En Defensa de la Fe


Desde el primer día del Concilio Vaticano II, Juan XXIII abrió las puertas a la entrada de Satanás en la Iglesia

Desde su discurso de apertura del Concilio Vaticano II, Juan XXIII rechazó fanfarronamente la protección del Espíritu Santo al desechar todas las advertencias hechas por Pío XII sobre los  peligros de apartarse de la Fe, de la liturgia, de la esencia misma de la Iglesia. De esta forma, Juan XXIII profirió con su Concilio uno de los insultos más atroces a Dios en la historia de la humanidad.



¡Cuán grande es el daño causado por aquellos que defienden el Concilio Vaticano II! Hoy en día podemos apreciar con claridad el gravísimo daño causado por aquellos católicos que, por lo demás fieles, defienden con vehemencia el Concilio Vaticano II y denuncian a quienes han cuestionado sus documentos heterodoxos.



Desde el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, Juan XXIII dejó claro que abriría las puertas de la Iglesia para dar entrada a SatanásDesde el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, Juan XXIII dejó claro que abriría las puertas de la Iglesia para dar entrada a Satanás




(nota: esta página está basada en la traducción libre de un extracto del artículo de Robert Morrison en The Remnant, titulado, “La encíclica Humani Generis de Pío XII y la protección del Espíritu Santo que fue rechazada por Juan XXIII”)



En 1950, la encíclica Humani Generis de Pío XII advirtió acerca de los errores que finalmente penetraron la Iglesia en el Concilio Vaticano II

En su obra Cien años de modernismo, el P. Dominique Bourmaud ofreció una evaluación aleccionadora del modo en que los arquitectos del Vaticano II desautorizaron tan radicalmente la encíclica de Pío XII que condenaba los errores que amenazaban a la Iglesia, Humani Generis:


«Humani Generis» fue publicada en 1950. El año 1965 marcó la clausura del Concilio Vaticano II, el cual echó por tierra los puntos fundamentales de la doctrina católica que habían sido reafirmados por el Papa Pío XII en su encíclica.


Nunca antes una encíclica dogmática había sido tan rápida y completamente desautorizada por los mismos hombres que habían sido condenados por esta.


¿Cómo es posible que la “nueva teología”, censurada tan solemne y definitivamente por Pío XII, en perfecta concordancia con la famosa encíclica Pascendi de Pío X (en contra de los errores del llamado “Modernismo”), se hubiese convertido en la “teología oficial” del Concilio Vaticano II y de la ‘Iglesia postconciliar’?".



En los años treinta el futuro Pío XII había profetizado acerca de los peligros de alterar la Fe, la liturgia y la teología católicas, que la Iglesia había preservado intactas, siguiendo fielmente el mandato de Dios Nuestro Señor

Antes de considerar las diversas formas en que Juan XXIII y su Concilio rechazaron la encíclica Humani Generis, vale la pena detenerse a considerar lo que los fieles católicos durante el pontificado de Pío XII habrían pensado acerca de la posibilidad de que un futuro Papa rechazase las verdades expuestas tan claramente en tal encíclica.


Si Pío XII tenía razón al advertir de los graves peligros que planteaban los errores en cuestión, ¿qué habría ocurrido si los futuros pastores no solo hubiesen ignorado las advertencias, sino que de hecho hubiesen promovido dichos errores? (como fue el caso de los Papas a partir de Juan XXIII). Si un desastre tan impensable llegase a ocurrir, seguramente conduciría a las penas que el Cardenal Pacelli (el futuro Pío XII) había profetizado en los años treinta:


"Me preocupan los mensajes de la Santísima Virgen a la pequeña Lucía de Fátima. Esta insistencia de María sobre los peligros que amenazan a la Iglesia es una advertencia divina contra el suicidio de alterar la Fe, en su liturgia, su teología y su alma. . . Oigo a mi alrededor a innovadores que desean desmantelar la Sagrada Capilla, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos y hacerla sentir remordimientos por su pasado histórico”.



Muchos católicos creyeron que los peligros denunciados en Humani Generis no se materializarían debido a la protección del Espíritu Santo sobre la Iglesia

Sí, seguramente los católicos fieles hubiesen visto la perspectiva de alterar la fe como una locura suicida. Si no hubiera sido por las advertencias de Nuestra Señora en Fátima, tal desastre hubiese parecido imposible de que llegara a suceder.


Sin embargo, a pesar de las advertencias de Nuestra Señora en Fátima, muchos católicos han creído (incluso hoy en día) que «el rechazo de la encíclica Humani Generis» no pudo haber conducido a los desastres presentes porque “el Espíritu Santo protege a la Iglesia de cualquier paso en falso”.


Pero ¿qué pasa? Ante los hechos calamitosos que sucedieron (y siguen sucediendo) a raíz del Concilio y que contradicen tal creencia, muchos católicos abandonaron la Iglesia; otros llegaron a la conclusión de que la Iglesia no ha tenido un Papa (verdadero) desde Pío XII.



[Nota del editor: nosotros somos de este último pensamiento. Los católicos tenemos el medio para distinguir a un Papa verdadero de uno que no lo es: si este se aparta del Magisterio milenario, transmitido de generación en generación, estará cayendo en herejía y sabremos por lo tanto que no tiene la protección del Espíritu Santo contra el error; sabremos entonces que no es un verdadero Papa. “Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del Cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema”. (San Pablo en su carta a los Gálatas 1: 8)


Esta certeza fue hecha parte del Magisterio Solemne de la Iglesia, a través del Dogma de la Infalibilidad de los Papas, el cual fue definido durante el Concilio Vaticano PRIMERO (1869-1870), Sesión IV y aprobado por el Papa Pío IX, a través de su Constitución PASTOR AETERNUS (18 julio 1870). Ver el análisis completo aquí]



De igual manera, muchos otros católicos abandonaron el uso de la razón y simplemente determinaron que no ha existido ni existe una crisis en la Iglesia.



Desde el primer día del Concilio Vaticano II, Juan XXIII abrió las puertas a la entrada de Satanás en la Iglesia

Haciendo uso de la visión retrospectiva, podemos reconocer que desde el primer día del Concilio ya había signos claros de que Juan XXIII rechazaba categóricamente la encíclica Humani Generis de Pío XII y las fundamentales protecciones a la Fe contenidas en ella.


Es como si Dios hubiese obligado a Juan XXIII a dejarnos esta confirmación inequívoca de que él rechazaba la protección del Espíritu Santo.


[Veamos los tres errores que Juan XXIII promovió y que materializaron la penetración de Satanás en la Iglesia a través del Concilio Vaticano II:]



1. Abandono de las condenas

Tal como lo hicieron sus predecesores, Pío XII se hizo instrumento del Espíritu Santo condenando los errores opuestos a la inmutable Fe católica. En los párrafos finales de la encíclica Humani Generis, encargó a los pastores de la Iglesia que defendieran a sus rebaños de los errores que amenazaban la Fe:


"Después de madura reflexión y consideración ante Dios, para que no faltemos a Nuestro sagrado deber, encargamos a los Obispos y a los Superiores Generales de las Órdenes Religiosas, obligándoles muy seriamente en conciencia, que cuiden con la mayor diligencia de que tales opiniones no se promuevan en las escuelas, en las conferencias o en escritos de cualquier clase, y que no se enseñen de ningún modo al clero ni a los fieles. Sepan los maestros de las instituciones eclesiásticas que no pueden ejercer con tranquila conciencia el oficio de enseñar que se les ha confiado, a no ser que en la instrucción de sus alumnos acepten religiosamente y observen exactamente las normas que Nosotros hemos ordenado".


En contraposición, en su discurso de apertura del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962), Juan XXIII anunció que su Concilio adoptaría una “forma totalmente nueva” de responder a los errores que amenazaban a la Iglesia:


"La Iglesia siempre se ha opuesto a estos errores. Con frecuencia los ha condenado con la mayor severidad. Hoy, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere recurrir a la medicina de la misericordia antes que a la de la severidad. Considera que así responde a las necesidades actuales, demostrando la validez de su enseñanza, más que con condenas. No es, ciertamente, que no haya enseñanzas falaces, opiniones y conceptos peligrosos contra los que haya que cuidarse".


A pesar de que los peligros para la Fe eran más que nunca graves, Juan XXIII determinó que su Concilio no condenaría los errores – con ello abandonó de entrada uno de los principales medios a través de los cuales el Espíritu Santo había protegido a la Iglesia durante dos mil años. De este modo, Juan XXIII puso al mundo sobre aviso de que estaba privando deliberadamente a su Concilio de este medio vital para salvaguardar la Fe.



2. La elección de modernistas como “expertos” del Concilio

Como el P. Bourmaud observó anteriormente con respecto al rechazo de la encíclica Humani Generis, los hombres que trabajaron durísimo para anular la gran encíclica de Pío XII fueron los mismos cuyas ideas habían sido condenadas por dicha encíclica.


Taylor Marshall describió sucintamente esta burla en su libro “Infiltración: El complot para destruir la Iglesia desde dentro”:


"Los ingenieros del Concilio Vaticano II fueron Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, Hans Küng, Henri de Lubac e Yves Congar. Los cinco hombres estaban bajo sospecha de promover la herejía del Modernismo, durante el papado de Pío XII".


De forma reveladora, el registro en el “Diario del Concilio”, en el primer día del Concilio Vaticano II, expresaba lo notable del hecho de que Juan XXIII hubiese incluido como participantes, a hombres que representaban «todos los matices de opinión»:


"Con motivo del Concilio Vaticano II se ha reunido aquí una galaxia de eruditos católicos y expertos en teología como pocas veces se han reunido al mismo tiempo. Estos hombres representan todos los matices de opinión. Contrariamente a las opiniones expresadas por los escépticos, ellos están lejos de ser tan solo “hombres que dicen sí” o “estampadores de firmas”...". . Los hombres nombrados prestan sus servicios como «expertos» oficiales del Concilio, nombrados así por el Papa, o en otros cargos conciliares, o también como asesores personales de obispos a título individual. Entre los teólogos más conocidos internacionalmente se encuentran los Padres Yves Congar, O.P., de Estrasburgo; Jean Daneilou, S.J., de París; Henri de Lubac, S.J., de Lyon, Francia; Karl Rahner, S.J., y Josef Jungmann, S.J., de Innsbruck, Austria; Msgrs. Romano Guardini y Michael Schmaus, de Munich; los Padres Karl Adam y Hans Kung, de Tubinga, Alemania; Otto Karrer, de Lucerna, Suiza; y Reginald M. Garrigou-Lagrange, O.P., del Angelicum, Roma".


Congar, de Lubac, Küng y Rahner eran tan conocidos por su heterodoxia como lo era el Padre Garrigou-Lagrange por su ortodoxia. Al nombrar a estos modernistas como “expertos” del Concilio, Juan XXIII no dejó lugar a dudas: rechazaba la encíclica Humani Generis de Pío XII y todas las protecciones que el Espíritu Santo imponía sobre los pastores de la Iglesia.



3. Reformular la verdad católica para satisfacer las necesidades modernas

Pío XII también advirtió acerca del peligro de intentar reformular el dogma católico para “satisfacer las necesidades modernas”:


"En teología, algunos quieren reducir al mínimo el significado de los dogmas; y liberar al dogma mismo de la terminología establecida desde hace tiempo en la Iglesia y de los conceptos filosóficos sostenidos por los maestros católicos, esto con el fin de producir un retorno de la explicación de la doctrina católica al modo de hablar usado en la Sagrada Escritura y por los Padres de la Iglesia.


Abrigan la esperanza de que cuando el dogma sea despojado de los elementos que ellos consideran extrínsecos a la revelación divina, se comparará ventajosamente con las opiniones dogmáticas de los que están separados de la unidad de la Iglesia y que de este modo se llegará gradualmente a una asimilación mutua del dogma católico con los postulados de los disidentes. Además, afirman que cuando la doctrina católica haya sido reducida a esta condición, se encontrará un modo de satisfacer las necesidades modernas... esto es una suprema imprudencia y algo que haría del dogma mismo una caña agitada por el viento."


Pío XII no advertía contra los que contradicen abiertamente la doctrina de la Iglesia, - tal alerta no era necesaria pues los enemigos de la Iglesia emplean métodos mucho más sutiles y letales. Más bien, advertía que tratar de reformular la enseñanza católica abandonando la terminología establecida por la Iglesia desde tiempo atrás era una «suprema imprudencia» y «haría del dogma mismo una caña agitada por el viento



En su discurso de apertura, Juan XXIII dejó claro su propósito de que el Concilio Vaticano II hiciese exactamente lo contrario de lo que Pío XII había condenado en Humani Generis:

"El espíritu cristiano, católico y apostólico del mundo entero espera un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias en fiel y perfecta conformidad con la auténtica doctrina que, sin embargo, debe ser estudiada y expuesta con los métodos de la investigación y con las formas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina del Depósito de la fe y otra el modo de presentarla. Y es esto último lo que debe tenerse muy en cuenta, con paciencia si es necesario, midiéndose todo en las formas y proporciones de un magisterio de carácter predominantemente pastoral".


Los apologistas de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II han enfatizado su afirmación de que la doctrina auténtica debe ser preservada, y de hecho Juan XXIII expresó puntos similares en otra parte de su discurso de apertura. No obstante, los modernistas que ya habían sido condenados por Pío XII hicieron las mismas afirmaciones (buscaban «reducir al mínimo el significado de los dogmas»), lo que significaba que la doctrina reformulada preservase algún núcleo «auténtico» de la doctrina verdadera, pero por lo demás pudiese cambiar con los tiempos.


Esto es exactamente lo que vemos en la declaración de Juan XXIII más arriba, la cual corresponde con lo que Pío XII llamó «suprema imprudencia».



Como resultado, la cizaña de la ambigüedad fue implantada en las discusiones y documentos del Concilio Vaticano II

Aún hoy en día hay católicos que no valoran en su real dimensión la insistencia que Pío XII hacía acerca de que “la verdad católica debe presentarse en su plenitud, libre de toda ambigüedad”.


Sin embargo (a estos mismos católicos se les pasa por alto que) ya desde las primeras sesiones del Concilio, los problemas de ambigüedad se hicieron evidentes.


Esto impulsó al Arzobispo Marcel Lefebvre a hacer una propuesta formal el 27 de noviembre de 1962:


«La sugerencia es ésta: que cada Comisión presente dos documentos, uno más dogmático, para uso de los teólogos; otro de tono más pastoral, para uso de los demás, sean católicos, no católicos o no cristianos».


Sabemos, por supuesto, que el Concilio rechazó esta propuesta, y la explicación del arzobispo Lefebvre sobre el rechazo a la misma, confirma la sabiduría católica presente en las advertencias que Pío XII había hecho:


"La ambigüedad de este Concilio fue evidente desde las primeras sesiones. Hubiera podido ser la ocasión de definir más claramente el carácter pastoral del Concilio.


Sin embargo, mi propuesta encontró una violenta oposición: «El Concilio no es dogmático, sino pastoral; no pretendemos definir nuevos dogmas, sino exponer la verdad de forma pastoral».


A los liberales y progresistas les gusta vivir en un clima de ambigüedad. La idea de aclarar la finalidad del Concilio les molesta sobremanera".



Evidentemente el Espíritu Santo no dirigió el Concilio de Juan XXIII

Aunque el arzobispo Lefebvre se opuso rotundamente a esta peligrosa orientación, él al parecer aún no había comprendido en su total dimensión el hecho de que Juan XXIII hubiese rechazado la encíclica Humani Generis de Pío XII y, en última instancia, las protecciones del Espíritu Santo.


Sin embargo, en el prefacio al pequeño libro que recopila cada una de sus intervenciones en el Vaticano II, ¡Yo acuso al Concilio!, Monseñor Lefebvre expresó claramente:


"La conclusión es irrefutable, especialmente a la luz de la agitación generalizada que la Iglesia ha experimentado desde el Concilio Vaticano II. Este suceso destructivo para la Iglesia católica y toda la civilización cristiana (que representó el Concilio) no ha sido dirigido ni conducido por el Espíritu Santo".



Entonces, ¿por qué, tantos católicos, supuestamente fieles, insisten hasta el día de hoy, en que el Concilio Vaticano II fue dirigido por el Espíritu Santo?

Sí, esta conclusión de que el Espíritu Santo no dirigió el Concilio de Juan XXIII debería ser irrefutable, como lo expresó Monseñor Lefebvre. Sin embargo, ¿por qué, entonces, tantos católicos aparentemente fieles insisten lo contrario hasta el día de hoy?


En una entrevista con Diane Montagna, Christus Vincit: El triunfo de Cristo sobre las tinieblas de la época, el obispo Athanasius Schneider declaró en referencia a tal error: “Hoy en día, me doy cuenta de que «apagué» mi razón”.


Así como él, hay muchos católicos que han llegado a creer y siguen creyendo erróneamente que el Espíritu Santo protegió al Concilio de caer en el error.


Es casi seguro que ninguno de nosotros hubiese reconocido las señales de peligro el 11 de octubre de 1962 (el día de la apertura del Concilio Vaticano II), y mucho menos habría sabido cómo intervenir.



Por los frutos del Concilio Vaticano II, hoy vemos claramente que este no estaba bajo la protección del Espíritu Santo

Sin embargo, lo que por encima de todo importa es que hoy en día lo podemos comprender, ver claramente por sus frutos: el Concilio Vaticano II no se llevó a cabo bajo la protección del Espíritu Santo.


Por otra parte, aunque Juan XXIII premeditadamente desechó la protección del Espíritu Santo sobre su Concilio, el Espíritu Santo nunca ha dejado de proteger a la Iglesia. En gran parte, tal protección sobre la Iglesia consistió en permitir que quedara meridianamente claro que el Concilio no se había beneficiado de la protección del Espíritu Santo.


Por lo tanto, ningún católico, fiel a su fe, puede adherirse a ninguna de las “innovaciones” del Concilio, las cuales se desvían de lo que la Iglesia siempre ha enseñado.



Sin embargo, la Iglesia ha estado y continúa estando bajo la protección del Espíritu Santo

Es aún más significativo el hecho de que la protección del Espíritu Santo sobre la Iglesia se ha extendido hasta el punto de que hoy en día sea dolorosamente obvio el hecho de que los errores del Concilio han producido frutos desastrosos.


Esta realidad añade una profunda razón para que los católicos que queremos ser fieles, evitemos los errores denunciados por Pío XII y sus predecesores, y permitamos que la verdadera doctrina de la Iglesia brille con más resplandor.



¡Cuán grande es el daño causado por aquellos que defienden el Concilio Vaticano II!

Con este telón de fondo podemos apreciar con claridad el gravísimo daño causado por aquellos católicos que, por lo demás fieles, defienden con vehemencia el Concilio Vaticano II y denuncian a quienes han cuestionado sus documentos heterodoxos.


Es casi seguro que muchos más católicos (hubiesen abandonado y) abandonarían las viles reformas implantadas por el Concilio Vaticano II si no fuese porque quienes pretenden dar «respuestas católicas» a las cuestiones acuciantes del período posterior al Concilio han luchado con uñas y dientes contra quienes han insistido en develar la causa raíz de la crisis actual de la Iglesia.


Hombres como Rahner, de Lubac, Congar y Küng fabricaron la crisis en la Iglesia, y el grupo actual de negacionistas de tal realidad, desempeña un papel incalculable para que la crisis se mantenga.



Al haber rechazado fanfarronamente la encíclica Humani Generis de Pío XII, Juan XXIII profirió con su Concilio uno de los insultos más atroces a Dios en la historia de la humanidad.

Las secuelas, cada vez más severas, del Concilio Vaticano II han sido el castigo (infligido por Dios) por tamaño pecado.


Sin embargo, gracias a Dios, el camino del arrepentimiento es también el camino de la superación de la maldad en la Iglesia y en el mundo: debemos volver a la Fe católica no adulterada e inmutable que el Espíritu Santo nunca ha dejado de proteger, y rechazar firmemente los errores que se han derivado del impío Concilio de Juan XXIII.


Nuestra Señora, destructora de todas las herejías, ruega por nosotros.




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