«En Asís 1986, Juan Pablo II animó a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses: un escándalo inconmensurable, sin precedentes. Desde ese momento, no ha habido vuelta atrás: Benedicto XVI y Francisco organizaron (y este último sigue organizando) espectáculos similares y han dejado claro en repetidas ocasiones que el “ecumenismo” es un compromiso "irreversible" de la Iglesia posterior al Concilio Vaticano II.
Todo lo que la Iglesia había puesto en práctica en los siglos anteriores para defender la Fe y toda la labor que habían llevado a cabo los misioneros para difundirla, incluso hasta ofrendar sus vidas en el martirio, se considera desde entonces “una falta, que la Iglesia debe confesar y por la cual debe pedir perdón”. Esto es un pecado público, extremadamente grave, contra el Dios Único y Verdadero, contra el Verbo Encarnado y su Iglesia, que nos hace estremecer de horror».
Presentamos a continuación la traducción libre de un artículo publicado en Remnant, que ilustra la apostasía de los Papas y de un número cada vez más creciente de obispos, a partir del Concilio Vaticano II hasta nuestros días, en torno al falso ecumenismo. En particular, en estos momentos, el Sínodo de la Sinodalidad pretende asestar el “golpe definitivo” al Dios Uno y Trino, colocándolo al mismo nivel de los “dioses” de las demás religiones. De lograrlo, ello implicaría por supuesto la destrucción de la catolicidad.
Defendamos nuestra fe, la Fe enseñada por Nuestro Señor, transmitida de generación en generación y defendida por los Papas hasta antes del Concilio Vaticano II. Protejamos la Santa Misa Tradicional, la de siempre, que quiere ser aplastada definitivamente por el Sínodo de la Sinodalidad. Opongamos la más férrea resistencia al Sínodo. ¡Esta puede ser la batalla definitiva!
Escrito por Robert Morrison | Columnista de Remnant
Un sinnúmero de santos ha dado testimonio de su fe con sus propias vidas. Tomemos el ejemplo de San Edmundo Campion y de sus compañeros mártires ingleses (siglo XVI), quienes sufrieron voluntariamente la tortura y una ejecución espantosa antes que renegar de su fe católica. En muchas ocasiones, sus verdugos les ofrecieron perdonarles la vida si «tan solo» renunciaban a la fe católica en favor de la religión anglicana. No dudaron en negarse.
Por otro lado, tomemos la respuesta del Beato Tomás Cottam (compañero de San Edmundo) a sus verdugos, la cual es una perfecta declaración de la determinación que todos los santos han tenido:
«Por nada en el mundo me apartaré ni un ápice de mi fe. Si tuviese diez mil vidas, preferiría perderlas todas antes que abandonar la fe católica en ningún sentido».
El Padre Cottam y sus compañeros mártires ingleses comprendieron que la nueva religión anglicana se parecía al catolicismo en la mayoría de los aspectos, pero aun así sabían que perderían sus almas si abandonaban la fe católica.
Siglos más tarde, el Arzobispo Marcel Lefebvre escribió la siguiente descripción del Concilio Vaticano II, mientras este se llevaba a cabo, en su carta de 1963 a los miembros de su Congregación del Espíritu Santo:
«Algunos ven el ecumenismo como el principal objetivo del Concilio, por lo cual han tendido a eliminar de los documentos que se discuten, todo lo que pueda reavivar las diferencias (entre la fe católica y la religión anglicana) en lugar de tender a la "unidad". Ciertamente, esta preocupación se ha manifestado en gran medida en las discusiones sobre las dos fuentes de la Revelación. También está en la raíz de la exigencia de efectuar algunos cambios en los esquemas sobre el ecumenismo». (Fiesta de la Anunciación, 1963)
Es así como vemos muchos casos en los que los documentos del Vaticano II reflejan una defensa de la fe católica mucho menos sólida que la que la Iglesia había presentado hasta entonces, especialmente en los casos en que tal defensa había ofendido históricamente a los protestantes.
En su “Carta abierta a los católicos confundidos”, Monseñor Lefebvre describió el modo en el que los francmasones aplaudieron los esfuerzos ecuménicos del Concilio:
«Otro hermano, el señor Marsaudon, del Rito Escocés, habló así del ecumenismo fomentado durante el Concilio: “Los católicos, especialmente los conservadores, no deben olvidar que todos los caminos conducen a Dios. Y tendrán que aceptar que esta valiente idea del librepensamiento, que podemos llamar realmente una revolución, brotando de nuestras logias masónicas, se ha extendido magníficamente sobre la cúpula de San Pedro”».
Incluso si había muchos obispos en el Concilio que aún no se daban cuenta de esta nueva orientación hacia el falso ecumenismo, aquellos que implementarían los cambios postconciliares sabían exactamente lo que sucedería cuando desataran esta locura blasfema sobre la Iglesia y el mundo.
Dos décadas más tarde, Monseñor Lefebvre fue testigo con gran horror de la manifestación tangible de este “ecumenismo” en la Reunión de oración de Juan Pablo II en Asís en 1986. De aquella trágica reunión, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer escribieron lo siguiente en una declaración conjunta:
«En efecto, es evidente que, desde que se llevó a cabo el Concilio Vaticano II, el Papa y los obispos se apartan de sus antecesores, de una forma cada vez más clara. Todo lo que la Iglesia había puesto en marcha en los siglos anteriores para defender la Fe y toda la labor que habían llevado a cabo los misioneros para difundirla, incluso hasta ofrendar sus vidas en el martirio, se considera ahora “una falta que la Iglesia debe confesar y por la cual debe pedir perdón” … El punto más alto de esta ruptura con el Magisterio anterior de la Iglesia tuvo lugar en Asís, después de la visita (de Juan Pablo II) a la sinagoga. El pecado público contra el Dios Único y Verdadero, contra el Verbo Encarnado y su Iglesia, nos hace estremecer de horror. Juan Pablo II anima a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses: un escándalo inconmensurable, sin precedentes».
No ha habido vuelta atrás desde Asís: Benedicto XVI y Francisco organizaron espectáculos similares y han dejado claro en repetidas ocasiones que el “ecumenismo” es un compromiso "irreversible" de la Iglesia posterior al Vaticano II:
«El compromiso común por el ecumenismo es una exigencia esencial de la fe que profesamos; brota de nuestra misma identidad como seguidores de Cristo. Como discípulos, siguiendo al mismo Señor, nos hemos dado cuenta cada vez más de que el ecumenismo es un camino y, como han afirmado repetidamente los diversos Papas desde el Concilio Vaticano II, un camino irreversible. No es un camino opcional. Nuestra unidad crece a medida que hacemos este camino». (19 de enero de 2019, Francisco, “Discurso a los miembros de la delegación ecuménica de Finlandia”)
Como escribieron Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer en respuesta a la Reunión de oración de 1986 en Asís, el falso ecumenismo ofende a Dios porque oscurece o abandona las verdades de la Iglesia que Él estableció, en un esfuerzo equivocado por hacer las paces con las falsas religiones. Esta es la razón principal por la que los católicos debemos oponernos al falso ecumenismo y, como mínimo, nunca apoyar tales iniciativas impías.
Además de ofender a Dios, el falso ecumenismo se burla de la Fe católica, como lo explicó el Padre Dominique Bourmaud en su obra “Cien años de Modernismo”:
«De todos los temas tratados en el Concilio, el del ecumenismo es sin duda el que mejor revela la afinidad y la unidad de pensamiento entre el Concilio y los modernistas. De hecho, los “periti” que dirigieron el Concilio son los mismos hombres que habían sido combatidos y vetados quince años atrás, por causa de sus ideas modernistas. No debe sorprender que el ecumenismo preconizado y puesto en práctica en el Concilio haya sido de inspiración modernista. La unidad ecuménica no puede surgir de la verdad de los hechos y las realidades, por lo que plantea un problema teóricamente insoluble que solo puede resolverse con la práctica. Es por ello que la única solución planteada sea sacrificar la Verdad y el “principio de no contradicción” en nombre de una unidad artificial sostenida por el error. Promover el ecumenismo significa firmar un tratado de no agresión, concediendo a todas las religiones la ciudadanía en el gran panteón de los credos. El único mandamiento es la exclusión de la exclusividad: libertad para todos en todas las cosas, excepto para los que creen en la Verdad. La propia Iglesia católica está cordialmente invitada a ocupar su lugar en la asamblea, con la condición de que abdique de su pretensión al monopolio de la Santidad, la Verdad y la Unidad».
Así pues, a pesar de las elocuentes palabras de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, cada una de sus iniciativas “ecuménicas” ha sido una completa locura. Es por esta razón que tales iniciativas han conducido a la apostasía masiva y al cierre de iglesias, a pesar de las grandes “ilusiones” que supuestamente tenían de que los conversos iban a llenar las bancas de las iglesias.
No tenemos que ser teólogos para comprender lo perverso y absurdo que es el falso ecumenismo. Podemos comprenderlo intuitivamente considerando cómo se relaciona el falso ecumenismo con la cuestión fundamental de cómo salvamos nuestras almas:
- Los católicos saben que la Iglesia enseña que perderemos nuestras almas si morimos en pecado mortal.
- Por lo tanto, los católicos se esfuerzan por evitar todo pecado mortal y saben que deben confesar adecuadamente cualquier pecado mortal para ser restaurados al estado de la gracia santificante.
- Sin embargo, el falso ecumenismo enseña que todas las religiones son agradables a Dios y que todas las religiones cristianas pueden conducir a sus creyentes al Cielo.
- Pero las religiones no católicas carecen de la Confesión sacramental y, lo que es más importante en este contexto, no comparten las enseñanzas de la Iglesia sobre la necesidad de evitar el pecado mortal.
- En consecuencia, quienes promueven el falso ecumenismo rechazan implícitamente las enseñanzas de la Iglesia sobre la gracia santificante, el pecado mortal y la necesidad de la Confesión sacramental.
- Además, los católicos que ven que su supuesta jerarquía católica promueve (o incluso tolera) el falso ecumenismo, podrían concluir de manera comprensible que la Iglesia ya no cree lo que siempre ha enseñado y, por lo tanto, no debe ser la Iglesia Verdadera a la que todas las almas deben pertenecer.
- En última instancia, el falso ecumenismo ofende a Dios, conduce a las almas al Infierno y vacía las iglesias católicas.
Francisco ha añadido otra dimensión absurda a todo esto, atacando a los católicos tradicionales: ahora todas las religiones cristianas son agradables a Dios y son caminos al Cielo, excepto el catolicismo tradicional practicado por los santos.
¿Quién se beneficia con este falso ecumenismo? Los que tienen ojos para ver han sabido desde el principio que Satanás lucha por la difusión del falso ecumenismo porque ofende a Dios y lleva a las almas al Infierno. Los globalistas de hoy en día también se benefician del falso ecumenismo porque este conduce a una población de católicos castrados, quienes por lo general creen que no hay razón para preocuparse por la Fe de la misma forma que lo hicieron los mártires ingleses por ejemplo (quienes ofrendaron sus vidas antes que renegar de su Fe). ¿Por qué, por ejemplo, los católicos que piensan que todas las religiones protestantes llevan a sus creyentes al Cielo, considerarían necesario defender las creencias morales católicas hasta el punto del sacrificio de sus propias vidas?
Con base en todo esto, ningún católico de buen juicio puede negar el hecho de que el falso ecumenismo es un error omnipresente y terriblemente destructivo, que plaga no solo la Iglesia sino el mundo entero. Sin embargo, existen algunos católicos bien intencionados que se preguntan si deberían abstenerse de oponerse seriamente a quienes promueven el falso ecumenismo, por temor a que tal resistencia pueda causar fricciones con Francisco o resultar desagradable para los no católicos.
El cardenal Luis Eduardo Pie (1815-1880) dijo lo siguiente sobre los sacerdotes y obispos que dudan en oponerse al error:
«Si yo fuese indiferente ante el error, los fieles podrían fácilmente pensar que pasar al campo de la herejía no tiene importancia. Si el mundo presenta ante los ojos de una persona algún gran beneficio, con la condición de que se produzca un cambio en sus creencias, tal persona, viendo mi falta de pasión contra las sectas separadas, se diría: “Dios está en ambos lados; mi elección no tiene importancia alguna; esta diversidad ha sido introducida por cuenta de rencillas humanas. Dios puede ser igualmente honrado en ambos lados”».
El cardenal Pie planteó la cuestión en términos de que a los fieles se les ofreciese algún "gran beneficio" para que aceptasen un error anticatólico. Ciertamente, los mártires ingleses no consistieron tal cosa para salvar sus vidas (lo que hubiese sido un "gran beneficio"). Traslada la cuestión a nuestros días, ¿deberían los católicos de hoy permanecer indiferentes (y silenciosos) ante el falso ecumenismo si, por ejemplo, eso significara que Francisco les permitiese un mayor acceso a la Misa Tridentina? Podemos responder a ello con otra pregunta: ¿pensamos realmente que agradamos a Dios haciéndonos los de la vista gorda ante herejías que le ofenden tan gravemente y llevan las almas al Infierno, tan solo para poder tener un mejor acceso a la Misa?
Sin duda, todos podemos esforzarnos por ser más prudentes y caritativos a la hora de oponer resistencia a los errores que emanan de Francisco y sus colaboradores. Sin embargo, no podemos considerar que la comprensión de nuestra fe católica es legítima si de alguna manera permanecemos indiferentes ante el error nefasto del falso ecumenismo. Por el contrario, hoy en día tenemos aún más razones para hacernos eco de la condena del falso ecumenismo hecha por Monseñor Lefebvre, la cual figura en su libro, “Viaje Espiritual”, escrito en los últimos años de su vida:
«El deseo del Vaticano II de integrar en la Iglesia a los no católicos, sin ningún esfuerzo de conversión, es un deseo escandaloso y adúltero. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos, al favorecer el otorgamiento de concesiones mutuas (el llamado “diálogo”), conduce a la destrucción de la Fe católica, a la destrucción del sacerdocio católico y a la eliminación del poder de Pedro y de los obispos. Además, se elimina el espíritu misionero de los apóstoles, de los mártires y de los santos. Mientras el Secretariado mantenga como orientación el falso ecumenismo y las autoridades eclesiásticas romanas lo aprueben, podemos afirmar que dichas autoridades permanecen en ruptura abierta y oficial con todo el pasado de la Iglesia y con su Magisterio oficial».
¿Cómo
podemos merecer tener la "Misa de siempre" si no cooperamos con la
gracia de Dios para oponernos a estos ataques a “la Fe de Nuestros
Padres"? Si
queremos luchar por el Cuerpo Místico de Cristo, debemos defender y promover la
Fe Católica no adulterada y tratar de convertirnos en santos. Ese es el único
proceso que ha funcionado; no hay atajos.
¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!
(este es el enlace al artículo original)
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