, Diálogo y Oración por la Paz y la Justicia en el Mundo - Peregrinos
de la Verdad, Peregrinos de la Paz”. Por tanto,] el compromiso de la Iglesia Católica con el diálogo interreligioso, que
abre el camino a la paz y la fraternidad, forma parte de su misión original y
tiene sus raíces en el Concilio” [9].
Una vez más, el cáncer del Concilio Vaticano II confirma que está en el origen de
la metástasis bergogliana. El “fil rouge” [hilo conductor] que une al
Concilio con el culto a la pachamama pasa también por Asís, como acertadamente
señaló mi hermano Athanasius Schneider
en su reciente discurso [10].
Y hablando de la anti-iglesia, el obispo Fulton
Sheen describe al Anticristo: “Dado que
su religión será la hermandad sin la
paternidad de Dios, engañará incluso a los elegidos”. [11]
Parece que vemos que la profecía del venerable arzobispo estadounidense se está haciendo realidad ante nuestros ojos.
No es de extrañar, por tanto, que la infame Gran
Logia de España, después de haber felicitado calurosamente a su paladín
elevado al Trono, haya vuelto a rendir homenaje a Bergoglio con estas palabras:
[“El gran
principio de esta escuela iniciática no ha cambiado en tres siglos: la
construcción de una fraternidad universal donde los seres humanos se llaman
hermanos entre sí, más allá de sus creencias específicas, sus ideologías, el
color de su piel, su extracción social, su idioma, cultura o nacionalidad. Este
sueño fraterno chocó con el fundamentalismo religioso que, en el caso de la
Iglesia católica, llevó a duros textos que condenaban la tolerancia de la
masonería en el siglo XIX.] La última
encíclica del Papa Francisco muestra lo lejos que está la actual Iglesia
católica de sus posiciones anteriores. En “Fratelli Tutti”, el Papa abrazó la
Hermandad Universal, el gran principio de la masonería moderna” [12].
La reacción del Gran Oriente de Italia (la más antigua logia masónica de Italia) no es diferente:
“Estos son
los principios que la masonería siempre ha perseguido y guardado para la
elevación de la humanidad” [13].
[Austen Ivereigh, el hagiógrafo de Bergoglio, confirma con satisfacción esta
interpretación, la cual por otro lado un católico consideraría con razón
perturbadora [14].
Recuerdo que en los documentos masónicos de la Alta
Vendita, desde el siglo XIX, se planeaba una infiltración de la Francmasonería en la Iglesia:
“Reunirás algunos amigos y los colocarás en
torno a la Silla de Pedro. Habrás predicado la revolución en Tiara y Manto, marchando
en procesión con la cruz y el estandarte, una revolución que solo necesitará de
un pequeño avivamiento para prender fuego a las cuatro esquinas del mundo” [15].
Permítanme concluir este examen de los vínculos entre el Concilio y la crisis actual, haciendo hincapié en un cambio que considero extremadamente importante y significativo. Me refiero a la relación del laico individual y de la comunidad de fieles con Dios.
Mientras que en la Iglesia de Cristo la relación del alma con el Señor es eminentemente personal, incluso cuando la transmite el Sagrado Ministro en la acción litúrgica, en la Iglesia resultante del Concilio prevalece la relación comunitaria y grupal. Pensemos en la insistencia de esta última Iglesia en querer hacer del Bautismo de un niño, o de un matrimonio, “un acto de comunidad”; o la imposibilidad de recibir la sagrada Comunión de manera individual fuera de la Misa, o de la práctica común por parte de un fiel de acercarse a recibir la Comunión durante la Misa, incluso sin cumplir con las condiciones necesarias.
Todo esto está reglamentado sobre la base de un concepto protestantizado de participación en el banquete eucarístico, del cual ningún invitado está excluido. Bajo esta comprensión de comunidad, la persona pierde su individualidad, perdiéndose en la comunidad anónima de la celebración.
De igual manera, la relación de la sociedad con Dios, desaparece por cuenta de una individualización que elimina el papel de mediación tanto de la Iglesia como del Estado.
La individualización en el campo moral también cabe dentro de este concepto, donde los derechos y preferencias del individuo se convierten en fundamento para hacer desaparecer el concepto de moral social.
Esto se hace en nombre de una “inclusividad” que legitima todo vicio y aberración moral. La sociedad, entendida como la unión de varios individuos encaminados a la búsqueda de un objetivo común, se divide en una multiplicidad de individuos, cada uno de los cuales tiene su propio objetivo.
Este es el resultado de una convulsión ideológica que merece ser analizada en profundidad, por sus implicaciones tanto en el ámbito eclesial como en el civil.
Es
evidente, sin embargo, que el primer paso de esta revolución se encuentra en el
mens (el estado
de ánimo, la mentalidad) del Concilio, comenzando por el adoctrinamiento
del pueblo cristiano a través de la liturgia reformada, en la cual el individuo se fusiona con la asamblea
despersonalizándose a sí mismo, al tiempo que la comunidad se convierte en un
conjunto de individuos que han perdido su identidad.]
La filosofía nos enseña que a una causa siempre le corresponde un determinado efecto. Hemos visto que las acciones llevadas a cabo durante el Concilio Vaticano II han tenido el efecto deseado, dando forma concreta a ese giro antropológico que hoy ha llevado a la apostasía de la anti-iglesia y al eclipse de la verdadera Iglesia de Cristo.
Por tanto, debemos entender que, si queremos deshacer los efectos nocivos que vemos ante nuestros ojos, es indispensable eliminar los factores que los causaron.
Si este es nuestro objetivo, está claro que el aceptar, aunque sea parcialmente, tales principios revolucionarios, hará que nuestros esfuerzos sean inútiles y contraproducentes.
Por lo tanto, debemos tener claro los objetivos a alcanzar, organizando nuestro accionar en función de las metas. Sin embargo, todos debemos ser conscientes de que en este trabajo de restauración no es posible transigir, hacer excepciones en relación con dichos principios, precisamente porque si en alguna medida los compartimos, vamos a impedir cualquier posibilidad de éxito.
Por lo tanto, dejemos a un lado, de una vez por todas, las vanas distinciones sobre la presunta bondad del Concilio, la traición a la voluntad de los Padres sinodales, la letra y el espíritu del Vaticano II, el peso magisterial (o la carencia del mismo) de los actos del Concilio, y la “hermenéutica de la continuidad” con respecto a la de “ruptura”.
La anti-iglesia ha utilizado la etiqueta "Concilio Ecuménico" para dar autoridad y fuerza legal a su agenda revolucionaria, así como Bergoglio llama a su manifiesto político de lealtad al Nuevo Orden Mundial, una "carta encíclica".
La astucia del enemigo ha aislado la parte sana de la Iglesia, dividida entre tener que reconocer el carácter subversivo de los documentos del Concilio y, por consiguiente, excluirlos del corpus (cuerpo) del Magisterio, y negar la realidad, declarando tales documentos “ortodoxos más allá de toda duda”, con el fin de salvaguardar la infalibilidad del Magisterio.
La Dubia representó una humillación para aquellos Príncipes de la Iglesia, la cual no condujo sin embargo a que se deshicieran los nudos doctrinales puestos a consideración del Romano Pontífice. Bergoglio no responde, precisamente porque no quiere desmentir ni confirmar los errores implícitos, exponiéndose así al riesgo de ser declarado hereje y perder el papado.
Este es el mismo método utilizado con el Concilio, donde la ambigüedad y el uso de terminología imprecisa impiden la condena del error que fue introducido.
Pero el jurista sabe muy bien que, además
del caso de una flagrante violación de la ley, también se puede cometer delito burlando
dicha ley, utilizándola para fines perversos: contra legem fit, quod in fraudem legis fit. [aquello que burla la
ley, la está violando.]
La única forma de ganar esta batalla es volver a hacer lo que la Iglesia siempre ha hecho, y dejar de hacer lo que la anti-iglesia nos pide hoy, es decir aquello que la verdadera Iglesia siempre ha condenado.
Pongamos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Sumo Sacerdote, nuevamente en el centro de la vida de la Iglesia, y ante todo, en el centro de la vida de nuestras comunidades, de nuestras familias, de nosotros mismos. Devolvamos la corona a Nuestra Señora María Santísima, Reina y Madre de la Iglesia.
Volvamos a celebrar dignamente la Sagrada Liturgia
tradicional y a rezar con las palabras de los santos, no con los desvaríos de
los modernistas y herejes.
Empecemos de nuevo a saborear los escritos de los Padres de la Iglesia y de los Místicos, y a arrojar al fuego las obras imbuidas de modernismo y sentimentalismo inmanentista.
Apoyemos, con oración y ayuda material, a los muchos buenos sacerdotes que permanecen fieles a la verdadera Fe, y retiremos todo apoyo a aquellos que se han reconciliado con el mundo y sus mentiras.
Y sobre
todo, ¡se los pido en el nombre de Dios! - abandonemos ese sentimiento de
inferioridad que nuestros adversarios nos han acostumbrado a aceptar: en la
guerra del Señor, ellos no nos humillan (ciertamente nos merecemos todas las
humillaciones por nuestros pecados). No, ellos humillan a la Majestad de Dios y
a la Esposa del Cordero Inmaculado. ¡La Verdad que abrazamos no viene de nosotros,
sino de Dios!
Permitir que se niegue la Verdad, aceptar que se tenga que justificar ante las herejías y los errores de la anti-iglesia, no es un acto de humildad, sino de cobardía y de pusilanimidad.
Dejémonos inspirar por el ejemplo de los Santos Mártires Macabeos, ante un
nuevo Antíoco que nos pide que ofrezcamos sacrificios a los ídolos y que abandonemos
al Dios verdadero. Respondamos con sus palabras, orando al Señor: “Ahora pues, oh Soberano de los cielos, envía
un ángel bueno para esparcir terror y temblor ante nosotros. Que con la fuerza
de tu brazo sean derribados estos blasfemos que atacan a tu pueblo santo” (2
Mac 15:23).
Permítanme concluir mi charla de hoy con un recuerdo personal. Cuando era nuncio apostólico en Nigeria, conocí una magnífica tradición popular, que surgió de la terrible guerra de Biafra, y que continúa hasta el día de hoy.
Participé personalmente en ella durante una visita pastoral a la
Arquidiócesis de Onitsha y quedé muy impresionado. Dicha tradición - denominada
“Niños
del Rosario en Bloque” - consiste en reunir a miles de niños (incluso
muy pequeños) en cada pueblo o barrio para el rezo del Santo Rosario e implorar
la paz – mientras cada niño sostiene un pequeño trozo de madera que hace las
veces de mini altar, con una imagen de Nuestra Señora y una pequeña vela sobre dicha
madera.
En los días que faltan para el 3 de noviembre, invito a todos a unirse a una Cruzada de oración con el Santo Rosario: una especie de Cerco de Jericó, no con siete trompetas hechas con cuernos de carnero que los sacerdotes hacen sonar, sino con el Avemaría de los pequeños y los inocentes, con el fin de derribar los muros del “estado profundo” y de la “iglesia profunda”.
Unámonos a los pequeños, conformando “Niños del Rosario en Bloque”, implorando a la Mujer vestida de Sol, que se restaure el Reino de Nuestra Señora y Madre, y se acorte el eclipse que nos aflige.
Y que Dios bendiga estas santas intenciones.
+ Carlo Maria Viganò
___________
[1] Padre Antonio Spadaro sj, Fratelli Tutti, la risposta di Francesco alla crisi del nostro tempo, in Formiche, 4 Ottobre 2020 (qui).
[2] «Pope Francis’ pontificate is like a standard lifted up before Catholic integralists and those who equate material continuity and tradition: Catholic doctrine does not just develop. Sometimes it really changes: for example on death penalty, war»,
https://twitter.com/Johnthemadmonk/status/1313616541385134080/photo/1
https://twitter.com/massimofaggioli/status/1313569449065222145?s=21
[3] «Dovremmo evitare di cadere in questi quattro atteggiamenti perversi, che certo non aiutano alla ricerca onesta e al dialogo sincero e produttivo sulla costruzione del futuro del nostro pianeta: negazione, indifferenza, rassegnazione e fiducia in soluzioni inadeguate»,
cfr. https://www.avvenire.it/papa/pagine/papa-su-clima-basta-negazionismi-su-riscaldamento-globale
[4] «Religio, id est cultus Dei, qui homo fieri voluit, atque religio - talis enim est aestimanda - id est cultus hominis, qui fieri vult Deus, inter se congressae sunt. Quid tamen accidit? Certamen, proelium, anathema? Id sane haberi potuerat, sed plane non accidit. Vetus illa de bono Samaritano narratio excmplum fuit atque norma, ad quam Concilii nostri spiritualis ratio directa est. Etenim, immensus quidam erga homines amor Concilium penitus pervasit. Perspectae et iterum consideratae hominum necessitates, quae eo molestiores fiunt, quo magis huius terrae filius crescit, totum nostrae huius Synodi studium detinuerunt. Hanc saltem laudem Concilio tribuite, vos, nostra hac aetate cultores humanitatis, qui veritates rerum naturam transcendentes renuitis, iidemque novum nostrum humanitatis studium agnoscite: nam nos etiam, immo nos prae ceteris, hominis sumus cultores». Paolo VI, Allocuzione per l’ultima sessione del Concilio Ecumenico Vaticano II, 7 Dicembre 1965,
[5] https://twitter.com/i/status/1312837860442210304
[6] Cfr. www.educationglobalcompact.org
[7] Congregazione per l’Educazione Cattolica, Lettera Circolare alle scuole, università e istituzioni educative, 10 Settembre 2020, cfr. http://www.educatio.va/content/dam/cec/Documenti/2020-09/IT-CONGREGATIO-LETTERA-COVID.pdf
[8] https://www.lastampa.it/cronaca/2020/10/03/news/green-blue-la-nuova-voce-dell-economia-sostenibile-via-con-il-papa-e-bill-gates-1.39375988
[9] Card. Miguel Ángel Ayuso Guixot, Il documento sulla Fraternità umana nel solco del Concilio Vaticano II, 3 Febbraio 2020. Cfr. https://www.laciviltacattolica.it/news/il-documento-sulla-fratellanza-umana-nel-solco-del-concilio-vaticano-ii/
[10] https://www.cfnews.org.uk/bishop-schneider-pachamama-worship-in-rome-was-prepared-by-assisi-meetings/
[11] Mons. Fulton Sheen, discorso radiofonico del 26 Gennaio 1947. Cfr. https://www.tempi.it/fulton-sheen-e-linganno-del-grande-umanitario/
[12] https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=38792
[13] https://twitter.com/grandeorienteit/status/1312991358886514688
[14] https://youtu.be/s8v-O_VH1xw
[15] «Vous amènerez des amis autour de la Chaire
apostolique. Vous aurez prêché une révolution en tiare et en chape, marchant
avec la croix et la bannière, une révolution qui n’aura besoin que d’être un
tout petit peu aiguillonnée pour mettre le feu aux quatre coins du monde».
Cfr. Jacques Cretineau-Joly, L’Église
romaine en face de la Révolution, Parigi, Henri Plon, 1859 (qui).
You may wonder, 'how can I be part of the solution', 'how can I contribute?'. Learn more...