En Defensa de la Fe


El Sínodo sobre la Sinodalidad, ‘Hay que crear una Iglesia diferente’

Por su relevancia en relación con el evidente plan de Francisco de acelerar la transformación de la Iglesia, de acuerdo con el plan del Modernismo trazado por el Concilio Vaticano II (para lo cual dio inicio al Sínodo sobre la Sinodalidad el 9 de octubre de 2021), publicamos a continuación nuestra traducción libre del excelente artículo escrito por Robert Morrison.





En la foto, Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, en compañía de Yves Congar, fraile dominico y teólogo, uno de los artífices intelectuales del Concilio Vaticano II.En la foto, Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, en compañía de Yves Congar, fraile dominico y teólogo, uno de los artífices intelectuales del Concilio Vaticano II y quien fuera ordenado cardenal en 1994 por el Papa Juan Pablo II. A propósito de los objetivos que pretendía para el Concilio Vaticano II, Congar dijo: 'No hay que crear otra Iglesia, sino crear una Iglesia diferente'. Estas mismas palabras fueron citadas por el Papa Francisco en el discurso de apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad (9 de octubre de 2021) para delinear los objetivos de este último sínodo.




Domingo, 24 de octubre de 2021


Francisco, Congar y el caso del arzobispo Lefebvre

Escrito por Robert Morrison | Columnista de Remnant

 

En su discurso de apertura del Sínodo (sobre la Sinodalidad), el 9 de octubre de 2021, Francisco puso a la Iglesia y al mundo sobre aviso de que tenía la intención de cambiar la Iglesia, invocando la inspiración pseudo-católica de Yves Congar:


"El Padre Congar, de bendita memoria, dijo alguna vez: 'No hay que crear otra Iglesia, sino crear una Iglesia diferente'.  Ese es el reto. Para crear una 'Iglesia diferente', una Iglesia abierta a la novedad que Dios quiere sugerir, invoquemos con mayor fervor y frecuencia al Espíritu Santo y escuchémosle humildemente, caminando juntos, como Él, quien es la fuente de comunión y misión, así lo desea: con docilidad y valentía".

 

Aunque Congar fue una de las personas más influyentes del Concilio Vaticano II (y terminó siendo nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II), podemos sentirnos inclinados a descartar sus escritos sobre la base de que estaba tan claramente equivocado que ningún católico serio podría confiar en él. Como lo expresó el Padre Dominique Bourmaud en su obra, Cien años de modernismo, él era un verdadero destructor de la fe:


"Como el niño que se complace perversamente en destruir, parece que Congar no tenía mayor alegría en la vida que la de asistir a la dilapidación del tesoro de la Iglesia y a la destrucción de la unidad del Cuerpo Místico de Cristo".


Por desgracia, Francisco comparte el "perverso placer de Congar en destruir" la Fe y, de hecho, utiliza los mismos instrumentos de demolición. Por lo tanto, no importaría que cualquier persona sensata en el mundo supiese que Congar era un guía ciego - el hecho de que Francisco le permita guiar póstumamente la barca de Pedro significa que debemos familiarizarnos con la forma en que Congar navegó las almas a través de aguas hostiles hacia puertos de apostasía.


En su obra, Le han quitado la Corona, el arzobispo Marcel Lefebvre dedicó un subcapítulo a Yves Congar.


"El Padre Congar no es uno de mis amigos. Perito en el Concilio, él fue, junto con Karl Rahner, el principal autor de los errores que no he dejado de combatir. Escribió, entre otros, un pequeño libro titulado, El arzobispo Lefebvre y la crisis en la Iglesia".


Este pequeño libro de 1976 sobre el arzobispo Lefebvre - Challenge to the Church: The Case of Archbishop Lefebvre (versión en inglés) - muestra la lucha de Yves Congar contra el arzobispo Lefebvre y el Catolicismo Tradicional, una lucha que continúa hoy a través de sus respectivos herederos espirituales y teológicos. Con su arrogancia y un sinnúmero de argumentos falsos, Congar se presenta como un villano de tiras cómicas que, como lo describió el Padre Bourmaud, "siente un perverso placer en destruir".


Si miramos más de cerca, podemos ver que Francisco ha adoptado muchas de las mismas ideas, particularmente en relación con el nuevo Sínodo. En su libro contra el arzobispo Lefebvre, Congar nos muestra cómo éste abogaba por reemplazar la Tradición Católica por ideas no católicas a través de un proceso democrático (por ejemplo, sínodos interminables) que los innovadores afirmarían erróneamente que estaban guiados por el Espíritu Santo:


Tradición. Para Congar, el arzobispo Lefebvre representaba el rostro de la Tradición Católica en oposición a las novedades del Vaticano II:


"Aquí llegamos a un punto decisivo. Monseñor Lefebvre no deja de invocar la Tradición. Le dijo al Papa: 'Permítanos simplemente utilizar la experiencia de la Tradición'. Si el único significado de aquello fuese, 'Permítanos formar a los sacerdotes según las reglas probadas de antaño, pero aceptando el Concilio y las reformas que éste puso en marcha', no habría ningún problema".


La mención de Congar al Concilio y a "las reformas que puso en marcha" es bastante reveladora. Aunque Congar cita en el libro varias deficiencias del Concilio Vaticano II, insiste sin embargo que el arzobispo Lefebvre debe aceptar no solo los documentos específicos del Concilio, sino todo lo que éste puso en marcha. Añade que esta aceptación de las reformas postconciliares es necesaria para vivir "en la comunión de la Iglesia":


"El problema no es el uso del latín, ni el uso de la sotana clerical, ni el régimen de vida en el seminario de Econe. . . . De lo que se trata es de la aceptación del Concilio Vaticano II, y de sus dieciséis documentos, firmados por todo el episcopado católico, y aprobados y promulgados por el Santo Padre; y luego, la aceptación de las reformas -en particular las litúrgicas- que fueron emprendidas por el Concilio, formuladas en Roma o elaboradas en detalle por las autoridades pastorales de cada país y aprobadas por el Papa. Tal aceptación es necesaria para vivir plena, efectiva y concretamente en la comunión de la Iglesia hoy".

 

Gracias al motu proprio Traditionis Custodes de Francisco, ahora sabemos que tenemos que escoger entre la Tradición (es decir, el Catolicismo) y las reformas del Vaticano II; sin embargo Congar fue lo suficientemente inteligente como para entender que tenía que argumentar (de forma poco sincera por supuesto) que se podía conciliar la Tradición con lo que aparentemente la contradecía:


"La Iglesia es tradición, la transmisión de lo que ha sido dado de una vez y para siempre: la revelación, los sacramentos y el ministerio. Por tanto, es fácil comprender que un grupo sincero y fiel de católicos se apegue a una u otra forma de tradición. Los que simpatizan con las declaraciones categóricas y mordaces darán un lugar de honor a las formas que reflejan esta necesidad. Pero el gran río de la Tradición es más ancho que un canal recto con parapetos de concreto. La tradición de los Padres es más rica que la tradición, cuyo contenido fue fijado a la luz de la Reforma por el ‘Santo Concilio de Trento’".


Por lo anterior, su primer enfoque del problema es argumentar que los apegados a la Tradición necesitan considerar que la Tradición es mucho más amplia de lo que ellos la conciben.


En otro aparte él adopta un enfoque algo diferente, argumentando que la Tradición involucra cambios permanentes:


"Tradición no es el pasado, no son los viejos hábitos mantenidos por el esprit de corps. Tradición es la actualidad, que transmite, recibe y crea simultáneamente. Tradición es la presencia de un principio en cada momento de su desarrollo. No aceptamos la ruptura. La Iglesia nunca deja de innovar, por la gracia del Espíritu Santo, sino que siempre se alimenta de las raíces y aprovecha la savia que proviene de ellas".


De tal forma que, independientemente de lo que pensemos de la "tradición", Congar quiere que sepamos que no podemos dejar que ella nos conduzca a rechazar las innovaciones del Vaticano II. Como veremos más adelante, Congar afirma con frecuencia que el Espíritu Santo guía tales innovaciones. Sin embargo, si no es en la Tradición Católica, debemos mirar ante todo dónde busca Congar la verdad.


Fuentes alternativas de la verdad. En los dos últimos versículos del Evangelio de San Mateo tenemos la prueba de que la Iglesia Católica posee la plenitud de la verdad de Fe que Jesucristo quiso trasmitir:


"Id, pues, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo". (Mateo 28:19-20)


Sin duda, todos podemos avanzar en el conocimiento y comprensión de la Fe Católica; pero sabemos que nuestra religión contiene todas las verdades de Fe que podemos y debemos conocer de este lado del Cielo. Sin embargo, como tantos otros pensadores que se dicen católicos, Congar buscó la verdad de Fe fuera de la Iglesia:


"Quiero recoger cada pequeño fragmento de verdad, dondequiera que se encuentre, con el mismo cuidado con el que recogería un pedacito de una hostia consagrada. . . . ¿Quién podría negar que los Protestantes puedan poseer pequeños fragmentos o elementos de la verdad? ¿Quién podría pretender que no tenemos nada que aprender o descubrir?"


Aquí tenemos los típicos argumentos falsos de Congar. Obviamente los Protestantes poseen elementos de verdad - después de todo, ellos creen en muchas verdades del Catolicismo. Pero como esos elementos de verdad en las religiones Protestantes provienen de la Iglesia Católica, no tiene ningún sentido que necesitemos mirar a los Protestantes para descubrir la Verdad Cristiana. Ciertamente tenemos mucho más para "aprender o descubrir", siempre y cuando lleguemos al Cielo, no a la iglesia Protestante local.


Para Congar (como lo es para Francisco), otra rica fuente de "verdad" fueron los errores condenados:


"No se puede negar que un texto como éste, dice materialmente algo diferente del Syllabus de 1864. . . Pero, entre otras cosas, el Syllabus trataba de defender un poder temporal al que, teniendo en cuenta la nueva situación, el papado renunció en 1929. El contexto histórico-social en el que la Iglesia está llamada a vivir y a hablar ha cambiado, y se ha aprendido de las circunstancias".


A este pasaje, el arzobispo Lefebvre respondió con su fuerza característica y precisión católica en su libro, Le han quitado la Corona:

 

"Desgraciadamente para el Padre Congar, estos "católicos" no son otros que los católicos liberales condenados por los Papas; y la enseñanza del Syllabus, lejos de depender de circunstancias históricas pasajeras, ¡constituye un conjunto de verdades lógicamente deducidas a partir de la Revelación y tan inmutables como la Fe!"


¿Cómo podría ser de otro modo? Si Congar estaba en lo cierto al pensar que el Syllabus había sido sustituido por las mismas innovaciones condenadas por el Syllabus, entonces, ¿por qué habríamos de creer algo basado en la autoridad de la Iglesia, la cual podría revertir sus anatemas anteriores al vaivén del capricho del gobernante de turno?

 

Por último, Congar miraba al "mundo moderno" como una nueva fuente de verdad:


"Mediante la Declaración sobre la Libertad Religiosa, de la Constitución Pastoral Gaudium et spes, Acerca de la Iglesia en el Mundo Moderno, -¡título significativo! - la Iglesia del Vaticano II se ha situado abiertamente en el mundo pluralista de hoy; y, sin renegar de nada grandioso que hubiese habido, ha cortado los lazos que la amarraban a las orillas de la Edad Media. No podemos quedarnos anclados a un momento particular de la historia".


Entonces, desligada de la Tradición, la Iglesia es ahora libre de buscar la verdad en las aguas hostiles del Protestantismo, de los errores condenados y del mundo pluralista de hoy. De hecho, ¡podemos buscar la verdad en cualquier lugar diferente al de la Tradición de la Iglesia!


Proceso democrático. Habiendo abandonado las protecciones brindadas por la Tradición Católica y embarcado en búsqueda de la verdad en lugares hasta ahora prohibidos, ¿qué garantizaría el éxito del Concilio y sus posteriores reformas? Congar responde con una descripción de la "autenticidad" del Concilio:


"El Vaticano II no fue perfecto, ni para los elementos ‘conservadores’ ni para los elementos ‘progresistas’; pero, más que ningún otro concilio ecuménico de la historia, tuvo todas las garantías de autenticidad. Como ningún otro, reunió a toda la Iglesia en la persona de sus pastores. En comparación con el Vaticano I, tuvo mucho más en cuenta a la minoría, que era conservadora. . . . El Santo Padre hizo todo lo posible, llegando incluso a correr el riesgo de la impopularidad, para crear las condiciones en las que se calmaran las ansiedades de la minoría y el voto final de la asamblea fuese lo más unánime posible".


En lugar de una garantía de autoridad o de infalibilidad basada en la protección del Espíritu Santo, Congar habla de una garantía de autenticidad sobre la base de los principios del proceso democrático. Ciertamente, no hubiese habido de por sí ninguna incompatibilidad entre la protección del Espíritu Santo y el acuerdo de los Padres conciliares que estaban reunidos. Sin embargo el hecho de que los "elementos progresistas" del Concilio hubiesen actuado recurriendo al engaño, abandonado intencionalmente las protecciones tradicionales de la Fe y rehusado  explícitamente a definir algo como nuevo, vicia las pretensiones de que las novedades del Vaticano II gozan de autoridad o de infalibilidad.

 

Entonces, Congar apela a los resultados del proceso democrático para contrarrestar los recelos del arzobispo Lefebvre sobre el Concilio y sus reformas:


"Monseñor Lefebvre escribió de hecho al abate G. De Nantes el 19 de marzo de 1975: ‘Quiero que sepa que, si un obispo se llega a separar de Roma, no seré yo’. Con ello él quiere decir la Roma fiel (según su entender), la 'Roma eterna', no la Roma del Vaticano II ni la Roma del Misal de Pablo VI. Pero, ¿cómo se puede pretender tener razón y pretender conducirse como parte de un todo cuando se objeta la Eucaristía que celebran 700.000.000 católicos, 400.000 sacerdotes y 2.550 obispos en unión con el sucesor de Pedro?"


"En aras del diálogo, aceptaría un debate... siempre y cuando mis compañeros de debate no excluyeran de antemano una posibilidad que en realidad es la convicción de 2.500 obispos, 400.000 sacerdotes y cientos de millones de fieles".


Innovadores como Congar señalan estas cifras como garantía de la "autenticidad" de las reformas del Vaticano II, y después no se cuestionan ante el hecho de que tales cifras se ha visto diezmadas año tras año, ¡como fruto inequívoco de las reformas del Vaticano II!

 

Si nos preguntásemos por qué Congar defiende el Vaticano II sobre la base de su semejanza con un proceso democrático en lugar de su condición de concilio ecuménico de la Iglesia, encontramos la respuesta en su defensa de las innovaciones del Concilio en materia de colegialidad:


"Monseñor Lefebvre no es el único que ha llamado la atención sobre la existencia de un peligro: que el ejercicio personal de la autoridad se vea disminuido a causa de las conferencias, las comisiones, las organizaciones centralizadas, las capellanías nacionales, etc. Realmente no parece que la colegialidad y la creación de sínodos hayan eclipsado la autoridad papal".


Congar y otros querían que la colegialidad -expresada por ejemplo en los sínodos- suplantara el ejercicio tradicional de la autoridad de la Iglesia. De allí podemos entender su motivación por catalogar al Vaticano II como el concilio que había tenido más "garantías de autenticidad", al haber sido más democrático.


Congar prosigue su burla de los escépticos de la colegialidad, tildándolos de conservadores, paternalistas y de críticos aparentes de la Revolución Francesa y la Revolución Rusa:


"Los hombres imbuidos de un espíritu conservador y paternalista tienen una especie de 'repulsión visceral' por palabras como 'popular', 'pueblo', 'democracia'...". Tal repulsión es una reacción basada en un temperamento y persuasión políticos. Pero la Iglesia tiene su propio orden de cosas, y su naturaleza esencial -la comunión- se remonta a más de diecisiete siglos antes de la época de la Revolución Francesa y a diecinueve siglos antes de la Revolución Rusa".


Por supuesto, la colegialidad no era el objetivo último de Congar. Como vemos en el siguiente llamado a los que pudiesen oponerse a la democracia en el campo político, él simplemente quiere que todos demos "al Evangelio una trascendencia y libertad" para operar en la Iglesia:


"Un católico puede ciertamente oponerse a la democracia como régimen político, siempre que utilice su inteligencia para adoptar tal posición. Puede ser 'de derecha' con la misma salvedad, y también con la condición de que esté dispuesto a dejar que un sentido vivo de la Iglesia y un sentido vivo del Evangelio gobiernen sus reacciones de grupo. . . . Solo pido que una persona sea clara consigo misma, inteligentemente crítica en cuanto a sus condicionamientos; y lo pido desde el punto de vista de una ideología que se mezcla con nuestras creencias más arraigadas: que en última instancia permitamos al Evangelio una trascendencia y una libertad de la que el Señor Jesús es siempre el ejemplo y la fuente".

 

Tomando prestada una expresión que Francisco ha lanzado a la Iglesia y al mundo, Congar pidió efectivamente que todos estemos abiertos a un dios de sorpresas, el cual se manifestará cuando dejemos de lado las verdades establecidas y nos dejemos guiar por el mundo, la carne y el demonio.


Movimiento del Espíritu. Una de las facetas más instrumentales y ofensivas de las reformas del Vaticano II ha sido culpar blasfemamente al Espíritu Santo de estas adulteraciones de la verdadera Fe. Para Congar, el "espíritu" está en el "corazón de todos", lo que explica (según él) por qué el proceso democrático permite a la Iglesia seguir siendo "auténtica" mientras busca su tradición en fuentes previamente condenadas:


"La Iglesia es de hecho una comunión: una comunión espiritual a través de la fe y el amor que el Espíritu Santo, el único y mismo espíritu, pone en el corazón de todos".


"La Iglesia es el amor que el Espíritu de Dios pone en nuestros corazones: un amor que busca la reconciliación y la unidad; un amor activo, inventivo en las iniciativas de servicio; un amor profundo que en la compasión de Dios toma sobre sí los dolores de los hombres mediante la oración y la intercesión. . . . Y la Iglesia es misión, que no es lo mismo que propaganda o proselitismo".


Por supuesto, es cierto que los católicos fieles son guiados por el Espíritu Santo para hacer la voluntad de Dios, pero es absurdo creer que el Espíritu Santo se nos da para transformar la Fe en algo radicalmente incompatible con lo que siempre ha sido.

 

El propio Congar reconoce que esta supuesta guía del espíritu conduce a resultados que se apartan de la enseñanza históricamente católica. Escribiendo específicamente acerca del movimiento ecuménico que eventualmente diera origen al Encuentro de Oración en Asís, Congar culpa al Espíritu Santo por haberlo llevado a aceptar abiertamente actitudes que hubieran sido desaprobadas en el pasado:


"Cualquiera que se haya involucrado en el movimiento ecuménico, que haya encontrado en él a cristianos serios y comprometidos, no puede dejar de creer que en nuestro siglo, tan problemático en lo que a la fe se refiere, Dios ha suscitado este movimiento como una inmensa marea que proclama la atracción de un cuerpo celestial supremo, el Espíritu Santo, el "Desconocido más allá de la Palabra", cuya naturaleza es juntar a personas, energías e iniciativas que ni siquiera conocen la existencia de las otras. ... algo viene de Dios: es la realidad del Espíritu Santo, quien pone en marcha mi apertura de mente, quien justifica que tenga una actitud diferente hacia los no católicos con respecto a la actitud aprobada y practicada en el pasado, incluso por autoridades a las que venero".


Utilizando este razonamiento, Congar y otros tantos innovadores como él, han logrado engatusar a católicos bien intencionados, más sin embargo incautos, para que crean que el Espíritu Santo realmente ha hecho que la Iglesia adopte creencias y prácticas que son absolutamente contrarias a lo que la Iglesia ha enseñado durante casi dos mil años.


Y es esta misma mentalidad y proceso que Francisco está implementando con su nuevo Sínodo. Como lo manifestó en la apertura del Sínodo (sobre la Sinodalidad), él está siguiendo la inspiración de Congar para implementar una religión diferente. Las palabras del arzobispo Lefebvre sobre Congar se aplican a Francisco y a sus colaboradores: "Estamos tratando con gente que no tiene idea de la verdad, que no saben lo que puede ser una verdad inmutable".


Los católicos fieles, especialmente los que ocupan puestos de liderazgo, deben defender la Fe Católica de manera incansable contra todo lo que Congar y Francisco representan en la Iglesia. Mientras que Francisco y sus compañeros destructores se inspiran en Congar, nosotros podemos encontrar nuestra propia inspiración en las palabras finales del arzobispo Lefebvre en su libro, Le han quitado la Corona:


"En cuanto a mí, no renunciaré; no me contentaré con presenciar, con los brazos caídos, la agonía de mi Madre la Santa Iglesia. . . . A pesar de todo, no soy pesimista. La Santísima Virgen tendrá la victoria. Ella triunfará sobre la gran apostasía, fruto del Liberalismo. Una razón más para no cruzarse de brazos. Tenemos que luchar más que nunca por el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. . . . ¡Padre Nuestro, venga Tu Reino! ¡Viva Cristo Rey! ¡Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles! Oh María, sé nuestra Reina, te pertenecemos".


Publicado en Remnant Articles







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