Jesús
está siendo nuevamente traicionado.
Estamos en Sábado Santo de 2020, sábado del
recogimiento y de la soledad de la Santísima Virgen, cuando, al mismo tiempo,
muchos en el mundo se sienten acongojados y en soledad como consecuencia de la
pandemia originada por el Coronavirus.
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Jesús
está siendo traicionado por todos.
Lo
reiteramos: El Modernismo lleva 50 años
socavando las estructuras de la Iglesia. El Concilio Vaticano II fue la puerta
de entrada a un sinnúmero de errores que han sido el caldo de cultivo para la
mayor crisis de valores de la sociedad occidental.
El Relativismo, como
expresión del Modernismo ha ido horadando los Dogmas de Fe y la práctica
Católica, penetró los seminarios y universidades pontificias, la formación de
sacerdotes y teólogos, y está, a pasos agigantados, implantando un falso
ecumenismo.
Concentrándonos en el pasado reciente, ya llevamos siete años desde que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio asumió funciones de Papa y la Iglesia se ha visto bombardeada con actos destinados a socavar su Doctrina y llevarnos hacia la apostasía del falso ecumenismo.
Repasemos los dos actos más recientes y notorios:
El 4 de febrero de 2019, Francisco y el Gran Imam de Al-Azhar, firman la
Declaración de Abu Dabi, la cual dejó abiertas las puertas para que incluso el
paganismo y la idolatría sean también consideradas “religiones deseadas por
Dios”. Prueba de ello es el Sínodo de la Amazonía.
Durante el Sínodo de la Amazonía, el Papa Francisco llevó a práctica la doctrina aberrante que había quedado plasmada en la Declaración de Abu Dabi. El Papa la implementó personalmente, al profanar la Basílica de San Pedro, la Iglesia de Santa María en Traspontina y los Jardines del Vaticano, con la adoración del ídolo que representaba la pachamama. Tal apostasía llegó hasta el punto de que en la misa de clausura del Sínodo, se colocó la mencionada figura idolátrica sobre el altar de la confesión.
El Sínodo se
constituyó en un paso gigantesco hacia la implantación del Falso Ecumenismo, con
el cual se pretende rebajar a Jesucristo al mismo nivel de cualquier dios
pagano.
Le damos gracias a Dios por los obispos,
sacerdotes y consagrados a la vida religiosa que en estos momentos están
defendiendo la Fe en Dios Padre, en Su Único Hijo Nuestro Señor Jesucristo, en
el Espíritu Santo, en la Santísima Virgen María y en la Iglesia Católica que
Nuestro Señor fundó y que la encomendó al primer Papa, San Pedro.
Sin embargo, vemos con dolor, la cantidad
inmensa de miembros del clero que, arrastrados por la corriente modernista y
por intereses humanos, están traicionando a Jesús.
Un sinnúmero de ultrajes, sacrilegios e indiferencias se han venido perpetrando contra Jesús Vivo y Verdadero, presente en la Sagrada Eucaristía.
El recibir al Señor en la
Eucaristía se ha vuelto un acto sacrílego: se le recibe sin estar en estado de
gracia; y se recibe además en la mano.
Ahora, qué decir de los
atropellos que se cometen contra la presencia de Jesús en el Sagrario. Se pasa
delante de Él sin ningún tipo de reverencia, como si no estuviese allí
presente. Tal falta de reverencia procede muchas veces de los sacerdotes y
monaguillos y hasta de los mismos obispos.
En esto de deformación en la fe, no pocos sacerdotes,
contaminados por la apostasía del Modernismo, también se han convertido en
cómplices de la traición a Jesús: no son capaces de infundir en sus fieles el
amor por la Eucaristía y el respeto ante Su presencia. Por la misma pérdida de
fe, los sacerdotes tampoco promueven suficientemente entre sus fieles, el
debido comportamiento dentro del templo y la utilización del vestuario
adecuado.
Después
del Concilio, la misa comenzó un proceso de desacralización. Se pasó de una
misa cristocéntrica, donde el celebrante y los fieles miraban hacia Jesús en el
altar, a una misa antropocéntrica, donde el celebrante ocupa el centro de
atención y le da la espalda a Jesús en el sagrario.
Pero para colmo, los sagrarios
comenzaron a ser retirados del centro del altar y desplazados a un costado del
templo. ¡Nada menos que El sagrario!, ¡el lugar donde se encuentra Jesús Vivo y
Verdadero!
Volvemos a repetirlo. Le damos gracias a
Dios por los obispos y sacerdotes que están defendiendo la fe.
Sin embargo, hay obispos y sacerdotes
que, siendo conscientes de la traición que se ha venido cometiendo y se comete
contra Jesús, no se atreven a alzar su voz, no protestan, no asumen el riesgo
de contradecir a aquel obispo o a tal sacerdote que está en el error.
Se esconden.
Tienen pánico.
¿A qué le temen? ¿Será a perder sus
posiciones de prestigio, su parroquia, a que los sancionen o los amenacen con excomunión?
“Jesús no solo fue condenado por el
poder de la gente malvada (la gran mayoría de los miembros del sanedrín y sus
seguidores dentro del pueblo judío) sino especialmente por el silencio de la
gente buena (aquellos miembros del sanedrín que callaron y los del pueblo que
no alzaron su voz en contra de los que gritaban que soltaran a Barrabás)”.
“El
silencio siempre ayuda al opresor, nunca a la víctima”.
Hay obispos y sacerdotes que no callan;
que están denunciando. Pero hay otros (y son la mayoría) que están callados.
Son “perros mudos”, como dice la Palabra.
¿Dónde están los mártires de nuestro tiempo?
¿Dónde están aquellos que siguen el ejemplo
de los apóstoles, de los primeros cristianos y de tantos otros en épocas más
recientes, como por ejemplo los Cristeros en México, que defendieron la fe, aún
a costa de su vida?
¿Dónde está la ofrenda de sí mismos, su entrega por el
Señor?
Los apóstoles murieron por Cristo. ¿Hoy
en día quién se atreve a morir por Cristo?
Dicen algunos: “Yo soy consciente de la
desacralización de la misa, de la banalización de la Eucaristía, pero no puedo
hacer nada. Hay que ser prudentes”.
La pregunta es, ¿hay que ser prudentes de
qué?
Hay
sacerdotes que no propician entre sus fieles confesiones con la debida preparación
o que las conducen de manera superficial.
Y hay fieles que se confiesan como si
a Dios se le pudiese engañar, ocultando deliberadamente sus pecados, creyendo
que la absolución “borra” esos pecados no confesos. Así, unos y otros están
traicionando a Jesús.
A los que nos llamamos sus seguidores nos
da pena hablar de Dios, de Jesucristo, de la Santísima Virgen, de los dogmas de
fe, incluso en el seno de nuestras familias.
Somos católicos fríos,
indiferentes o a lo sumo tibios.
¿Dónde está nuestro ardor para defender a
Jesús y a Su Iglesia?
Los
que nos llamamos sus seguidores también traicionamos a Jesús al ignorar o, peor
aún, irrespetar Su Presencia en el sagrario. Hacemos caso omiso de Su Presencia
Viva y Verdadera.
Incluso, llegamos al absurdo de rendir más culto y adoración
a imágenes de madera o a cuadros (que son solo representaciones de lo sagrado)
que ¡al Señor de Señores presente en el Sagrario!
Por otra parte, hay fieles que no se dan
cuenta (no saben, no conocen) de la traición que se está perpetrando contra Jesús
a nivel del culto.
Y hay que otros que, dándose cuenta, se hacen los ciegos. No dicen nada. Callan. Tienen
miedo. Aducen que es por “respeto” o porque “no hay que llevarle la contraria al
párroco”, “al obispo” o “al Papa”, que no se puede “pecar de desobediencia”.
Pero en cambio sí se olvidan de defender a Jesús.
¿Tenemos que ser obedientes a quién?
Jesucristo les
hablaba a sus discípulos con AUTORIDAD, porque su Palabra es la Verdad y sus
obras confirmaban la Verdad. ¿Y acaso los obispos o los sacerdotes, y hasta el
Papa, cuando caen en errores (de palabra, de hecho o de omisión), siguen
teniendo “Autoridad”?
La respuesta es
NO.
Los que son “obedientes” a tales errores están pecando gravemente de
omisión y están labrando su propia condenación, además de arrastrar consigo a
quienes le siguen ciegamente. "Son ciegos que conducen a otros ciegos".
Los que nos llamamos seguidores de Jesús, debemos ser fieles a Él y únicamente a Él, y resistirnos a ser arrastrados por “hombres” que lo han traicionado y que lo siguen traicionando.
En cuanto a la banalización, la indiferencia, la falta de fe en la presencia real y verdadera de Jesús en la Eucaristía, la traición a Jesús viene también de parte de los padres y madres de familia, que han contribuido a la mala formación de sus hijos en la fe.
También son cómplices de esta traición los educadores y los catequistas; ellos son culpables de una deficiente preparación de los niños para recibir a Jesús por primera vez.
Y estos niños, pobremente educados
en la fe, luego se transforman en adultos y se convierten a su turno en
padres y madres de familia… así se perpetúa el círculo vicioso de deformación
en la fe.
Oramos al Señor para que infunda en obispos y
sacerdotes, así como también en nosotros los fieles, el espíritu de valentía,
para que dejemos de lado el miedo y nos convirtamos en defensores de la Fe y de las Enseñanzas de Jesús, de ¡la
Verdad!
Hoy, en medio del miedo y de la incertidumbre por la pandemia del Covid-19, Dios nos está llamando desde el cielo, a que dejemos de traicionar a Jesús. Este es un tiempo de gracia para que reflexionemos acerca de las tantas veces que lo hemos negado, que lo hemos abandonado, que lo hemos ultrajado.
Es tiempo de recapacitar.
No perdamos esta oportunidad
que Dios nos está concediendo para que nos arrepintamos y corrijamos el rumbo
de nuestras vidas.
Como decíamos, debemos orarle
a Dios por el fin de la pandemia pero al mismo tiempo y con la misma intensidad
para que nos ayude en nuestra conversión personal.
Dios, en Su Infinita
Misericordia y que solo desea la Salvación de nuestras almas, nos da este
momento para pedir perdón por nuestras traiciones y para contribuir a que el
clero vuelva a enderezar el rumbo de la Iglesia.
¿Vamos a aprovechar este instante de gracia?
O, por el contrario, ¿Vamos a permanecer indiferentes o, peor aún, vamos a renegar de Dios, esperando tan solo a que aparezca el “salvador” humano con la vacuna para el Covid-19, mientras perdemos la oportunidad de reconciliarnos con el Único y Verdadero Salvador, Nuestro Señor Jesucristo?
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